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Capítulo 26

10/02/2018

La Erin de once años acabó de escribir la carta para su tía Moira y su prima, una lágrima cayó sobre la hoja de papel y la limpió de un manotazo. Llorar le traería problemas si su madre se enteraba, estaba abajo en la cocina así que no quería arriesgarse.

—El verano nunca tardó tanto en llegar... maldición —murmuró con frustración.

Vivía una primavera eterna, una donde no nacían flores ni había calidez del sol, la estación continuaba con una tonalidad triste y oscura. Su padre se marchitaba, los médicos decían que no se podía hacer otra cosa más que esperar y darle sus mejores últimos meses. Ella deseaba traer a su tía y contarle la verdad, ya que su madre le prohibió hablarle a la mujer del estado de salud de Dalan. Sin embargo, aquí estaba, siendo una hija desobediente mientras le rogaba a su tía que regresara para despedirse.

Sabía que su tía y su padre habían sido amigos toda la vida, merecía tener la posibilidad de verlo antes de que... se fuera. Escribir una carta era su única opción, Nessa sospecharía si cogía el teléfono y tampoco sabía el número de Moira para marcarle.

Decidida, abrió la ventana de su habitación y descendió trepando a la enredadera que crecía en la pared de la casa. Cuando sus pies tocaron el suelo, corrió por los campos verdes, agitada y con los pulmones saturados, los músculos ardiendo, su costado aguijoneándola en un dolor incesante. No se detuvo ni vaciló. Llegó a la casa de una amiga y le entregó la carta para que la enviara en su lugar.

Al regresar a casa, ingresó sigilosamente por la puerta trasera y espió donde se encontraba su madre. Cosía en la sala sin haberse percatado de su ausencia. Aliviada, se dirigió al cuarto de su padre y entró procurando no hacer ruidos. Él dormía plácidamente en la oscuridad, despacio se recostó y lo abrazó por la espalda; Dalan odiaba que lo viera en su actual estado. Desprovisto de cabello, delgado y enfermo.

De improvisto, él le cogió la mano y ella sintió la misma calidez que siempre.

—La tía va a venir a verte pronto y te va a cuidar mejor. Te lo prometo —lloró hundiendo su rostro en las mantas.

—Todo va a estar bien... Hadita mía. Voy a estar bien.

Sabía que le mentía.

Moira llegó una semana después, el mismo día que se desataba una tormenta eléctrica en la región y Erin podía jurar haber visto los relámpagos en sus ojos.

No estaba soñando, rememoraba las memorias de los últimos meses de su padre mientras un tío lejano manejaba. La camioneta se desplazaba calmadamente por el camino a la casa, ella observó los campos verdes y los árboles como un océano en sus recuerdos; el cielo nublado cubría el horizonte ennegrecido. El perfume de la hierba y la humedad llenaba sus pulmones. Esta era Irlanda. Su sueño recurrente. Su herencia. La ligera llovizna se pegaba al cristal de la ventanilla hasta empañar los cristales.

El camino. Ese camino. Podría recorrerlo con los párpados cerrados. Una lágrima cayó dentro de su escote y le heló la sangre.

¿Cuánto llevaba en Irlanda? ¿Dos días? Sentía que eran segundos.

Veinticuatro horas atrás había enterrado el cuerpo de Nessa junto al de su hermana en el cementerio de una iglesia perdida en el tradicional pueblo de Adare. Gracioso, Dalan había sido cremado y sus cenizas fueron arrojadas en un sauce torcido cerca del río a pedido de él. Ni siquiera en muerte sus padres estarían juntos.

La camioneta se detuvo a la par que su corazón, su tío le hablaba y su cerebro no reconoció la información. Deliraba en la imagen de su hogar, la casa de sus padres y el sitio donde murió Dalan.

Una edificación de dos pisos con sus paredes de ladrillo tras un manto de enredaderas con flores de colores que crecían incontrolables hasta el tejado, las ventanas de madera pintadas con un descascarado amarillo y la puerta verde con dibujos de pájaros azules volando en torno a la cerradura; los había dibujado con su prima durante un verano cuando tenía ocho. Un mural de piedra —a la altura de su cadera—, que se desmoronaba y separaba la entrada del jardín trasero. Metros a la izquierda se levantaba el granero y a una buena distancia el árbol torcido donde se trepaba en su niñez.

Inhaló hondo con las emociones haciéndola sonreír. Metió la mano en el bolsillo de su impermeable rojo y sacó un manojo de llaves. Un grito de su tío le advirtió que se despedía, ella balbuceó unas palabras mientras agitaba el brazo y escuchó las ruedas retroceder sobre el camino de tierra. Mordiéndose los labios regresó a la cerradura, introdujo la llave y esta se abrió con un rechinido. La luz entró con fuerza en la casa, como si hubiese estado esperando a que alguien desvaneciera la oscuridad, jadeó abrumada al encontrar que cada pequeño detalle seguía igual. Polvo y telaraña se aferraban a los rincones, pero prevalecía la sensación de que no había pasado siquiera un día.

Avanzó con duda al diminuto recibidor, vio las escaleras que daban al piso de arriba y los arcos del umbral de la sala y la cocina. La madera oscura reinaba en toda superficie. Los muebles estaban cubiertos por sábanas blancas recubiertas de polvo. Subió los escalones en un trance, cuando llegó a la cima había un pasillo que se extendía en ambas direcciones y tres puertas cerradas. Temblando, miró con dolor la puerta de la habitación de sus padres y... retrocedió inmediatamente. Decidió ir a la suya. La recibió una densa negrura así que con esfuerzo desbloqueó las ventanas. Irónicamente se alegró de encontrarse con aquel pintoresco cuarto. Las paredes azules, las vigas del techo llenas de guirnaldas de mariposas de papel, los dibujos colgados y el maniquí de costura con el que soñaba con ser diseñadora. La alfombra rosada. Su cama de hierro con mantas de un pálido rosado y uno o dos peluches que esperaron años que alguien los abrazara en las noches.

Sonrió cogiendo uno de sus dibujos, en él había un vestido con un estilo sirena y excesos de brillantina verde. La tierra acumulada le manchó los dedos. Recorrió tramo a tramo de la casa, casi podía verse a su yo de niña corriendo entre aquellas paredes mientras reía y soñaba despierta con cuentos de hadas.

Salió por la puerta trasera y gimió por la impresión. Delante de sus ojos se erguía salvaje el jardín de Dalan Mckenna, un pedacito del mundo invadido por rosas rojas, los rosales habían crecido sediciosos y amotinados; se cruzaban generando un techo de flores rubí y paredes de arbustos con espinas. Se asemejaba a un laberinto con pinceladas carmesí en el verde de sus hojas. No respiraba oxígeno, si no perfume. El suelo poseía una alfombra granate de pétalos que hicieron tronar sus pasos, su melancolía huyó en forma de lágrimas por sus mejillas sonrosadas y el viento arremolinó tanto su cabello como la maravilla indomable que constituían esas plantas.

La tierra donde nació.

La casa donde creció.

Los secretos que ocultó y le ocultaron a ella.

El recuerdo de su padre como una sombra difusa de felicidad.

Su pasado lleno de baches y su pequeña yo diciendo que era el momento de descubrir lo que había ahí.

Dios, todas estas cosas la llamaban a gritos.

La epifanía llegó como un vendaval en su alma, más intenso de lo que nada en su vida lo había sido y la decisión fue tomada antes que el móvil en su bolsillo sonará.


Jules salió de la florería de Fiorella a medio día, avanzó por la concurrida acera y optó por pasar por el parque para despejarse; con su mochila cargada al hombro se permitió sentirse exhausto.

Había estado trabajando como loco esos últimos tres días desde que Erin se fue a Irlanda y ya no cabía ni en su propia piel, su hermana lo mandó de regreso a su apartamento hasta que se calmara. Una hazaña imposible, la manera en la que la pelirroja se marchó le preocupaba. De tener que utilizar una palabra para describir el funeral de Nessa Mckenna sería: vergonzoso. La familia O' Neal se presentó como un tumulto de aduladores, hablaron de la fallecida como si fuera una santa de algún tipo y prácticamente besaron el suelo por donde Erin caminaba, alabándola como una hija modelo. Después empezaron a llorar sobre sus "terribles vidas" y lo tambaleante de su situación económica. Bla, bla, bla. Ellos sabían que el hada tenía bastante dinero.

Desde lo de Cyliane no solía asistir a funerales, pero se forzó a simular estar bien porque la mujer que amaba no lo estaba. La abrazó todo el tiempo que duró la ceremonia y la acompañó al aeropuerto cuando tuvo que irse de regreso a su país natal. No solo para transportar el cuerpo de su progenitora. Al parecer, su madre le dejó de herencia una propiedad y algo de dinero. A Erin le había resultado un chiste y a él un acto vacío.

Sacó el móvil de su pantalón y buscó su número. De todas sus llamadas, la irlandesa no contestó ninguna. Apretó los dientes mientras lo intentaba de nuevo con la esperanza en los dedos y su corazón dio un vuelco cuando la mujer respondió.

—Hola, Jules.

—Hola —repitió sin aire.

Se oía lejana, como si estuviera dormida y despierta a la vez, pensó bien sus palabras.

—¿Cómo estás? —preguntó.

—Bien, ya estoy mejor.

No se escuchaba para nada mejor.

—¿Dónde estás?

—En mi casa. Es mi casa, Jules. Donde crecí... pensé que mamá la había vendido cuando nos fuimos, pero aquí está y no ha cambiado —contestó seria— ¿Cómo estás tú?

—Pensando en ti. Así estoy, Hada. Pronto también estaré mojado porque se desatará una tormenta en cualquier segundo —dijo viendo el cielo nublado.

—Aquí también está nublado.

—Vaya conexión, sea donde sea que estés, vamos a quedar empapados al mismo tiempo.

Ella rió y él deseó poder estar allí.

—Virgen mía, si vieras el jardín de mi padre... es tan precioso. Si existiera el Edén se parecería a este lugar, verdaderamente es un paraíso. Hay rosas por todos lados. Las planté con él cuando era niña y han sobrevivido hasta hoy ¿Puedes creer eso?

Suspiró mientras la voz femenina mitigaba su ansiedad. Ella estaba feliz, eso debía ser algo bueno. Un muchacho en bicicleta pasó muy cerca y por poco lo arroyó. Observó una banca vacía, se apresuró a sentarse para continuar la charla.

—Suena hermoso. —Carraspeó porque tenía la garganta seca—. Escucha, es genial saber que estas bien. No quiero presionarte, pero me hubiera gustado que contestaras mis llamadas, tan solo quería asegurarme de que podías con esto.

—Siento eso. Necesitaba espacio. Hay mucho pasando por mi cabeza actualmente.

—Lo sé, tranquila.

—Adare, el pueblo donde me críe, sigue siendo el lugar más bonito de la tierra después de este jardín. Los castillos que se sostienen fuertes en su reino, las casas con la apariencia de un pasado muy lejano que convive con el presente, las iglesias siguen siendo esos fuertes inmortales y la gente aún es la misma. No sabes cuántos ancianos me reconocieron. Dicen que me veo igual a mí madre cuando era joven.

—¿Y eso es bueno? —cuestionó dejándose llevar por su emoción.

—No lo sé. Sinceramente, me confunde mucho lo que siento ahora. Es como respirar después de años asfixiada. —La oyó tragar saliva—. Tú... ¿Crees en los presentimientos?

Sí y tengo uno terrible ahora, pensó tenso.

—Sabes que lo hago.

—Yo tengo uno ahora —pronunció ella en voz baja.

—¿Cuál?

—Hay algo aquí y es lo que necesité por... años...

Jules se congeló cuando Erin empezó a llorar. No podía estar por decir lo que imaginaba. Negó mientras introducía los dedos en su cabello y tiró enajenado por lo que venía.

—¿Qué... que quieres decir?

—Tomé una decisión y lo siento...

No, por favor. Rogó con su pecho adolorido.

—Me quedaré aquí, Jules. Volveré a mi casa.

Un trueno y la lluvia le cayó encima.

—¿Qué? —balbuceó atribulado.

—Me mudaré aquí, regresaré y me quedaré.

—¿Y me lo dices así de la nada? ¿Cuánto pensaste esto? ¿Dos días?

—Jules, yo te amo, pero se realista. ¿De verdad esperabas que simplemente nos quedáramos juntos siempre?

—Eso es lo que esperaba, sí. Es lo que uno malditamente espera cuando ama a una persona.

—He pasado años echando de menos esta casa, mis cosas, mi...

—Hagamos que lo trasladen todo aquí y listo.

Ella bufó cansada.

—Necesito quedarme a mi casa. Recuperar mi futuro. —Él cerró los ojos. No lo podía creer—. Jules, escúchame. Las cosas que sabes de mí madre... no son nada, he vivido momentos horribles y quiero anteponerme a ellos... este era mi refugio. Yo aquí me siento como la versión más real de mí, sin ilusiones ni mentiras... me siento conectada a esta tierra.

Él apretó los labios, tiró de su cabello con aprensión y vio el charco que crecía a sus pies.

—¿Entonces lo nuestro se acabó?

—Lo lamento.

—¿Ni siquiera sugerirás intentar lo de las relaciones a distancia?

Su pecho se convertía en concreto. La ropa chorreaba y era una sensación incómoda, su pierna se movía frenéticamente en un vaivén nervioso. Erin suspiró profundamente en su canal auditivo.

—Entiende, no creo volver cuando me instale aquí.

—Entonces yo iré a verte algunas veces, podemos hablar por video llamada o de cualquiera de esas cosas. No lo sé.

—Pienso que no...

—Ya te lo dije antes. Deja de pensar tanto.

Los labios de Jules estaban apretados a la par que su mandíbula, la tormenta se acrecentaba haciendo que se tornara complicado oírla y la ira despertaba de su corto letargo.

—Cariño, sabes que esto no va a ninguna parte. Siempre supimos que terminaría. Yo necesito respirar de mi antigua yo para estar en paz y no sé cuánto me lleve, decirte que me esperes sería empujarte a otro agujero que detendría tu vida. No puedo hacerlo más...

El hombre se dejó caer hasta quedar recostado en el respaldo de la banca, puso un brazo sobre sus ojos mientras la lluvia lo empapaba. Apretó los dientes, le tiraron las venas y los músculos de su cuello se hincharon. Sabía que Erin odiaba lo que estaba haciendo, identificaba en su voz la culpa pura y la aflicción, pero estaba tan enojado que no podía razonar.

—Aprecio todo lo que has hecho por mí. Todo lo que pasamos...

—¿Por qué te molestaste tanto la noche que salí al club? —preguntó cínico.

—¿Cómo dices?

—¿Porque te importó que hubiera estado con otra? ¿O simplemente estabas resentida porque a ti te negué un beso? —exclamó con la voz rota. Las gotas de agua en su rostro eran heladas—. Usaré una de tus viejas líneas: ¿O se trataba de ver que tan bueno es el sexo conmigo? Escucha, la próxima vez que quieras revolcarte, lo único que tienes que hacer es pedirlo. Contigo estoy dispuesto a jugar a eso.

Se sintió muy mal al instante, pero no lograba calmarse.

—Jules, ya basta. Déjame hablar.

—Ciertamente, me encantó hacerte el amor. —Se corrigió deprisa—. Oh, espera... para ti parece que fue solo sexo con otro idiota.

Incluso a él le pareció que el frío tono de su voz era espantoso y varios transeúntes lo miraron con curiosidad; odió sentirse observado.

—¿Vas a calmarte? —cuestionó ella frustrada—. Realmente estas actuando como un imbécil.

—No me digas, de verdad que no lo noté. ¿Quieres que empiece a cantar para celebrar que te irás a otro jodido país?

La oyó maldecir y de golpe soltó venenosa:

—¿Exactamente qué pensabas que iba depararnos el futuro?

—Ya nunca lo sabremos, ¿no crees? Porque te vas, ¿no es así?.

—¿Crees que va a ser tan fácil para mí?

—No, y no lo sabré. Yo voy a estar aquí, ¿verdad? —Sonrió destruido aunque no pudiera verlo— ¿Te gustaría un poco de sexo casual para celebrar tus últimos días en Nueva York cuando regreses? Siento que eso es lo único que quieres de mí, y ya que soy un perdedor lo bastante patético como para estar enamorado de ti, no me negaré a aceptar.

—¡Jules! —gritó la irlandesa furiosa..

—¡Erin! —Se burló él, imitándola—. Lo siento. ¿Estoy hablando mucho? Tal vez debas aprovechar el tiempo para organizar tu nueva vida.

Escuchó un golpe y se la imaginó dándole una patada a una puerta o a algo de madera. Suertuda, él no tenía nada para golpear en pleno espacio público.

—No quiero terminar las cosas así, Jules..

—Pero eso no va a detenerte ¿O sí? Ya tomaste tu decisión y te vas...

—¡Quiero sanar mis heridas, Jules! Te dejaré para ir a sobrellevar un pasado de mierda, ¿entiendes? La mujer que amas no soy yo. Odio la ciudad, el ruido y el humo. Odio ser modelo. Odio vivir en un apartamento gris. Odio tener miedo a tener una familia y haber perdido la mía. No hay ninguna fastuosa fiesta aquí. Vine a enterrar el cuerpo de mi madre.

—¿Crees que no estaría a tu lado?

—¿Qué?

—¿No dejarás que haga por ti lo que tú hiciste por mí?

Él pensó en lo difícil de la realidad que sugería y se sintió un loco. La verdadera definición de locura latió en su cabeza.

—¿Y qué ocurre si yo no quiero que lo hagas? —susurró la pelirroja.

La boca de Jules se puso fláccida, como si lo hubieran golpeado duro. Saltó de la banca y empezó a caminar rápido.

—Vete a la mierda, Mckenna.

La mujer sollozó en su oído, su sufrimiento le caló en los huesos y el peso de esta noticia le quebró las costillas haciendo que respirar fuera un milagro.

—Me merezco esto —dijo decepcionado—. Me acosté con una mujer en el puto baño de un club nocturno y me largué sin que me importara. Ahora alguien juega conmigo al mismo juego ¿Este es mi karma? Por lo menos ni ella ni yo sabíamos nuestros nombres... en este momento yo mataría por olvidar el tuyo.

Cortó la llamada y siguió su camino como un hombre con el corazón roto.

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