Capítulo 2 - Chicos huérfanos y solitarios
San Martín del Valle...
♪...For all those times you stood by me
For all the truth that you made me see
For all the joy you brought to my life
For all the wrong that you made right
For every dream you made come true
For all the love I found in you
I'll be forever thankful, baby
You're the one who held me up
Never let me fall
You're the one who saw me through
Through it all...♫
Además del ballet y las canciones de Céline Dion, Ángel amaba cocinar, y eso, viniendo de una futura estrella de la danza, era casi una ironía, teniendo en cuenta la rigurosa dieta que llevaba desde los siete años. Pero si, Ángel amaba cocinar, y no lo hacía nada mal. De hecho, su tía Marisol acostumbraba a decirle siempre, y esto era de una manera bastante cruel, dicho sea de paso, que en vez de perder el tiempo dando brincos y vueltas como una chiva loca, debía enfocarse en ser cocinero, y así tendría trabajo donde fuera. No era de sorprender que siempre que estaba en la casa de sus parientes, la cocina fuera algo de lo que inmediatamente debía hacerse cargo.
A Ángel le gustaba cocinar porque le recordaba a su madre, quien igual tenía un exquisito don para la elaboración de manjares. Recordaba, con mucha nostalgia, momentos en su niñez en que la ayudaba en las labores de la cocina. Eran de los mejores recuerdos que tenía de ella. A veces, su padre también se sumaba, y le daban la tarde a la cocinera y se encargaban ellos de hacer la cena, armando peleas donde se arrojaban los ingredientes y se reían y eran una hermosa familia.
Ángel suspiró y se secó las manos en el delantal. El pavo ya estaba listo. Lo observó, humeante y apetitoso en la bandeja llena de vegetales cocidos y papas doradas nadando en salsa color ámbar. Solo esperaba que le dejaran probarlo al menos y no solo las sobras.
Llevaba cocinando casi toda la tarde. Ahora pondría la mesa con la mejor vajilla de su tía, que no era realmente de ella, sino de su difunta madre, y por tanto, le pertenecían a él por derecho de la herencia. La tía Marisol gustaba de presumir desvergonzadamente de la mansión y sus posesiones como si fueran suyas.
Mientras ultimaba los preparativos, colocando las servilletas cuidadosamente dobladas, escuchaba a su cantante favorita, y pensaba en sus difuntos padres. A veces se preguntaba por qué la vida había sido tan dura y cruel con él, arrebatándoselos tan temprano, y forzándolo a vivir con unos parientes que no sentían absolutamente nada por él, siendo considerado más un estorbo que un miembro legítimo de la familia.
Ángel no podía comprender cómo su tía Marisol, siendo hermana de su madre, podía tratarlo con tanto desprecio e indiferencia. Aunque la verdad es que la tía Marisol y su madre nunca tuvieron las mejores relaciones. Su tía acostumbraba a decir que su difunta hermana tenía los pies demasiado lejos del suelo, y la cabeza por encima de las nubes por haberse casado con un ricachón que le daba todos los gustos y veía por sus ojos. Los recuerdos que tenía de niño de su tía, eran bastante borrosos, hasta el punto, que realmente supo que tenía una tía cuando esta apareció días antes de fallecer su madre.
Su padre le contó un día que la tía Marisol era tan odiosa porque siempre había sentido envidia del talento y la belleza de su hermana, además de que aparentemente había sido la hija menos querida. Pero al final, Ángel había tenido que acabar viviendo con la tía Marisol y siendo el receptor de toda la frustración acumulada desde años. Era la única pariente que le quedaba. Bueno, ella, sus primas y el tío Pancho, que era sacerdote en la capital.
Cuando se iba a ir estudiar a la capital, a la prestigiosa Academia de Artes Frida Khalo, la tía Marisol dejó en claro que con las pocas ganancias que estaba reportando la plantación de maracuyá y la fábrica, sería difícil asumir los costos de una carrera tan cara. El tío Pancho le ofreció de inmediato su casa. Así no tendría que pagar por la residencia estudiantil. La tía Marisol tendría que contribuir con el dinero del pago de alquiler del antiguo estudio de ballet para cubrir las necesidades de Ángel para la escuela. Sus padrinos se comprometieron a hacer otro tanto. Su tía Marisol, a veces ni siquiera recordaba que debía asumir ciertas responsabilidades.
Dejándose llevar por la melodía, los pies de Ángel, tensados en empeines, dibujaban suaves movimientos en el suelo. Escurrió la cabeza en gestos sutiles, marcando el tempo de la canción, y dio gracias a Dios por estar vivo; dio gracias a Dios por las personas maravillosas que había puesto en su camino; y también por las no tan maravillosas, pero que le entrenaban día a día en la paciencia. Igualmente agradeció por aquellas que en algún momento habrían de aparecer y marcar alguna diferencia en su vida:
_ ¡Despierta, estúpido!
Ángel estuvo a punto de dejar caer una de las copas ante la tempestuosa sacudida que le dio su prima Galilea. Estaba tan abstraído que ni siquiera la había escuchado entrar al comedor. Tenían la misma edad y toda su apariencia reflejaba claramente el carácter remilgado e insoportable de la muchacha. Con el cabello muy corto, peinado con exquisitez. Sus grandes ojos cafeinados y fríos. Su figura, pequeña y rellena podía apreciarse ante todo por la sobrecarga de alhajas de oro que llevaba. En cada oreja, cuatro argollas de distinto tamaño. En el cuello, tres gargantillas de idéntica naturaleza. Los dedos de ambas manos, todos con anillos. En las muñecas, pulseras. En la nariz y en el ombligo, un pearcing. En el tobillo derecho, una esclava, en el dedo índice del mismo pie, lucía un anillo del precioso metal. Galilea era extravagante, no lo podía ocultar:
_ Mamá quiere saber si ya tienes todo listo.
Ángel desfiguró el rostro con una mueca de desagrado y continuó su labor, fingiendo no haber escuchado a su prima con su tono petulante. Galilea fue hasta la cocina y regresó con un embase de helado de fresa que se dispuso a comer, acomodándose en una de las sillas del comedor:
_ Oye tú, te hice una pregunta._ escupió Galilea.
_ ¿Qué quieres saber?_ preguntó Ángel sin mirarla.
_ Yo no, es mi mamá. Quiere saber si ya lo tienes todo listo para la cena.
_ Dile que sí, que estoy poniendo ya la mesa.
Galilea degustó el helado con un vulgar chasquido de lengua:
_ El pavo huele bien. No hay dudas de que eres bueno en la cocina. Deberías dejar esa tontería del ballet y dedicarte a cocinar.
Ángel infló los carrillos y subió el volumen del teléfono para que la voz de Céline Dion se escuchara por encima del tono desagradable de su prima:
_ Ay, qué barbaridad, no te brindé helado ¿Quieres?
Ángel se volteó, luciendo una sonrisa irónica en los labios. Odiaba el sarcasmo de su prima. Era una actitud muy frecuente en ella:
_ No Galilea, pero gracias de todos modos.
_ ¡Ay, esta memoria mía!_ fingió Galilea con un gracioso mohín._ Se me olvidó primito. Verdad que ustedes los bailarines no pueden engordar.
Ángel entornó los ojos. No es que no pudiera comer helado. De hecho, le encantaba comer helado. Quiso replicar, pero en la cocina entró su tío Israel. Era un hombre de cincuenta años, pero aparentaba más edad. Su apariencia era bastante cuidada pero poseía cierto aire repulsivo. Tal vez era el intenso enrojecimiento que poseía su piel, o su enorme nariz, o sus penetrantes ojos negros. Ángel siempre le había temido, y sentía asco cada vez que lo tenía cerca, con aquella mezcla de olor a cerveza y colonia fuerte que envolvía su cuerpo rechoncho. No pudo evitar que su cuerpo se estremeciera en cuanto lo vio aparecer. Intentó concentrarse en su labor y no mirarlo siquiera. Esperaba que él tampoco reparara en su persona.
Israel siguió hasta la cocina y regresó con una botella de cerveza que destapó y de la que comenzó a beber a grandes sorbos:
_ Es muy temprano para empezar la borrachera._ advirtió Galilea.
Israel ni siquiera miró a su hija. Ángel no se molestó en opinar. Si su tía descubría que su marido estaba bebiendo tan pronto, sería problema de ambos, no suyo. Galilea miró a su padre con una mueca y concluyó su helado saboreando la cucharita. Griselda entró precipitadamente en la cocina.
Era idéntica a su hermana gemela, aunque menos gruesa. En su cuerpo lucía exactamente la misma cantidad de alhajas de oro. Griselda se detuvo en seco y clavó sus ojos cafeinados en su padre, que continuaba bebiéndose la cerveza, recostado a la pared mientras miraba por una de las ventanas:
_ ¿Tan temprano y ya emborrachándote?_ preguntó con guasa la recién llegada.
_ Váyanse a joder a otra parte y déjenme tranquilo._ masculló Israel y se retiró, no sin antes lanzar una mirada vidriosa a Ángel, que se estremeció de pies a cabeza.
Galilea sonrió y miró a Griselda con ironía:
_ Me parece que papito va a dar un show delante de tu noviecito.
La aludida la soslayó y dijo de igual modo:
_ Para que mamá lo estrangule... Además, eso quisieras tú, pero el gusto no se te va a dar.
_ ¿Yo?_ fingió Galilea._ ¡No querida no! ¿Qué gano yo con que papito arme su espectáculo?
_ No lo sé, pero como eres tan envidiosa...
Galilea soltó una carcajada sarcástica:
_ ¿Envidiarte yo? ¡No sé qué!
_ Sí lo sabes. Alexys es un galanazo y su familia tiene dinero, y te duele que se haya fijado en mí... No finjas, hermanita. Te conozco.
Ángel pudo percatarse de cómo Galilea enrojecía y sus facciones se mostraban duras y airadas. Estaba acostumbrado a presenciar escenas como aquella entre sus primas. Ambas no se toleraban y siempre buscaban la ocasión de ofenderse una a la otra. Lástima que su absurda pelea no lo dejara escuchar en paz a Céline Dion. Galilea casi fulminó a su hermana gemela con la mirada:
_ Vete a la mierda, estúpida._ y salió del comedor, seguida por su hermana, que parecía dispuesta a sacarla de quicio.
Ángel respiró aliviado. Al fin solo. Ojalá y nadie volviera a interrumpirlo, al menos hasta haber terminado. Media hora después ya había limpiado la cocina, dejándola organizada, y fue hasta la habitación de su tía Marisol, donde la encontró acomodada sobre su enorme cama de sábanas inmaculadas, viendo un reality show en la televisión.
Marisol era una mujer muy delgada y paliducha, que despertaba antipatía solo de mirarla. Sus facciones siempre se mostraban frías, endurecidas. A Ángel, particularmente, la imagen de su tía siempre le había infundido terror. Se acercó despacio y carraspeó para llamar la atención. La mujer ni siquiera lo miró, pero con tono apático, preguntó:
_ ¿Qué quieres? ¿Ya terminaste todo?
_ Si tía. La cena está lista. La dejé en el horno para que conserve el calor..._ dudó unos segundos antes de proseguir._ Yo quería pedirte permiso para salir un rato.
_ ¿A dónde vas?
_ A casa de mi madrina.
_ Esa bruja desagradable. No creas que no sé que se dedica a hablar mal de mí. Así que mejor le adviertes que se meta en sus asuntos si no quiere tener problemas conmigo.
_ Pero tía, Aida solo...
Marisol lo miró con sus inmensos ojos verdes, forzándolo a callar. Las ventanas de su larga nariz se dilataron al preguntar:
_ ¿Estás seguro de que lo hiciste todo-todo?
_ Sss... si._ pronunció Ángel con cierto recelo.
_ ¿Hiciste el postre?_ inquirió Marisol.
¿Postre? Nadie le había dicho nada acerca de preparar postre. Creyó que el postre sería helado. Ángel intentó replicar, pero su tía se lo impidió alzando una mano con impaciencia:
_ Quiero que hagas una tarta.
_ Pero tía...
Con el mando a distancia, Marisol silenció el televisor y envolvió a su sobrino con una mirada gélida:
_ Ángel, estoy tratando de relajarme un poco ahora que las niñas están tranquilas en sus habitaciones. No vengas tú a tratar de amargarme la tarde con tus estupideces. Acaba de ir a la cocina y haz la dichosa tarta.
_ ¡Pero tía...!
Marisol entornó los ojos y se levantó de la cama:
_ ¡Escuincle baboso...! ¿Acaso eres sordo? ¿No puedes hacer nada de lo que se te mande sin protestar? ¡Qué malagradecido eres! ¡Después de todo lo que hemos hecho por ti! ¡Durante todos estos años te hemos criado como un hijo, te hemos mantenido sin esperar nada a cambio, y lo mínimo que espero, es que me ayudes con las cosas de la casa! ¿Acaso es mucho pedir?
Ángel apretó los labios y dio media vuelta, regresando a la cocina. Siempre la misma cantinela. Siempre su tía buscaba la forma de echarle en cara que lo habían recogido cuando su madre murió. Y para colmo, usaba el mismo plan de víctima lastimada, algo que todos en el pueblo sabían, no era cierto.
Tenía deseos de romper a gritar, de soltarle a su tía toda clase de improperios, de tirarle en plena cara el pavo asado, y hasta la tarta sin hacer. Pero no hizo nada de esto. Con los ojos empañados batió los huevos, mezcló harina, azúcar, chocolate y otros ingredientes, y preparó una deliciosa tarta que adornó con una capa de nata blanquísima.
Se sentía tan estúpido. No sabía hasta cuándo se dejaría pisotear por sus parientes y por todo el mundo. Estaba harto de quedarse callado, de soportar sumisamente burlas y malos tratos. Ansiaba que llegara el momento de alcanzar la mayoría de edad, de poder trabajar, de independizarse y así no volver a tener que ver a ninguno de ellos jamás en su vida.
Cerró los ojos y pensó en sus padres. En lo mucho que lo habían amado siempre, hasta el momento en que los perdió. Pensó en su tío Pancho, en las personas que trabajaban directamente con él en su parroquia y que lo querían muchísimo. Pensó en su madrina. Si, al menos tenía personas que aún cuidaban de él. Y Dios también, aunque a veces dudara que fuera así y perdiera momentáneamente la fe.
♪...You were my strength when I was weak
You were my voice when I couldn't speak
You were my eyes when I couldn't see
You saw the best there was in me
Lifted me up when I couldn't reach
You gave me faith 'cause you believed
I'm everything I am
Because you loved me...♫
******************
Ciudad de México...
Lorenzo del Castillo se sentó a la mesa y apartó la cabeza con la suficiente rapidez para no ser golpeado por un pedazo de pan que cruzó rozándole una oreja:
_ Oigan, dejen de jugar con la comida._ regañó a sus hijos Alfredo, Rolando y Junior, que se reían a carcajadas, mientras continuaban retozando sin prestar cuidado al llamado de atención.
Del matrimonio de Lorenzo del Castillo y Clara Medina, habían nacido cuatro hijos. Alfredo, de veinticinco años, que había seguido el ejemplo paterno y se había dedicado a una carrera de leyes. Lorenzo era el presidente de una importante firma de abogados y su hijo mayor había sido contratado recientemente. Alfredo estaba recién casado y en espera de su primer hijo. Su esposa, Paulina, una simpática joven de su edad, entró al comedor sujetándose la enorme panza de cinco meses, quejándose de las incomodidades propias del embarazo.
Le seguía Rolando, de veintiún años, el hiperactivo de la familia. Rolando jamás se estaba quieto, tal vez por ello nadie se sorprendió ante el hecho de que decidiera dedicarse a los deportes. Quería convertirse en una estrella del fútbol mexicano. A diferencia de su hermano mayor, no se cansaba de decir que no soportaba estudiar y que tampoco pensaba casarse, aunque tenía las puertas abiertas para cualquier chica dispuesta a enrolarse en una aventura sin compromiso.
Junior, el menor, solo tenía siete años, mas, aún así, no se quedaba atrás cuando se trataba de unirse a sus dos hermanos mayores y formar parte de las locas ocurrencias de estos. Todos se dejaban engañar por su carita inocente, ignorando la verdadera naturaleza juguetona y traviesa del chiquillo, que sabía fingirse una víctima cuando veía que la situación se tornaba fea y su alocada madre intervenía.
Sin embargo, antes de Junior, estaba Benjamín, de diecisiete años. Era todo lo opuesto a sus tres hermanos, en todos los sentidos. Aquellos eran un trío desastroso, propensos al escándalo por cualquier motivo. Benjamín no. Era un muchacho apacible, amante de la tranquilidad y de cuanto tuviese que ver con las artes. De ahí, que estudiara precisamente una carrera artística. Dentro de una semana cursaría el último año de la especialidad de ballet en la Academia de Artes Frida Khalo.
Clara entró en el comedor trayendo entre las manos una sopera humeante. Al instante, Alfredo, Rolando y Junior cesaron de jugar y recogieron los restos de pan esparcidos sobre la mesa:
_ Qué bien huele, suegra._ sonrió Paulina acariciando su voluminoso vientre.
_ ¿Qué es eso?_ preguntó Rolando con una mueca.
_ Sopa de pollo._ contestó Clara con orgullo.
_ ¡Ah, jefa!_ protestó Alfredo._ ¿Qué es eso? Los machos no toman sopa.
Clara arrugó el rostro con enojo y lo golpeó con uno de los paños de cocina que sostenía entre las manos:
_ No seas baboso._ miró a su esposo y titubeó._ Y será mejor que no me hagas hablar, porque aún no se me ha olvidado todas las burradas que se están dedicando a enseñarle a Junior.
_ Tenemos que enseñar a Junior a que sea un hombre._ soltó Rolando._ Con un flojito en la familia ya tenemos suficiente.
Los ojos de Clara se entrecerraron, amenazantes:
_ Si solo me imagino que te estás refiriendo a tu hermano Benjamín créeme que te voy a...
_ ¿Creen que podamos almorzar en paz?_ preguntó Lorenzo entrelazando las manos bajo la barbilla, con los codos apoyados en la mesa.
_ Ya oyeron a su padre._ suspiró Clara luego de una pausa, crispando los puños._ Vamos a almorzar en paz y tranquilidad, y el que no quiera probar mi sopa de pollo, que muy rica que me quedó, es su problema... ¿Dónde está Benjamín?
_ En el cuarto, _ respondió Junior._ está oyendo a la güera esa que a él le gusta.
Alfredo lanzó una risita burlona:
_ No entiendo cómo puede escuchar todo el tiempo a esa gringa chillona.
_ No es gringa._ aclaró Paulina._ Es canadiense. Y es una de las más grandes cantantes de todos los tiempos. Tu hermano tiene buen gusto escuchando música de calidad, no esos escándalos obscenos y vulgares que oyen ustedes dos.
_ Junior, ve y dile que venga, que vamos a servir el almuerzo._ le ordenó Clara al niño, mientras le propinaba un manotazo a Rolando en la mano, cuando este intentó tomar un trozo de pan.
_ ¿Y por qué tengo que ir yo a buscarlo?_ gimió el niño.
_ Jefa, tengo hambre._ protestó Rolando.
_ Pues te aguantas. Hasta que tu hermano no baje no se come.
_ ¡No mames, que por ese pinche güey...!_ rezongó Rolando arrebujándose sobre la silla.
_ ¡Ese vocabulario! _ gritó Clara y señaló mientras servía jugo de frutas en los vasos._ Y siéntate correctamente.
Benjamín, apareció entonces, con una mochila al hombro. Todas las miradas cayeron sobre él:
_ ¡Ahí lo tienes, jefa! ¡Y todo indica que va a salir!_ dijo Rolando con una mueca.
_ ¿Vas a salir, cariño?_ le preguntó Clara al tercero de sus hijos.
_ Si, tengo un compromiso para esta tarde.
_ Pero... ¿No vas a almorzar antes de irte? La sopa me quedó muy rica._ sugirió Clara.
_ Lo dudo mucho. La cocina nunca ha sido su fuerte._ musitó Alfredo y se ganó un pescozón de su madre.
Benjamín dibujó un mohín indiferente en su rostro:
_ No, si acaso comeré algo por la calle. Y es posible que tampoco cene acá.
_ Pues de seguir así vas a morir de inanición._ intervino Rolando._ Y con todos esos brincos, y vueltecitas y cositas que haces, no te lo recomiendo.
_ Cierra la boca que nadie pidió tu opinión._ imperó Clara lanzándole un bofetón, sin lograr alcanzarlo.
_ Benji,_ le instó Paulina cariñosamente._ acompáñanos a almorzar. Casi nunca estás aquí. Sería bueno que para variar pasaras más tiempo con nosotros, tu familia.
_ Te agradezco la invitación, Paulina, pero..._ trató de responder Benjamín, pero Alfredo lo interrumpió.
_ ¿Entonces qué esperas? Si tienes que irte no te tardes. Lárgate de una vez y déjanos almorzar en paz.
_ Eso pienso hacer, no tienes que ser tan grosero..._ dijo el joven frunciendo el ceño.
_ ¡Alfredo cierra la boca!_ ordenó Paulina a su esposo, y volviéndose a Benjamín nuevamente, le indicó la silla vacía junto a la suya._ venga cuñadito, almuerza con nosotros y luego te vas. Comparte un rato en familia.
_ Benjamín, mi'jo,_ comenzó a decir Clara._ somos tu familia, y me duele reharto que nunca pareces tener tiempo para nosotros. Debes hacer un esfuerzo. Yo sé que tienes tus rutinas y tus horarios y...
_ Clara, _ intervino Lorenzo muy serio._ acaba de servir la sopa, por favor.
_ Pero es que Benjamín..._ quiso explicar la mujer.
_ ¿No oíste que tiene que salir? Ya no le insistan más. Para él es más importante estar con otra gente que con su propia familia... ¿Cuándo van a acabar de metérselo en la cabeza?
Benjamín enrojeció de rabia:
_ Por supuesto. Ya me extrañaba que no hubieras dicho algo en mi contra, señor Lorenzo.
El hombre se levantó con brusquedad y se encaró ante su hijo:
_ Ten mucho cuidado con la manera en que me hablas, muchachito.
_ ¿O qué? ¿Vas a pegarme?_ gruñó Benjamín sosteniéndole la mirada._ Para merecer ese derecho tendrías que haber sido un padre, de antemano.
Conteniéndose, Lorenzo salió del comedor. Clara se apresuró en seguirlo. Alfredo se puso de pie y lanzó a Benjamín una mirada de reproche:
_ ¿Por qué siempre tienes que armar estos conflictos? ¡Te fascina ser la reina del drama!
_ ¿Por qué mejor no te ocupas de tus propios asuntos en vez de fingir que te importa lo que yo hago?
Alfredo se le encimó, amenazante:
_ Tienes razón. Me importa una mierda lo que hagas con tu vida. Tengo cosas mucho más importantes de las que preocuparme.
_ Ya basta, Alfredo._ se interpuso Paulina entre ambos._ Deja a tu hermano en paz. Mejor ven conmigo. Vamos.
Paulina tomó a su esposo por un brazo y tiró de él, obligándolo a seguirla fuera del comedor. Benjamín miró a Rolando y a Junior, los únicos que habían quedado sentados a la mesa. Ellos evitaron hacer contacto visual con él. Benjamín resopló y se marchó. Mientras se dirigía a la cochera para sacar su motocicleta, se enjugó un par de lágrimas. No eran de tristeza. No. Más bien de ira, de impotencia. Ya estaba harto de que su familia le hiciera reproches o lo trataran como a un desconocido. Ahora hasta su mamá, la única persona con la que se sentía más o menos cómodo, también le echaba en cara que no les dedicaba tiempo ¿Y para qué? ¿Para escuchar las burlas de Alfredo y de Rolando haciendo desagradables comentarios sobre su sexualidad y su profesión? ¿Para escucharlos hablar todo el jodido tiempo de su futuro sobrino o de las conquistas amorosas de Rolando, o de la precoz inteligencia de Junior? Todos sus hermanos parecían ser especiales para su papá. Todos menos él. Sentía la decepción de su padre golpeándolo en plena cara, como un recordatorio latente de que no aprobaba un hijo dedicado a la danza:
_ Esas son cosas de maricones._ había dicho muchos años atrás, cuando apenas era un niño.
Aquel comentario había costado una gran discusión entre su padre y su abuela. Su abuelita Cecilia. Ella siempre lo había comprendido y apoyado. Había vivido siempre a su lado, en su mansión. Precisamente ella lo enamoró de las artes, de la música, de la danza, de la pintura. Era la persona que era gracias a ella.
Pero su abuela ya no estaba. Llevaba dos años muerta, y tras su deceso había tenido que regresar a vivir con sus padres. Y fue un golpe descomunal.
Subió a la moto. Se puso el casco. Conectó los audífonos al teléfono y se alejó a toda velocidad, mientras la voz de Céline Dion resonaba en sus oídos:
♪...You gave me wings and made me fly
You touched my hand, I could touch the sky
I lost my faith, you gave it back to me
You said no star was out of reach
You stood by me and I stood tall
I had your love, I had it all
I'm grateful for each day you gave me
Maybe I don't know that much
But I know this much is true
I was blessed because I was loved by you...♫
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San Martín del Valle...
Abel observó como su madre doblaba cada una de las prendas de vestir y las colocaba dentro de un bolso. El chico de catorce años de pie junto a ella se encogió de hombros para decir:
_ Ma, hay otras prendas que puedes añadir que yo ya no uso y que a Ángel pueden venirle muy bien.
Aida se incorporó y clavó la mirada en la figura delgadísima y elevada de su hijo adolescente:
_ Ay tesoro, pues entonces búscalas y tráelas. Esto fue lo único que pude sacar de tu armario. Realmente no sé cómo es que puedes saber lo que tienes entre tanto desorden. Un día de estos me voy a colar en tu habitación y pondré todo en orden. Ya lo verás._ tomó una sudadera de color salmón y la extendió ante su hijo._ ¿Te imaginas qué guapo va a verse a Ángel con esto?
Abel se detuvo en la puerta de la recámara:
_ A veces no entiendo por qué Ángel tiene que sufrir tanto. Es dueño de una gran fortuna. Todo el mundo en San Martín del Valle lo sabe, que sus padres antes de morir le dejaron todo.
_ Es esa maldita familia que tiene, tesoro. Ellos se han aprovechado de él, que todavía es menor de edad y no puede defender lo que es suyo.
_ ¿Y por qué no lo hacen tú o mi papá? Defenderlo, quiero decir. Eras la mejor amiga de sus padres. Y su madrina de bautizo además, y mi papá es su padrino.
_ Porque no puedo probar nada. Y tu padre tuvo que irse a trabajar lejos luego de que esa maldita lo despidió de la fábrica. Esa bruja de Marisol es una víbora, y como víbora al fin y al cabo, sabe escurrirse muy bien. Pero Dios va a ayudarme y un día voy a descubrir todas las triquiñuelas de las que se ha valido para hacer sufrir a ese pobre niño.
_ Ma... ¿Puedo hacerte una pregunta?
Aida siguió doblando ropa pero asintió. Abel dudó unos segundos antes de preguntar:
_ ¿Tú crees que Ángel realmente sea...?
Aida se detuvo abruptamente, mirando a su hijo con expresión dura:
_ ¿Sea qué...?
_ Nada, olvídalo._ dijo Abel apresuradamente y se dispuso a salir.
_ Regresa aquí ahora mismo._ ordenó Aida con autoridad.
El jovencito retrocedió sobre sus pasos:
_ ¿De dónde viene esa pregunta?_ le preguntó Aida con suavidad, sentándose en la cama e indicándole al chico que se acomodara junto a ella.
_ Es que... la gente en el pueblo habla muchas cosas sobre Ángel. Dicen que es muy blandito, que se comporta como una señorita remilgada...
_ Atajo de chismosos._ gruñó Aida.
_ Y con todo eso del ballet...
_ Eso no tiene nada que ver. No todos los bailarines son homosexuales. De la misma forma en que no todos los rancheros son tan machos.
_ Pero en serio, ma, ¿tú crees que Ángel sea... gay?
Aida suspiró. Se puso de pie nuevamente y continuó doblando ropas:
_ Si lo es o no, me importa un comino. Para mí siempre será un niño muy especial. El mejor que ha visto este pueblo. Da igual si le van los hombres o las mujeres. Eso no define a las personas._ miró fijamente a su hijo._ Escúchame bien, Abel. Vas a encontrarte gente en este mundo que te dirá que las personas como Ángel no valen nada, o que merecen morir por ser como son, o que no tienen derecho a nada en esta vida. Eso es completamente falso. Las personas como Angelito, tienen tanto derecho a vivir como cualquiera, y merecen el mismo respeto que todos, porque son hijos de Dios como tú, yo o quien sea... ¿Me entendiste?
Abel asintió firmemente. Fue a su habitación y regresó con más prendas de vestir que entregó a su madre:
_ Oye ma, deberíamos hacer algo por Ángel antes de que se vaya a la ciudad.
_ ¿Algo cómo qué, tesoro?
_ Pues, ¿no te has fijado cómo anda? Necesita un cambio de look, y no solo de ropa. Sería bueno cortarle el cabello, componerlo un poco.
Aida dudó un instante:
_ ¿Sabes qué? Tienes razón. Es una excelente idea. Se lo diré en cuanto venga a buscar la ropa. Debe estar al llegar.
_ ¿Tú lo quieres mucho, verdad ma?
_ Si._ sonrió Aida._ Ese niño es un alma de Dios. Es como su nombre, un ángel. Y por desgracia, viviendo con diablos... Por lo menos, con estas ropas vamos a resolverle un poco su problema textil.
En la habitación irrumpió Lorena con los ojos puestos en la pantalla de su teléfono móvil:
_ ¿Qué hacen?
_ Preparando estas ropas para Ángel._ respondió Aida.
Lorena frunció el ceño y zapateó repetidas veces con el pie derecho, mientras se cruzaba de brazos:
_ ¿Es en serio?_ miró a su hermano con desdén._ No sé cómo dejas que mamá disponga así de tus cosas.
_ Ella no dispone de nada. Me preguntó si podía darle algo de ropa a Ángel y le dije que si. Punto.
_ Ustedes me sacan de quicio, siempre preocupándose por el mariquita ese.
_ ¡No lo llames así!_ intervino Abel malhumorado.
_ ¡Uy! Ten cuidado. Si alguien te oye defendiéndolo de esa manera puede creer que te gusta el bailarincito.
_ Mira bien como hablas, Lorena Quintana._ amenazó Aida._ Y más te vale cerrar el pico y no seguir por ese rumbo.
_ Ay disculpen... Se me olvidaba que en esta casa no se puede decir nada en contra de Angelito.
_ Ángel no te ha hecho nada para que le tengas ese coraje._ señaló Abel.
_ ¡Ángel! ¡Ángel! ¡Ya no soporto oir mencionar al mariconcito ese!
_ ¡Lorena!_ rugió Aida fuera de sí._ ¡Vuelve a decir algo así sobre Ángel delante de mí y voy a hacer que escupas los dientes!
_ ¡Es que no lo soporto! ¡Tengo unos deseos que desaparezca a ver si te quedas quieta! ¡Tus hijos somos nosotros, no Ángel!
Lorena salió velozmente de la habitación, ignorando el llamado de su madre:
_ Esta escuincla un día me va a hacer perder la paciencia y le voy a dar una paliza que hasta su santo patrón quedará con los pelos de punta.
_ No entiendo por qué es tan odiosa._ dijo Abel encogiéndose de hombros.
Una chica muy parecida a Lorena entró corriendo en la recámara. Era un tanto voluminosa y usaba unos graciosos espejuelos con marco de pasta. Traía un gran bolso para equipaje entre las manos:
_ ¡Mamá! ¡Encontré este bolso en mi cuarto! ¿Crees que a Ángel le sirva?
_ Por supuesto. Solo que necesita una lavadita.
_ ¿Qué le pasó a Lorena? Iba como si la hubiera picado un alacrán en la lengua.
Sonó un teléfono. Aida, todavía picada por la discusión con su hija mayor se dio prisa en atender:
_ Ángel, cariño... Justo estaba hablando de ti ahora mismo con Abelito y con Dalia... No te imaginas la de ropas bonitas que estamos apartándote para cuando vengas a... ¿Cómo?... ¡Pero esto es el colmo!... No, no me digas que me calme, Ángel. Ya estoy cansada de escuchar cómo tu tía te tiene de esclavo... Voy a llamar a tu padrino y a tu tío el padre Pancho para que vengan a tomar cartas en este asunto... ¡No me digas que no lo haga jovencito!... ¡Tienes que sacudirte a esas sanguijuelas de encima, criatura!... ¿Qué esperas? ¿Vivir toda tu vida sometido a ellos?
Abel y Dalia escuchaban a su madre y sabían perfectamente de qué iba aquella historia. Desde pequeños habían aprendido a asociar a Ángel con una especie de versión masculina de Cenicienta, y sabían que su madre sufría como nadie esa realidad del chico al que les habían enseñado a querer como a un hermano más:
_ Ni modo..._ chistó Aida torciendo la boca con una mueca de enojo._ Entonces te las mantendré aquí guardadas hasta que puedas venir a buscarlas...
Abel le hizo señas de que él podía llevárselas personalmente:
_ Dice Abelito que si quieres él puede alcanzártelas a la casa... Bien, entonces lo haremos así. Abel que te lleve la bolsa... Y tú, no creas que voy a olvidar tan fácil lo que esa bruja te hizo... Un día de estos la voy a hace pagar cada una de las lágrimas que te ha hecho derramar, puedes estar seguro de ello.
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Ciudad de México...
Sentada en el columpio del jardín de la elegante mansión, una jovencita de diecisiete años dejaba pasar el tiempo, enfocada en su teléfono. Una sirvienta se aproximó con una charola y dos vasos de limonada, que dejó sobre una mesita. La chica agradeció el gesto de la joven del servicio, quien ejecutando una inclinación de cabeza, se marchó sin decir nada.
Brenda tomó un vaso de limonada y comenzó a beber tranquilamente. Era hermosa. Su tez morena, con un delicioso tono ámbar. Tenía el cabello muy negro y muy lacio, rozándole a media espalda. Unos ojos rasgados, oscuros y penetrantes. Todo era simétrico en su bellísimo rostro y en su figura espigada y muy delgada, aunque igualmente destacaba la frialdad de su semblante, con la que intentaba alejar mayormente a la mayoría de las personas. Brenda Contreras detestaba la hipocresía en la gente más que ninguna otra cosa, y por ello, su personalidad era tan introvertida y poco dada a relacionarse.
Sus ojos rasgados se movieron cuando otra joven se acercó con pasos rápidos y se dejó caer sobre una poltrona bajo una gran sombrilla de jardín. Dalilah apartó con un gesto de cabeza la cascada rubia de cabellos que le caía ante el rostro. Era una jovencita hermosa. La típica chica fresa. Hermosa y altiva, y estaba consciente de ello, y por tanto explotaba al máximo su figura, alta y esbelta, su porte digno y estilizado. Sus ojos verdosos reflejaban orgullo. Su boca, sensual e irónica, era en aquellos momentos una mueca remilgada:
_ Benjamín sigue sin responderme._ se lamentó.
_ ¿Y cuál es tu plan?_ le preguntó a Dalilah volviendo los ojos a la pantalla de su teléfono.
_ ¿Mi plan?
_ Si, para haberme hecho venir, para haber llamado a los demás, y para llamar por milésima vez a tu novio.
_ La verdad es que ni siquiera lo pensé. Estaba aburrida, sin hacer nada, así que tomé el teléfono y le escribí a todos. Bueno, a todos no. Tuve que llamar a Benjamín. A veces no lo aguanto...
_ ¿Y entonces por qué sigues con él si no lo aguantas?
_ No es eso lo que quise decir. No es ese tipo de... ¡Ay ya, Brenda! Me confundes.
_ ¿Yo te confundo?_ casi se rió Brenda levantando la mirada con una expresión burlona.
_ Deja de mirarme así. Odio cuando te pones en ese plan de querer meterte en mi cabeza y manipularme.
_ Yo no hago eso. No tengo la culpa si no sabes poner en orden tus ideas y dices lo primero que te viene a la boca.
Dalilah volteó los ojos. Estaba demasiado molesta para perder el tiempo discutiendo con Brenda. Era su mejor amiga, pero a veces la sacaba de quicio:
_ Últimamente está muy raro... ¿No lo has notado?
_ ¿Quién ha estado raro?_ preguntó Brenda de regreso en su teléfono y sin darle mucha importancia a las palabras de Dalilah.
_ ¡Benjamín! ¡Te estoy hablando de Benjamín! ¿Siquiera me estás prestando atención?
_ ¿Estoy forzada a seguir oyendo los lamentos sobre tu novio?
Por respuesta, Dalilah torció la boca con una mueca grotesca:
_ Obvio si, porque eres mi mejor amiga y eso es lo que hacen las mejores amigas. Soportar las peroratas de sus otras mejores amigas.
Brenda entornó los ojos y soltó una especie de gruñido:
_ ¿No te cansas de perseguir y acosar a Benjamín?
_ ¿Hello? Yo no persigo a nadie. Él es mi novio.
_ Aún así ¿No crees que le das muy poco espacio a tu novio?
_ ¿Qué quieres decir Brenda?
_ Que la mayoría de las veces actúas como si Benjamín fuera de tu propiedad. Los hombres odian ser asfixiados de esa manera. Necesitan su espacio.
_ ¿Es mucho pedir que atienda el teléfono cuando lo llamo?
_ Sabes perfectamente que tu novio detesta estos aparatos.
_ Eso es algo que tampoco entiendo de él... ¿Por qué tiene que ser tan raro?
_ Vuelvo y repito. Si tanto te incomoda ¿por qué no lo dejas y punto?
_ No dije que me incomodara, es solo que me choca la mayoría de las veces. Benjamín se comporta como un viejo de noventa años. Es más, creo que un viejo de noventa años se comportaría mucho más avispado que Benjamín.
_ Y tú no paras de presionarlo para que deje de ser como es.
_ ¡Yo no presiono a nadie!
Brenda se cruzó de brazos, encarándola:
_ ¿En serio? Sabes perfectamente que Benjamín odia las redes sociales y disfruta su privacidad, y aún así plagas tus estados y los de él con fotos de ustedes dos. En serio, el otro día entré a tu insta y me dejó pasmada la colección de fotos que tienen en pareja. Lo curioso es que son la viva representación de las máscaras del teatro. Tú la comedia, y él la tragedia... ¿Ni siquiera te percatas la cara de funeral que pone Benjamín cuando lo obligas a posar y luego lanzas su imagen al escrutinio de la gente?
_ No seas exagerada. Además, soy una diosa de las redes. Él solo aparece porque quiero que la gente vea lo guapo y sexy que es mi novio.
_ Wow... Cuánto envidio a Benjamín. Debe ser maravilloso quedar reducido a una cara bonita y a un cuerpo de gimnasio.
Dalilah entrecerró los ojos peligrosamente:
_ Brenda, en serio me estoy hartando de tus reproches.
_ Dalilah, no son reproches. Y si te molesta oírme pues no es mi problema, tendrás que aguantarte. Lo que te digo es por tu bien. Eres asquerosamente posesiva con Benjamín. Ninguna chava puede acercársele porque tú montas en cólera y quieres arrancarle la cabeza a todas. No le das un respiro a Benji... Amiga, ya te lo dije, él necesita su espacio.
_ Sigo sin entender tu punto de vista._ gruñó Dalilah enarcando una ceja y tomando su teléfono para volver a marcarle a su novio.
_ Y aquí vamos otra vez._ suspiró Brenda entornando la mirada y torciendo su boca de sensuales y gruesos labios.
Dalilah esperó unos segundos. Su rostro se fue impacientando poco a poco hasta que soltó una especie de alarido de frustración y pataleó de modo infantil:
_ ¡Nada! ¡Sigue sin atender el pinche teléfono!
_ ¿No se te ha ocurrido pensar que él solo quiere quedarse en su casa, en compañía de su familia?
_ ¿Por qué querría estar con su familia cuando puede estar conmigo pasando un rato delicioso en mi compañía?
_ Dalilah, Benjamín tiene familia, necesita tiempo para estar con ellos y lidiar con los problemas que tiene en su casa. No lo ayudas atosigándolo de esa manera.
_ ¿Qué problemas? Benji no tiene problemas. Su familia es tan perfecta como la mía._ dijo Dalilah sin mirarla siquiera, enfocada en la pantalla de su teléfono.
Brenda abrió la boca para replicar, pero la cerró de inmediato. Era un caso perdido. Dalilah era su mejor amiga, sí, pero igualmente era la persona más individualista y egoísta que conocía:
_ Nada, olvídalo. No sé ni porqué pierdo mi tiempo tratando de aconsejarte.
Dalilah alzó la mirada del teléfono:
_ ¡El día que te enamores entonces me entenderás! ¡Y yo me burlaré de ti!
_ El día que me enamore, si es que eso sucede, no pienso enloquecer a mi pareja como lo haces tú con Benji. Y espero, por la salud física y emocional del hombre que la vida me tenga predestinado, que él nunca lo haga conmigo.
_ ¡Ay Brenda qué cursi eres! En fin, cuanto Benji decida ponerse en contacto, le diré que mis padres no están en casa y que podemos encerrarnos en mi habitación a divertirnos un rato.
El semblante de Brenda se escandalizó:
_ ¿En serio? ¿Y Dante, Sergio, Kenia y yo qué? ¿Nos sentamos a mirar como se follan tú y tu novio? No gracias. Lo de voyeur no va conmigo. Quizás con Dante que es un enfermo maniático sexual, pero yo no.
_ No seas tonta. Ustedes se pueden quedar en la piscina. Y cuando mi Benji y yo terminemos, nos unimos a ustedes y punto.
_ Qué fácil lo ves todo desde tu burbujita de niña rica consentida... ¿Crees que puedes manejar a todos a tu gusto?
_ Ay Brenda please, ya. Deja de hacerme reclamos.
_ Me dijiste que viniera porque necesitabas verme urgente y contarme algo.
_ Fue lo único que se me ocurrió para hacerte venir. De otra forma no lo habrías hecho.
_ Me mentiste.
_ No exageres, fue solo una mentirita piadosa.
_ Yo no creo en mentiritas piadosas como tú las llamas, Dalilah. De hecho, no existen las mentiras piadosas. Una mentira, por muy pequeña e insignificante que parezca, sigue siendo una mentira. Y aunque sea dicha para hacer un bien, al final, nunca traerá buenos resultados.
_ Si, si, si. No vengas con ese discurso que me conozco de memoria. Mejor que nadie sé que eres la persona más sincera que existe en el planeta y posiblemente en el universo.
Brenda trató de replicar, pero se contuvo al escuchar los inconfundibles sonidos de un par de motocicletas. Dalilah se irguió con expresión ilusionada:
_ ¿Crees que haya venido?
_ Pues dentro de poco lo sabremos._ suspiró Brenda impulsándose en el columpio.
En el jardín entraron cuatro jóvenes. Una chiquilla rubia, de preciosos ojos azules se soltó del brazo del joven que la escoltaba, y salió chillando y dando saltitos hacia la poltrona ocupada por Dalilah, a quien abrazó cariñosamente. Brenda entornó los ojos cuando la recién llegada saltó a sus brazos:
_ En serio, Kenia, esa efusividad tuya a veces es demasiado. Nos saludas como si llevaras años sin vernos.
_ Es que siempre las extraño, amiguis._ dijo la chiquilla con un gracioso puchero mientras la apretaba en un abrazo del que Brenda intentaba zafarse.
_ Hola preciosas._ saludó Dante.
Era un joven de diecisiete años terriblemente atractivo. Era blanco como el papel, de cabellos oscuros con destellos rojizos que contrastaban deliciosamente con la palidez de su piel. Su apariencia era la de un chiquillo mezclada con un auténtico sex-symbol hollywoodense. Sobre sus ojos de un clarísimo azul, lucía un par de cejas correctamente arregladas. Una nariz perfilada y perfecta, salpicada de graciosas pecas, encima de una boca de finísimos labios sonrosados. En cada oreja brillaba una argollita de oro.
Tras él iba Sergio, el novio de Kenia. Tan rubio como su pareja y un rostro sencillamente angelical. Observaba la alegría casi infantil de su novia con los ojos entrecerrados. Saludó a Brenda con un beso en la mejilla y a Dalilah solo le dirigió un gesto no exento de frialdad. Dalilah parpadeó confundida, todavía buscando si alguien más venía con los recién llegados:
_ ¿Y Benjamín? ¿No vino con ustedes?
_ Intentamos llamarlo, como nos pediste, pero jamás atendió el teléfono._ respondió Kenia con expresión compungida.
_ Oigan, necesito tomar algo refrescante._ interrumpió Dante despojándose de la playera verde camuflaje, dejando su tonificado pecho al descubierto. Tomando el vaso de limonada que pertenecía a Dalilah, se lo bebió sin preguntar siquiera.
_ ¿Ya vas a comenzar con tu exhibicionismo?_ se apresuró en decir Brenda con una mueca de repulsión.
_ ¿Ves algo que te guste, Brendita?_ sonrió Dante con picardía.
_ ¿En ti? Absolutamente nada. Preferiría tallarme los ojos con lejía.
Sergio, que se había percatado de la frialdad en el semblante de Dalilah, se dio prisa en decir:
_ Oigan ¿Dónde podríamos conseguir más de eso que está tomando Dante?
Brenda, cayendo también en la cuenta, saltó del columpio:
_ Ok, vamos a la cocina y allí pediremos también unos bocadillos.
Kenia aplaudió con entusiasmo:
_ Yo vine preparada con mi traje de baño. Dalilah me escribió diciendo que pasaríamos la tarde en la piscina.
_ Pues a ti te dio mucha más información que a mí._ gruñó Brenda._ Siéntete afortunada.
Dante intentó pasarle un brazo sobre los hombros pero ella lo apartó bruscamente. Dalilah esperó a que los cuatro desaparecieran en rumbo al interior de la casa y empuñando su teléfono grabó un mensaje de voz para su novio:
_ Benjamín del Castillo... Ya no sé cuántas veces te he llamado y la cantidad de mensajes que te he enviado... ¿Acaso estás evitándome? Porque de verdad no puedo creer que estés tan ocupado como para no ver mis llamadas y no dedicarme al menos un minuto para saber el motivo por el que te llamo... ¡Respóndeme Benjamín!... En serio me estoy cansando de la poca atención que me estás dedicando últimamente... Creo que necesitamos hablar muy seriamente..._ hizo una pausa diminuta y su voz cambió por completo a melosa._ Por favor, en cuanto escuches este mensaje llámame. Y si te decides dejar de ser tan odioso, puedes venir a mi casa. Mis papás no están, y los chicos vinieron a pasar el rato en la piscina. Tú y yo podríamos... ya sabes... Te amo, Benji... Por favor no dejes de llamarme.
Envió el mensaje y se quedó unos minutos mirando al vacío, rodeada por el verdor y el silencio que envolvía el hermoso jardín. Casi se sobresaltó cuando escuchó la notificación de que había recibido un mensaje. Se dio prisa en revisar el teléfono. Era una escueta respuesta de Benjamín:
Lo siento. No puedo ir.
El teléfono comenzó a temblar en las manos de Dalilah, cuyo precioso rostro, trémulo de ira, se transfiguró en una expresión de rabia enrojecida. Lanzó un grito, con lágrimas en los ojos y comenzó a chillar y a proferir insultos contra su novio. Brenda y los otros que ya venían de regreso, se detuvieron al escuchar los chillidos de Dalilah:
_ Ay, no puede ser._ se lamentó Kenia._ ¿Qué le habrá pasado?
_ De seguro volvió a llamar a Benjamín y él sigue sin contestarle._ supuso Brenda.
_ Pues a mí me parece que ya le respondió,_ se mofó Dante con una risita._ y deben haber tronado oyendo los berridos de Dalilah.
_ ¿Alguno de ustedes sabe si Benjamín tiene algún problema?_ preguntó Sergio de repente._ Porque lo cierto es que de hace un tiempo a esta parte yo lo noto bastante raro. Es como si tuviera la mente en otro lado, o algo le preocupara.
_ ¿Qué problemas puede tener? Es de buena familia, es popular, tiene talento y es una promesa del ballet._ soltó Dante con un suspiro desgarrador e irónico.
_ Casi lo dices como si te incomodara._ gruñó Brenda.
_ ¿Y a mí por qué? No tengo nada que envidiarle. Mi familia es tan influyente como la suya, soy tan popular como él, incluso me atrevo a decir que mucho más. Y mi talento es tan bueno como el suyo
_ Ay ya cierra la boca, Dante. En serio me sacas de quicio. No quiero oírte hablar babosadas.
_Creo que sería bueno ir a ver a Dalilah, y tratar de consolarla._ dijo Kenia con tono lastimero.
_ Yo no me preocuparía mucho._ señaló Dante con un gesto de indiferencia._ Si esos dos tuvieron algún problema, estoy seguro de que lo superarán muy pronto. Siempre es igual. Llevan tres años juntos. No tenemos que preocuparnos.
_ No lo sé._ dijo Brenda como para sí._ Creo que esta vez será diferente. Sergio tiene razón en algo. He notado que Benji ha estado un poco distante, desde que el curso acabó. He hablado poco con él este verano porque no he querido presionarlo, pero sí hay algo que le perturba, y mucho.
Dante miró a Brenda con expresión burlona mientras se cruzaba de brazos:
_ Y dale con la cantinela... ¡Benjamín está perfectamente bien! ¡No sé de dónde sacan esa idea de que está raro y todo eso! ¡Yo lo veo igual que siempre!
_ Eso es porque eres un idiota que solo tiene ojos para sí mismo... ¡Y ponte una camisa o lo que sea! ¡En serio, no estás tan galán como crees que estás para andar exhibiéndote!
Dante se sonrió aún con más descaro:
_ ¿Algún voluntario para ir a consolar a la reina?_ propuso Sergio.
_ No la llames así._ le regañó Kenia y corrió hacia a la poltrona donde Dalilah seguía sollozando con mucho sentimiento. Demasiado, realmente. Sergio siguió a su novia con la mirada, meneando la cabeza con cierta pesadez. No le gustaba que Kenia fuera tan sometida siempre a Dalilah, que su mundo girara tanto entorno a la altiva muchacha:
_ Oye, Brenda..._ empezó a decir Dante._ ¿Y cuándo piensas tener novio? Nunca te he conocido ninguno.
_ Y por ahora te quedarás con las ganas._ dijo la muchacha con una mueca._ Tengo cosas muy importantes en qué pensar y para lo único que me sirve un novio es para estorbo.
_ Pues yo sí necesito una vieja todo el tiempo a la orilla, que me dé cariñitos, besitos, me apache, me caliente...
_ Ese eres tú, que solo piensas con lo que tienes colgado entre las piernas.
Dante esbozó una sonrisa cínica. Brenda entornó los ojos:
_ No soporto tu arrogancia. Mejor me voy también a consolar a aquella antes de que se deshidrate llorando.
Y se alejó. Dante suspiró y miró a Sergio:
_ ¿Nos metemos a la piscina, bro?_ le preguntó tranquilamente.
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Benjamín lanzó un gruñido, arqueando el cuello hacia atrás, sintiendo los exaltados latidos de su corazón repiqueteando contra las paredes de su pecho mientras las últimas gotas de la eyaculación dejaban atrás los espasmos del poderoso orgasmo que acababa de experimentar.
Jadeó, aún con rezagos de las vibraciones de su cuerpo desnudo, tendido sobre la cama, en medio de un lío de sábanas. Su mano se aferró con fuerza a los cabellos castaños claros de la cabeza que aún estaba reclinada sobre su entrepiernas, una boca chupando todavía su polla que poco a poco comenzaba a perder la dureza. Finalmente, el joven que estaba acostado alzó la mirada y con una sonrisa torcida, se inclinó para besar a Benjamín en la boca.
El beso fue intenso, húmedo, todo lengua, labios y dientes. Benjamín se aferró a los fuertes músculos de los brazos del hombre encima de él, y clavó los dientes en su hombro derecho. El sujeto soltó un gruñido sordo y una risita mientras se apartaba, dejándose caer del otro lado de la cama:
_ Cálmate niño caníbal._ dijo mientras rastrillaba hacia atrás su largo cabello castaño que le rozaba los hombros.
Benjamín cruzó los brazos tras la nuca, arrellanándose sobre el colchón:
_ Mierda... Cuanto necesitaba esto.
El hombre de veinticinco años lo observó unos segundos y se levantó del lecho. Era muy alto, y tenía un cuerpazo bronceado y lleno de músculos. Su rostro era hermoso y muy masculino, con una mandíbula fuerte, rodeada por un oscuro rastrojo de días. Sus ojos verdes brillaban, llenos de vida. Benjamín lo observó con expresión obnubilada mientras el otro se vestía:
_ ¿Alguna vez te han dicho lo verdaderamente hermoso que eres, Robin?
El sujeto sonrió cínicamente y tras ponerse uno pantalón de chándal, se embutió una sudadera sin mangas, rota y manchada de pintura de muchos colores. Regresó a la cama y sentándose al borde, se inclinó para besar al chico antes de decirle:
_ Un montón de veces... O mejor dicho, todo el maldito tiempo.
Benjamín se aferró a aquel beso, respondiendo con hambre, gimiendo y jadeando mientras chupaba los labios de Robin con desesperación. Robin se apartó al cabo de unos minutos:
_ Pero como diría alguien alguna vez... La belleza no lo es todo. Y viene con fecha de caducidad.
_ ¿Un pintor diciendo algo así? ¿No que ustedes, los artistas plásticos son capaces de ver la belleza incluso donde no existe aparentemente?
Robin colocó los brazos en jarra y se giró para mirarlo con expresión divertida:
_ ¿En serio? ¿Cuántas veces has visto ya American beauty desde que te la recomendé?
Benjamín se recostó sobre el colchón, sonriendo:
_ Dos veces. Esa escena de la bolsa de nylon flotando con las palabras del protagonista de fondo, es realmente una obra maestra... ¿Por qué no se hacen más películas de esa clase?
_ Supongo que el mundo quiere seguir embruteciéndose con más filmes de superhéroes y efectos especiales que no dejan lugar a tramas verdaderamente interesantes.
Hicieron una pausa. La habitación era amplia. No se trataba de una habitación en sí. Era más bien un espacio abierto donde todo estaba en un mismo plano visible. Habitación; sala de estar con un sofá y un par de banquillos; cocina-comedor con una mesa y tres sillas cerca de una improvisada encimera con un fogón, una nevera y un estante colgado de la deslucida pared con la pintura verde musgo descorchada. El baño era un cuadrado de acrílico con una tubería instalada y un inodoro. Pero la mayor parte del local, lo ocupaban cientos de lienzos blancos en el suelo, un caballete, una mesa llena de pomos y latas de pintura, y colocados contra la pared, una enorme cantidad de pinturas, principalmente retratos.
Robin fue hasta la nevera sacó un embase de leche del cual bebió directamente. A Benjamín le recordó a sus desastrosos hermanos, y las constantes peleas de su madre a causa de los malos hábitos de estos. Pero en Robin no le molestaba tanto como en sus insufribles hermanos. Como si sintiera el peso de sus ojos, Robin giró la mirada hacia el joven tendido sobre la cama. Sonrió:
_ ¿Qué tanto me ves?
_ Es que me encanta verte. Sobre todo cuando estás desnudo.
La sonrisa en los labios de Robin se pronunció aún más. Volvió a meter el embase de leche en la nevera y se despojó de la sudadera, exhibiendo su apetecible torso bronceado y musculoso. Benjamín se mordió los labios con picardía:
_ No me canso de mirarte. En serio, Robin. Eres perfecto.
_ No seas tan puto._ se carcajeó Robin y acto seguido agregó._ En cambio tú sí eres bellísimo.
_ Si, claro._ dijo Benjamín con una mueca despectiva.
_ No, lo digo en serio. Eres el chico más sensual y hermoso que he conocido. Y sabes que he conocido a unos cuantos, sobre todo en el sentido bíblico.
Y le guiñó un ojo de manera juguetona. Benjamín suspiró. Sí, mucha gente le decía lo atractivo que era, y más de una chica se babeaba o arrastraba la cobija por él. Nunca se había sentido así, ni atractivo ni deseable:
_ Ven aquí._ ordenó Robin de repente.
_ ¿Qué?_ preguntó Benjamín, como despertando.
_ Que vengas aquí. Necesito mostrarte algo.
Benjamín saltó de la cama. Cubrió su juvenil cuerpo desnudo con una de las arrugadas mantas de la cama y fue hasta donde Robin, que estaba tomando uno de los cuadros recostados a la pared, cubierto por un paño largo. Lo colocó sobre el caballete vacío y acto seguido arrastró un banquillo y le indicó a Benjamín que se sentara y cerrara los ojos:
_ ¿Por qué tanto misterio?
_ Es una sorpresa.
Benjamín enarcó una ceja, y de repente se irguió, con el semblante iluminado tenuemente:
_ Espera... ¿Lo acabaste?
_ Si. Hace unos días.
_ ¿Y por qué no me habías dicho nada?
_ Te lo estoy diciendo ahora.
_ ¿Puedo verlo ya?
_ Primero cierra los ojos.
_ ¡Robin...!
_ Benji...
Con un belicoso gesto infantil, Benjamín finalmente obedeció. Aguardó por unos segundos, impaciente, y cuando estaba dispuesto a abrir los ojos aunque Robin no le hubiese dado la orden, escuchó la voz del hombre diciéndole:
_ Ya puedes abrirlos.
Benjamín obedeció y contuvo una exhalación.
Se vio a sí mismo en aquella pintura. Era su imagen en medio de una explosión de colores y salpicaduras. Su yo de la pintura estaba sentado, totalmente desnudo, abrazándose las rodillas sobre las cuales apoyaba la barbilla. Tenía los cabellos negros revueltos, y la oscura mirada era penetrante, haciendo que quien observara la pintura, se sintiera traspasado por aquellos ojos negros tan profundos.
Se levantó del banquillo y avanzó hacia el cuadro, sin poder apartar la mirada de él. Enfrentando sus ojos con los de su imagen plasmada en el lienzo:
_ Melissa opina que es mi mejor obra hasta ahora. Y yo creo que tiene razón.
_ ¿Es así como me ves?_ preguntó Benjamín de repente.
_ ¿Así cómo?_ se asombró Robin.
Esperaba cualquier pregunta, cualquier comentario. Sabía lo crítico y exquisito que era aquel muchachito con respecto a las obras de arte. Por supuesto, lo había heredado de su abuela, una mujer para quien el arte, en toda su expresión, lo era todo. Pero no imaginó una pregunta como aquella. Benjamín se giró hacia él:
_ Me pintaste..._ quiso decir y se detuvo.
_ ¿Cómo crees que te pinté?_ se interesó Robin cruzando los brazos sobre el pecho.
Benjamín volvió a mirar el cuadro:
_ No sé... Me es difícil explicarlo. Es como si me vieras de una manera en que nadie más lo ha hecho... Es como si, hubieras querido plasmar mi belleza pero a la vez mostrarme como alguien vulnerable y vacío por dentro.
Robin se aproximó a él, abrazándolo por detrás:
_ ¿Es así como crees que te veo, o es como te ves a ti mismo?
Benjamín tragó en seco. No estaba seguro. Le gustaba el cuadro. No podía negar que el talento de Robin había conseguido captar toda la belleza del modelo, quizás demasiado, y además, reflejar la angustia y la desolación que llevaba por dentro. Benjamín nunca imaginó que verse a sí mismo podría ser tan autodestructivo.
Robin lo hizo voltearse y le tomó el rostro entre sus grandes manos, mirándolo fijamente con sus verdes ojos de felino:
_ No te gustó.
No fue una pregunta. Benjamín se dio prisa en responder:
_ ¡No! ¡Sí me gustó! ¡Y mucho! Es solo que...
_ Benji... ¿Qué tienes? No creas que no he notado últimamente lo raro que estás... ¿Estás deprimido otra vez por la muerte de tu abuela? Creí que ya lo habías superado luego de dos años.
_ Nunca voy a superar la muerte de mi abuela._ afirmó Benjamín endureciendo el rostro._ Ella lo era todo para mí. Era la única persona a la que le importaba.
_ ¡Ey! Eso me ofende, y mucho. Tú también me importas. Y a Melissa.
Y dicho esto le besó en los labios apasionadamente. Benjamín se aferró a su rostro, a aquel beso, demandando todo de él. Sin dejar de besarlo, Robin se deslizó bajo la manta y tomándolo por las nalgas lo alzó en peso. Benjamín enredó sus piernas alrededor de la cintura del hombre.
El sonido de la gran puerta corrediza de metal de la entrada los hizo detenerse y voltear los ojos, pero sin separarse. Una hermosísima joven trigueña, de largos cabellos rizos sueltos sobre la espalda y los hombros había entrado, cargada de bolsas de compras con víveres. Se detuvo un instante ante la pareja, y sus brillantes y bellísimos ojos verdes dieron un destello al decir:
_ ¿Un poco de ayuda...? ¿Por favor...?
Robin y Benjamín se rieron y separándose, fueron hasta ella. La joven besó a Benjamín en los labios:
_ Hola precioso.
_ Hola Melissa._ sonrió Benjamín anudándose la manta en la cintura.
Luego se acercó y besó a Robin larga y profundamente:
_ Hola amor... ¿Se divirtieron mucho en mi ausencia?
_ Solo jugamos un poco._ respondió Robin librándola de todas las bolsas y dirigiéndose a la encimera del rincón dedicado a la cocina.
Melissa se quitó la chaqueta y la boina que traía en la cabeza. De repente reparó en el cuadro sobre el caballete:
_ Ah, veo que ya se lo mostraste... ¿Cuál fue el dictamen?
Robin comenzó a sacar los víveres de las bolsas:
_ Dice que le gustó, pero a mí no me convence.
Melissa fue hasta Benjamín y colocándose tras él lo abrazó cariñosamente:
_ ¿No te gustó? ¿Qué tiene de malo?
_ No dije que no me haya gustado. Es solo que... se siente como demasiado real. Es como verme a mí mismo.
Ella lo besó en el cuello:
_ Cariño, es que eres tú.
_ Lo sé, y lo entiendo. Es que nunca pensé verme tan... triste... tan desolado.
_ ¿Es así como te ves a ti mismo? ¿Es así como te sientes ahorita?_ se sorprendió Melissa.
Por respuesta, Benjamín finalmente se echó a llorar. Asustada, Melissa se dio prisa en envolverlo entre sus brazos e hizo desesperadas señas a Robin para que se acercara también. Robin lo tomó en brazos como si fuera un bebé y lo llevó hasta la cama, depositándolo con mucho cariño. Con el rostro enrojecido por el llanto y la vergüenza, Benjamín trató de ocultar su cara entre las manos, mientras seguía sollozando quedamente. Robin y Melissa lo dejaron hacer, dándole tiempo a que aquellas mismas lágrimas que estaba derramando, se llevaran parte del dolor que le oprimía. Pasados unos minutos, acurrucado entre los dos, Robin se atrevió a preguntar mientras le rastrillaba los cabellos negros:
_ ¿Te sientes mejor?
_ Soy un idiota. No puedo creer que me haya puesto a llorar como una chiquilla enfrente de ustedes dos.
_ Sabes que nunca te juzgaríamos, precioso._ le dijo Melissa besándolo en un hombro desnudo._ Pero nos preocupas, y mucho... ¿Esto tiene que ver con la noticia que te dimos hace días?
Benjamín se apartó de Robin y se sentó sobre el colchón, justamente en la misma posición de su yo del cuadro. La pareja también se incorporó:
_ Creímos que lo habías entendido._ dijo Robin._ Debo aceptar esta oportunidad porque de no hacerlo nunca se repetirá. Llevar mi arte a los Estados Unidos será lo que impulsará mi carrera. Y estoy seguro de que este cuadro tuyo se convertirá en mi obra maestra.
_ No es eso. Y me alegra mucho que te vayas y puedas hacer realidad tu sueño. Mi abuela también estaría feliz si viviera.
_ Tu abuela vive, Benji. Ya te lo he dicho mil veces. Cecilia vive en tu corazón, y en el mío y en el de todos aquellos que la conocieron y la amaron y respetaron por la gran mujer que fue. Por la gran artista que fue. La gente solo muere de verdad cuando dejamos de recordarlas
_ Además,_ intervino Melissa._ ya te dijimos que estaremos siempre en contacto. Nunca nos olvidaremos de ti.
_ Pero nos preocupa marcharnos y dejarte en estas condiciones._ dijo Robin acariciando una mejilla del jovencito, que se aferró a aquella mano con desesperación.
_ Es que... a veces ya no sé quién soy. Y me siento como un farsante, teniendo que fingir delante de todos. En casa me juzgan constantemente. Siempre lo han hecho. Dan por cierto que solo por ser bailarín, soy gay.
_ ¿Y qué más da lo que piensen?_ chirrió Melissa._ Robin y yo somos marido y mujer, y además de eso bisexuales... ¿Crees que nos interesa la opinión de quienes saben y conocen nuestro estilo de vida?
_ Lo importante aquí, Benji, no es qué creen lo demás de ti. Es lo que crees tú de ti mismo._ señaló hacia la pintura en el caballete._ ¿Sabes lo que vemos Melissa y yo cada vez que miramos esa pintura tuya? Vemos a un joven bello en todos los sentidos, un joven cuya mirada es capaz de desnudar a cualquiera con esos preciosos ojos negros que tienes. Un joven lleno de sueños, deseos y anhelos de ser grande, y estamos seguros de que lo conseguirás. Muy pronto veremos tu foto en las marquesinas de los mejores teatros del mundo... ¡Benjamín del Castillo, la estrella mexicana de ballet!
Benjamín rompió a reír a través de los restos de lágrimas:
_ Así es como nos gusta verte._ celebró Melissa._ Riendo, no con ese aspecto sombrío que casi siempre traes encima.
_ Ustedes son los únicos que hacen que me sienta con deseos de reír. Pero dentro de poco ya no estarán, y no habrá nadie en mi vida que me dé motivos para sonreír.
_ ¡Entonces busca a alguien!_ ordenó Robin._ Benji, no nos necesitas para ser feliz. Y si quieres tener compañía a tu lado, que sea alguien con quien disfrutes compartir tu tiempo, tus pensamientos, tus sueños, tu pasión. Alguien que saque lo mejor de ti y te convierta en la mejor versión de ti mismo.
Benjamín sonrió y los atrajo a ambos en un abrazo:
_ ¿Cuándo se irán?
_ La semana próxima. Hoy en la noche íbamos a comenzar a embalar todas las pinturas que llevaremos en el viaje.
_ Entonces esta es nuestra despedida. Después de hoy no vendré más. Además, ya pronto tendré que regresar a la academia y debo concentrarme en este año que ya es el último.
Melissa se apartó y sonrió con picardía:
_ Pues si esta será nuestra despedida, hagámosla como debe ser.
Y comenzó a desnudarse muy despacio, sacándose la ropa con mucha delicadeza, mientras el hombre y el chico se besaban en la boca y ella le iba arrancando los pantalones a Robin, hasta dejarlo tan desnudo como lo estaban ella y el chico.
******************
Par de horas después...
Benjamín se quedó mirando el atardecer, mientras caminaba, deleitándose en contemplar las estructuras simbólicas que embellecían el paisaje, creadas por importantes artistas y que le hacían echar de menos a su abuela. Aún recordaba la primera vez que la abuela Cecilia lo había llevado a conocer el Espacio Escultórico de la Ciudad Universitaria:
_ Esta es una corriente conocida como land art,_ le había explicado la anciana._ o también arte ambiental o ecológico. Se basa en colocar estructuras simbólicas dentro de un paisaje natural para su conservación.
Y le señaló el gran círculo de ciento veinte metros de diámetro y conformado por treinta y cuatro prismas triangulares, los cuales, a su vez, se ubicaban sobre una base anular de piedra que contenía al centro un mar de lava petrificada del volcán Xitle.
Nadie como su abuela tenía tanto conocimiento del arte en todas sus expresiones. Sabía de música, de artes plásticas, de cine, de teatro, de danza... Había sido una famosa concertista de piano y una de las principales fundadoras de la Academia de Artes Frida Khalo... ¡Cuánto la echaba de menos!... Nadie nunca le había querido tanto como ella. Nadie le había comprendido tanto como ella. Pero ella ya no estaba, y a pesar de tener más familia, novia y amigos, Benjamín se sentía cada vez más solo. Y ya ni siquiera podría contar con el apoyo de Robin y Melissa.
Conocía a Robin desde hacía muchos años, desde que era un niño. Era uno de los tantos jóvenes talentosos a los que su abuela había promocionado y otorgado becas para que se superaran y encausaran su arte. Ninguno de ellos estuvo siempre tan agradecido a Cecilia del Castillo como Robin, quien pintó un retrato de la anciana que hoy se exhibía en uno de los salones de la mansión que había recibido en herencia tras la muerte de su abuela.
Robin fue quien lo ayudó a descubrir su sexualidad. Tenía catorce años y Robin veintidós, la primera vez que intimaron. Benjamín había ido al piso del joven pintor para llevarle un encargo de su abuela. Cuando llegó, se quedó de una pieza. Robin estaba pintando a tres jóvenes modelos masculinos, posando en una erótica composición para un cuadro que estaba terminando. Ninguno de los cuatro se mostró incómodo por la presencia del chico y siguieron como si nada. Robin le pidió que esperara.
Benjamín intentó concentrarse en cualquier cosa menos en aquellos cuerpazos desnudos y atractivos con cada músculo marcándose bajo las pieles bronceadas. Él tenía novia. Él se sentía atraído por las mujeres. O al menos eso creyó hasta ese momento.
Cuando los jóvenes se vistieron y tras despedirse de Robin se marcharon, el joven pintor le prestó atención al jovencito. Lo invitó a acercarse a ver la pintura y darle su criterio. Benjamín observó la reproducción que parecía casi tan real como estar viendo una fotografía a la que se estuviera añadiendo color manualmente:
_ Se ven tan reales... Es casi como si pudieras tocar sus cuerpos.
_ Las mujeres son hermosas, pero realmente los antiguos griegos y romanos tenían toda la razón al afirmar que el cuerpo masculino contiene una belleza mucho más... apasionante.
Y al decir esto miró hacia los pantalones abultados de Benjamín. El chico apenas se había percatado de que estaba morcillón y se disculpó, sintiéndose avergonzado. Robin lo besó entonces. En un principio, Benjamín quiso negarse, apartándose, pero algo dentro de él pareció despertar en ese momento, y acabó arrojándose sobre Robin, devorando su boca y ambos masturbándose con pasión.
Aquel fue el primero de muchos encuentros en que Benjamín fue desentrañando los misterios del sexo en todas sus expresiones. Y luego se sumó Melissa, la novia de Robin por aquel entonces. Melissa era fotógrafa, o al menos aspiraba a convertirse en una renombrada artista de la fotografía. Al igual que Robin, quedó deslumbrada ante aquel chiquillo encantador y delicioso con quien mantuvieron una aventura amorosa durante los últimos tres años, convirtiéndose en algo más que simples amantes que se juntaban para follar desenfrenadamente.
Con ellos, Benjamín aprendió a disfrutar y cómo a hacer disfrutar a alguien. Cuando tuvo sexo por primera vez con Dalilah, fue capaz de no preocuparse solo por tener su propio placer, sino de que ella pudiera disfrutar también de ese momento íntimo y pasional.
Robin y Melissa habían sido más que sus compañeros de cama: habían sus amigos, sus maestros, sus pañuelos para llorar la muerte de su abuela. Habían estado a su lado y se habían preocupado por él incluso más que su propia familia o sus amigos, a excepción quizás de Brenda y Sergio.
Y ahora ya no los volvería a ver, o al menos por un largo tiempo. Y eso le hacía sentir más abandonado y solo que nunca. Cuando salió del piso de Robin, montó a su motocicleta, el último regalo de su abuela, y había deambulado por la ciudad, sin rumbo. Hasta que finalmente fue a dar a la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), un sitio que acostumbraba frecuentar ya que le ayudaba a sentirse más unido a su difunta abuela de una manera especial.
Observando las esculturas esparcidas por todo el terreno que no le era ajeno de ninguna manera, Benjamín llegó a la conclusión de que debía darle un giro radical a su vida. Robin tenía razón. Debía empezar a verse con otros ojos. Como un joven lleno de sueños, deseos y anhelos de ser grande. Para lograrlo, debía empezar a hacer cambios sustanciales.
Lo primero, terminar su relación con Dalilah. A pesar de la desconfianza de su padre y sus hermanos, quienes siempre lo habían visto con ojos desconfiados, dando por cierto que era gay, Benjamín siempre se había tenido como heterosexual. Luego de conocer a Robin y a Melissa, creyó que tal vez podría ser bisexual, como ellos. Pero lo cierto es que acabó descubriendo que le gustaba más tener sexo solo con Robin que cuando se involucraba Melissa en la ecuación:
_ Si eso es lo que eres, cien por ciento gay, entonces no temas serlo._ le había dicho la joven esa tarde antes de que se marchara._ Tu familia y tus amigos tendrán que aceptarte tal como eres, y si no es así, entonces peor para ellos. Se estarán perdiendo de alguien realmente especial.
Llevaba tres años con Dalilah, y si era sincero consigo mismo, realmente nunca se sintió como que realmente la quería. Si, Dalilah era hermosa, y la chica más admirada, talentosa y envidiada de la academia, pero no tenían nada en común, a no ser la misma pasión por el ballet y el ansia de triunfar.
Dalilah era vanidosa y ególatra. Él no.
Dalilah era adicta a las redes sociales. Él no.
Dalilah era amante de la banalidad más ramplona. Él no.
¿Por qué seguir con ella si eran tan absurdamente incompatibles? Y luego estaba esa costumbre de ella de querer tenerlo bajo su férreo registro, de controlarlo todo de él: lo que hacía, con quién hablaba. Era insufrible.
Y además, era injusto de su parte seguir engañándola. Cada vez que tenía sexo con ella, acababa pensando en Robin o en cualquier otro hombre que hubiese visto desnudo en alguna revista o una película porno gay para poder excitarse y cumplir su rol. No. Definitivamente ya era hora de pasar página.
Pero si iba a dar el paso lo haría bien, aunque poco a poco. Primero, informarle a su familia para acabar de poner las cosas en claro con ellos. Era mejor que supieran de una maldita vez en lugar de estar sacando conjeturas todo el tiempo y haciendo insinuaciones desagradables. Luego, terminar con Dalilah. Y después, cuando se sintiera listo, hacer pública su homosexualidad.
Estaba todo decidido. Cuando comenzara el nuevo curso escolar, dentro de una semana, sería un joven felizmente soltero. Ya se imaginaba lo que armaría Dalilah. Iba a acusarlo de serle infiel, de traicionarla con otra chava. Se volvería completamente paranoica. Para ser una chica de clase alta, a quien sus padres le cumplían todos sus caprichos, era bastante insegura, aunque jamás se había atrevido a decírselo por temor a que ella enfureciera.
Miró su teléfono. Su madre le había enviado un mensaje preguntándole dónde estaba metido. Suspiró. Si. No le quedaba más remedio que regresar a aquel lugar infernal y enfrentar a las bestias de una vez y por todas. Pensó en su abuela y se preguntó si ella lo amaría aún siendo gay. Por supuesto que sí. Su abuela Cecilia jamás lo rechazaría.
Mientras subía a su motocicleta, se puso los audífonos y buscó en el teléfono una canción de su fiel acompañante en los momentos de soledad. Sonrió. Céline Dion nunca le fallaba:
♪...Lifted me up when I couldn't reach
You gave me faith 'cause you believed
I'm everything I am
Because you loved me
Oh, you were always there for me
The tender wind that carried me
A light in the dark
Shining your love into my life
You've been my inspiration
Through the lies, you were the truth
My world is a better place
Because of you...♫
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