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Donde el Tiempo No Pasa

"Querido abuelo:
Las losas frías, el fuego apagado, el tiempo pasado... Cuantos recuerdos... Desde que te fuiste todo ha cambiado, nada es igual, los años me carcomen. Si al menos estuvieras conmigo volveríamos a sentarnos ante la chimenea en mitad de una guerra, pero ahora no estás para aliviar los meses que me pesan. Aún sigo en casa, como me dijiste. Para mí sigue llamándose hogar, a pesar de que los días estén contados para estos escombros. ¿Sabes lo que sí ha sobrevivido al bombardeo? La chimenea, estos ladrillos parecen no caer ante nada, no les importan las horas que se posan sobre ellos intentando hundirlos. Me gustaría ser como ellos, ser fuerte y resistente; ser como tú, sabio y valiente; pero únicamente soy una triste alma perdida por los minutos de su vida. Si los segundos que pasaran fueran un suspiro, esta no sería mi última carta. Lo siento, siento no poder ser fuerte, siento no haber podido aguantar el tiempo, siento que este sea el adiós. De lo único que me enorgullezco es de haberte dado bisnietos, y de que mi última despedida sea en casa. Adiós, abuelo, nos veremos pronto...
Tu querido Jey".

—Papá... —Y el joven castaño se dejó caer en el suelo de madera podrida, con la mano arrugando la antigua carta y con el otro brazo rodeándose a si mismo.

Así, amaneció un nuevo día, con un joven desconocido llorando desolado entre las ruinas de lo que alguna vez fue un bullicioso pueblo. Un grito de frustración y desesperación surgió de la garganta del muchacho, con la furia desatada se levantó aullando como un loco y comenzó a darle puñetazos a lo único que quedaba en buen estado, la chimenea. Los ladrillos ni se inmutaron ante tal ofensa, pero el chico no paró hasta que sus nudillos destrozados le rogaron clemencia al resto del cuerpo. Con un gemido de dolor, se dejó caer, abrazando a la chimenea, respirando dificultosamente y con las manos llenas de su propia sangre.

—¿Por qué...? —susurró destrozado, y un sollozo volvió a brotar de sus labios—. ¿Por qué has tenido que ser lo único que se mantiene en pie? ¿Por qué no fue el fuego? ¡¿Por qué no le diste fuerzas a él?! —Terminó gritando, incorporándose, mirando desafiante a la chimenea, y con otro gemido se dejó apoyar en ella.

Desde otro punto de vista, apenas a unos metros del castaño, se podría ver a un adulto muy parecido al chaval que lloriqueaba contra los ladrillos, solo que tenía cierto tono translúcido, dejando pasar a través de sí la luz anaranjada de ese amanecer. Por detrás de él se acercaba un señor mayor, también dejando pasar la luz a través de sí, que le agarró el hombro con una sonrisa conciliadora.

—¿Tú hiciste lo mismo? —murmuró el hombre con una mirada afligida, sin quitar la vista del joven.

—Siempre. —Y ambos se arrodillaron contra el muchacho para abrazarle.

—Papá... Si estás ahí... Quédate conmigo —sollozó el más pequeño de los tres, para poco después dormirse profundamente.

—Estoy contigo —le susurró el adulto con expresión de dolor—, estaremos contigo.

Conforme el sol fue alzándose, los hombres se fueron volviendo más transparentes, y el joven volvió a quedarse solo, protegido de los rayos del sol por la sombra de la imponente chimenea.

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