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Capítulo 04: Una tonta en otro país

Junio
Los Ángeles, California
Verano


Summer Miller

El taxi empezó a ir más lento en cuanto entramos a un gran barrio privado llamado Bel Air. El hombre se adentró por las sinuosas calles bordeadas por lujosas mansiones y grandes propiedades con una exuberante vegetación. Posiblemente este sea el barrio más costosa de todos Los Ángeles, estaba segura. Aproveché de secarme las lágrimas con la manga de mi chaqueta. No quería que después de tanto tiempo, cuando mi padre me viera, fuese llorando.

Porque sí, era una completa tonta que se encontraba ahora mismo en otro país y lejos de casa, donde realmente pertenecía. No sabía cómo era que Paula me había convencido aún, pero entre las insistencias de mi padre y la ilusión de mi tía, terminé aceptando venir este verano. Sabía perfectamente que iba a arrepentirme de esto luego.

Comenzando porque no quería verle la cara a mi padre y también porque su esposa era una completa desconocida para mí.

El taxi finalmente se detuvo en una enorme casa de doble altura, de paredes blancas con bordeado de piedras y ventanales de cristales grandes y limpios. No pude evitar observar el jardín delantero y las enredaderas de flores en las paredes, junto a los tres coches lujosos que se encontraban parqueados. Este era mi nuevo hogar.

Un hogar lleno de desconocidos.

Porque seamos sinceros, en tres años pueden cambiar muchas cosas. Hace tres años mi madre aún seguía viva. Hace tres años la comunicación con mi padre era buena. Hace tres años medía unos centímetros menos. Hace tres años esta visita no hubiese sido incómoda y triste.

—¿Todo bien? —preguntó el taxista al ver mi indecisión por bajarme y las lágrimas en mis mejillas.

Asentí torpemente e intenté quitarle el seguro a la puerta para bajarme lo antes posible del coche. No había sido lo suficientemente silenciosa al llorar como había pensado. El hombre de mediana edad se bajó del coche y abrió el maletero para bajar mis equipaje que no era más que una maleta grande y una pequeña mochila azul.

Me sobresalté cuando el portón eléctrico de la casa empezó a abrirse, y cuando vi a la persona que venía caminando en mi dirección con una sonrisa en su rostro, el corazón me dio un vuelco. Pude reconocerlo a pesar de estos tres años que tenía sin verlo.

Me esforcé muchísimo por tener el rostro neutro cuando sus ojos se conectaron con los míos y por esbozar una sonrisa, así no tendría que explicar por qué razón tenía los ojos hinchados.

—¡Mi hermosa hija! —murmuró con incredulidad mi padre. Tenía los ojos muy abiertos mientras se acercaba a mí. Podía entenderlo, ya no tenía la misma apariencia de aquella niña de quince años con la que solía convivir.

—Hola, padre —es lo que logré decir antes de que un nudo se formara en mi garganta. Igual no es como si tuviese mucho que decir.

—Has crecido mucho, Summer. Te he echado mucho de menos —confesó y me miró como si esperara a que me arrojara en sus brazos en ese mismo momento en el que se paró en frente de mí, luego de tres largos años.

Sin embargo, estoy aquí porque él mismo me lo ha pedido. Supongo que ha estado recapacitando estos últimos meses. Y si pienso convivir con él todo este verano, debería intentar opacar la hostilidad.

—También te he echado de menos —respondí, bajando ligeramente la mirada al suelo.

Un minuto de silencio vino después de eso. Un minuto que se me estaba haciendo eterno, y aunque buscase cualquier cosa en mi cabeza para decirle y que no fuese tan incómodo momento, no se me ocurría nada.

—No pensé que llegarías tan pronto —confesó mi padre poco tiempo después, intentando sacar conversación.

En realidad, solo traía una maleta no muy grande y un pequeño bolso, estaba segura de que con eso sobreviviría al verano, así que conseguí salir pronto del aeropuerto. Conseguir un taxi y darle la dirección indicada fue rápido. El viaje hasta aquí fue en menos de media hora.

Mi padre le pagó al taxi sin esperar respuesta de mi parte y tomó mi maleta para adentrarse a su casa. Dijo algo que ni siquiera escuché y no pude evitar mi incredulidad. La última vez que visité a mi padre en Sídney vivía en un departamento que se encontraba bien situado, con unas vistas increíbles y se veía excesivamente caro, pero nada se comparaba con esta casa. Cuando entramos al salón, estoy segura que mis ojos se ampliaron más de lo debido.

—Bienvenida a Los Ángeles, Summer. Y bienvenida a casa también —me dijo con una sonrisa bailando en sus labios—. Luego de casarme con Evelyn, decidimos mudarnos a un lugar más amplio, con vistas bonitas y en una zona privada —empieza a contar—. Su hijo aún vivía con nosotros en aquel entonces y creo que fue lo mejor para todos en su momento. Aún lo sigue siendo.

Mi padre me había hablado de aquella mujer con la que se había casado hace dos años múltiple de veces, también mencionó algo sobre aquel hijo que Evelyn tenía. Es mayor que yo por seis años, se llama Dereck, estudia derecho, fue corredor oficial de la Fórmula Uno y decidió mudarse de casa cuando cumplió los veintitrés; eso era todo lo que sabía de él. Tampoco es como si mi padre y yo hablamos mucho en estos tres años que pasaron. La la mayoría de cosas que sabía era porque las había leído por internet.

—Es muy bonita tu casa —murmuré mientras le echaba un vistazo al salón ligeramente decorado, pero lo suficientemente elegante—. Gracias por recibirme.

—No digas tonterías, cariño. Esta también es tu casa —respondió él orgullosamente—, pero aún no te he enseñado nada de la casa. Quizás luego de que te instales en tu habitación y comas algo, quieras bajar y darle un recorrido.

—Oh, eso estaría bien.

Mi padre empezó a caminar y no me quedó de otra más que seguirle.

—He traído todas tus cosas de la vieja habitación del departamento, ¿recuerdas? —asentí y me sentí estúpida porque él no podía verme—. Evelyn me ayudó a organizarte una habitación desde el día que compramos esta casa. Intentamos dejar todo como en la vieja habitación, pero si no te gusta nada ahora, puedes decírmelo. Contrataré a un diseñador de interiores para que la deje tal y como quieres.

¿Acaso mi padre se había vuelto loco? Contratar a un diseñador de interiores era carísimo. No estaba dispuesta a hacerle desparramar ese dinero por un capricho mío. Además, solo estaría aquí hasta que el verano se acabe. Ni un día más pensaba quedarme.

—No te preocupes —aclaré mi garganta incómodamente—. Incluso si tengo que dormir en el salón, por mí está bien. Solo estaré aquí hasta que el verano se acabe.

Y esperaba que se acabara pronto.

—No seas tonta, no te pondría a dormir en el salón. De todas formas, solo debes decírmelo, no tengo problema con eso —murmuró—. Quería decirte también que Evelyn no se encuentra en casa ahora. Salió con unas amigas, dijo que volvería más tarde para recibirte juntos, pero llegaste antes. Igual no es molestia, ella está entusiasmada por conocerte y ¿he hablado de más, cierto? Siento que te estoy agobiando con tanto.

Reí mientras negaba con la cabeza. Ese era el Charles que conocía, el hombre que hablaba hasta por los codos.

—Todo está bien. No te preocupes, Charles.

Él asintió y abrió una puerta. Ni siquiera estaba prestando atención por donde caminaba, simplemente lo veía a él y escuchaba lo que decía. Soy la primera en entrar al lugar por petición de mi padre e inmediatamente me doy cuenta que es la cocina de la casa.

Es preciosa. Las paredes son blancas y en algunas partes es solo cerámica. Estantes blancos con manijas plateadas, un refrigerador inmenso, la isla con taburetes distribuidos a los lados y no pude pasar por alto el jarrón con los girasoles en medio.

—¿Quieres algo en específico de comer? Puedo prepararte algo.

—¿Tú cocinando? —aquello tenía que ser una broma. Mi padre lo que tocaba lo quemaba. Incluso el agua se le secaba.

—Puedo decir orgullosamente que la vida de soltero te obliga a aprender muchas cosas, entre ellas, cocinar. No quería morirme de hambre ni alimentarme solo de comida chatarra.

—Eso es una novedad.

—Por lo general, es Evelyn quien se encarga de la comida y mantener la casa en orden —confiesa—. Pero también puedo hacerlo yo sin ningún problema. Podría cocinarte algo y con ello convencerte de no volver nunca más a Sídney.

—Suerte con eso —respondí—. Y la verdad es que no tengo hambre, compré algo rápido en el aeropuerto antes de salir.

Mi padre asintió, mirándome con curiosidad, como si me hubiesen salido tres cabezas de la nada. Y es la primera vez en tres años que puedo detallarlo con libertad.

Su cabello castaño lleva un rastro de canas, sus ojos marrones son exactamente como los míos. De estatura es quizá unos cuatro centímetros un poco más alto que yo, y su nariz es jodidamente perfilada. Tanto que me da envidia, parece operada. ¿O en realidad lo era? No lo sabía. Habían tantas cosas de Charles Miller que yo no sabía.

—Eres jodidamente igual a él —susurra y arrugo el entrecejo ante tal confesión. ¿Igual a quién?

—¿Disculpa? —musito, porque no he logrado comprender lo que ha dicho.

Charles de inmediato parece darse cuenta de lo que ha dicho. Abre los ojos con amplitud y niega rápidamente, aunque sé que en su confesión hubo algo más que una confusión.

—A ella —corrige—. Eres igual a tu madre.

—Mi madre siempre dijo que yo era igual a ti —y es la pura verdad. Saqué hasta su color exacto de cabello.

—Pero también tienes un parecido muy grande con ella —sonríe ligeramente—. Entonces, ya que no quieres comer algo —empieza a decir, cambiando el tema pronto—. ¿Quieres que te haga un recorrido por la casa?

Asentí, aferrando mis manos a las solapas de la mochila. Charles salió de la cocina conmigo detrás y empezó el tour por su casa. Todo fue rápido, pero se encargó de enseñarme absolutamente cada rincón de la casa para que supiera en dónde está ubicada cada cosa y pudiera familiarizarme.

En la planta baja se encuentra el salón, la cocina, el cuarto de servicio, la sala de videojuegos, el despacho de mi padre y una pequeña biblioteca de Evelyn. Según mi padre, es una fanática de los libros. En la parte de arriba hay una terraza y cinco habitaciones; la de mi padre y su esposa, la del hijo de Evelyn, la mía y dos más de invitados. Mi habitación es la segunda puerta a la izquierda del pasillo. Fuera de casa hay dos piscinas, una cancha inmensa y un jardín hermoso.

Apenas entro a la que será mi habitación en los próximos meses, sonrío inconscientemente. Cada una de las cosas que dejé tres años atrás en el departamento de mi padre se encuentran aquí. Mis libros, el computador, mis osos de peluche. Todo. Absolutamente todo estaba aquí.

No dije nada, simplemente me quedé observando cada una de las cosas que se encontraban en la habitación. Mi padre esperó un poco más por mi, como si estuviese esperando que dijera algo, pero no lo hice. Se dio por vencido unos segundos luego.

—Iré a recostarme un rato en lo que llega Evelyn. Si necesitas cualquier cosa, sabes cuál es mi habitación.

—Lo sé. Gracias, Charles.

—No es nada, Summ —aseguró—. Por cierto, el domingo tendremos una cena. Es una especie de tradición en familia que tenemos junto a Dereck. Me hace ilusión que lo conozcas, es un buen muchacho.

—Seguro que si lo es —respondí, pensando en todo lo que había leído sobre él. Esperaba que no fuese un idiota.

Charles me regaló una sonrisa de boca cerrada.

—Te avisaré cuando Evelyn llegue.

Finalmente me dejó sola para que pudiera desempacar mi maleta y me pusiera cómoda. Agradecí que no mencionara nada de lo ocurrido con mi madre. Con la última persona que deseaba hablar algo así, era con él.

No tardé mucho en guardar mis cosas, no había traído mucho. Dejé mi laptop en el escritorio, mi cepillo de dientes lo metí en el baño de la habitación y me senté en la silla giratoria rosa del tocador con una fotografía entre mis manos.

En ella salimos mi madre, mi padre y yo. La había conservado desde que mi padre se marchó de casa. Estuve un rato mirándola, quizás demasiado. Al final decidí colocarla en una de las mesitas de noche de la cual no pude evitar reírme. Tenía un montón de pegatinas de colores por todos lados.

Me paré y tomé la toalla que había dejado encima de la cama y caminé hasta el cuarto de baño para tomar una ducha. Sentía que estaba cargada de sudor y suciedad en el cuerpo. Cuando estuve a punto de meterme, escuché voces provenientes del pasillo, pero no me detuve. Simplemente abrí la puerta y me encerré ahí. Quería estar sola por unos minutos. Cerré la puerta del baño con pestillo y encendí el agua caliente de la ducha.

Me desnudé y me metí bajo el chorro de agua caliente, tal cual como a mi me gustaba. Primero me mojé un hombro, después metí mi cabeza cuyo cabello estaba más que despeinado por el viaje. De repente, el agua ya estaba mojando mi rostro y el resto de mi cuerpo. Aliviaba lo que sentía en mi interior.

Unos diez minutos luego, cerré el grifo. El agua ya estaba saliendo fría de la regadera. Me sequé con la toalla y me encargué de tirar mi ropa sucia en una canasta fucsia que se encontraba a un lado del lavabo. Tomé fuerte la toalla contra mi pecho y abrí la puerta para salir a la habitación. De inmediato, el aire frío impactó contra mi cuerpo y quise llorar ahí mismo.

No me gustaba nada el frío, siempre sería más de verano.

Escuché que me llamaron por mi nombre un par de veces. Se trataba de mi padre y mientras me vestía rápidamente grité fuerte un «ya voy» para que pudiera escucharme.

Tomé un mono de pijama azul y una camiseta blanca una talla más grande que la mía. Quizás esta no era la vestimenta correcta para conocer a la esposa de mi padre, pero joder, era lo más cómodo y calentito que había encontrado. Peiné mi cabello, dejándolo caer por mi espalda y me coloqué en los pies unas pantuflas que mi madre me había regalado por mi cumpleaños hace dos años.

Cuando ya estuve lista, salí de la habitación. Troné mis dedos, uno por uno en un intento de relajarme.

Miles de preguntas rondaban por mi cabeza. ¿Acaso su esposa iba a odiarme? No lo sabía, y por un momento, me arrepentí de haber venido a esta casa. Convivir con personas nuevas no iba a ser fácil para mí. Necesitaba a Paula aquí, al menos con ella me sentía segura.

Empecé a bajar las escaleras de dos en dos y me dejé llevar por las voces para saber en qué parte de la casa se encontraban. Llegué a la cocina. En cuanto puse un pie en ese lugar, dos pares de ojos se fijaron en mí.

—Summer —mi padre me sonrió. Una pelinegra lo tenía abrazado de la cintura. Tragué grueso al recordar a mi madre haciendo lo mismo unos años atrás—. Ella es Evelyn, mi esposa.

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