Capítulo 34
14/05/2018
Los cementerios deberían ser tristes y deprimentes, pero en el que estaba enterrada la familia O' Neal poseía cierta belleza. La imponente fachada de la iglesia victoriana era una de las maravillas del mundo, no se notaba que era una ruina de hace medio siglo. La pintoresca mañana arrullaba su cuerpo y la brisa le revolvía el cabello. Erin cerró la gabardina que traía puesta y se aseguró de cubrirse la barriga, no acostumbraba a vestir de negro, pero siendo un cementerio le pareció apropiado. Revisó el ramo de rododendros azules y jugó con la sedosidad de sus pétalos.
Al mirar al frente le llamó la atención un auto estacionado, se tropezó por el shock y se enderezó veloz. Sentado en el asiento del conductor estaba Asher Davies, su ex esposo y si él se encontraba allí quería decir que... corrió alrededor de la iglesia en dirección al cementerio. Atravesó una puerta enrejada e incluso de lejos distinguió la silueta de su prima, Ivelisse. Su hermana de corazón. Su compañera de aventuras.
—Lissy... —murmuró.
Avanzó con la vista fija en la mujer con vestido amarillo y cabello castaño, la amargaron los recuerdos mientras pasaba de las tumbas cubiertas de musgo y cruces de mármol torcidas; esculturas de ángeles juzgaban sus acciones. Era una mañana con mucha humedad así que llevaba una coleta alta que se agitaba con la brisa helada que arremetía el páramo de lápidas. Una llovizna muy ligera descendía como una nube.
De repente, Ivelisse la miró y sus amarronados iris la hicieron ahogarse, Erin desvió la mirada porque no podía lidiar con el peso de la culpa. Forzó a su rostro a no demostrar emociones pues lloraría de un segundo a otro, con un nudo en la garganta se colocó a su lado y dejó un ramo en la tumba de su madre. También depósito el otro ramo en la lápida de su tía Moira junto a las rosas amarillas y al girasol que se prima había traído. Luego se enderezó y se quedó quieta. Las dos se quedaron en silencio con la vista fija en las tumbas de sus madres.
La pelirroja mordió su lengua. No sabía por dónde empezar, había tanto por lo que disculparse y miles de cosas de las cuales hablar.
—Eres la primera persona que conozco que va a un cementerio vestida de amarillo —señaló con ansiedad.
¿Cómo rompías el hielo en una situación así?
No podía simplemente decir: "Oye, fui una perra contigo los últimos veinte años y dejé que mi madre descargará su furia contigo, pero ¿me perdonas?"
—No vine a un funeral así que me pareció apropiado —respondió Ivelisse nerviosa.
—Te ves bien.
—Tú también.
—No sabía que estabas en Adare —comentó Erin.
—Yo tampoco, es bueno verte.
—¿El que está en el auto delante de la iglesia es Asher?
Podía jurar que sí lo era, reconocería ese pelo negro despeinado y aquellos ojos azules ocultos tras un par de gafas. Pálido, en extremo, y con una mandíbula extraña, era cuadrada y a la vez partida. Ese en el coche indudablemente había sido su ex marido.
—Sí, es él. Le dije que esperara, quería estar sola un minuto —dijo su prima al borde del colapso.
—Ya veo.
Dios, que fuera lo que pensaba.
—Ahora estamos juntos —reveló la otra mujer temerosa.
Gritó y rió mentalmente, realmente agradeció al planeta que ellos estuvieran juntos.
—Lo imaginé —soltó reprimiendo una sonrisa.
Se extendió un cómodo silencio, como si las dos se adaptaran a esa confesión. Se llevó una mano al vientre dándose valor y dijo:.
—Voy a tener un bebé.
Contempló con diversión la pasmada expresión de la chica amarilla, de haberle dicho que la luna era de queso no estaría más desconcertada. Entendía su confusión. Ella nunca fue alguien que presumiera deseos de ser madre, de hecho demostró todo lo contrario.
—¡Dios, felicidades! De verdad me alegro por ti, es increíble... —exclamó Ivelisse con una sonrisa sincera volteándose a verla—. Eh... ¿Y quién es el papá?
Erin también sonrió débilmente.
—Es un dentista de Virginia que vino conmigo, vivo aquí desde que mamá murió y lo conocí cuando accidentalmente choqué su auto. Arranqué uno de los espejos. Luego de eso, todo fue muy inesperado y rápido. Es un hombre increíble. No había conocido a nadie así.
La descolocó otra vez, conocía bien la cara que ponía cuando su mente quedaba en blanco.
—Eso es una sorpresa. Estoy muy feliz por ti.
—Gracias.
—Es un cambio enorme, no digo que sea malo. Solo es que me impresionó.
Necesitaba abrazarla. Necesitaba contarle lo infeliz que había sido al lastimarla. Necesitaba pedir perdón.
—Sí, sé que resulta extraño en mí, pero... pensé mucho en mi vida luego del divorcio y cuando mamá te sacó de la casa. —Respirar se convirtió en una tortura—. Creo que cuando fallas tan contundentemente, te das cuenta de lo que hacías mal. Me di cuenta de que me rodeaba de mucha gente superficial y de que yo también lo era, me sentí sola. Por primera vez, no importó lo que hiciera el sentimiento no se marchaba... me di cuenta de la terrible persona que era. No era feliz conmigo misma. Hablé con mucha gente para tratar de... cambiar y de alguna manera fue más liberador mudarme a la tierra de mis padres, abrir una pequeña boutique y empezar de "0" que hacer otra cosa. No te mentiré, te odié mucho cuando supe que estabas enamorada de Asher y me llevó un poco de tiempo dejar de hacerlo.
—¿Ya no lo haces? —cuestionó y su incredulidad le dolió.
Giró el rostro en su dirección avergonzada por sus actos.
—Maldita sea ¿Cómo podría? Después de todo lo que pasó —farfulló molesta con su yo del pasado.
—Okey, tranquila.
Sin embargo, Erin estaba lejos de tranquilizarse, después de tantos años guardando silencio, el cofre de miedos y secretos de su corazón había explotado.
—¿Te acuerdas del día que te lastimó por primera vez? El día que mamá te golpeó con la lámpara.
Ivelisse se paralizó por el escalofrío que le generó el recuerdo, lo supo porque ella sufrió lo mismo.
—Sí —balbuceó su prima.
—Esa vez quemé la alfombra mientras jugaba con un encendedor y le dijiste a mi mamá que fuiste tú, te echaste la culpa por mí y te lastimó por mi ridículo juego —recalcó con voz estrangulada—. En ese momento fuiste mi heroína, verdaderamente me sentí una estúpida por no hacer nada para ayudarte, pero tenía miedo. Éramos tan felices juntas. Eras mi hermana y yo lo arruiné, como un tumor que crece lento, comencé a escuchar todo lo que mi madre decía, todo giraba en torno a ti. Cuando hacías algo, yo debía hacerlo mejor y en muchas ocasiones no importó cuánto lo intentara porque eras mejor en eso. Y me llené de celos. Entonces mamá empezó a decir que tenías la culpa de todo y yo... yo tampoco lo negué, de alguna forma empecé a creer que era verdad. Fue más fácil odiarte que intentar ayudarte. Las cosas se torcieron tanto. Olvidé el límite entre quién eras y lo que mi madre repetía que eras.
—Erin...
—Es la verdad, fue más sencillo pretender que la culpa era de todo el mundo excepto mía. No podía lidiar con ella y... lo siento —bramó llorando—. Yo nunca pude retribuirte nada, nunca te ayudé en nada y para colmo permití que mi madre te hiriera cuanto quiso. Lo lamento muchísimo. Te lo juro.
La mujer de vestido amarillo la cogió del hombro para obligarla mirarla, la irlandesa torció los labios por lo pequeña que se sintió al enfrentarse a los ojos de chocolate de su prima porque distinguió en ellos un amor que no merecía. Ivelisse la estrechó con fuerza y Erin correspondió el gesto con afecto, un sentimiento familiar se introdujo en su cabeza. Había sentido este incondicional cariño cuando eran solo dos niñas tomadas de la mano fuera de un granero mientras compartían un trozo de pan, cuando cantaban con sus padres, durmiendo juntas noche a noche, diciéndole que no dolía cuando Nessa la golpeaba, trepando los árboles y siendo cargadas por su papá mientras recorrían el camino a un lado del río. Palpaba con los dedos lo que los celos y el rencor injustificado le arrebataron mucho tiempo.
—Tranquila, ya no llores —murmuró su prima.
—Lo siento Ivelisse, te lastimé mucho. Sé que mi madre era una terrible persona, pero la amaba y no... nunca tuve le coraje de defenderte. Soy igual que ella y no quiero serlo. Perdón.
—Hey, está bien. No eres como Nessa, deja de decir eso.
—Sé que Asher te ama y tú lo amas, está bien. Él te ha querido desde el principio. Quiero que seas feliz, los dos deben ser felices.
La oyó respirar profundamente y la aferró con firmeza. Sí, quería que encontrara el amor así como ella lo hizo.
—Todos debemos ser felices. Dios mío, no sabes lo que significa esto para mí.
—No, tú no sabes lo que esto en realidad significa para mí y... hay tanto que quiero decirte. Cosas por las que debo disculparme y de las que debo retractarme —exclamó llorando.
—Ya no más disculpas ¿Bien? Ya te disculpaste suficiente.
La irlandesa se apartó y ambas juntaron sus frentes, sus alientos chocando a la par que sus corazones clamaban por reunirse y ser familia de nuevo.
—No voy a pedirte que seamos como hermanas de la noche a la mañana, pero si quisieras venir a visitarme algunas veces... conocer a mi hijo cuando nazca, me haría la mujer más feliz del mundo. Lo último que quiero es incomodarte y si te molesta puedes decírmelo...
—Ya cálmate, lo haremos lento. Necesitamos tiempo. Solo tú y yo. Nadie más —contestó Ivelisse—. Además, claro que quiero conocer a mi sobrino.
Erin rió, una etapa se cerraba y otra empezaba. Una herida cicatrizaba, ya no sangraba.
—Sí, solo nosotras. Lo siento, debería haber hecho esto mucho antes.
—No podemos vivir pensando en que hubiéramos hecho diferente, sino en lo que hagamos hoy.
—Siempre me irritaron tus frases inspiradoras, pero la necesitaba. Te extrañé, Lissy.
Observó las flores en la tumba de Moira y pensó que si las viera estaría sonriendo orgullosa.
Jules saludó a Brendan, el prometido de Fiona, y esperó en sala de la casa mientras el hombre iba por la cuna que le había pertenecido a su hija mayor, pero ahora sería para su bebé. Ansiaba ver la cara de Erin cuando le enseñara el cuarto terminado. Se frotó los ojos cansado, había trabajado todo el día y ya quería ir a su casa, no obstante tenía que ser buen padre para acabar el cuarto de su niña. Sonrió inconsciente, él también había empezado a mentalizar que tendrían una hadita y sería una conmoción si resultara ser niño. Bueno, le amaría de cualquier manera.
Llamó a Erin por onceava ocasión en el día y no contestó, ya debía de haber cerrado la boutique. Tendría que estar en la casa, seguro no atendía el teléfono por estar preparando la cena para los tres. Sin embargo, la picadura detrás de su nuca continuaba molestándolo como si se tratara de la picadura de un insecto y la llamó varias veces. Finalmente, ella le envió un mensaje.
《No te preocupes, bombón. Estoy preparando tu cena》
Me siento incómodo, pensó tenso moviendo los hombros en círculos.
¿Desde cuándo le decía "bombón"? No le contestaba en todo el día y cuando lo hacía sonaba extraña.
El uniforme de hospital le daba calor, en cuanto llegara a casa se tomaría un baño y... rayos, tenía una presión en el pecho que lo había acompañado el día entero. Fiorella le diría "tienes un presentimiento, tu voz interior quiere hablar contigo". Fiona llegó del trabajo y lo recibió con una tímida sonrisa para luego ofrecerse a prepararle algo de beber en lo que Brendan buscaba la cuna.
D'amico aceptó el ofrecimiento.
—¿Estas bien, Jules? —cuestionó Fiona—. No te ves bien, te ves alterado.
—Tranquila, estoy hecho polvo por el trabajo. ¿Tú cómo estás?
—Bien, pero tú no pareces estar solo cansado. Digo, estas moviéndote de un lado a otro.
Fue allí donde Jules se dio cuenta de que había estado meciéndose en su lugar mientras se crujía los dedos. Avergonzado se congeló por un instante y sonrió humillado por su reacción exagerada, la prima de su pareja se burló de él mientras lo alentaba a seguirla a la cocina para invitarle una bebida.
—¡Oh! ¿Erin se sintió mal hoy?
Él frenó de golpe.
—¿Por qué?
Fiona lo observó por encima de su hombro con el ceño fruncido.
—Hoy no abrió la boutique y no contestó mis llamadas.
—¿Qué?
Sus palabras lo asfixiaron y el piso se tambaleó a sus pies. En ese momento se quedó frío, absolutamente frío, había cosas de Erin Mckenna que odiaba tremendamente; que pasara el día entero conectada al teléfono y que no cerrara su boutique ni aunque le arrancaran las extremidades. Colapsó, todos sus signos vitales se detuvieron... latidos del corazón, presión arterial, todo se fue a la mierda. Esto quería decir que algo le había ocurrido entre su visita al cementerio y el viaje a la boutique. Los músculos de su cuerpo tiraron como sogas extendidas al límite de romperse.
La mujer rubia se asustó por su imagen y dio un paso hacia él, Brendan apareció con la cuna y también los miró atónito.
—Fiona, necesito que me lleves a casa ahora —pronunció helado.
—¿Qué pasa?
—Cuando la dejé esta mañana iba a ir al cementerio a dejarle flores a su tía y luego iría a abrir la tienda... no me ha contestado en todo el día... a nadie.
La joven Mckenna palideció y se sujetó el cuello como si supiera algo que él no, lo próximo que dijo activó todas las alarmas para llevarlo al infierno.
—¡Brendan, trae la escopeta y sube al auto!
Erin sudaba mientras dormía, abrió los párpados lentamente y se encontró con su habitación, desorientada se removió contra el colchón hasta que unos brazos le rodearon la cintura y un cuerpo se pegó a su espalda. La invadió la tranquilidad, se acurrucó mejor contra el agarre de Jules y sonrió cuando la mano del hombre subió por su abdomen hacia sus senos, metiéndose entre los pliegues de la gabardina y su blusa la acarició directamente. Ella cerró los ojos, no estaba de humor para hacer el amor, le dolía el cuerpo así que cogió la muñeca de D'amico y la llevó a su estómago para que captara la indirecta.
Pero en lugar de ello, la mano intentó descender hacia el espacio entre sus piernas y enfadada le dio un manotazo.
—¡No! ¿Qué te pasa? —farfulló somnolienta.
Y allí en ese maldito segundo su cerebro padeció una descarga, después de encontrarse con Ivelisse en el cementerio había caminado a su tienda... pero en el trayecto una camioneta estacionó detrás de ella y... Oh, no.
—Es mejor cuando estás despierta —susurró Derek a su oído.
Jadeó paralizándose una milésima de segundo. Luego dio un cabezazo hacia atrás dándole en la nariz, escuchó el crujido de está rompiéndose y el quejido del hombre; no aguardó ni a respirar, saltó de la cama y corrió, moviéndose rápido por el pasillo hacia las escaleras. No tropezó, no flaqueó aunque tenía tacones. Corrió veloz y segura de que saldría si alcanzaba la puerta, se aterrorizó al llegar y encontrar el portal de la entrada bloqueado. Un silbido, miró la cima de las escaleras. Derek —teñido de castaño—, giraba las llaves en su dedo y se relamía los labios deleitándose en su pánico.
—¿Vas a alguna parte, Erin? Vamos, vuelve a la cama conmigo. Será solo una vez y prometo ser cuidadoso. No quiero hacerle daño al bebé.
¡¿Cómo sabía que estaba embarazada?! Su pecho subía y bajaba por microsegundo, si seguía así entraría en hiperventilación.
—¿Por qué mierda estás aquí? —cuestionó llena de odio—. Me fui del maldito país y me seguiste ¿Por qué no me dejas en paz?
Derek frunció el ceño como si le molestara que no lo entendiera, dejó de girar las llaves y las apretó en un puño.
—Yo te amo —dijo mortalmente sereno—, y los que amamos no olvidamos de un día para otro.
No le digas que es un psicópata de mierda. No le digas que es un psicópata de mierda. No le digas que es un psicópata de mierda, se repitió mentalmente. No obstante, en momentos extremos la región del sentido común en su cerebro se fundía.
—Eres un psicópata de mierda —exclamó descarnada.
—Tu novio hizo lo mismo, pero con él no eres una perra histérica...
Derek continuó quejándose, aunque ya no lo escuchaba. Un plan, necesitaba un plan. Tenía tres posibilidades: la puerta trasera seguramente también estaba bloqueada; en la sala había ventanas con cristales reforzados por su estúpida y lógica idea de que nadie irrumpiera en su casa. Sus ojos viajaron a la cocina, allí había un vitral antiguo que podría romper de una patada, después de eso tendría que rogar por llegar a casa de algún vecino —los cuales vivían a diez minutos ya que estaban en una zona rural—, se encerraría allí y llamaría a la policía. Sí Dios existía, para cuando él acabara de bajar la escalera, ella ya habría roto el vitral y estaría corriendo por su vida.
Una columna de sudor se deslizó por su espalda. Fácil: vitral, carrera, vecino y policía.
Sí, llamaría a la policía y estarían bien. Ella y su bebé estarían bien.
Respiró y salió disparada a la cocina, Derek saltó escaleras abajo y estaba pisándole los talones antes de lo esperado. Podía oír el ruido de sus pasos y el roce de su ropa tras su espalda; pero tenía esperanzas de lograrlo. Con los ojos fijos en las alegres luces de la cocina, obligó a sus músculos a desarrollar más velocidad. Algo estalló, no supo qué diablos fue... sintió la primera punzada de dolor en el muslo y la segunda en el hombro, a través de la gabardina.
—¡Mira lo que me hiciste hacer! —bramó él como un animal.
—¡Muérete, hijo de puta!
Gritó, las piernas le flaquearon y los pies se le convirtieron en insoportables pesos mientras un líquido humedecía su piel. De repente, la distancia le pareció mayor y tan solo consistía en unos centímetros, su ritmo cardíaco aumentó hasta el infinito. No se detuvo. Jamás lo haría. Al llegar a la cocina se tambaleaba. Cogió la tostadora con las manos temblorosas, ahora torpes como la coordinación de sus piernas.
El sonido de los pasos del hombre era particularmente sordo, como si estuviera sucediendo en algún lugar muy distante. Levantó la tostadora para arrojarla al vitral, pero una mano se cerró sobre su hombro para detenerla y perdió el tostador que se le resbaló de entre los dedos.
—¡No me toques!
El instinto de supervivencia la hizo reaccionar, y lanzó un golpe en la cara del desgraciado con el puño cerrado. Derek quedó momentáneamente aturdido por su inesperada fuerza y luego le devolvió el golpe, enviándola al suelo. Trató de levantarse, pero él la golpeó de nuevo con la palma abierta en la mejilla haciéndole rebotar la cabeza contra el piso y el mundo entró en un insonoro caos.
Usó sus uñas para enterrarlas profundamente en la cara del hombre que gruñó en consecuencia, cuando quiso volver a golpearla le mordió el brazo y pudo quitárselo de encima. Intentó huir, pero él la cogió del cabello. En el violento forcejeo, chocaron contra la encimera y desparramaron los artículos que había sobre esta. Ella atinó a ver un palo de amasar, lo agarró y lo golpeó en la cabeza.
Tuvo un respiro y cayó de rodillas desorientada. Jadeante, se alejó gateando. Su cuerpo sucumbía perdiendo las energías, miró el piso y se encontró manchas de sangre cubriéndolo todo como una alfombra roja. Llegó al vitral y lo golpeó con el palo de amasar, pero Derek la cogió de los tobillos jalándola hacia atrás.
Erin ya no pudo pelear. Literalmente, se estaba durmiendo. Su muslo y su hombro palpitaban en un dolor crepitante. Allí tumbada, estaba al límite de la inconsciencia e incapaz de moverse. Su campo de visión giró cuando le dieron la vuelta. El rostro de Derek apareció ante ella. Cabello castaño con raíces rubias, ojos verdes, un hematoma gigante hinchando la parte del rostro donde lo había golpeado.
—Mira lo que me hiciste hacer —siseó él angustiado—. Te amo y me hiciste lastimarte.
Santo Dios, qué bastardo, musitó su mente a punto de apagarse.
Él lloraba mientras la levantaba del suelo y la acunaba en sus brazos. Un sonido potente y destructivo como un trueno rompió el cadencioso silencio. Pasos acercándose. La silueta de Jules apareció en el umbral de la cocina. Derek se asustó y sacó un arma de algún sitio desconocido, Erin usó sus últimas fuerzas para apartar el cañón que apuntaba al padre de su bebé y el disparo dio en el techo.
Sin embargo, todo se hizo fácil. Sus manos fueron reemplazadas por las de Jules y él sujetó a Derek con una fuerza superior a la suya haciendo que soltara el arma, sintió como alguien más la apartaba con brusquedad y vio que era Fiona.
No sintió absolutamente nada más que desesperación, buscó a Jules y lo halló sentado sobre Derek en una marea irrefrenable de golpes. Enloquecido, visceral y vengativo. Brendan trataba de calmarlo sin conseguirlo. Los gritos de Fiona le rompían los tímpanos. El sonido del puño arremetiendo en un ciclo destructivo no hallaba final. Estiró la mano hacía él e introdujo el mayor aire que pudo en sus pulmones para llorar:
—¡Jules!
Él se detuvo. La miró y corrió hacia ella, la sujetó con una fuerza abismal mientras la cargaba para llevarla a otro sitio. A Erin no le importó donde. Se aferró a su cuello sintiéndose a salvo entre sus brazos, cabeceando por el sueño que la envolvía y creyó que podría descansar ahora que él estaba allí.
Se metieron en el auto, Jules la tenía en su regazo y hablaba. Hablaba mucho. Rezaba por momentos. Ella no entendía que iba mal, pero quería que dejara de llorar así que se quedó despierta porque él se lo pedía a gritos.
Pasaban muchas cosas y su mente saturada no podía reconocer ninguna, excepto la voz de Jules.
—No te duermas, Hada... quédate conmigo... oh, Dios no me la quites... no me la quites, por favor. Quédate conmigo, Hadita... te amo, no me dejes solo... no me dejes...
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