Capítulo 22
25/03/2018
¿En qué incómoda situación se había metido?
Erin acaba de entrar en razón y se arrepentía de haberse apresurado a tomar una decisión, reordenó en su cerebro las últimas 24 horas:
La madre de la familia D'amico había llamado para darles la noticia de que su padre había sufrido un infarto hacia dos días y estaba hospitalizado.
Los hermanos entraron en pánico.
Pietro y su esposa compraron un boleto de avión a primera hora de la mañana.
Nicolleta tenía un problema con su pasaporte y tardaría unos días en solucionarlo.
Tino, Fiorella y Pia condujeron en la camioneta de la florería en cuanto se enteraron al medio día.
Y ella estaba haciéndole de chófer a Jules mientras se dirigían a Virginia por la ruta 95 en su Toyota Camry rojo en pleno atardecer.
Había actuado por impulso dos horas antes cuando el hombre con quien salía la llamó afligido, ella se movilizó en un parpadeo y le dijo que prepara un bolso de viaje; individualmente tomó su maleta, metió dentro ropa al azar y recogió a Jules en su apartamento. Se consideraba impetuosa, pero haber hecho esto redefinía la palabra. Podría haberle sugerido a él que viajara en autobús mientras por su parte le servía de apoyo desde Nueva York, existían alternativas que la hubieran dejado quedarse en casa alejada de la tensión familiar. Cualquiera que la conociera sabía que no se llevaba bien con el término "familia", en su anterior matrimonio tardó años en cenar con los parientes de Asher, podían calificarla como fría e insensible, pero solía ser mejor que se abstuviera de esas reuniones familiares.
Siempre terminaba por desagradar a todos porque no conseguía adaptarse al ritmo de los demás y su carácter tampoco la ayudaba a la hora de simpatizar, ya que desaparecía en ese tipo de circunstancias.
"¿Será por mi familia disfuncional?", pensó analizando su niñez.
Miró al hombre sentado en el asiento del acompañante mientras hablaba por teléfono, Jules parecía tan nervioso en el coche que la conmovía y quitaba estos pensamientos. La terapia había ido bien, él incluso había logrado pasear en auto en tramos cada vez más largos. Sin embargo, conducir era un punto en donde se quedaba estancado. Él había estado para ella en tiempos difíciles, sus disfunciones familiares carecían de importancia, la necesitaba y estaría para acompañarlo; conducir a otro estado no era una hazaña imposible.
—¿Entonces papá está bien? —inquirió ansioso a su madre—. Okey, sí, no te preocupes por mí. Voy para allá... sí, te prometo que puedo manejarlo. Está bien. Adiós, mamá.
El hombre cortó la llamada y suspiró dejando caer los brazos.
—¿Qué te dijo?
—Mi papá está mejor, incluso manipuló a una enfermera para que le trajera pudín de la cafetería y dicen que le darán de alta en cinco días si todo sigue bien. Gracias a Dios.
A pesar de la buena noticia su expresión apesadumbrada no mutó.
—¿Tu mamá?
—Esta con una vecina que le hace compañía en el hospital.
—¿Cómo vas tú, cariño? —preguntó viéndolo un instante.
—Genial. —Fue una clara mentira—. Gracias por esto, no sabes cuánto te lo agradezco... no habría podido solo.
—No estás solo, ya te lo dije. Aquí estoy. Dime cuando quieras parar un minuto ¿Okey?
El hombre asintió cruzado de brazos, rígido como metal oxidado. Los afilados ángulos de su rostro mostraban una tensión que se extendía por todo su cuerpo. Erin intentó buscar una forma de distraerlo para que se concentrara en algo diferente al trauma o a su padre, él debía permanecer tranquilo y estable, sería un viajecito largo de cinco horas de duración.
—Me detendré en la próxima estación de servicio para cargar combustible —avisó para que supiera que tendría un descanso del vehículo.
—Bien, yo pagaré la gasolina —dijo él con tono mesurado.
—Deja que yo me encargue —propuso integra—. Traje la tarjeta de crédito.
—Erin, no quiero discutir. Yo pagaré.
Okey, los ánimos estaban por los suelos. Observó la carretera diez minutos en silencio hasta que notó que Jules comenzaba a mover la pierna inquieto, suspiró y apretó los labios. Una idea le pasó por la mente, sería sutil y vería como respondía a su desesperado intento de hacerlo más fácil para él.
—¿Te conté que mi padre era un romántico? —indagó la pelirroja consciente de que no lo había hecho.
Él la contempló confuso. Erin pensó en la primera vez que lo vio, cuando lo insultó en las escaleras del edificio de apartamentos varios meses atrás. La dejó perpleja, hizo que se sintiera como una imbécil y aún causaba ese efecto sobre ella.
—No.
—Bien, pues era un romántico trágico. Muy dramático. Sensible y soñador. —Sus ojos se fijaron en el camino de grava por delante del capo—. Solía decir que en el amor su historia se parecía a la de Tristán e Isolda.
—¿Quiénes son ellos?
Sonrió y en sus latidos sintió a su padre contando la historia:
—Una leyenda dice que una princesa conocida como Isolda "la Justa" e Isolda "la Blonda", hija del rey irlandés Anguish y de Isolda, la reina madre. Curó al sobrino del Rey Marco de Cornualles, llamado Tristán, de las heridas recibidas al luchar contra el tío de ella, Morholt. Cuando su identidad fue revelada, Tristán huyó hacia su tierra, pero luego retornó a Irlanda para pedir la mano de Isolda y así desposarla con su tío. Isolda, durante el tiempo de ausencia de él, se comprometió con un malvado hombre que afirmaba haber matado a un dragón.
Jules soltó una carcajada breve, su risa embriagante la alentó y enterneció por partes iguales. Deseó poder parar y abrazarlo, era como si tuviera un interruptor que sólo él conocía.
—¿Un dragón, en serio? —cuestionó pedante y juguetón.
—Shhh... —Colocó un dedo sobre las labios masculinos sin mirarlo—. Estoy contándote un cuento.
—Sigue. —Él rió de nuevo.
—Bueno, Tristán demostró que realmente había sido él quien había matado a la bestia y por eso los padres de la princesa aceptaron que se casara con Marco.
Jules se acomodó en su asiento y ladeó la cabeza incrédulo, inseguro de relajarse extendió una mano y la depositó en su muslo. La irlandesa la cogió sintiendo su calor electrizarle la piel.
—¿Cómo demostró que mató al dragón? ¿Se sacó una selfie al estilo tipo exhibiendo pescado de pesca?
—Deja de cuestionar una leyenda de cientos de años, cariño.
—Okey, continúa. Guardaré mis críticas para el final.
—Durante el viaje de vuelta a Cornualles —prosiguió suavemente recordando el triste final de la historia—, Isolda y Tristán tomaron accidentalmente una opción de amor, que la reina madre había preparado para su hija y Marco. En fin, Tristán e Isolda se enamoraron perdidamente e iniciaron un amorío que acabó cuando Marco desterró a Tristán de Cornualles. Tristan viajó lejos y se casó con otra mujer. Sin embargo, un día trágico fue herido por una lanza envenenada mientras intentaba rescatar a una joven de seis caballeros.
Percibió la sorpresa del hombre que no se había estado tomando en serio el relato, ella continuó:
—Tristan envió a su amigo Kahedin a buscar a Isolda porque era la única persona que podía curarlo. Él le dijo a Kahedin que regresara con velas blancas si traía a Isolda, y velas negras si no lograba quitársela de la manos al Rey Marco. Isolda aceptó regresar con Kahedin, pero la celosa esposa de Tristan, le mintió sobre el color de las velas. —Se mordió el interior de la mejilla—. Él murió de dolor, pensando que ella no regresaría jamás, e Isolda murió desmayada al ver su cadáver. Tras sus muertes sobre la tumba de Tristán creció un brezo, pero en la tumba de Isolda creció un rosal. Ambas se entrelazaban entre sí a pesar de todas las veces que el rey ordenó que estas fueran cortadas.
Encaró a Jules y se burló de su expresión de espanto.
—¿Tu papá te contaba esas historias? —exclamó desconcertado.
—Sip —contestó sonriendo—. Son historias antiguas, Jules.
—Y yo que pensaba que Julieta y Romeo era trágico. —Dudó un segundo— ¿Cómo es que esto se relaciona con la vida de tu padre?
Erin inhaló profundamente, cuando era pequeña no comprendía el significado de aquella leyenda en comparación a Dalan. De adulta, después de todo lo que había pasado con sus padres, sin duda su progenitor había imaginado que no merecía nada mejor por su clase social, y por eso se conformó con alguien como su madre que solo sabía destruir. Probablemente la mayor de las O' Neal había acabado por completo con el respeto que sentía hacia sí mismo.
—Mi papá solía escribir mucho, pero tenía un libro privado al que llamaba "Marcas y memorias" —explicó acongojada. Hablar de su padre le gustaba—. Fue lo único que me prohibió, leer aquellas viejas páginas amarillas... lo desobedecí como cualquier niño. Leí un par de hojas al azar, no eran continuas sino que se alternaban años, en ellos hablaba de una muchacha con quién hizo el amor bajo un sauce que crecía junto al río y que se marchó a otro país dejándolo solo. Pienso que él es como Tristán, se enamoró de alguien que no podía tener y se casó con una mujer que no amaba. Tal vez en su corazón sabía que moriría amando a aquella mujer y... solo tal vez, ella lo amó como él lo hizo.
—Es una muy triste historia —opinó Jules abatido.
—Yo creo que es bella. —Él alzó una ceja—. No defiendo la infidelidad. Voy a defender la ilusión de mi padre. Fue un hombre con una vida corta y complicada, aun así no ocultó sus sentimientos ni negó sus emociones, si le fue infiel a mi madre... no lo juzgo, si una mujer lo hizo feliz aunque fuera un segundo y le dio amor una sola noche, se lo agradecería. Él merecía que alguien le diera ese amor que como hija no podía darle —reflexionó—. Me gusta la historia porque me recuerda a él, me enseñó a vivir, amar, romperme, reconstruirme y a soñar; a ser menos miedosa, más valiente y dura. La persona que soy hoy, lo bueno que tengo, fue por lo que me enseñó.
Jules apretó los labios. Hubo un largo silencio.
—De verdad necesito que lleguemos pronto a una estación de servicio —dijo con intensidad.
Erin sólo lo miró fijamente y D'amico la admiró con sus ojos negros e impenetrables como el asfalto. A ella le preocupó que se estuviera sofocando o que padeciera un ataque de pánico por pasar mucho tiempo en el coche.
—¿Qué ocurre? ¿Necesitas un respiro?
—No, necesito besarte ya mismo. Lo que acabas de decir fue hermoso y sé exactamente qué trataste de hacer... gracias.
Le sonrió como un descarado, la irlandesa supo que la felicidad había retornado a él aunque fuera por un rato.
—Ten mucho cuidado, Jules —murmuró la voz femenina al teléfono.
—Lo tendré. Nos vemos, Mary. Cuida a mamá y que se acueste temprano, por favor.
—Claro que sí. Saluda a tu novia de mi parte, adiós.
—Adiós.
La noche era cerrada, hacía frío y el aroma en el aire era de cigarrillo, ya que un par de hombres fumaban a unos metros de donde estaba parado. Jules acabó de hablar con su cuñada y colgó, Pietro ya se encontraba en la casa de su madre. Aparentemente, su padre estaba efusivamente "saludable" —a pesar de los síntomas después del infarto—, y discutía para salir del hospital y regresar a la casa que pronto estaría llena de sus hijos. La dicha que sentía de que su padre estuviera bien y rebosante de felicidad lo inundaba. Él llegaría al día siguiente, lo molestaba haber tenido que tomarse "descansos" a lo largo del viaje porque su trastornada mente repetía amargos sentimientos.
Años atrás había conducido por esa ruta y tenido un accidente. En aquella ruta, Cyliane había muerto.
Cerró los ojos lidiando con el engorroso dolor hablando a su oído.
Cabeceó para apartar esos pensamientos oscuros, se centró en el presente y en el motel en donde se hospedaba por casi cuatro mil dólares la noche; ni que fuera un hotel de cinco estrellas. Era el típico establecimiento de hospedaje para huéspedes de paso: dos pisos de habitaciones una tras otra, estacionamiento grande y piscina que no le servía de nada por las bajas temperaturas.
Regresó a su cuarto con las manos congeladas, las brisas del invierno metiéndose bajo su chaqueta y el cabello revuelto. Abrió la puerta y la cerró con llave, había un corto pasillo luego de la entrada que daba al baño, y automáticamente después chocabas con la cama. En aquellas paredes blancas colgaban cuadros de frutas, el mobiliario era el necesario y contaba con mesas de noche, lámparas de pie, un escritorio debajo de un espejo y lo absolutamente infaltable, un televisor acompañado del común microondas y la diminuta nevera. En cierto grado era linda y estaba limpia, así que no tenía quejas.
Sonrió acercándose a la cama. Erin dormía de costado sobre las sábanas con obvia incomodidad, sus piernas pendían al borde del colchón y le provocaría dolor en las rodillas. Debía de estar exhausta, por su causa habían convertido un viaje de casi dos horas y media en aproximadamente cuatro. Él se vio obligado a descansar treinta minutos cada hora porque de lo contrario comenzaba a sentirse tan saturado por el vehículo que le daban náuseas.
Se acuclilló junto al rostro femenino y le tocó la mejilla para despertarla, su tacto helado la asustó, sus ojos verdes lo estudiaron con somnolencia y soltó un gemido de molestia.
—¿Ya es de día? —preguntó adormecida.
—Han pasado casi veinticuatro horas —le dijo.
Su cabeza se levantó de golpe y volvió a caer en el colchón.
—Estás bromeando... idiota, no me hagas eso.
—Lo siento, te ves linda con esas babas en la cara.
Erin no se inmutó, se limpió la boca con la palma de la mano.
—Vaya elegancia —se mofó él.
—Si quieres una princesa búscala en Disneyland, cariño. —Lo miró con los párpados entornados. El brillo de sus iris verdes despertaba lentamente— ¿Cómo esta tu papá?
—Bien, ya quiere irse del hospital y si tiene energía para discutir con mi madre, quiere decir que va a superarlo.
—¿Crees que Pietro haya tenido tiempo de ir por agua bendita? Estoy segura de que empezará a rezar en cuanto me vea.
Rió por su actitud.
—Bonito chiste.
—No era un chiste.
—¿No quieres darte un baño antes de meterte a la cama? —indagó peinando algunos mechones rojos que saltaban libres.
—No, quiero dormir. Mañana saldremos temprano...
Ella sorbió por la nariz y cerró los párpados, Jules dudó de que hubiera vuelto a dormirse.
—Bien, pero quítate los zapatos y el suéter... —No hubo respuesta— ¿Hada? ¿Quieres que te ayude?
—Sí, te doy propina después.
Él alzó una ceja, mordió sus labios y negó divertido por las incongruencias que la mujer agotada soltaba entre despierta y dormida. Le quitó los tacones rojos con cuidado, los colocó junto a la cama mientras le insistía para que se enderezara un poco para poder sacarle el suéter por encima de la cabeza. No había acabado que ella lo capturó por la nuca. Su boca abierta se impulsó hacia arriba en dirección a la suya y le dio un rápido beso para luego atraerlo a su pecho, el latido de su corazón tenía un ritmo acelerado y lo hizo sentir tan cómodo que simplemente se recostó allí sobre el cuerpo femenino, las manos de Erin le acariciaban el cabello con mimo y lo alentaba a cerrar los ojos.
—Tú corazón va a 100 kilómetros por hora —murmuró cogiéndole la mano y entrelazando sus dedos.
—Es porque estás conmigo.
—Lamento si te exijo mucho... cualquier otro no te daría tantos problemas.
—Pero yo no quiero a cualquier otro, te quiero a ti. Me hace feliz estar aquí y no lo cambiaría por nada.
Sus palabras fueron azúcar en su lengua.
—¿Sabes? Fui un poco egocéntrico, lo dije para oírte decir que soy el único para ti. Malo o bueno, me encanta cuando lo dices.
—¿Ves? Te dije que eras un sinvergüenza —rió ella—. Además, si quieres que lo diga tienes que pedirlo y ya.
—Entonces dilo, por favor.
—Eres el único para mí, Jules.
—Otra vez.
—Eres el único hombre para mí.
—También eres la única mujer que amo, Hadita.
—Te amo ¿Sabías eso?
Jules se levantó lo suficiente y la besó de nuevo en respuesta a su pregunta, se acostó de lado sin soltarla. Durmieron así en brazos del otro, las piernas entrelazadas y la respiración mezclada. No llamó a Nicolleta esa noche porque estaba demasiado cansado. Despertó en la madrugada, pero no por una pesadilla sino por la molesta luz que había quedado encendida, se paró a apagarla y regresó a la cama con el hada irlandesa; salvo que esta vez se metieron bajo las sábanas.
No lo sabía, pero ya no volvería a tener pesadillas jamás.
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