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Capítulo 02: La familia perfecta

Summer Miller

Me sentía tan bien aquí. Me sentía bien cuando me montaba en la tabla y simplemente pasaba el rato entre las olas. Este siempre sería mi momento. Me sentía muy yo. Muy como antes. También cuando nos sentamos en una terraza cerca del mar y pedí un una limonada.

Podía sentir la arena por todos mis pies descalzos, la brisa que me azotaba el rostro y hacía que mi cabello se moviera de un lado a otro sin control. Mis ojos entrecerrados por el sol y las gotas de agua salada que me salpicaban del mar. Visualicé a los surfistas dentro del agua desde aquí arriba.

Sin importar qué época del año fuese, en Bondi Beach siempre encontrarás surfistas. Las tablas de surf y Sídney van de la mano. En cualquier momento del año puedes encontrar olas impresionantes para montar y yo amaba con locura hacerlo desde que era una cría. Amaba el simple hecho de estar encima de la tabla de surf, sintiendo mi cuerpo empapado de agua salada. Había olvidado lo que se sentía.

Volver a estar aquí fue liberador y algo duro, doloroso. Fue volver atrás, a ese momento, recordarlo, afrontarlo, dejar de verlo
como algo irreal o lejano, y aceptar que había ocurrido. A mí. A nosotros. Que un día mi padre simplemente desapareció y mi madre murió unos años luego. Que aquellos momentos en el que solo éramos nosotros tres no iban a volver, por mucho que quisiera. Esa era la realidad, mi vida ahora.

—¿Cómo te sientes? —Paula se llevó la cucharilla a la boca y cerró los ojos al probar el pastel de arándanos. Ese era uno de los preferidos de mi padre.

La morena me había convencido de salir de casa esta mañana. Había dicho que un paseo nos vendría bien para despejarnos, que ir a la playa de nuevo y sentir la arena sobre nuestros pies descalzos sería una buena idea. Terminó convenciéndome también para que sacara aquella tabla azul de surf de debajo de mi cama y la llevara conmigo.

—Pensé que sería peor —admití—. Pensé que al estar aquí no iba a aguantar y saldría corriendo, pero ha sido liberador. Estar aquí me da esa tranquilidad que no tuve en mucho tiempo.

—Debes estar orgullosa de ti misma. A pesar de todo lo que has pasado, sigues aquí —Paula estiró su mano por encima de la mesa y cogió la mía, dándole un apretón—. Eres fuerte, Summer. Has superado cosas que los demás ni se imaginan. Pensaste que no lo lograrías, pero mírate, lo conseguiste.

—Cuando miro el mar pienso en mi madre y en lo que hubiésemos hecho si aún estuviese aquí —se me hizo un nudo en la garganta de solo imaginarlo—. Hubiese venido a acompañarme a surfear por la mañana, luego vendríamos a uno de estos puestos a comer o simplemente tomarnos algo y regresaríamos a casa para escuchar música juntas.

—Me hubiese encantado haber compartido más tiempo con ustedes antes. Haberlas visitado y acompañarte a surfear con tu madre, hornear juntas por las tardes y escuchar música por las noches en la terraza.

—Pero ahora solo es una hipótesis de lo que pudo ser.

Hubo silencio. Silencio de su parte y del mío. Simplemente me centré en terminarme la limonada y en la sensación de la arena por todos mis pies. El sonido de las olas siempre sería mi preferido.

—Seguro que te gustará surfear en Los Ángeles —me tensé con tan solo escucharla—. He oído que es un deporte muy popular por el increíble oleaje que hay. En la mayoría de las playas hay tiendas donde venden y alquilan artículos de surfing, bares en donde solo se reúnen surfistas y discotecas con rollo surferos. También hay...

—Basta —le pedí, casi suplicando con la mirada—. No sigas, Paula. Ya déjalo.

—Solo pienso que es una buena oportunidad para ti.

—¿Buena oportunidad? —la miré incrédula.

—Sí, Summer. Oportunidad para arreglar las cosas con tu padre, verlo luego de tanto tiempo, conocer un nuevo país, despejarte. Simplemente olvidarte de Sídney por un buen tiempo, de los malos recuerdos y crear unos nuevos —su mirada no se apartó de la mía—. Es una buena oportunidad.

—¿Y ya está? —sonreí con ironía—. Simplemente me voy de Sídney a pasar el verano en otro país con un hombre que para mí no es más que un desconocido, con una mujer que ahora es su esposa y su hijo que seguramente es un pijo insoportable. A una casa que no es la mía y jamás lo será. ¿Pretendes que juguemos ahora a la familia perfecta? —me levanté y apoyé las dos manos en la mesa de madera—. ¿Según tú eso es una buena oportunidad? No sabes qué cojones estás hablando.

Recogí la tabla del suelo y salí de aquella terraza a paso rápido, con un nudo en la garganta. Estos últimos días había estado evadiendo a toda costa a mi padre. Me había llamado un par de veces y enviado unos cuantos mensajes, pero nunca contesté.

No estaba entendiendo por qué ahora él tenía ese interés por querer recuperar el tiempo perdido. ¿Quizás era porque sentía lástima por mí al saber que mi madre había muerto? Que se joda. No quería su lastima, ni su consuelo. Mucho menos quería recuperar los malditos tres años que ha estado fuera de mi vida. Por mí podría irse a la grandísima mierda.

Ni siquiera me di cuenta que estaba llorando hasta que sentí lágrimas calientes resbalándose por mi cuello. Parpadeé un par de veces para disiparlas y me fijé en el atardecer, en los pájaros y los árboles. Me fijé en todo, intentando distraer mi mente y disfrutar de cada momento.

El camino a casa se hizo rápido. Apenas llegué, abrí la puerta y fui directo a mi habitación. Cerré la puerta a mis espaldas y dejé la tabla a un lado del closet. Fui directo al escritorio, me senté y encendí el laptop. Apenas encendió tecleé el nombre de mi padre y empecé a leer.

Los prodigios de la familia Miller acaparan la mayoría de las revistas y periódicos como The Los Ángeles Time, La Opinión, La Prensa de Los Ángeles; teniendo las primeras planas.

Leí sobre mi padre, su vida como empresario y su cadena de hoteles. Leí sobre su esposa, su fundación y su excelente carrera como abogada; también sobre su hijo. Veinticuatro años, el piloto mas joven en ganar una carrera en la historia de Fórmula Uno, quedando también como el mejor piloto de la temporada hace cinco años. Actualmente estudiante de derecho, está a nada de graduarse con el mejor promedio en una de las mejores universidades.

Cerré el laptop de golpe y sollocé. Lloré con fuerza, con rabia y solté todo lo que tenía acumulado. La incredulidad al ver que a él se le había hecho tan fácil sacarnos de su vida a mi madre y a mi me golpeó con fuerza. Más aún al pensar que el vivía una vida de lujos en otro país, mientras que mi madre se partía el lomo trabajando para poder pagar las cuotas del instituto, sin ayuda de absolutamente nadie mientras que él formaba su nueva familia en Los Ángeles.

Lloré con rabia, con terror, tristeza, decepción. Deseé que nunca se hubiese puesto en contacto con nosotras para pedirme que me fuera con él en verano. Deseé que se volviera a olvidar de mí como lo había hecho cuando se fue a otro maldito país. Pero también deseé que las cosas fueran diferentes, que el nunca se hubiese ido, que nunca me hubiese dejado de querer.

Me levanté de aquella silla de escritorio vieja y me metí al baño para darme una ducha, con la intención de sacarme del cuerpo el agua salada del mar, la arena y tristeza.

No sé exactamente cuánto tiempo estuve en la ducha, pero el agua empezó a hacerse fría, entonces cogí la toalla y salí de baño. Paula aún no había llegado a casa, supuse que se había quedado un rato más en aquella terraza.

Me metí a la habitación y me puse el pijama, deseando haber tenido el autocontrol que tuve todo este tiempo desde que mi padre apareció y no haber leído todos esos artículos de revistas y periódicos. Que le den por culo a él y a su familia perfecta. No lo necesitaba.

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