Capítulo 3
03/05/2017
—¿Cómo te diste cuenta? —indagó Florentino ruborizado como un adolescente.
Erin sonrió mientras metía un trozo de postre —pastel de chocolate con fresas—, en su boca y degustaba aquella delicia dulce. La luz del atardecer se filtraba entre las ramas del árbol del café ambientado en un jardín interior lleno de arbustos, sombrillas rojas y mesas de madera; le gustaba como las hojas de los árboles caían como una lluvia cuando el viento azotaba con fuerza. Era un día caluroso, pero con ráfagas potentes así que decidió usar un abrigo rojo que le llegaba a los muslos y unas pantimedias negras que hacían ver sus piernas como dos obras de arte, el detalle final lo daban sus tacones oscuros. Optó por llevar el cabello recogido en una coleta de caballo algo desarreglada.
Y pues en este enternecedor café al 4961 de Broadway estaba teniendo su primera cita con el hermano de Jules, un veinteañero que se avergonzaba de lo más mínimo, su conversación había consistido en hablar de la florería de su hermana, como estudiaba informática y sobre cierta amiga que conocía. Llevaban casi dos horas juntos, en este tiempo había descubierto que estaba enamorado de una empleada de su hermana y se lo dijo muy segura de ello, el pobre moría de vergüenza. Calmada, agregó sonriente:
—Es fácil suponerlo, desde tu actitud hasta tus expresiones. Hablaste de ella como si fuera la mujer más grandiosa de este planeta... o este universo.
—Oh, mierda —exclamó él cubriéndose el rostro.
Si que se parecía mucho a su hermano mayor, era como ver a Jules en una versión adolescente con piel más pálida. Los dos tenían los ojos negros y profundos.
—No te estreses por eso, está bien. Es lindo que hables de esa forma de la persona que quieres.
—Bueno, no suena tan lindo cuando consideras que estamos en una cita —dijo con una de sus manos aun ocultando la mitad de su cara.
—¿Por qué tuviste el valor de invitarme a salir a mí y no a ella?
—No lo sé con certeza —reveló inseguro—. Asumí hace mucho que no podría tener algo con ella, es demasiado perfecta para mí. Entonces de repente apareciste y... no te mentiré, jamás pensé que Jules consiguiera tu número. Lo siento, veo que arruiné la comida.
Una parte de ella se conmovió, cuando lo veía pensaba en un chico de quince enamorado por primera vez. Obviamente aún era inmaduro y efusivo como alguien de esa edad lo sería. Le entretenía conversar con una persona franca tras tanta superficialidad a la que se acostumbró por necesidad.
—No la has arruinado ¿Qué te parece quedar como amigos? Pienso que deberías intentar invitar a esa chica. Somos seres humanos, no perfectos —sugirió emocionada—. Puede que te sorprenda su respuesta.
Florentino la miró incrédulo y le sonrió.
—Ya somos amigos al parecer, Erin. —Le tendió la mano y ella la estrechó—. Oye, ya que me estás dando consejos gratis ¿Dónde crees que sería un buen lugar para llevarla?
Alzó las cejas recelosa frente a esta cuestión amorosa, ella era la peor consejera en estos temas.
—Por favor —pidió Florentino.
La menor de las Mckenna rió por su desespero infantil.
—Bien, dime por lo menos tres cosas que le gusten y pensaré en algo.
—¿Tres cosas? —Cerró los ojos un instante mientras lo consideraba—. A ella le gusta la música clásica, la comida picante y los tragos... no al estilo bebedora, sino que le gusta degustar tragos.
—Chica interesante —opinó Erin.
—Y que lo digas.
—Es sencillo, conozco un sitio de clase donde preparan tragos novedosos y por el lado de la música no es precisamente música clásica, pero hay una banda de blues que toca toda la noche. Te mandaré la dirección por mensaje.
El muchacho la miraba como si le hubiera dado la llave al paraíso, tenía los labios entreabiertos por la impresión y sus ojos brillaban eufóricos, fue inevitable no burlarse de él.
—Por Dios, cariño. Respira —comentó riendo.
—¡Eres una genio! —bramó saliendo de su estupor, pero de repente su expresión se convirtió en una de pena—. Espera, tal vez no ¿Es un lugar concurrido a nivel club nocturno? Ella... tiene problemas lidiando con multitudes.
Erin apartó un mechón de su rostro mientras lo colocaba tras su oreja, rememorando el ambiente del sitio al que no había ido en un lapso largo de tiempo.
—Cuando fui la última vez, no lo era. No más de veinte personas, pero no sé si se mantenga igual.
—Rayos.
—¿Qué te parece si vamos uno de estos días al lugar y me dices que te parece?
—¿En serio vendrías conmigo? —indagó animado.
Volvió a reírse.
—Por supuesto, cariño. ¿No somos amigos?
Florentino le sonrió radiante, tenía los dientes frontales vagamente torcidos, pero sonreía como si careciera de importancia y a ella le gustó su seguridad. Se prometió no fingir con él, ni una palabra, ya no se desviviría por encajar y sería ella misma. Un hecho fundamental le vino a la mente, se alteró un segundo y dijo:
—Oye, el otro día extravié mi arete y estoy convencida de que lo perdí en casa de Jules ¿Le preguntarías si podría buscarlo? Es algo importante para mí.
—Descuida, si está en su casa lo encontraremos. Ese maldito siempre limpia todo como un maniaco.
Ya en la noche, Jules no se lo podía creer recordando a su hermano hablándole de su cita con la irlandesa, inclusive le envió una foto que se habían tomado juntos en un café. La tal Mckenna ahora trabajada como algún tipo de consejera de pareja, todas las cosas que tenían planeadas para la cita con Meryl, la empleada de su hermana, eran alucinantes. Nunca se imaginó a Tino saliendo con ella o con nadie en realidad, si hacía memoria no recordaba que hubiese tenido pareja antes.
Más bien acababa de enterarse de que a él le gustaba la chica ¿Qué clase de hermano desinteresado era?
Eso le rondaba la cabeza mientras buscaba entre los cojines del sofá un arete que Erin había olvidado en su visita anterior. Esta era la quinta ocasión consecutiva en que registraba el apartamento entero sin dar con el accesorio, le molestaba no poder encontrarlo a pesar de haber limpiado todo el lugar.
Olor a desinfectante. Suelo reluciente. Alfombra aspirada. Ningún arete.
—¿Dónde estás? —se preguntó rascándose la nuca.
Tendría que decirle a Tino que hablara con la irlandesa para sugerirle que tal vez había perdido el objeto en otro lado porque él no lo hallaba.
Dándose por vencido se dispuso a recalentar la comida congelada en el microondas, aguardo de pie frente al aparato viendo girar la comida detrás de la ventanilla, de fondo oía el reality que seguía la última semana sobre la comunidad amish y el resto era silencio sordo, golpeaba su brazo con el dedo índice al ritmo del goteo del grifo en el lavado.
La soledad murmuró en su oído con recuerdos que no le gustaba traer al presente, enfermizamente ansioso fue por su teléfono a la sala para llamar a uno de sus hermanos o a su madre; le marcaría a Pietro para que le gritara un rato inclusive.
Quería eliminar el tóxico mutismo de la atmósfera.
Optó por intentarlo con Tino, él le diría un montón de idioteces hasta perderse en la estupidez humana. Deslizó la pantalla hacia arriba por accidente y el mensaje con el contacto de Erin saltó a la vista. Sus músculos se pusieron rígidos, le constó respirar por la línea de pensamiento que cruzaba su cabeza, ilógicamente sudó frío sintiendo como la capa de sudor bajaba por su espalda ¿Cuánto tiempo miró la pantalla del móvil? Sería un misterio, pero tocó el contacto y le escribió al hada pelirroja.
《 Hola, soy Jules. Lamento molestar a esta hora, quería decirte que no pude hallar el arete ¿Crees que lo hayas perdido en la calle? 》
No estoy haciendo nada malo, pensó alejando el malestar que le invadía.
El dispositivo en su mano empezó a sonar y a él le aguijoneo el corazón, contestar le dio pánico. Inhaló profundamente y atendió, pero no consiguió hablar.
—Hola ¿Jules, estás ahí?
—Sí, estoy aquí... lo siento —farfulló atribulado.
—Sé que es tarde y tal vez ibas a acostarte, pero ¿estás seguro de que el arete no está bajo algún sofá?
—No, perdón. Registré toda la casa, pero no di con él.
—¡Mierda! —gritó de golpe a la par que algo se estrellaba y a Jules le dolió el tímpano.
—¿Señorita Mckenna? —llamó preocupado.
Erin tardó en contestar, él la oía murmurar y también el sonido del grifo siendo abierto.
—Estoy bien, me corté por accidente con el cuchillo... maldita sea.
—¿Segura que estas bien?
—Sí... Dios mío, soy una imbécil. Gracias Jules y perdona, cada vez que sabes de mi te meto en un dilema.
La escuchó sorber por la nariz, dedujo que lloraba y sintió la culpa retornar con más fuerza; frustrado por el arete extraviado.
—Hey, tranquila. No llores.
—No estoy llorando.
—Por lo que puedo oír tu nariz no dice lo mismo. —Ella rió por su respuesta—. Era muy importante ¿Verdad?
—Eran de mi tía, fue el último regalo que me dio. ¿Cómo es posible que los haya perdido?
Él se sentó en el sofá, olvidó la comida recalentándose en la cocina y se concentró en la voz de la mujer al teléfono.
—Vamos, a todos les pasa —calmó con premura—. Seguiré buscando hasta encontrarlo, te lo prometo ¿Oíste? Ya no te aflijas.
—No tienes porqué seguir, Jules... no aparecerá.
—Vaya, eres muy negativa, no lo esperaba de la mujer que le dio consejos sentimentales a mi hermanito.
Nuevamente la hizo reír, tenía una risa de película, de esas que sonaban perfectas y armoniosas.
—No es ser negativa, soy realista. ¿Entonces, él te contó?
—Claro que sí —respondió. Planeaba animarla costase lo que costase—. Yo ni siquiera sabía que él estaba interesado en alguien y tú te diste cuenta en dos horas.
—Es imposible que no te dieras cuenta.
—Te juro que no —repitió determinado.
—¡Pero es muy obvio! ¡Habla de ella como si fuera un ángel y se sonroja de solo nombrarla!
—Okey, no te enfades. Presto poca atención, si lo hubiera sabido le habría ayudado a salir con ella y aconsejado igual que tú. Por ejemplo, que la llevara a un salón de té... de esos donde te hacen quitarte los zapatos.
—¿Hablas en serio? Eso es terrible.
—¿Por qué?
—Imagínate esto: la chica tiene un mal día, acaba poniéndose calcetines diferentes, Florentino la invita a este salón del té y allí tenemos a la pobre niña avergonzada con un calcetín rosado y otro verde flúor ¿Ese es tu plan?
La situación que describía le sacó una carcajada, lo decía realmente seria como si tuviera un 99% de posibilidad de que ocurriera. Se recostó aún más en su sofá mientras se acomodaba en el apoya pies.
—¿Jules?
—Espera, me estoy haciendo la idea de la chica con calcetines fluorescentes.
—No sabes de citas, cariño. Acéptalo y deja trabajar a la profesional divorciada.
Que lo llamara "cariño" tan naturalmente le erizó el vello del cuerpo. Ciertamente, su acusación le golpeó la moral por lo condescendiente y presumida que se escuchaba al reprocharle. Esa hada jugaba bien con su humor, lo desafiaba con altanería escrita en sus palabras; lo cual lo divertía.
—Claro que sé de citas, en mis buenos tiempos era el rey de las citas.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—Cariño, mentir es de niños malos.
Chasqueó la lengua irritado.
—Te lo puedo demostrar, déjame organizar la cita de Tino.
—Lo siento, "Tino" ya aceptó mi idea. Qué lástima que no podrás hacerme callar ¿Verdad, D'amico?
Esta mujer era una caja de sorpresas.
—¿Y por qué no sales conmigo, Hadita? Podré mostrarte las maravillas que puedo hacer.
Un segundo, su cerebro entró en corto. Eso había sonado muy mal, además la estaba invitando a salir y eso era aún peor; acababa de sabotear su sueño de abstenerse de romance hasta la tumba. ¿Cómo había podido decirlo sin dolor en el pecho? ¿Qué hacía si ella aceptaba?
—Me gustaría salir, Jules. Pero no me interesa el romance por ahora ¿Entiendes? —contestó ella con tono triste.
Él la entendía perfectamente.
—Yo tampoco quiero romance, señorita Mckenna. Podríamos decir que sigo en... proceso de duelo —explicó sintiendo que decía una mentira a medias.
—¿Aún quieres hacerlo? ¿Me demostrarás que eres el "rey de la citas"? —continuó ella intentando borrar el mal ambiente—. Podemos simplemente divertirnos, el romance es para jóvenes.
—¿Acabas de decirnos viejos?
—Sí.
—Ahora realmente necesito hacer que te tragues tus palabras. —Rieron incómodos. La piel del hombre tiraba por lo tenso que estaba—. Bien, te lo demostraré. Antes necesito información, dime algo que te guste hacer, algo que nunca hallas hecho y dos cosas que odies.
—Seamos justos y que cada uno diga algo que odia —negoció terca.
—Trato, entonces dime.
Ella lo pensó.
—Me gustan las flores y bailar, nunca he ido a una obra y odio los disfraces.
Jules cerró los ojos organizando su próxima estrategia, él conocía a muchísimas gente y...
—Ya sé exactamente qué hacer.
—¿De verdad? —cuestionó con escepticismo.
Rió como un tonto visualizando lo que iba a hacer, ojalá que lograra dirigirlo al pie de la letra porque sería grande. Nunca había hecho algo así, pero si lo conseguía la señorita Mckenna no tendría jamás una mejor cita que esa.
—Te sorprendería lo rápido que funciona mi mente.
—Huelo a mentira.
—Yo huelo a victoria.
Quería seguir hablando un rato más y se humedeció los labios antes de preguntar:
—¿Qué está cocinando?
Una hora más tarde cenaba junto a la irlandesa a través del teléfono, le dio igual que su comida estuviera fría.
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