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Capítulo 18

05/11/2017

—¡Ya sal de esa habitación y limpia esta pocilga! —gritó Nessa en la puerta.

No le alarmaba, le había puesto el seguro y la anciana no podría hacer más que gritar, se llevó las rodillas contra el pecho sintiendo un hueco creciendo. Su teléfono sonó y le dejó hasta que la llamada se perdió, Jules llamaba insistentemente desde esa noche, ella ya no tenía energías para relacionarse con esa historia. Se sentía humillada por haberse enamorado de él, nunca se habían etiquetado como pareja, pero después de todas la citas y los momentos que vivieron juntos uno esperaría algo más.

Ella no sabía cómo era vivir en carne propia su historia con Cyliane, no obstante tenerla no defendía sus acciones. La rabia que sentía pensando que se había acostado con otra mujer en el baño de un club, se comparaba a la que sentiría por una infidelidad y para colmo él había aceptado sentir algo, en aquel momento mirándolo a los ojos sufrió un acceso de ira tan grande que se quedó sin habla. ¿La quería ahora? ¿Después de apartarla con tanta facilidad? Además, había estado con otra... Su indignación aumentó cuando lo imaginó teniendo relaciones sexuales con otra persona esa misma noche y golpeó la almohada.

¿Por qué tuvo que ir a su apartamento? Cierto, la famosa charla con Nicolleta. La fenomenal hermana mayor ni siquiera había aparecido, pero por haberse estado riendo y bebiendo té de menta con Pia y Fiorella no se dio cuenta.

Otra llamada.

Enloquecida de ira y frustración, Erin enterró la cara en el colchón y gritó. Pero una vez que se hubo desgarrado las cuerdas vocales, al tener la cabeza fría, vaciló. ¿No significó nada para Jules? ¿Debía castigarlo por algo que él tenía todo el derecho del mundo a hacer? Después de todo nunca mencionaron los términos de la mierda de relación que tenían.

Diablos, no estaba en su sano juicio. Tenía que ir al hospital para que le leyeran esos análisis, pero no podía salir de la cama.

Otra llamada.

Extendió la mano hacía la mesa de noche y descubrió que un número desconocido le marcaba hace cinco minutos. Rayos, tal vez era de trabajo. Se enderezó y milagrosamente el mismo número volvió a llamar; aclaró su garganta y contestó con fingida animosidad:

—Hola, buen día. Soy Erin Mckenna ¿Quién habla?

—Hola, señorita Mckenna. Es un gusto conocerla aunque sea por teléfono, yo soy Nicolleta D'amico. Hace unos días tuve un problema importante que me impidió conocerla en persona.

Santísima mierda, pensó con la garganta seca. Tenía a la famosa hermana al teléfono y ningún deseo de complicarse la vida, lo que seguramente pasaría si accedía a hablar con ella.

—¿Señorita Mckenna?

Despabiló y se humedeció los labios. Bueno, tal vez no haría mal escuchar que tenía para decirle.

—Aquí estoy, es que me sorprendió.

—Eso imagino. —La mujer rió, fue una risa mecánica—. Escuche, seré breve y concisa con usted. Tengo conocimiento de lo que ocurrió con Jules, entiendo lo que siente y créame que si estuviera en su lugar habría colgado en cuanto me presenté. Comprendo que no debo ser una persona con la que quiera hablar ahora y que podría estar ocupada, por eso me interesa saber ¿Está de acuerdo en que platiquemos?

Nicolleta era como una máquina, parecía una persona seria y directa. Ya podía hacer de la imagen de una alta mujer de traje negro empoderada detrás de un escritorio en una oficina con vista a la ciudad. Una jefa. Una líder. Una hermana mayor.

—Sí.

—Excelente, muchas gracias. En primer lugar ¿Puedo tratarla de "tú"?

—Claro, sería más cómodo —respondió peinándose el cabello hacia un lado para que no la molestara.

Oyó suspirar a la otra mujer pesadamente.

—Gracias al cielo. Bien, de serte sincera no tengo idea de cómo empezar esta conversación. Creo que podría explicarte algunas cosas de Jules y mi familia, si en algún momento te incomoda o te aburre dímelo y dejaré de desviarme.

Empezaba a sonar más humana.

—Está bien —dijo recostándose contra el respaldo de la cama.

—Genial, pues... veamos. Todo este tiempo pensé en lo que te diría y me he quedado en blanco. Okey, empezaré con decirte que mi hermano ha cambiado mucho a raíz del accidente como te habrá contado, él solía ser un chico independiente y efusivo, pero ahora es un hombre encerrado en una florería. Mi familia tuvo que cambiar también. Cuidarlo se convirtió en nuestra única finalidad. Yo estoy lejos, vivo en París y mi forma de cuidar a Jules tiene que adaptarse a llamadas telefónicas. Mayormente mensajes de voz que me deja al final de su día o que yo le envió al inicio del mío, es por eso por lo que sé mucho de ti y su relación.

—¿Te habló de nosotros?

—Sí, él me cuenta todo. No quiero presumir, pero nosotros tenemos una conexión. Siempre hemos podido hablar de todo.

—¿Por eso eres la única que sabe lo del engaño?

Nicolleta tardó un medio minuto en contestar.

—Exacto, la única que lo sabe soy yo.

—¿Sabes cuál de los dos fue? —indagó interesada la pelirroja.

La mujer se tomó su tiempo para hablar.

—Si Jules no lo sabe ¿Por qué yo sí?

—A veces otros podemos ver lo que los demás no, además, uno de ellos es tu mellizo y asumo que lo conoces como a la palma de tu mano —argumentó astuta.

—No, no sé quién fue y tampoco quiero saber. A este punto descubrirlo no cambiaría nada, fuera quien fuere el daño ya está hecho.

—Entiendo, pero es bastante complicado viéndolo desde lejos.

—Todo nos parece fácil viéndolo desde lejos. —Tosió—. Disculpa, a lo que quiero llegar es a que sé lo que has generado en él. Puede que no lo sepas, pero con hacerle feliz lo has alentado a querer salir de su burbuja. Y no, este no es un intento de persuadirte para que regreses con él o soportes lo que ha hecho. Lo repito, de ser tú... yo le hubiera cortado las pelotas.

El repentino insulto la hizo reírse.

—Si no vas a pedirme que regrese ¿Qué buscas? —preguntó mirando sus piernas enredadas en las mantas grises.

—Jules ha ido a terapia un par de veces, pero la abandona cuando se da cuenta de que mejora. Contigo fue algo similar, mejoró y siguió adelante porque lo distrajiste demasiado o porque realmente está cansado de esa vida. Pienso que si la mamá de Cyliane no lo hubiera confrontado... tal vez podría haber pasado estas fechas sin lastimarse así. Hablamos estos días y esta destruido por lo que hizo, yo quisiera que hablaras con él para que regresara a terapia.

—¿Yo?

Esa era una responsabilidad enorme, sumando que no sabía si podría contenerse por lo enfadada que estaba con él.

—Me avergüenza pedirte esto, pero siento que tus palabras podrían tener un peso diferente a las mías o a las de los demás. Después de todo eres la mujer que lo enamoró de nuevo y fueron sus acciones las que lo llevaron a perderte. No te pido que mantengan una relación ni que lo perdones ni que lo ames, solo que le digas que es hora de coexistir con su pasado y crecer. —Una pausa—. Por favor, si no funciona jamás volveré a llamarte.

Erin pensó, pensó y siguió pensado un buen rato. Las cosas que dijera o hiciera marcarían a Jules, aunque él tenía criterio propio y bien podía rechazarla sencillamente. Ella era la reina del caos, no un ángel de aureola dorada con el don de hacer milagros y temía equivocarse.

No te pide que le jures amor eterno, solo un par de palabras, consideró seria.

—Está bien, hablaré con él.

—Gracias —dijo Nicolleta emocionada—. Muchas gracias.

La irlandesa se desplomó en la cama sin creer lo que iba a hacer, gruñó disconforme y para aliviar su mal humor quiso aprovechar la oportunidad para expresar su opinión:

—No puedo creer que seas la melliza de Pietro.

Nicolleta rió tontamente.

—Suelen decirnos que somos dos gotas de agua.

—Ni hablar, cariño. Tú eres simpática.

—Él es un poco gruñón...

—¿Un poco?

—Okey, es un gran amargo —aceptó encantada—. Me agradas, Mckenna.

—Lo dices porque no me conoces, cielo.

—Deberíamos aprovechar que estoy en la ciudad y descubrirlo. Nunca me ha gustado que me digan que creer, si eres una bruja lo decidiré yo misma.

Jules dormía en su cama con las luces apagadas, despertó cuando sintió un peso hundir el colchón y le dio la espalda porque sabía que se trataba de Fiorella, probablemente la chica venía a traerle uno de sus té verdes. Lo avergonzaba mirar a sus hermanos luego de la pelea que tuvieron. Los infelices estaban obligados a cuidarlo porque era un hombre despojado de estabilidad emocional y mental. La muchacha no habló así que se extrañó, ella hablaba hasta cuando tenía cerrada la boca, miró sobre su hombro y no distinguió la figura sentada allí en sus pies.

—¿Fio? ¿No, Pia? —preguntó frotándose los ojos.

—No, Jules. Soy yo —respondió la voz.

Una patada en el trasero no lo habría levantado tan rápido, se enderezó y encendió la luz de la mesa de noche. Erin cerró los párpados por el impacto de la luz, él dejó caer las manos en la cama sintiendo la cabeza vacía, volaba entre la felicidad de verla y el arrepentimiento. Su hada no vestía de rojo hoy. Llevaba una chaqueta negra y unos pantalones ajustados del mismo color. Ni siquiera llevaba sus tacones icónicos.

Ninguno se movió.

—Fiorella me dejó entrar —dijo ella con las manos en el regazo.

—Me alegra que vinieras —reveló saliendo de la cama y sentándose como era debido.

Usaba su pijama, pero no le importó su apariencia en ese momento.

—Aja —balbuceó Erin con desgano—. Entonces, ¿cómo estás? Quiero que seas sincero.

—Como si hubiera bebido agua de la alcantarilla —respondió cabizbajo—. Me siento contaminado. Manchado. Sucio. Culpable. Metí a todos en mi infierno y me comporté como un idiota. Lo arruiné contigo. Ya no puedo hacer más que mirar atrás, a los actos que cometí por querer sentirme mejor hiriéndome, nunca había mirado alrededor... a mí familia. Siempre pretendí hundirme solo.

Le costaba alzar la cabeza para enfrentarla.

—Pero no estás solo —exclamó la pelirroja—. Si tengo que mencionar una a una de las cosas que han hecho tus hermanos no acabaría jamás y ni siquiera lo conozco todo, así que solo hablaré de mí. Vine aquí cada día, me paré frente a tu puerta y llamé... llamé y llamé, no contestaste. Yo podía entender lo que pasabas, te hubiera acompañado y... tuve que esperar a que otros me dijeran cómo estabas porque tú preferiste quitarme del camino, Jules.

Se contuvo, sabía que si trataba de abrazarla huiría precipitadamente del apartamento, así que agarró el borde del colchón y apretó con fuerza.

—Haberte llamado esa noche fue un error. Planeaba terminar las cosas de una buena manera, pero no pude sobrellevar lo que pasaba. No quería que vieras el verdadero hombre que soy. No quería lastimarte. Prefería que me recordaras como el que bailó contigo en un teatro. Quería que me recordaras como habíamos sido hasta ahora.

—Siempre vi quién eres, Jules. Sé lo que el dolor puede hacerle a las personas y en quienes las convierte. Es duro, pero yo habría estado allí para ti —bufó enfadada—. Lo que hiciste con Tino fue... sádico. Hacerlo ver cómo te destruyes ¿Por qué lo llevaste?

Tragó saliva sonoramente.

—Él quiso ir, traté de persuadirlo y fue de todos modos.

—¿Te disculpaste con él?

—Sí. Aún piensa que soy patético, pero me perdonó.

—Es un chico genial.

—Lo es.

Prevaleció una tensa opresión, Jules lo comparó a que alguien le aplastara el pecho con el pie y no le dejara respirar. Se encorvó hasta colocar los antebrazos en las rodillas.

—Lo lamento, Erin... yo estoy enamorando de ti. Perdóname.

Vaciló, pero cuando alzó la vista, vio los ojos del hada por primera vez en días. Fue como verla por primera vez. No, era como verla por última vez. Ese miedo a que desapareciera lo hacía prestar atención al mínimo detalle. Contuvo la respiración, concentrándose en los tornasolados ojos verdes y brillantes que le devolvían la mirada. En realidad tenía llamativas líneas anaranjadas alrededor de la pupila. Y el calor en esa incandescente mujer era impactante.

—¿Me quieres?

—Sí y quiero estar contigo... quiero con todas mis fuerzas estar contigo —contestó enseguida.

—¿Por qué ahora? —preguntó ella con amargura—. ¿Por qué quieres intentarlo conmigo ahora? ¿O se trata de ver que tan bueno es el sexo conmigo?

Dios, se lo pondría difícil. Deseaba que lo aceptara. No, por supuesto que no lo haría. Ella no quería nada de él. Ni su compañía. Ni su apoyo. Ni su culpa. Meneó la cabeza y su voz adoptó un tono ronco. Los años lo habían hastiado de dar explicaciones sobre sus lágrimas, pero con la irlandesa hacía caso omiso a esos problemas.

—Me enamoré desde que fuimos al teatro, prácticamente la segunda cita que tuvimos y creí que pecaba en contra del recuerdo de Cyliane. Ella me lastimó, pero yo la amé por mucho tiempo y su muerte me mancha las manos. —Torturaba a su corazón hablar de esto—. Enamorarme de ti fue tan fácil que pensé que estaba mal. Me negué a ello y dime hipócrita porque aún seguía invitándote a salir con la esperanza de tenerte un instante. Pasaron los meses y empecé a ansiarte, quería tomarte de las manos, abrazarte en la noche, pasar el día entero recostados en la cama hablando de nosotros, soñaba con besarte... —Se cubrió los ojos sofocado—. Y no, no quiero sexo. Yo muero de ganas de hacer el amor contigo.

—Maldita sea ¿Por qué tenías que llegar a esto? —bramó aturdida.

La observó, apretaba entre sus puños la tela de su pantalón y en sus entrecerrados párpados se asomaba la tormenta.

—Mis noches empezaron a ser tuyas, Hada. Sin embargo, yo necesitaba un castigo por lo que le hice a Cyliane e intenté borrarte de mi piel con otra que sabía me quitaría toda dignidad... pero, Dios mío, verte esa noche fue una bofetada que me mostró lo que perdía... mi familia, a mí mismo... a ti y... estoy harto de sentirme culpable. Quiero deshacerme de estas cadenas y dejarla ir... necesito aprender a despedirme del recuerdo de Cyliane y no de mí.

Se cogió la cabeza. Le pareció oír sollozos. Pero ella no estaba llorando. Él tenía lágrimas en los ojos. Era él quien sollozaba sin darse cuenta. Carraspeó y parpadeó varias veces seguidas para regresar a la normalidad. La habitación se distribuía entre sombras y desorden, ni siquiera había mantenido limpio el lugar.

Lo más maravilloso ocurrió, unos largos dedos se entrelazaron con los suyos y jadeó. Miró a Erin expectante por sus próximas palabras.

—¿Realmente quieres quitarte esas cadenas? —indagó calmada.

—Sí —susurró.

—Entonces ve a terapia, busca ayuda y esfuérzate por mejorar.

—¿Qué?

—Te estoy diciendo que necesitas ayuda, hazlo por ti. Date una maldita oportunidad y libérate de esto. ¿Vas a negarte aun cuando ya has caído tanto?

Jules se puso rígido. Lo quería. Realmente lo quería. Todas la luces verdes en su cabeza estaban encendidas. Apretó el agarre de su mano y asintió, saboreó el amargo jarabe de la culpa en su lengua y se lo tragó. Estaba harto de ese sentimiento y de los pensamientos sombríos. Quería tener el control de su vida y disfrutarla. Como su nombre lo decía, estaba lleno de juventud. Iba a recuperarla.

—Me alegra saber que lo harás, espero que no sean palabras vacías —dijo la irlandesa, le sonrió débilmente y él casi murió.

—¿Y qué hay de esto? —preguntó levantando sus manos unidas.

Ella ladeó la cabeza, su cabello acompañó el movimiento con un desliz de seda.

—Mmnnn... es lo que es, Jules —murmuró emotiva—. Eres el hombre con el que quiero bailar toda la noche.

Él sonrió, extendió la mano libre para tocar su mejilla y se acercó lentamente. La pequeña y rojiza boca del hada entreabrió sus voluptuosos labios, su visión difusa por el deseo de probarla una vez más. Su primer beso había sido efímero, leve y ella había estado borracha. Cerró los ojos esperando el roce de la suave piel de su boca, pero en lugar de eso la eléctrica mujer colocó uno de sus dedos en su labio inferior para detenerlo.

—¿Besaste a esa mujer? —escupió Mckenna con una expresión tan peligrosa como un arma cargada.

—No, no lo hice. Y lo deteste. Me sentí enfermo.

Ella sonrió ladina y alzó una ceja.

—Te creo, pero tampoco recibirás un beso mío. No hoy. Aún sigo muy enfadada y tendrás que esforzarte para conseguirlo, cariño.

Rió aceptando su respuesta. Juntó sus frentes y acarició su mejilla con dulzura. Estaba feliz. Le queda mucho camino, pero estaba bien en este momento. Sin voces ni recuerdos.

Solo un hada de tormenta que correspondía sus sentimientos.

—Extrañaba a horrores oírte llamarme "cariño".

—Yo también te extrañé, Jules.

Él no hizo ningún comentario, solo la abrazó con toda el alma.

—Te extrañé, Hada —dijo con voz ronca— Te extrañé demasiado.

Cerró los ojos y la estrechó todavía más.

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