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Capítulo 11

20/07/2017

—¡No me jodas! —gritó Erin alucinando y agitando la venda que anteriormente le cubría los ojos y el eco repitió su bella reacción.

Jules se carcajeó a su lado quitándose la mochila para dejarla sobre una silla de playa a unos metros, ella lo encaró con el ceño fruncido y señaló el agua delante de ellos. Esta era la zona de piscina interna de un hotel fabuloso, las paredes claras se alternaban con tallados floreados; a la par que adquirían el brillo azul que venía de las luces en el fondo de la alberca y las columnas jónicas —de esas que había en los templos griegos—, daban un ambiente místico con un toque atemporal.

—¿Qué? —cuestionó él haciéndose el tonto.

—Cariño, me estás poniendo los pelos de punta —advirtió con una sonrisa traviesa— ¿A quién conoces como para que te dejara entrar gratis?

—Al encargado, Hada. Esto pasa cuando le reparas la dentadura a alguien que no tiene seguro dental y le das un gran descuento.

—Wow, me siento tentada a aplaudirte —admitió embelesada.

Juntó las manos bajo su mentón, casi saltaba por las ansias de meterse al agua. D'amico la miró incrédulo.

—¿Te impresiona más esto que el teatro?

—¡Es que me encanta nadar y ha pasado un milenio desde que pude hacerlo!

Él se masajeó la mandíbula contrariado de repente, la puso nerviosa y le tocó el hombro con suavidad.

—¿Jules, qué pasa?

—Es nuestro primer desacuerdo, yo detesto nadar —respondió dramático.

—¿Y por qué vinimos? —cuestionó claramente confusa.

—Por si no lo recuerdas, Hada, cuando te invité a salir por primera vez te pregunté sobre algo que te gustara hacer, algo que nunca hubieras hecho y dos cosas que odiaras, pero como eres "justa" propusiste que yo también dijera algo que odiase —explicó condescendiente—¿Recuerdas? Si no lo hace me deprimiré, señorita Mckenna.

La irlandesa rebuscó en su memoria de meses pasados, su primera charla por teléfono, se rió risueña recordando como habían cenado juntos a través de un aparato de comunicación. ¿Cuántas horas hablaron en esa oportunidad? ¿Dos? ¿Tres? El estómago se le llenó de calor por motivos desconocidos, la sensación de tener una pizca de candor en su pasado le resultaba positivo.

—Oh, sí me acuerdo. Yo me disfracé.

—Y yo voy a nadar —agregó el hombre con un suspiro.

—No puedo creer que no te guste nadar, cariño.

—¿Ves? Ahora soy un nueve de diez, que tristeza —afirmó falsamente.

—Lo siento, eres un ocho de diez —retó contoneando las caderas y cubriéndose la boca.

—¿Un ocho? —cuestionó consternado.

Erin se burló de él con descaro, caminó con paso coqueto alrededor de la piscina, ansiosa por el golpe helado y refrescante del agua en su piel. Meses antes de su divorcio había ido a la playa, pero luego la desazón le produjo abstinencia a todo tipo de salidas; en ocasiones se dejaba arrastrar por su ex amiga Vivianne a clubs nocturnos.

—Eres muy sinvergüenza, cariño... eso te quita puntos por mucho que me guste.

—¿Te gusta que sea un sinvergüenza? —Alzó las cejas receloso.

—Me gusta que seas tú mismo.

Lo escuchó reír. Sin embargo, cayó en cuanta de un problema importante en esta linda cita acuática... no tenía traje de baño, se giró hacía Jules alarmada por ese detalle y para su sorpresa él supo exactamente cuál era su preocupación. D'amico señaló su mochila, ella se aproximó mientras revolvía las cosas en el interior y se golpeó la frente cuando le enseñó una malla enteriza roja con lunares blancos, eso no podía ser para una mujer adulta.

—Ya no me gustas —acusó cogiendo el traje desganada y viendo que efectivamente era feo.

—Lo siento, si te decía que trajeras un traje de baño la sorpresa se hubiera ido por el caño y mi hermana Fio tiene una contextura física similar a la tuya, de todas formas soy el único que te verá así que no hay problema —explicó como un vendedor.

—No eres el único —dijo deprimida.

—¿Quién más lo sabrá?

—Mi dignidad.

Después de ese intercambio de palabras sobre el horrible traje de baño a lunares, decidieron cambiarse de atuendo y como no había de otra, usaron una de las columnas para ocultarse del otro. Afloraba en el aire la incomodidad, pues desnudarse frente a otra persona... mínimo causaba que la piel se te pusiera de gallina por los nervios. La tentación de hablarle le aceleraba el pulso. La idea de que Jules no tuviera nada puesto despertaba cosquillas en su estómago, sus rodillas perdieron fuerza cuando oyó una cremallera siendo bajada. Diablos, todo su crecimiento personal se convirtió en un globo con helio que se le había escapado y volaba ya a kilómetros de distancia.

Ni siquiera podía determinar esto como suerte vertiginosa o una prohibición tentadora.

Una maldita columna impedía que él la viera o que ella captara accidentalmente otra cosa que no fuera el sonido del friz de las prendas al quitarse, Erin llevaba puesta una blusa y unos tejanos ajustados, pero su salvación era el abrigo largo que le colgaba en los hombros.

Le servía como un tipo de barrera más confortable, podía ocultarse en ella hasta que terminara de ponerse esa jodida malla roja.

—¿Señorita Mckenna?

Odiaba que le dijera así, pero tampoco podía decirle: Llámame "Hada" porque me haces delirar. No, eso sonaría muy mal saliendo de su boca.

—¿Sí?

—¿Estas lista?

—Sí y te juro que me sangran los ojos —declaró mirándose.

La risa masculina le provocó irritación, ese hombre cobraba su venganza, luego del chiste de la llamada erótica no lo dudaba.

—Vamos, déjame verte.

Con un arrebato natural dio la vuelta a la columna y se puso una mano en la cadera mientras se recargaba contra la construcción de mármol, los dos abrieron los ojos en su máxima capacidad al mismo tiempo, ella por su parte al ver el atractivo descubrimiento del torso trabajado y los grandes músculos de su compañero —él no era una masa de testosterona como su hermano, pero tampoco era pequeño—, y el desgraciado por su lado estaba impactado, sí. Pero no porque la pelirroja tuviera un cuerpo de infarto, sino que contenía la risa al verla con el bañador de su hermana menor.

—No lo digas —amenazó la irlandesa.

—Siento que miro a Minnie Mouse —murmuró él respirando lentamente para no explotar en una carcajada histérica.

—Te. Voy. A. Castrar —avisó con expresión austera.

—No te enfades, te ves genial... —Se rió—. Perdón.

—Tienes tanta suerte de estar vivo en este momento —dijo acercándose con una mirada sombría y cruel. Jules retrocedió con los brazos cruzados contra el pecho—. Me has hecho enojar.

—¿Sí? Que mal —contestó sonriente.

—No te rías tanto, cariño.

Plantó su mano en el pecho del hombre y lo empujó de espaldas a la piscina, se sujetó el estómago riéndose y oyéndolo gritar por el abrupto golpe del agua fría. Con una sonrisa maliciosa lo vio tiritar los dientes mientras lanzaba improperios al planeta entero, reacia a esperar se zambulló con él y en lugar de congelarse su cuerpo lo recibió como una ola de vitalidad. Emergió a la superficie haciéndose el cabello hacia atrás, riendo como una condenada mujer feliz.

—¡¿Cómo puedes reírte si está helada?! —bramó Jules petrificado.

—El agua está perfecta —cantó braceando de espaldas.

—Estas demente.

—Tengo el cuerpo caliente —bromeó y se calló de repente—. Eso ha sonado mal ¿Verdad?

—¿Para qué mentirte, Hada? —continuó él tomándole el pelo—. Dime pues, tú eres la amante de estas aguas infernalmente heladas ¿Qué se te ocurre?

Erin sonrió rápidamente e hizo pasar al pobre una serie de juegos que lo dejaron exhausto, primero lo desafió a una competencia de relevos donde ganó con un arrasador 5-1; tras eso jugaron como dos niños a "Evita la pelota" y demostró nuevamente ser una invicta ganadora tras quince minutos en los que su puntería dejó en patético al presumido hombre; fue mientras competían al "Tiburón" que Jules no le dio respiro, ya fuera porque estaba cansado de perder o porque... no, simplemente se hartó de perder.

Finalmente se debatieron por un Marco polo acuático, ella le vendó los ojos con la misma venda que él usó para llevarla a la piscina y lo retó a atraparla; entre gritos de "Marco y Polo" se mandaron al demonio, pero de buena manera.

—¡Marco! —gritó él acercándose.

—¡Polo! —mintió ella hundiéndose hasta el fondo para esquivarlo.

—¡Mierda, está vez te sentí! ¡Eso es trampa! —se quejó enardecido por la competencia.

La irlandesa emergió a un metro y chapoteo ruidosamente para que la escuchara, verlo nadar en su dirección le encantaba, sinceramente empezó a jugar sucio hacía rato. Quería vengarse por el traje de Minnie Mouse.

—¡No te escucho! —anunció vanagloriándose.

—¡Jodido marco!

—Jodido polo, cariño —armonizó riéndose.

Nadó tan cerca de Jules que le acarició la cabeza, cuando él quiso cogerla se le escapó de una brazada perfecta. Mientras D'amico se desplazaba hacia el otro extremo de la alberca, ella optó por dirigirse a la escalera para salir del agua, iba a haberlo enloquecer al gritarle desde fuera. Eufórica, se aferró a la barandilla metálica y... sus brazos se ablandaron, su fuerza desapareció y la imagen se distorsionó. El mareo la desestabilizó de una manera potencial, un segundo, su cerebro se apagó un segundo llevándola sumergirse inconsciente en el agua.

Negro. La cubrió le negrura absoluta. Su mente estaba adormecida, no obstante le ardían los pulmones y dolían mientras el agua entraba furiosa colapsándolos en un ahogo. Sentía que giraba en círculos en múltiples direcciones, la desorientación fue una inyección de miedo en su corazón y quiso gritar.

Escupió el agua, el líquido le salía por las fosas nasales y le subía por la garganta, sus pulmones eran una bolsa exprimida que se esforzaba por regresar a la normalidad a pesar de la agonía de reponerse. Giró sobre su estómago. Abrió los ojos encontrándose con las baldosas del suelo, tosió sufriendo el azote del aire hacerse paso sobre los residuos de agua en sus vías respiratorias.

—¡Dios mío! —La voz de Jules vino a su espalda, le levantó el rostro para verla y la cargó como una muñeca maltrecha hasta una de las sillas de playa, la depositó en ella cuidadosamente. Frenético balbuceaba incoherencias— ¡Mierda! ¿Estás bien? ¡Santo Dios, Hada! ¡¿Qué diablos pasó?! ¡Casi te ahogas!

—Me mareé y creo que me desmayé... rayos, aún me da vueltas la cabeza.

—Mierda, estás pálida.

—Creo que debería ir a casa, Jules. Lo siento.

Él la miró angustiado, notó las lágrimas en la comisura de sus ojos y se inclinó para abrazarlo.

—Tranquilo, estoy bien.

—Quédate conmigo hoy, por favor.

—No quiero.

—Vamos, es solo un té.

Ella negó con la cabeza recostada en su cama, Jules se rindió y depósito la tasa de té en la mesa de noche, suavemente se acostó a su lado para acariciarle la espalda. Habían regresado inmediatamente después del incidente, ese día le había impuesto la condición de no llevar su auto y viajaron en metro hacía el lugar de la cita; todo por mantener el sitio en secreto. Le pidió ir a su apartamento porque quedaba más cerca en transporte público en comparación a donde la irlandesa vivía.

Ya no podía rememorar la última oración que había elevado, pero esa noche... Oh, Dios, por favor. Por favor. Había arrojado la fuerza de su pánico a una oración cuando sacó su cuerpo del fondo de la piscina, ni siquiera hizo ruido al zambullirse, se dio cuenta de lo ocurrido por el profundo temor que despertó el silencio prolongado.

Le dio respiración boca a boca y admitía haber llorado mientras le hacía un RCP. No paró de repetir las mismas palabras: Hada, tienes que quedarte conmigo.

Cuando ella empezó a respirar sintió temblar el mundo, hizo vibrar los huesos de Jules, hizo que el cuerpo se le tensara por el alivio. La vio arquear la espalda y jadear mientras su rostro se contorsionaba en agonía. Nunca lo olvidaría. Lo enfrió totalmente, comprendía la preocupación de Pietro ahora... su corazón no sobreviviría a otra herida.

Envolvió los brazos a su alrededor, sosteniéndole la cabeza. La pelirroja enterró la cara contra su pecho dormida mientras sus manos tiraban de su camisa para mantenerlo pegado a ella como si tuviera temor a ser abandonada.

—Ya te lo he dicho más de una vez, Hada. No planeo alejarme —habló como si hubieran estado platicando y ahora estuvieran continuando la conversación—. Algún día vas a creerlo.

Erin se estremeció dejando salir una risa y lo abrazó más cerca. Se equivocó, seguía despierta y lo había oído.

—Creo que algún día podría ser hoy, Jules. Creo que podría ser hoy.

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