30/12/2016
Todo estaba bien unos dos días.
Entonces el diablo hizo que ella no pudiera respirar.
Decía que los doctores le hacían sentir dolor, pero era la medicina.
Ella dijo que moriría en navidad y lo cumplió, sufrió una muerte súbita por embolia pulmonar a las 00:01 del 25 de diciembre.
Su cuerpo se encontraba dentro de un ataúd delante de sus ojos, cuando el funeral terminara sería llevada a Irlanda con su familia. No le importaba que se llevaran su cuerpo, era un recipiente vacío... no ella.
Ivelisse oía a los demás cantar una estúpida canción de despedida, pero tenía un nudo en la garganta desde que su madre se fue. No recordaba como respirar, se balanceaba al borde de la marea de un ahogado Aleluya y presionaba a sus pies a mantenerla alzada, pero lo que más deseaba era caer de rodillas.
De repente, como un impulso nacido de la nada la canción empezó a brotar de sus labios con un desesperado llamado.
Su madre se había ido, estaba absolutamente sola. Una huérfana de madre con un agujero en lugar de corazón y la mirada acusadora de una familia quemándole la nuca.
Cerró los ojos dejando ir una parte de su espíritu con la mujer que amaba.
Erin lo miró con culpa y salió por las enormes puertas de madera con Nessa acurrucada contra su abrazo. Tal vez su tía había hablado con ella sobre su último deseo para que no hubiera problemas, cualquiera fuera la explicación él agradecía la calma.
Asher se levantó del banco en que estaba sentado para apartarse mientras las horda de familiares salía.
Al principio de todo este trágico espectáculo había elegido quedarse en las últimas filas de la pequeña iglesia católica donde se realizaba el sepelio de Moira O'Neal y por respeto a la mujer, guardó silencio a pesar de todos los comentarios hirientes que escuchó de la familia dirigidas a la "indeseada hija que abusó de la deteriorada salud de su madre". Ivelisse estaba siendo juzgada por todo el mundo mientras lloraba en silencio junto al ataúd con flores amarillas, la gente a su alrededor exageraba situaciones e inventaba rumores con el único fin de hablar mal de ella.
Una completa mierda que no llegaba a entender.
Buscó a Ivelisse con la mirada y no la encontró.
Confundido, se trasladó hacia el exterior de la iglesia mirando en todas direcciones sin éxito. Las personas subían a autos negros y se marchaban, el escarabajo amarillo seguía estacionado en la calle, pero no había señales de ella en ningún sitio. Fue cuando dio la vuelta al edificio que la halló sentada en las escaleras de la puerta trasera, con el cabello nuevamente largo cayendo en cascada como una seda amarronada, vestida de negro con un abrigo de lana demasiado fino para protegerla de las bajas temperaturas del aun joven invierno y una bufanda de un morado muy profundo que se confundía con el negro bajo la luz incorrecta. Arrancaba los pétalos de una rosa blanca con la mirada ausente, viendo sin ver lo que hacía con las manos temblando por el frío.
Después de tanto tiempo, allí estaba la razón de sus insomnios y la autora de varias páginas de su diario.
Él suspiró afligido por verla de esa manera y su aliento fue un vaho que se convirtió en una estela que marcó su camino hacia ella. En cuanto estuvo a escasos pasos de distancia se quitó el abrigo que traía encima, se agachó delante de la prima de su ex esposa y la cubrió con él. Ivelisse no reaccionó ni al gesto ni a su presencia, Asher le frotó los brazos tratando de calentarla y se aproximó lo suficiente como para que lo sintiera cerca suyo.
—Este es el tercer deseo de tu madre, Ivelisse —murmuró y ella reparó en su persona por primera vez. Aquello dormido en su pecho despertó cuando su mirada café lo interceptó, pero pasó a segundo plano al albergar la inmensidad de su dolor enmarcado en unas ojeras pronunciadas. La rodeó en un abrazo reconfortante lleno de ansiedad y cariño—. Tu madre te ama con cada fibra de su ser, está bien desde donde sea que te ve y sonreirá cuando tu vuelvas a ser feliz, Lissy.
O'Neal se estremeció al oírlo llamarla con el apelativo que Moira utilizaba, le devolvió el abrazo débilmente y sollozó devastada. Acabaron ambos de rodillas sobre el suelo congelado, envueltos en el calor del otro y los destellos de ansia refulgiendo en la desesperanza del desamparo. Él la estrechó con fuerza tratando de transmitirle soporte mientras se desahogaba. Pasaron más de diez minutos en esa posición, tuvo que guiarla para levantarse y la acompañó a su auto, lo aturdía la confianza ciega con que lo seguía recostada contra él; parecía un cuerpo vacío empujado por las corrientes de viento. En este estado se encontraba vulnerable, despojada a merced de cualquier voluntad ajena y le disgustó la idea de dejarla con su familia.
Al llegar al coche lo observó con susceptibilidad e intentó llamar la atención de la mujer en duelo nuevamente.
—¿Quieres que te lleve a casa? No pienso que estés en condiciones de conducir.
—No —susurró ella.
Asher tembló al escuchar su voz.
—¿No?
—No quiero que ellos me digan que es mi culpa.
Le dolía aquella confesión, pero concordaba con mantenerla lejos de la jauría de lobos que era su familia en este momento. Indeciso, cuestionó:
—¿Quieres quedarte en mi casa hasta que ellos se vayan?
Ivelisse se limitó a asentir.
Asher la situó en el asiento del copiloto e inclusive le puso el cinturón de seguridad, rápidamente tomó lugar al volante para empezar a conducir rumbo a su casa. El trayecto fue una secuencia caracterizada por el mutismo, la mujer se resignaba a ver por la ventana y él a verla a ella cuando paraba en un semáforo. Al llegar a su vecindario decidió acceder por una calle distinta con tal de impedir que los miembros de la familia irlandesa vieran el vehículo —imposible de ignorar por su color—, y la crucificaran aún más por ese hecho.
Ya era malo que ella no se presentara en la casa después del funeral.
Ingresó al estacionamiento delante de su garaje y apagó el motor, la llevó al interior de la casa con paso lento, ya que parecía estar por desmayarse. La dejó en la sala y le preparó un chocolate caliente, se mantuvo a su lado en todo momento sin pronunciar palabras; esperando que ella tomara la iniciativa de hablar. Más tarde en la noche después de la cena, notó que cabeceaba —probablemente había pasado la semana en vela—, así que se acuclilló frente al sofá donde reposaba y preguntó:
—¿Quieres que te lleve a casa? —Ni siquiera había terminado de preguntar que atestiguó el pánico en sus iris apagadas. Tragó saliva por la propuesta que estaba dispuesto a hacer—¿Quieres pasar la noche aquí, Ivelisse?
O'Neal se hizo más pequeña.
—Por favor... —susurró con voz rasposa.
—Tranquila, ven conmigo.
La cogió de la mano y la guió a su habitación, aunque los dos sabían cómo llegar sin ayuda.
Al entrar sintió algo de vergüenza porque hacía dos días que no limpiaba una mancha de jugo de uva en su alfombra, la vio analizar el cuarto y cierto nerviosismo le cosquilleó la nuca. La habitación constaba de un estilo simple: paredes azules con tres cuadros familiares, la cama con sábanas y colchas grises, un armario empotrado a la pared este y de cara a la puerta una ventana con largas cortinas translúcidas.
Sacudió la cabeza para centrarse, la ayudó a quitarse el abrigo que le prestó y el de lana, le ofreció una de sus viejas pijamas porque eran más pequeñas que las que usaba ahora y luego de un rato en el cuarto de baño, Ivelisse regresó con una pijama a cuadros roja. Asher supo que era hora de marcharse, dormiría en el estudio esa noche, tenía un sofá-cama bastante cómodo de todos modos.
—Buenas noches, si necesitas algo estaré en el estudio —avisó yendo hacia la puerta.
Sin embargo, ella lo interceptó y le sujetó la mano.
—Sé que es egoísta, pero... ¿Te quedarías un poco más? —pidió con voz trémula.
Él sufrió un minuto al enfrentarse a semejante proposición, temía perder el control y empezar a decir cosas que su corazón callaba. Le aterraba pensar que mientras más tiempo estuvieran el uno con el otro, fuese él quien flaqueara ante la tentación de decirle que... ni siquiera sabía qué con exactitud. Cuando conversaba con ella las palabras que huían de su boca no coordinaban con las de su mente.
—Está bien —dijo prendido en su mirada agridulce.
Como ninguno se movió decidió ser el primero en manejar la situación, se tumbó en la cama con la espalda recostada contra la cabecera y tras una respiración insegura de su parte, la mujer se acostó a su lado —sin romanticismo—, a la distancia prudencial de... de lo que sea que eran en este punto.
—Me alegra verte de nuevo —musitó ella con tranquilidad.
Asher se emocionó por escucharla.
—A mí también me alegra mucho verte.
—Tu casa está igual que siempre. —Le sonrió y él casi murió—. También me gusta que hallas vuelto a tu viejo estilo.
—Le hice un favor a la tierra al regresar a mi antiguo yo, Skye dijo que parecía un Ken de bajo presupuesto. Iba a dejarme la barba, pero me arrepentí.
Logró hacerla reír.
—Sí, te veías muy mal. Algo así como un marciano con peluquín rubio.
—¿Un marciano con peluquín? Diablos, eso es otro nivel.
Entonces notó como sus ojos café brillaron con esperanza.
—¿Piensas que es tonto pensar que ella está... eh, en el cielo?
—No, está bien creer eso —contestó él arropándola mejor.
—Necesito saber que está bien, que podré verla... que...
Ivelisse dejó de sonreír y adoptó una expresión de agobio, volteó el rostro para hundirlo en las sábanas conforme un llanto contenido rompía su garganta. Sus ojos desbordaron de lágrimas saladas que humedecieron sus mejillas, debía seguir llorando para conseguir llenar el agujero vacío en su pecho con todas sus gotas. Saldría del pozo de dolor nadando en su propio llanto. Comenzó a temblar por el pánico y balbuceó:
—Lo lamento... sé que soy molesta... sé que no debería verte, pero... no quería volver a esa casa con todas esas personas. No lo habría soportado... esta vez no habría podido... lo siento tanto, Asher.
Él no lo aguanto y saltó sobre ella de inmediato para abrazarla, cuidando de no aplastarla, percibiendo como los dedos femeninos se aferraban con exasperación a su camisa y tiraban de ella luchando por fundirse con su calor. La abrazó con el alma. De una manera que nunca había abrazado a nadie. Ni a su madre, ni a su hermana y ni siquiera a sus sobrinos. Deseaba protegerla de la crueldad de aquellas personas con quienes compartía lazos de sangre, del mundo y su egoísmo.
—No te disculpes, estoy aquí para ti. No voy a irme nunca. Estaré para ti siempre.
—Ella murió... mi mamá murió...
—Lo sé, tranquila. Estoy contigo —aseguró angustiado.
—No quería que se fuera...
—Está bien, déjalo salir.
—Ya no la veré jamás... yo quiero verla una vez, solo una vez...
—Shhh... respira. Ella te ama y estará contigo toda la vida.
Quería consolarla, deseaba consentirla y curar esa herida palpitante que la ensombrecía. Pero ella estaba fría y él se rompió al compartir su dolor. Se sintió el hombre más estúpido del planeta tierra por no saber qué hacer. No quería dejarla nunca, posesivamente soñaba con mantenerla protegida entre sus brazos y aparentar que la mañana no llegaría para llevársela.
Su corazón llamaba al suyo para cubrirlo con sus latidos.
La explicación fue breve e irrebatible... se había enamorado de Ivelisse O'Neal.
Ninguno escribiría en sus diarios esa noche.
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