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Capítulo 33

28/04/2018

—Oh, por Dios —exclamó Erin estupefacta.

—¿Te gusta?

Las paredes pintadas de un azul suave y los dibujos de hojas creciendo en la pared como una enredadera con girasoles creciendo a sus pies, las luces habían sido cambiadas por lámparas de papel, los suelos cubiertos por una alfombra rayada; aún no estaba amueblada. A penas tenía una cómoda con algunos osos de peluche sonriendo. Semanas y semanas sin dejarla entrar al cuarto. Jules la miró expectante con una presumida sonrisa de oreja a oreja, ella se giró hacia él con lágrimas frescas en las mejillas enrojecidas y se apresuró a abrazarlo.

Por fin se había deshecho de la tétrica habitación de sus padres, ahora era un paraíso azul y juguetes de niños.

—Es hermoso, cariño —anunció entre risas rodeándole el torso con los brazos. Lo encaró altanera—. Tú no pintaste los dibujos ¿Verdad?

—Tú pregunta ofende, Hada. Yo hice todo solo —dijo con orgullo en su voz.

—Jules, te he visto dibujar. Eres un desastre.

—También soy un padre cabezota y cuando mi hijo me pregunte sobre los deformes dibujos de las paredes quiero poder decirle que los hizo su madre —dijo empedernido. La pelirroja le pellizcó el pecho, él se encorvó aun abrazándola— ¡Auch, eso duele!

—Por querer pasarte de listo y por tratar a nuestra bebé como tonta, cariño.

Jules se rió tontamente para luego darle un beso fugaz en los labios.

—Lo hiciste otra vez —avisó.

—¿Qué hice? —preguntó ella.

—Hablas del bebé como si fuera niña, lo haces desde el primer día ¿Es un presentimiento o algo así?

—Mmnnn...

La verdad era que no lo sabía, solo salía naturalmente de su boca y no más misterio. Ignorando su pregunta, se limitó a quedarse cómodamente acurrucada contra el pecho masculino mientras soñaba despierta por un momento; hacer el cuarto del bebé tan pronto la asustaba y generaba un cosquilleo en forma de aleteo en su estómago. Temería hasta que pudiera tener al bebé en sus manos.

—¿Dónde te has ido? —indagó él levantándole el mentón.

—A ningún sitio.

—¿Piensas en lo que dijo el médico?

Se mordió la lengua cuando lo mencionó. Hace un par de días habían ido al hospital para chequearse y además de estar en condiciones de que el DIU fuese retirado, ella agotó la dosis de preguntas de madre primeriza, expresó la preocupación por su historial familiar con abortos repetitivos y tras algunos análisis específicos le diagnosticaron trombofilia hereditaria. Se trataba de una deficiencia congénita de proteína S y era una patología que se caracteriza por formar coágulos en la circulación que obstruían el adecuado flujo sanguíneo. Cuando esto ocurría a nivel de la placenta y se obstruían la totalidad de los vasos, se producía un infarto placentario masivo y el embrión fallecía por falta de irrigación. Tendría que seguir un tratamiento y su embarazo sería vigilado en forma estricta con evaluación clínica y ecográfica —Doppler de arterias uterinas, umbilical, del crecimiento y bienestar fetal—, y controles de coagulación necesarios. La vía del parto se determinaría de acuerdo a sus condiciones obstétricas. Sumando el hecho de que había estado asistiendo a un profesional para hablar sobre el asunto de ser mamá y el peso de su infancia. Decir que había estado desanimada era justo, Jules había recurrido a mostrarle la afamada "sorpresa" que preparaba para darle en su cumpleaños. Por eso el cuarto aún no estaba amueblado.

—Todo va a salir bien ¿Cierto?

D'amico tomó su rostro con aprecio y besó cada fragmento de él: sus párpados, sus mejillas, su nariz, su frente y sus labios.

—Sí, vamos a estar bien. "Ella" va a estar bien.

Sorbió por la nariz y asintió.

—Va a gustarle este cuarto. No hay duda.

—Y eso que aún no he terminado, imagínate como quedará todo con muebles pintados de blanco y su pequeña ropa por toda la habitación.

—Suena genial, cariño. Le gustará mucho —dijo sonrojada y bostezó agotada.

—Acabas de llegar de trabajar ¿Qué opinas si tomas un baño? —afirmó el hombre lleno de convicción.

—¿No quieres ir primero? Debes estar cansado.

Jules había conseguido varios empleos gracias al prometido de Fiona y su habilidad única de ser un hablador, desde su llegada había sido conserje en el hospital comunitario, personal de un hotel, ayudante del anciano relojero que lo llevó a su casa y gracias a su extrovertida personalidad, esa semana había tenido una entrevista en una clínica dental en la que empezaría a trabajar oficialmente el lunes.

—¿Y si mejor vienes conmigo? —indagó él en un susurró seductor— ¿Cómo dijiste una vez? Ah, sí. Me vestí hoy pensando en desvestirme frente a ti.

La besó en la garganta y gimió, viendo que lo deseaba, acabó introduciéndose en su boca, tomándola, dominando lo que era suyo; ahuyentando las sombras de temores no solo con la pasión que despertaba en ella sino con su voluntad de amarla. Jadeó, estaba borracha de él, ávida y necesitada. Había un agujero oscuro y vacío en su pecho que tenía que ser llenado. Y Jules era la pieza que encajaba malditamente bien allí.

—No te apresures, cariño. No querrás parecer desesperado —bromeó coqueta.

—Estoy desesperado, Hada.

Erin chilló cuando Jules la levantó y la cargó hacia el cuarto de baño entre besos acalorados.  

Jules acarició el estómago de Erin mientras ella dormía, la sensación que lo embestía cada vez que lo hacía era como una descarga eléctrica que lo dejaba mareado. Luego del baño habían cenado una semi deliciosa cena —ya que él la había preparado—, y fueron a dormir inmediatamente después. La irlandesa al menos, él se quedó mirando fijamente su abdomen por debajo de sus pechos y pensaba en lo asombroso que era el cuerpo de una mujer en comparación al suyo. No solo las curvas, en su interior su fuerza femenina creaba un nuevo ser. Había brindado un lugar protegido para que ambos se unieran químicamente y originaran una vida. Ellos dos. Rayos, se sentía grande cuidándola mientras dormía.

—Me haces cosquillas... —susurró Erin.

Se tensó por ser descubierto.

—Me perturba no poder diferenciar cuando duermes y cuando no.

—No dormía, solo pensaba.

Trató de ser suave y cauteloso para no ahuyentarla.

—¿Aún te preocupa tener un aborto?

—Si.

Puso la mano sobre el estómago del hada y trazó círculos sobre su vientre, como había visto a muchas mujeres hacer durante su embarazo. Ahora se sentía derrotado, un fracaso de sí mismo... avergonzado de no poder consolarla. Erin se ahogaba en preocupación, cuando hablaba del bebé lo hacía de una manera que se parecía a una amenaza para la vida de ambos, y no algo por lo cual regocijarse. En ocasiones la miraba y estaba convencido de que añoraba la llegada de su hija, pero otras veces se la encontraba llorando desconsoladamente por el miedo de perderla.

—¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte a dormir tranquila? —preguntó tolerante.

Tardó en contestar, al decidirse la pelirroja le cogió la mano para entrelazarla sobre su abdomen.

—Jules... tú eres creyente ¿Sabes orar?

—Sí —respondió conmovido por lo que sospechaba que iba a pedirle.

—¿Puedes orar por la bebé? Pide que podamos conocerla, que sea sana y fuerte. También que logremos cargarla y verla reír, enseñarle el jardín con los rosales de su abuelo y mostrarle lo divertidos que son tus hermanos. ¿Puedes decirle al cielo que nos la dé?

Quiso llorar por sus palabras, dolían como espinas hundiéndose en su corazón y le transmitían la angustia que la mataba.

—¿Quieres orar conmigo?

—No sé hacerlo.

—Puedes repetir lo que diga y si quieres agregar algo más solo dilo ¿Sí?

—Está bien.

Oraron con las manos sobre su estómago, fue silencioso y melódico, un ruego de esperanza.

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