Capítulo 6
16/05/2017
Oculta en el cubículo del baño de la agencia de modelos con la ropa para la sesión de fotos, Erin releyó el mensaje de Florentino, se suponía que ayer había tenido su aclamada cita con Meryl. El muchacho prometió escribirle para notificarle como fue todo, pero nunca la contactó para hablar.
《Me rechazó, me tiró su bebida y me llamó idiota》
—Oh, cariño —murmuró apenada.
Deseaba saber que había pasado con él. Era un joven amable y reservado que tenía una carismática actitud cuando entraba en confianza. Ambos habían salido cientos de veces desde que lo conoció, su amistad le daba mucha alegría y creía conocerle bastante. Le respondió con cautela:
《 ¿Quieres hablar de ello? Yo invito el café 》
El chico contestó enseguida.
《No quiero salir, Erin. Me siento patético》
—No, no lo eres —dijo a pesar de que no la viera.
《Vamos, no digas eso. No te presionaré para hablar, solo déjame acompañarte, somos amigos ¿No? 》
Quiso comer sus uñas esperando que le dijera algo, de repente la pantalla cambió y entró una llamada. Era Florentino.
Jules abrió la puerta de su apartamento y guardó silencio mientras procesaba lo que había frente a sus ojos. Su hermano menor estaba sentado en una silla en medio de la sala con una toalla cubriendo su cuerpo mientras que a su espalda, la señorita Mckenna le teñía el cabello. Los dos lo miraron nerviosamente y él cerró la puerta lentamente a la par que entraba con su bolso de trabajo cargado al hombro.
—¿Qué pasa aquí? —indagó confundido.
—¿Te acuerdas de mi cita? —preguntó Tino.
—Sí.
—Fue de mal en peor y me rechazó —contó el chico y la pelirroja detrás suyo asintió para darle relevancia.
D'amico asintió comprendiendo que debía estar deprimido y por eso se hacía un cambio de look para sentirse mejor.
—¿Y por qué en mi apartamento?
Erin frunció el ceño.
—No dijiste que él no lo sabía —reprochó la mujer.
—Okey, no se molesten. No había más opciones, vivo con Pietro y no puedo llevarte allí por obvias razones. Así que vine aquí, me pareció mejor.
Mientras su hermano se explicaba con la pelirroja, él caminó hacia su sofá para dejar su bolso y sentarse un minuto. Observó a la irlandesa en lo que discutía amistosa con el mellizo de Fiorella, vestía un lindo conjunto blanco de pantalones campana con aberturas laterales en las pantorrillas y un saco formal, su blusa roja acababa por encima del ombligo dejando a la vista parte de su pálido abdomen. Sus tacones tenían unos buenos centímetros y le daban una imagen de mujer fatal. Rayos, y él vestido con su ridícula chaqueta de los ochenta.
Se cruzó de brazos concentrado en los zapatos femeninos, le costaba ser testigo de lo bien que se llevaban ellos dos y una cuestión importante le golpeó en la nuca ¿Y si a Tino le gustaba Erin? Si eso ocurría debería apartarse para que su hermano pudiera tener oportunidad con ella, la irlandesa también parecía disfrutar de la compañía del veinteañero. Después de todo, entre él y la mujer no había nada más que un par de pasatiempos. Se llamaban en la noche. Caminaban en el parque. Salían de vez en cuando.
Podrían fácilmente quedar como amigos, sí, eso lo salvaría de futuros malentendidos. Exacto, esa era una extraordinaria solución a la que su cerebro accedía y que su corazón protestaba. Cerró los parpados porque le enfadó verlos reír. Frunció el ceño por estos repentinos celos injustificados y optó por ignorar el sentimiento.
Un chasquido delante de su cara lo despertó, los ojos verde esmeralda de aquella hada lo interceptaron muy de cerca y tragó saliva.
—Hola —murmuró.
—Hola, cariño. Te he estado hablando ¿A dónde has ido? —interrogó ella con las cejas alzadas.
Jules se mordió la lengua.
—Perdón, me he ido a las nubes ¿Qué pasa?
—Te preguntaba si querías que te cortara el cabello —remarcó la dama abriendo y cerrando las tijeras.
Tuvo un vacío mental. No tocaba su pelo desde hacía años, iba que decir que no amablemente y de su boca salió:
—Claro.
Tan pronto como lo dijo estaba sentado en la silla donde Tino se había sentado, sintiendo las manos de Erin tocarlo, el peine y el corte de la tijera. La mujer se movía como una profesional, posicionaba su cabeza en el ángulo correcto y se enfadaba cuando la desobedecía. Jules concilió seriamente en que se estaba cortando el cabello después de siglos solo cuando vio los mechones en el suelo.
Oh, diablos. En serio lo estoy haciendo, pensó agrio.
La señorita Mckenna le levantó el mentón como si hubiera capturado su pensamiento. En el instante en que su penetrante mirada enfrentó la suya, no podría haberle dicho ni a un alma si lo que acababa de pensar había quedado en su mente o si él había sido tan idiota como como para hablar en voz alta. La mano femenina en su barbilla quemaba como nada lo haría, tal vez era la culpa de los celos torciendo las sensaciones.
—No te preocupes, te dejaré hecho un galán. Te lo prometo.
—¿Me lo prometes, Hada? —preguntó con más intensidad de la que debería.
Ella bajó hacía su rostro.
—Tenemos una cita pendiente ¿O no?
Y luego guiñó.
Esto no podía ser real; era verdaderamente... hipnotizante porque era mortalmente segura y hermosa. Podía hacerle un corte estilo mohawk y él estaría tan feliz como un niño en navidad. Vaya patético era, cedía a ese poder e imprevisibilidad femenina todo envuelto en... bien, un traje blanco que le iba como un guante. Maldita sea, tenía lunares o pecas en los labios, no sabía cuál de los dos, solo contemplaba que no podía moverse cuando los miraba.
Si no fuera porque Erin volvió a su trabajo, él se habría desesperado por irse de allí antes de hacer una locura de la cual arrepentirse después. Al cabo de quince minutos, Tino regresó con su nueva imagen de chico rubio y se le cayó la boca al piso al verlo cortándose el pelo. Terminaron rápidamente o por lo menos a él se le hizo muy pronto, en cuanto le quitaron la toalla de encima fue directo al baño para verse en el espejo y se le filtró el aire de los pulmones por el shock de encontrarse en su reflejo a alguien tan... tan familiar.
Como el Jules de hace una década atrás, cuando era joven e impertinente. Sonrió, la sensación de tener el cabello corto era extraña, pero el resultado deslumbrante.
El hada y su hermano se asomaron por la puerta del baño. Jules no logró resistirse, avanzó hacia la mujer y le sujetó las manos en un enternecedor apretón.
—Gracias —dijo con la garganta seca.
—De nada —susurró ella.
Pidieron comida luego porque lo único que tenía en el refrigerador era para microondas, discutieron un rato por su mala alimentación y la afamada Mckenna se enfureció por completo. Tino no hizo más que sumar leña al fuego siguiéndole el juego a Erin y burlándose como un maniaco del regaño que le dio la mujer pelirroja. A eso de las diez de la noche, ella se marchó y Jules le propuso a su hermano quedarse a pasar la noche.
Mientras el muchacho acomodaba las mantas y almohadas en el sofá, se le aproximó para hablar sobre el asunto de Meryl, ya que no le había comentado mucho al respecto.
—¿Qué pasó en la cita, hermano?
Tino se mantuvo en silencio hasta que se acostó y cruzó los brazos tras su cabeza con la mirada prendida al techo.
—Todo iba bien o eso creí, le confesé que me gustaría salir con ella más seguido y no como amigos. Ni siquiera sé cómo empezamos a discutir. Le dije que ya no quería verla nunca en mi vida, Meryl se enojó y me arrojó su bebida. Se marchó hecha una furia después, ojalá le vaya bien.
—¿Cómo estás?
—Mejor ahora, ayer estaba destruido. Me gustó mucho tiempo, pero tal vez es mi destino... lo mío no es el amor.
—No digas eso.
—¿Por qué no?
—Ya encontrarás a alguien, eres un chico increíble y lo sabes.
—No tengo quince, ya no tienes que consolarme como un niño a quien le rompieron el corazón por primera vez.
Con pesar, se sentó en el suelo a su lado y le revolvió el cabello.
—Está bien, Tino. No te miento cuando digo que encontraras a alguien.
—¿Y si me equivoco otra vez?
—Bueno, si te equivocas solo hazlo. No te niegues a amar, puede que no tengas el final feliz que querías... pero así no dejarás una historia con páginas en blanco.
Lo escuchó intentar camuflar que lloraba, colocó su mano en su cabeza nuevamente y lo consoló.
—Gracias —susurró el chico.
—Ya duerme, niño.
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