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Epílogo

12/05/2019

—Tu bebé va a ser enorme —opinó Erin a su hermana.

—No me asustes que ya estoy traumatizada con pensar el parto.

Con casi cinco meses la barriga de Ivelisse parecía estar a punto de explotar, pero la maternidad le daba un brillo especial a su rostro. La luz del sol de verano se filtraba por entre las ramas del árbol, recostadas en su sombra sobre un par de mantas acolchadas las cuatro disfrutaban del día. Por su lado, su hermana tendría una bebé. Y por otro, sí, Enya D'amico dormía en medio de las dos adultas.

Tenerla había revolucionado su vida por completo.

El embarazo había sido tortuoso, su temor de perderla impidió que disfrutara mucho, pero cuando nació... verla por primera vez fue un Big Bang.

La amaba, era en definitiva la niña más hermosa de ese mundo. Su cuerpecito metido en un body rosado aún era pequeño, estiraba sus diminutas manitas como si exigiera caricias y su mamá la consintió recorriendo con su dedo sus rellenas mejillas enrojecidas, su piel era suave, cuando la tocó su boquita rosada amagó con sonreír mientras que su entrecejo se frunció ligeramente y sus pestañas temblaron.

Jules solía decir que era igual a ella, con el cabello rojo, la nariz puntiaguda y los ojos verdes.

Erin le decía que tenía su personalidad manipuladora y charlatana, ya que lloraba y gorgoteaba toda la noche si su papá no la arrullaba aunque fuera una hora.

—Oye, ¿en serio duele tanto? —preguntó su ex prima.

—Oh, sí. Duele como el demonio —dijo antes de pensar.

—¡No me ayudes tanto! —bramó la otra sarcásticamente.

—¿Quieres que mienta? Yo casi me desmayé.

—Tal vez me haga una cesárea.

—Buena idea.

Ivelisse se puso una mano en el mentón mientras pensaba, el viento agitó sus rizos amarronados y tuvo que apartarlo a manotazos. Después se acarició el vientre, por un instante su expresión adquirió tanta dureza que la asustó y de repente le soltó:

—¿Te has puesto a pensar que bajo uno de estos árboles o tal vez justo en el que estamos ahora nuestros padres tuvieron sexo? Es perturbador.

Mckenna se atragantó con su saliva y su movimiento despertó a Enya que empezó a gritar todo pulmón, la carita roja y apretujada por el llanto. Erin la cogió en brazos y la acostó boca abajo sobre su propio pecho mientras le daba palmaditas en la espalda, lentamente los gorgojos se fueron aminorando hasta que se quedó dormida de nuevo.

—¿Qué rayos te pasa por la cabeza? —exclamó en un susurro.

—Tú leíste el diario. Sinceramente, no me gustaría estar acostada en el sitio donde ellos fundaron la "fábrica de bebés".

—Dios, era una historia bonita y romántica, pero tenías que abrir la boca ¿Verdad?... Diablos, ahora no puedo dejar de pensarlo.

—Sí, es extraño. No sé cómo era hace setenta años atrás, pero sí hay vecinos en las cercanías... vaya adolescentes nuestros padres. Pero no me quejaré, mira si me concibieron bajo este árbol torcido... que incómodo ¿No había mosquitos en su época?

No pudo evitarlo, rió por la conversación sin sentido.

—A la tía Moira siempre le gustó hacer todo lo que no tenía que hacer —recordó divertida.

—Sí, por eso siempre nos metíamos en problemas.

—¿Te acuerdas lo que decía cuando íbamos al centro comercial?

Ivelisse sonrió rápidamente, cruzaron miradas y dijeron al mismo tiempo:

"Si el guardia me reconoce corran y no miren atrás, niñas".

Se carcajearon lo más bajo que pudieron para no molestar a Enya en su siesta.

—¿Por qué la odiaba el guardia? Ya ni me acuerdo —musitó su hermana.

—Le tiró su malteada cuando la esposa del hombre descubrió que la engañaba, pero lo gracioso fue que ella no conocía a ninguno de los dos. Solo se metió en el pleito porque la mujer le pareció simpática.

—Cierto, no mentiré. Mamá era una buscapleitos.

Se quedaron en silencio, Ivelisse se aproximó lo suficiente como para apoyar su cabeza contra la suya y Erin se sintió estúpidamente feliz; se dieron la mano como hace mucho tiempo.

—Con esta panza olvida que pueda levantarme sola —avisó la embarazada.

—A mí se me durmieron las piernas —balbuceó la pelirroja.

—No te preocupes, para eso están los chicos... si es que no se mataron en el camino.

—Okey, esperemos entonces.

Unos minutos más tarde, acabaron siguiendo el ejemplo de Enya y se durmieron bajo la sombra del árbol torcido.

***

—¿Están dormidas en el campo? —indagó Asher haciéndose sombra sobre los ojos con la mano.

—Sip, lo están —dijo Jules mordiendo su sándwich para luego dejarlo en la charola con los demás. Tragó y sonrió con malicia—. Oye, lindo vestido el de Lissy.

La mortal mirada que el otro hombre le dirigió fue directa a acabar con su vida, D'amico se burló de él y le tendió la jarra de jugo para que lo ayudara a llevar las cosas para el picnic. No era nada habitual su situación familiar, ya que resultaba que su cuñado también era el ex esposo de su actual pareja y que él se había acostado con Ivelisse que ahora estaba con el Sr. Davies.

¿Qué tan conveniente podía ser el mundo? Mucho en realidad.

Al principio la relación entre los dos había sido tensa como un alambre de púas, pero ahora compartían cierta camaradería porque nadie mejor que ellos sabía lo que era amar a una mujer de la familia O' Neal. Además, a Jules difícilmente se le resistía la gente pues tenía la capacidad especial de ser un buen hablador.

—Habla de ella y yo empiezo hablar también —amenazó el estirado hombre de lentes.

—¿Qué podrías decirme que no sepa ya? —indagó provocativo.

Asher le sonrió con falsa simpatía.

—No me tientes, D'amico.

—El que debería tener cuidado eres tú, "Davies".

Ambos alzaron una ceja y se miraron con curiosidad de saber qué dato conocía el otro.

—No digo nada si tu no dices nada —aceptó tendiéndole la mano libre.

—Trato hecho.

Avanzaron entre el laberinto de arbustos llenos de rosas, el perfume se fundía con el aire y hacía que la necesidad biológica de respirar se convirtiera en un placer.

—Oye, quería preguntarte... si no te molesta responder ¿Cómo fue el anillo de bodas de Erin? —Su cuñado ladeó la cabeza con escepticismo—. Veo como me juzgas a través de tus lentes.

—¿Quieres proponerle matrimonio?

—Sí —respondió—. No lo tomes a mal, amigo, pero planeo casarme y envejecer con tu ex por si no lo has notado —bromeó presumido.

En consecuencia, su acompañante rió.

—Me alegra oír eso y si quieres un consejo, nunca le han gustado las piedras. Aunque el suyo tenía una bastante vistosa.

—Wow, me has iluminado —contestó irónicamente.

—¿Qué? ¿Quieres que compre el anillo por ti? Propónselo con alianzas sencillas y ve con ella a comprar el oficial luego... pero no se casen en octubre.

—Oh, cierto —recordó— ¿Ustedes ya tienen todo listo para el gran día?

—La mayoría, aunque Ivy quiere que su vestido lo haga tu futura prometida. Yo me conformo con tenerla a ella, el resto de la ceremonia me es indiferente.

Jules se tocó el corazón y fingió limpiarse una lágrima.

—Me has conmovido, viejo, eso ha sido muy poético.

Asher bufó.

—Ya apresúrate.

Caminaron por el jardín de rosas y más allá del campo hacia el árbol torcido donde las tres hadas dormían. La primera en despertar por su llegada fue Ivelisse quien rogó a su prometido que la ayudara a levantarse para ir al baño, la pareja desapareció mientras se alejaban tomados de la mano y él contempló a su hada de tormenta descansando plácidamente.

Su cabello rojo formaba una mancha que combinaba con el color de su vestido, Enya dormía en el pecho de su mamá aferrada con sus pequeñas manitas a algunos mechones de la mujer que la sujetaba confortablemente. Miró el rostro de Erin, sus labios entreabiertos tentarían a cualquier príncipe y se puso de rodillas a su lado, se reclinó lo suficiente como para que su suave respiración le cosquilleara la boca. Cortó la distancia y se detuvo a centímetros de rozar la delicada piel de sus labios.

—Sé que estás despierta, Hadita. Ya no me engañas.

Ella sonrió y abrió los ojos, sus iris verdes titilaban como esmeraldas bajo la luz del cándido sol; él se había enamorado perdidamente de aquellas piedras preciosas con miles de historias y secretos. Un tesoro que apareció sin que emprendiera ninguna búsqueda, pero que merecía ser tratado como el más bello de los milagros en su vida.

Depositó un beso sobre su apetecible boca y escuchó la queja de Enya, como si les dijera: "Oigan, soy yo la que deberían estar consintiendo".

Besó la frente de su hija y acomodó su cabeza en el hombro de la irlandesa, de modo que estaba acurrucada con las dos sintiendo como la mano de la pelirroja que no sostenía a la niña se hundía en su cabello y jugaba con los mechones cortos. El pecho de Jules se agitaba por los acelerados latidos. Ellas dos, ambas le daban vida, y debía cuidarlas con todo lo que tenía. Una era su corazón y la otra un pedacito de sí mismo, y lo completaban, llenando vacíos que no sabía que podían existir en el alma de una persona.

—Son todo para mí —susurró abrazándolas.

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