09/06/2015
Ivelisse besó a Willow, la bebé de Skye en la frente. La niña ya tenía un mes y unas semanas, era muy pequeña y alargada, siempre tenía una manito hecha un puño alrededor de su orejita; su nariz levemente respingada la hacía adorable. Los mezquinos mechones de cabello oscuro en su cabecita en contraste a su piel pálida como su madre, sus pestañas eran largas y abundantes, sus mejillas regordetas eternamente sonrosadas alertaban que tenía calor.
El vestido azul con que la habían vestido la hacía parecer una princesa, un diminuto bulto que dormía con el entrecejo fruncido en sus brazos y pesaba lo mismo que un gatito. La meció a la par que tarareaba una canción, pues no era buena cantante y si llegaba a cantar traumatizaría a la pobrecita. La recostó en su cuna con la diestra de una neurocirujana para evitar que despertara, cumplió la misión y Willow apenas arrugó la nariz por el cambio estratégico, O'Neal suspiró aliviada y se dirigió al interruptor que encendía el ventilador del techo. Salió de la habitación de Skye sin cerrar la puerta, ingresaba a la sala cuando su amiga entró exhausta a la casa con Timothy enfadado por su cita con el médico.
—¿Ya te sientes bien, il mio amore? —
cuestionó al niño con la únicas palabras que sabía en italiano, él saltó rápidamente a abrazarla.
—Me hicieron sentir mal, Ivy — lloriqueó Timmy.
—No, los médicos te curaron. Ellos curan —consoló sobándole la espalda, hojeó a Skye con bolsas negras bajo los ojos.
La pobre se había desesperado cuando su hijo estuvo tres días con fiebre alta y con Clyde en el trabajo haciendo horas extra recurrió a ella en busca de ayuda, la madre de los niños temía enloquecer con los dos pequeños en el hospital cuando se suponía que debía mantener la calma.
Skye se acercó a ellos, Timothy la buscó con sus pequeñas manos y su mamá lo cargó con cariño. Los dos estaban agotados luego de estar todo el día fuera. Ivelisse la alentó a sentarse en el sofá, no pasaron más de diez minutos para que el niño se quedara dormido entre los cojines y el regazo de su madre.
Por su lado, la dama amarilla se levantó y le trajo un vaso de agua helada para que la otra mujer se refrescara, sentadas una al lado de la otra se sonrieron víctimas de la complicidad de los años compartidos.
Sin embargo, la menor de los Davies se veía disgustada y afligida.
—¿Qué ocurre? Timmy va a estar bien, no te preocupes —dijo Ivelisse.
—No es eso... —empezó la hermana de Asher—, tenemos que hablar de algo.
Ella se agitó, esas palabras nunca significaban nada bueno, pero las enfrentó con una sonrisa.
—¿Qué tienes de que decirme?
Su amiga desvió la mirada.
—Vamos a regresar a California.
Al infierno la sonrisa, la noticia no fue agua helada ni un yunque que le cayó sobre la cabeza cuando estaba desprevenida, al contrario, se sintió igual a un golpe de calor extremo como la fiebre que Timothy había tenido y su cuerpo se volvió tan ligero que temía salir flotando independiente a la gravedad. No respondió por un minuto entero —lo que en su interior fue una hora de eternidad pasando en bucle—, y la sala le pareció una fotografía sacada de un sueño debido a las partículas de luz bailando en los rayos del sol que fisgoneaban por las ventanas. Tiró la cabeza hacia atrás con un nudo en la tráquea impidiéndole respirar con normalidad, su amiga iba a irse a otro estado, vaya bofetada.
—Es increíble, estoy segura de que tu madre estará encantada de poder ver a sus nietos más seguido.
—No me mientas en la cara, Ivy. Yo quiero llorar por dejarte, no me digas que estas feliz por mi —escupió Skye con una voz gutural que amenazaba con romperse, se encorvó hacia adelante con arrepentimiento—. Lo pensé mucho, extraño a mi madre y los abuelos de Clyde están en sus últimos años, él quiere que tengan la oportunidad de disfrutar a los niños... nosotros queremos criar a nuestros hijos allí... lo siento, sé que te quedaras sola aquí con la bruja de tu tía, pero... lo lamento mucho.
La miró a los ojos, la fuerza de aquellas piedras azules era un océano de devastación y catástrofe que movió los cimientos de su control, las lágrimas huyeron hacia sus mejillas prófugas del encierro al que las castigaba. Últimamente lloraba mucho. Se abrazaron entre sollozos reviviendo todos los momentos que habían pasado juntas: las salidas, los cumpleaños, las festividades y los golpes que las sacudieron, las risas y los mensajes a medianoche.
—No te disculpes —lloró Ivelisse—. No lo hagas más, no tienes nada porque disculparte.
—Deja de prohibírmelo porque realmente me siento mal por hacer esto —exclamó Skye sorbiendo por la nariz—. Tengo miedo de dejarte sola.
—No voy a morir, aun podemos escribirnos todas las noches y también puedo visitarte en vacaciones. Estaré bien, pero tienes razón, esto se siente igual que comer vidrio... te extrañaré... los extrañaré con toda mi alma.
—También te extrañaré, Ivy. Gracias por ser mi hermana no biológica.
Rieron ahogadas por la tristeza y la felicidad.
En su última y más reciente noche sólo, Asher salió del teatro THE NEW AMSTERDAM embelesado por haber contemplado semejante obra de arte arquitectónica y teatral. El sitio era uno de los edificios más antiguos de Broadway, ubicado entre la 214 Oeste de la calle 42 entre la séptima y la octava avenida en el Distrito de Manhattan, Nueva York a las afueras de Times Square. La fachada al estilo Beaux-Arts era un estrecho trecho que conducía al interior de un teatro ostentoso y recargado, como se esperaba de uno de 1904 que hasta había sido una sala de cine. Más tarde siendo reformado y empezado a utilizarse para representar obras teatrales de Disney.
Mientras cruzaba la avenida pensó en el momento en que ocupó la butaca, en ese instante había sabido que todo el show sería glorioso, sentado en la parte central con una vista perfecta tanto del escenario como de los balcones inmersos en detalles y grabados. Los reflectores lo habían encandilado, el telón subió y la experiencia vibró en todos sus rincones cuando el espectáculo de Aladdin inició. La obra de Disney había sido realizada con una imaginación y creatividad increíbles que te producía una inmersión absoluta, la maquinaria detrás de lo realista que se vio la alfombra mágica lo maravilló. Los llamativos colores de los vestuarios, la escenografía y la actitud que te sumergían en la historia fantástica del ladronzuelo que encuentra una lámpara mágica con un genio en su interior.
Sin embargo, no todo había sido excepcionalmente bueno. Luego del intermedio la música no fue lo que esperaba y la escenografía se volvió pobre, o tal vez él era muy exigente.
Con la noche y los anuncios brillantes sobre su diminuta persona, se integró a la corriente de transeúntes que se desperdigaba por la ciudadela de teatros de todo Broadway. La melodía de su teléfono lo despertó de su estupor y lo sacó para atender a su esposa, nadie más lo llamaba a esta hora de todos modos.
—¡¿Dónde estás?! —gritó ella en su oído.
—Te envié un mensaje, Erin. Tómate un instante para leerlo —respondió sin ganas de discutir.
—No me importa el mensaje, han pasado horas desde que saliste de trabajar ¿Qué tanto puedes entretenerte estando solo en un teatro?
—Aladdin, dura casi tres horas y créeme que lo disfruté —explicó deteniéndose para esperar que un semáforo pasara de verde a rojo.
—¿Me estas tomando el pelo? — exclamó árida—. Eres un malagradecido, yo hago todo por ti y tú siempre te vas por tu cuenta, nunca piensas en mí. Además, volviste a irte al trabajo sin bajar la basura. No trabajo el día entero para llegar y ver la casa hecha un desastre, no soy tu sirvienta.
Suspiró. El semáforo se puso en rojo y cruzó. Aceptaba lo de la basura, se le había pasado el recado de sacarla, pero él aseaba el apartamento todos los días y justamente el día anterior había estado muy cansado para hacerlo. Un día, no un año.
—No digas eso, Erin. Me dijiste que una amiga te invitó a beber y yo quise salir.
—¿No podías esperarme? Estas siendo egoísta, trabajé todo el día y la gente absorbió toda mi energía, lo único que quería era llegar a casa y verte. No estás considerando mis sentimientos, Asher.
No quería pelear cuando estaban así de enojados porque no saldría nada bueno de eso, pero también detestaba la idea de hacerla llorar. Ciertamente, estaba comportándose de manera egoísta al no considerar que ella lo necesitaba.
—Está bien, lo siento mucho. Voy para allá.
Erin hizo una pausa antes de hablar.
—¿De verdad estás sólo?
—Sí.
—Mándame una foto de ti.
Frunció el ceño, está no era la primera vez que desconfiaba de él y le daba dolor de cabeza. Chocó con una persona y está lo insultó, se mordió la lengua para no darse la vuelta y ponerse a discutir con un desconocido. La gran ciudad te cambiaba. Regresó a la llamada, ella seguía vociferando sobre una sospecha de infidelidad, probablemente se había ganado un historial bochornoso al haber tenido un interés en... en su prima. En el fondo sabía que por muy enfadada que estuviera su esposa, no lo hacía para hacerle daño intencionalmente.
—No estoy con nadie, cariño.
—Mándame una foto sino tienes nada que ocultar.
—Vamos... no seas así —se quejó.
—¿Cómo quieres que no desconfíe si te pones así?
—Okey, ya basta. Lo haré —contestó enojado.
—Tranquilízate, eso sonó como si dijeras: paso de ti, ahora mismo déjame en paz. Manda esa foto y cuando llegues hablaremos, porque tú has arruinado mi día.
Le colgó. Asher se llevó el móvil a los labios apretados y refunfuñó con ganas de gritar maldiciones a cualquier inocente en su camino. Había oído que el primer año de matrimonio era el más difícil, tenían toda la razón de eso no le cabía duda alguna, pero si se preguntaba una cosa:
¿Los próximos años serían más felices?
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