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Coso sin título 1

Edificios en llamas, gritos de terror y miedo, disparos cruzando por el aire, gente corriendo por las calles, excepto una pequeña familia de tres integrantes. El padre los guió hasta que estuvieron apartados, en un callejón lleno de cuerpos ensangrentados.

—Tiene que estar por aquí —murmuraba desesperado, buscando algo en la pared con nerviosismo.

—Ben, ¿estás seguro de que este es el lugar? —Le preguntó con calma, pero abrazando con fuerza a su bebé—. Puede que Mai se haya equivocado, o nos haya dado las indicaciones equivocadas...

El hombre negó con la cabeza convencido y siguió buscando. Su mujer lo miró con tristeza, pero no se movió, ya que un objeto metálico se apoyaba en su nuca.

—No te muevas, bruja, o arderás en la hoguera como tus antepasados —murmuró una voz rasposa en su oído.

Lentamente, el marido se giró con las manos en alto y miró con odio al señor que amenazaba de muerte a su familia.

—Cuánto tiempo, Mark —dijo con tono frío pero cuidadoso—, un placer volver a verte. —La ironía resaltaba en su tono de voz.

—Igualmente, Ben. —Le respondió la voz rasposa entre las sombras de la noche—. Ya no eres tan valiente como antes, no eres igual cuando los papeles cambian. ¿No me vas a decir nada sobre mi asqueroso aliento? ¿O acaso estás preparando una estrategia para vencerme? Te recuerdo que ya estás viejo y oxidado, no como yo. —Se burló de él con un tono cortante, lleno de rencor.

—En realidad, sí que estaba buscando una estrategia. —Le dio una sonrisa falsa y tensa—. Estaré viejo, pero sigo siendo de mente joven y fresca, mucho mejor que tú en inteligencia.

—No sabes lo que he cambiado en estas décadas, soy mucho mejor, más poderoso, ¡más fuerte!

—Yo también he cambiado, mucho más de lo que piensas, Mark.

Con un rápido movimiento, ambos se pusieron frente a frente, con caras de odio y rencor. La madre cayó al suelo con su bebé en brazos, ambas estaban a salvo, pero todavía quedaba una pelea por presenciar. Poco importaba la edad o la inteligencia en estos momentos, solo necesitaban la suficiente astucia como para vencer al otro. Con una rapidez inimaginable, ambos sacaron sus armas, un revólver calibre 38 deslumbraba entre las sombras, y un cuaderno marrón se hojeaba a la velocidad de la luz. Ben Striner, cogió su cuaderno marrón, y de los dibujos que había, hizo realidad un sable. Su arma desprendía una luz azulada, todo era tan mágico.

—Siempre con los mismos trucos, no serías nada sin ese cuaderno –dijo Mark con un odio inmenso.

—Siguen funcionando, ¿no? ¿Por qué iba a cambiarlo? —contestó Ben con una sonrisa socarrona.

Un disparo, dos, tres, cuatro, todos esquivados por los pelos, pero Ben no perdía su sonrisa.

—Todos saben que las armas de fuego ganan contra las armas blancas —se burló él.

—Y todos saben que un revólver como el tuyo solo tiene seis balas, ya llevas cuatro —refutó el otro con gracia.

—Para algo existen los recambios.

—No tienes dinero para lavarte la boca, lo vas a tener para más balas. Sabes tan bien como yo que esa pistola la robaste antes de llegar. Ni siquiera es seguro que tengas todas las balas.

Sin más que un grito de furia, se abalanzó contra el hablador contrincante que tenía. Con una patada le quitó el sable y, ya desarmado, le puso el revólver en la cabeza.

—Vas a morir, Ben Striner. —Una sonrisa macabra cruzó su cara—. ¡Vas a morir gracias a mí!

Una risa siniestra retumbó en el callejón, la capucha que llevaba se le cayó, mostrando el monstruo que era. Su piel arrugada, grasienta, roja como la sangre seca; sus ojos eran solo pupilas, negras como el carbón; sin un mísero pelo que ocultase su piel; y de cuerpo, piernas y brazos esqueléticos.

—Solo tenías que haber aceptado mi mano, ingrato, así nada de esto sería necesario —murmuró con odio aquel monstruo.

—¿Para convertirme en un monstruo igual de asqueroso que tú? No, gracias, estoy muy bien ahora —responde con burla.

—Búrlate lo que quieras, yo al menos soy inmortal, no como tú apunto de morir en mis manos.

Emily Striner estaba mirando todo desde la esquina, temerosa por el futuro de su marido, pero sabiendo que debía darse prisa y salvar a su niña. Sin hacer ruido, empezó a buscar en la pared con nerviosismo lo mismo que antes buscaba su marido, pero al tropezarse con un cuerpo caído Mark la escuchó.

—¿Es que todavía no lo entienden? —dijo dándose la vuelta, pero apuntando al cuerpo del hombre—Yo os di estas indicaciones. ¡Os estaba esperando! Ahora, ¿por qué no haceros sufrir? —Una sonrisa sádica inundó su asqueroso rostro—. Primero irá la pequeña —murmuró con malicia.

La criatura, sin dejar de apuntar al hombre, hizo levitar su cuaderno marrón hasta él; y luego, lo quemó. La familia estaba perdida, sin ese libro no tenían nada que hacer, de ahí dependía cualquier esperanza de salvación. Con una risa terrorífica, hizo levitar esta vez a la pequeña durmiente.

—¿Qué prefieren los padres? ¿Una niña ahumada? ¿O un plato de sesos para llevar?

El silencio reinaba, o quizás era la tensión la que no les dejaba escuchar, hasta que la pequeña mostró sus grandes ojos como unas amatistas y empezó a reír ajena a su cercana muerte.

—¡¿Qué es esto?! —gritó exaltado Mark—. Sus ojos... —murmuró con odio—. No, imposible, eres solo una niña igual de ingrata que tus padres.

Y sin más preámbulos, le disparó a los ojos sin compasión. Un grito agudo resonó en ese silencio tenso, y Emily Striner cayó al suelo cubierto de sangre, destrozada por el dolor. Pero entonces, una luz morada atravesó su cuerpo, haciendo que levantase la vista, y descubriera que su pequeña Amy estaba flotando viva, con sus ojos únicos mirándola con curiosidad. Con el llanto en la garganta, cogió a su pequeña en brazos, acunándola para que durmiera sin más interrupciones.

—Eres una Occult, mi pequeña —le susurró la madre con cariño antes de que el bebé cayera en un profundo sueño.

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