Capítulo 1 - Adictos a Céline
Ciudad de México...
Academia de Artes Frida Khalo...
♪...I was waiting for so long
For a miracle to come
Everyone told me to be strong
Hold on and don't shed a tear.
Through the darkness and good times
I knew I'd make it through
And the world thought I had it all
But I was waiting for you...♫
El profesor Damián Montes de Oca Padilla se detuvo en medio del salón, y paseó la mirada en torno, observando la imagen que le devolvían los grandes espejos que cubrían las paredes, mientras escuchaba, resonando en sus oídos por unos audífonos conectados a su teléfono, la voz de Céline Dion.
De tez muy morena, elevada estatura, constitución delgada, aunque se advertían discretos músculos conformados por el entrenamiento físico a través de la cómoda ropa que llevaba puesta. Introdujo las manos en los bolsillos del pantalón de chándal blanco mientras alzaba el rostro, cerrando los grandes ojos carmelitas de largas pestañas bajo unas cejas tupidas en exceso. Las enormes ventanas de su nariz se dilataron y su igualmente enorme boca de gruesos labios se curvó en una sonrisa. Deslizó suavemente un pie sobre el suelo de tabloncillo, y aspiró una bocanada de aire.
La academia era una importante institución en la que cientos de chicos estudiaban y se esforzaban por hacer realidad sus sueños de convertirse en artistas. Se impartían clases de ballet clásico, danza moderna y folklórica, música, artes plásticas, actuación y ese año se abriría una nueva cátedra destinada a la realización de audiovisuales.
Aquel año le habían convocado para fungir como profesor adjunto de los estudiantes de último curso en la especialidad de ballet clásico. La academia se enorgullecía de haber preparado a cientos de jóvenes de ambos sexos que se habían formado bajo su tutela, y ahora conformaban las filas de importantes compañías, dentro y fuera del territorio nacional. Y él, siendo considerado uno de los mejores exponentes de la danza y la coreografía actual en el país, se sentía orgulloso de brindar aquel servicio y contribuir a formar y encaminar a las jóvenes promesas del ballet mexicano.
Gran parte de su formación la había hecho en Cuba, nación que, a pesar de ser una pequeña islita caribeña azotada por el comunismo, gozaba de contar con una prestigiosa compañía y una escuela de ballet propias, reconocidas mundialmente y muy aplaudidas tanto una como otra. Allí se nutrió de lo mejor de la tradición romántico-clásico, y aprendió todo lo necesario para pulir su baile, cuidando siempre los detalles correspondientes a estilo, técnica y nivel artístico.
Luego de integrar algunos años las filas del Ballet Nacional de Cuba, donde llegó a ostentar el rango de bailarín principal, decidió regresar a su natal y querido México, con la ilusión de poner en práctica allí, todo lo aprendido durante aquellos años de formación.
Ahora se había convertido en un hombre de poco más de cuarenta años, felizmente casado con una joven cubana, bailarina también, de la que estaba muy enamorado y con quien había tenido dos maravillosos hijos, una pareja de gemelos, hembra y varón, que apenas contaban un año de nacidos.
Compartiría además su labor como docente, manteniendo su desempeño como coreógrafo y maître del Ballet Juvenil de México, una agrupación danzaria que fusionaba el ballet clásico y la danza moderna, y que estaba haciendo correr ríos de tinta a lo largo del continente con sus atrevidas y bien recibidas coreografías, la mayoría, creadas por él. La compañía llevaba apenas cinco años de existencia, y ya se contaba entre las mejores del país. Junto con la labor de profesor adjunto, Damián también ocuparía el cargo de Jefe del Departamento de Ballet Clásico de la Academia de Artes Frida Khalo. Sabía que en lo adelante estaría saturado de trabajo, y que tendría que hacer malabares para poder desempeñar cada una de sus funciones sin descuidar ninguna. Pero estaba realmente emocionado y ansioso por comenzar a trabajar con la cantera de jóvenes promesas de las que la compañía podría nutrirse ese año seguramente, o eso esperaba.
Su esposa, Luisa Lara Fuentes, también graduada en la especialidad de ballet clásico, había abierto antes de quedar embarazada, un estudio de ballet para niños y adolescentes, de los cuales, muchos de ellos pasaban a estudiar a la academia. Luego de tener a los gemelos, se había enfocado en ser mamá y regresar a su pasión, la enseñanza de ballet.
Con pasos lentos salió del salón y descendió por la escalinata que conducía a la planta baja. Había un intenso ir y venir por los pasillos. Todo el personal docente se hallaba inmerso en los preparativos para el nuevo curso escolar que iniciaría en solo una semana. Sonrió al ver a su esposa platicando con Gonzalo Bustamante, el director de la academia de artes. Luisa también reparó en él y le devolvió la sonrisa. Era una mujer muy morena y atractiva, de treinta y siete años. Alta, empeñada en mantener la delgadez que el embarazo gemelar le había robado en parte. Todo en ella parecía sonreír, desde sus rasgados ojos negros, hasta la delicadeza de sus ademanes. Damián se inclinó ante el cochecito doble desde el cual sus hijos patalearon y agitaron sus manitas mientras reían al ver a su padre.
Greco y Gracia. Damián los alzó trabajosamente, uno en cada brazo y los besó en los gruesos y graciosos mofletes. Eran un par de niños hermosos y terriblemente parecidos. Habían heredado el color de piel de su padre y las finas facciones de su madre. Luisa se despidió de Gonzalo, que se alejó para atender una llamada en su teléfono móvil:
_ Te he dicho que no los cargues a los dos a la vez._ sugirió.
_ ¿Y por qué no?_ replicó Damián mientras resoplaba en los cuellos de sus hijos, que gozaban de lo lindo con aquel ruidoso juego de su padre.
_ ¿Es que no lo notas? Cada día están más pesados.
_ Una bailarina pesa mucho más que dos bebés juntos, y yo nunca tuve problemas para elevarla.
_ Presumido._ gruñó Luisa, aunque sonriendo mientras besaba a su esposo en los labios con un simple roce y luchó por arrancarle de los brazos a Greco, hasta conseguirlo.
_ Terminaste temprano hoy._ notó Damián.
_ Dejé a una de las maestras encargándose de mi clase. Al fin y al cabo soy la directora. Además, supongo que no has olvidado el compromiso que tenemos para esta noche.
Damián pestañeó varias veces y de repente exclamó, llevándose una mano a la frente:
_ ¡Me lleva!
_ ¡Damián! ¡Esa boca, y más enfrente de los niños!
_ ¿De eso hablabas con Gonzalo? ¿De la cena de esta noche en su casa?
_ No me sorprende que no te acuerdes. Si por algo pasé por aquí fue por eso, para recordarte el compromiso de esta noche. Tu hermana irá a cuidar a los niños hasta que regresemos.
Damián hizo una mueca de inconformidad:
_ Si te soy sincero, no tengo deseo alguno de ir a esa cena. Sobre todo si es en la casa de Gonzalo.
_ ¿Por qué? Creí que te caía bien. Gonzalo te tiene una gran admiración y está encantado con que este año podrá contar contigo en la academia.
_ Gonzalo me agrada. Es a su esposo al que no soporto.
_ ¿A Sandro?_ preguntó Luisa y dudó unos segundos._ Bueno, te entiendo. Sandro es un poco difícil.
_ ¿Un poco? ¡Por favor! Ese hombre es el asco personificado. Y su hipocresía alcanza niveles inimaginables. Piensa que no sé que tuvo mucho que objetar cuando me propusieron para Jefe del Departamento de Ballet Clásico de la Academia. Por supuesto, él quería ese cargo para él mismo.
_ Pues demuéstrale que te lo dieron a ti porque en verdad te lo mereces.
Damián colocó a Gracia en el cochecito. La niña se resistió y comenzó a llorar a gritos. Luisa hizo otro tanto con Greco. El chiquillo no tardó en unirse a su hermana en un dueto de perretas:
_ No tengo que demostrarle nada, ni a él ni a nadie._ dijo Damián con una mueca y volvió a ponerse los audífonos en los oídos.
_ ¡Ey!_ protestó Luisa empujando los cochecitos._ No quiero ni imaginar que te pusiste a escuchar a Céline Dion para no oír berrear a tus hijos.
_ Cariño, sabes que amo a mis hijos, pero cuando se ponen en este plan, queriendo dejar sordos a todo el que esté en un radio de diez metros, sinceramente que no puedo. Necesito abstraerme para no enloquecer.
_ ¿Y crees que a mí me gusta oírlos quedarse sin pulmones gritando?
Luisa hubiera querido decirle algo más a su esposo, pero en cambio, soltó una carcajada. Entre las muchas particularidades de aquel hombre, había una de la que sabía, jamás iba a desligarse: su afición a las canciones de Céline Dion. Damián era realmente un fan de la cantante canadiense. Usaba sus temas musicales para todo momento y ocasión en su vida: alegría, dolor, romance... Tenía todos sus discos y se sabía cada una de sus canciones, incluso las que eran en francés.
Los cuatro continuaron avanzando por el pasillo. Los niños chillaron un poco más, hasta que su padre de repente se plantó ante ellos y comenzó a hacerles toda clase de gestos graciosos con la cara. Los pequeños dejaron poco a poco de lloriquear, y enseguida comenzaron a reírse. Damián entonces comenzó a bailar ante sus hijos y su esposa, mientras canturreaba:
♪...Hush, now
I see a light in the sky
Oh, it's almost blinding me
I can't believe
I've been touched by an angel with love
Let the rain come down and wash away my tears
Let it fill my soul and drown my fears
Let it shatter the walls for a new Sun
A new day has...♫
******************
San Martín del Valle...
A unos trescientos cincuenta kilómetros de la capital, estaba San Martín del Valle, un pueblecito pintoresco, de unos poco más de tres mil habitantes, gente trabajadora y alegre, dedicados a la ganadería y la agricultura, así como a la confección de artesanías. Los pueblerinos vivían orgullosos de su herencia cultural y de sus vidas tranquilas. Era el típico pueblo con la tradicional estructura. La iglesia, el edificio principal levantándose y presidiendo junto en la plaza, rodeado de otros planteles relevantes, como el banco, el ayuntamiento, la comisaría, el cine y un montón de tiendas y pequeños establecimientos gastronómicos y de otros tipos.
Uno de los grandes atractivos de San Martín del Valle era su arquitectura colonial, sus casas con grandes ventanas enrejadas, sus múltiples techos de tejas de cerámica que, vistas desde arriba, le daban una tonalidad rojiza muy uniforme. Muchas de las casas, sobre todo en el centro y pertenecientes a personas acomodadas, contaban con patios interiores con jardines, pozos de brocal, y columpios. Las fachadas estaban pintadas con colores cálidos.
En las afueras estaba el pequeño y confortable hotel del pueblo, El Valle del Maracuyá, un lugar sencillo aunque placentero, según el criterio de quienes se habían hospedado en él. También estaban los corrales de ganados que pastaban en los extensos campos del pueblo. Y finalmente, lo más relevante y que propiciaba la mayor cantidad de empleos en el territorio: los campos sembrados de maracuyás, el renglón económico principal por el que era realmente famoso el pueblo. San Martín del Valle contaba con una fábrica donde se procesaba la fruta que luego se exportaba o se usaba en la elaboración de refrescos, dulces, vinos y otros derivados.
Los habitantes de San Martín del Valle estaban orgullosos de su pueblo y de sus logros, aunque tristemente las cosas ya no eran como antes. Desde hacía unos seis años, la producción de maracuyá había decaído, lo cual, por supuesto, había traído consigo despidos y prácticamente el cierre de la fábrica, enfocándose solo en la exportación de la fruta. Casi en el olvido habían quedado los refrescos, los dulces y todo lo que antaño había dado reconocimiento y popularidad al pequeño pueblo.
Por supuesto, todos sabían que, tras la muerte de los señores Márquez, el negocio que tanta prosperidad había gozado, estaba ahora a cargo de manos ineptas que lo habían llevado prácticamente a la quiebra.
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El sacerdote pronunció la bendición final y tras dibujar en el aire una cruz con la mano derecha, besó el altar y descendió, antecedido por el diácono, los lectores y los pequeños acólitos, mientras un coro de voces mixtas, se elevaba, entonando un cántico de alabanza.
El padre Uranis se detuvo en la gran puerta de entrada al templo para saludar a los asistentes a la misa. Era un hombre joven, de apenas treinta y tres años. Muy delgado, con la piel tostada por el sol y de mediana estatura. De cabellos negros y un rostro pícaro y alegre, ligeramente barbudo, donde brillaban un par de ojos color café tras unos finos espejuelos de marco plateado.
Estrechaba muy afectuosamente las manos de quienes lo saludaban, obsequiando sonrisas, abrazos y frases jocosas. Llevaba un año y medio como sacerdote de la parroquia y gozaba del afecto y la aceptación de los fieles, entre los jóvenes principalmente, a quienes tenía bajo su responsabilidad.
Con su peculiar entusiasmo, concluyó de despedir a tres elegantísimas y emperifolladas señoras y se volteó a un muchachito muy delgado y espigado, vestido con una vieja camisa de mangas largas de color azul bebé, y unos jeans gastados, rotos en varios sitios. Sus zapatos también estaban bastante desgastados:
_ ¡Hola Ángel!_ exclamó con exagerados modos._ Qué alegría me da verte antes de que te vayas a la capital. Necesito enviar contigo un paquete a tu tío.
_ Pues no se preocupe padrecito, que yo me encargo de hacérselo llegar._ respondió él con una tímida sonrisa al presbítero.
_ ¿Y cómo van los ánimos para este año? ¿Crees que puedas entrar finalmente a una compañía?_ señaló el padre Uranis ajustándose los espejuelos.
_ Pues no lo sé. Solo puedo decirle que voy a echarle muchas ganas y lo demás, lo dejaré en las manos de Diosito.
_ ¡Así se habla! Y tú no te achicopales. Toda la comunidad estará rezando por ti para que logres tu sueño. Oye, a propósito... No he visto más a tus tíos ni a tus primas venir a misa.
Ángel hubiera querido decirle al sacerdote que no perdiera más su tiempo esperando a ninguno de sus parientes. Pero hacerlo significaba que el padre Uranis se apareciera luego en casa a preocuparse por aquellas ovejas descarriadas, y en cuanto se marchara, las ovejas se volverían carneros agresivos que lo golpearían por tener la lengua demasiado larga. O peor aún, se despojarían de las pieles de oveja dejando al descubierto sus auténticas naturalezas lobunas y la despedazarían:
_ Mi tía no se ha sentido muy bien últimamente, y mis primas se quedan cuidando de ella.
_ ¿Y tu tío?
_ Ah... Tío Israel es más de venir los domingos a misa, y no entre semana.
_ Ya, pero hace unos cuantos domingos que no lo veo por aquí, así que dile a tu tía Marisol que espero verlos pronto por acá.
El padre Uranis lo envolvió en una mirada comprensiva y le apretó afectuosamente los hombros:
_ Ten fe, Ángel. Ya verás que todo cambiará. Pero nunca pierdas la fe.
Y le dio un toquecito en la nariz.
Ángel Márquez Pereira tenía diecisiete años. A primera vista no llamaba mucho la atención, sobre todo cuando la gente reparaba en su ropa vieja. Lo curioso es que la gente sabía perfectamente quien era... ¿Cómo no saberlo? Y siempre se le quedaban viendo, con expresiones lastimeras o burlonas que Ángel se obligaba a ignorar, pues no soportaba que lo vieran como si de un bicho raro se tratara. Y desde hacía varios años, esa era la manera en que todo San Martín del Valle lo veía. Ángel Márquez Pereira, el bicho raro del pueblo.
De elevada estatura y una delgadez que alargaba al máximo sus extremidades, sobre todo su cuello, coronado por una cabeza pequeña y ovalada rematada en una maraña de cabellos desarreglados y abundantes de color castaño muy claro. No obstante, cuando se despojaba de aquellas camisas anchas que le quedaban como batilongos que le daban aspecto de mamarracho, podía advertirse que contaba con un cuerpo bastante fibroso y bien definido. No tenía unos brazos musculosos de gimnasio, pero sus bíceps eran bastante decentes. Su espalda era ancha, con moderación, y tenía unos pectorales nada desdeñables.
Poseía una boca ancha, de labios finos muy rosados, tras los cuales se ocultaban dos filas de dientes perfectos. Una naricilla diminuta y un par de ojos del color de la miel. Los mismos ojos de su padre, acostumbraban a decirle algunas personas muy allegadas a él. Y un rostro con la belleza clásica de su madre.
Ángel acarició sus descuidados cabellos y exhaló un suspiro mientras avanzaba por la plaza del pueblo, donde los niños correteaban en sus juegos, persiguiendo las palomas a las que arrojaban granos y migas para que comiesen, y había un montón de puestos de venta con artesanías de toda clase expuestas al deleite de no pocos turistas y algún que otro lugareño.
Tomó su viejo teléfono móvil y conectó un par de audífonos que se puso en los oídos:
♪...Where it was dark, now, there's light
Where there was pain, now, there's joy
Where there was weakness, I found my strength
All in the eyes of a boy...♫
Tres señoras muy encopetadas pasaron junto a él y la miraron con aquellas expresiones que detestaba. Las tres damas más chismosas de todo el pueblo. Ángel trató de ignorarlas, a pesar de sentirse mal por verlas cuchichear con tan poca discreción acerca de quién era, y seguramente, sobre su atuendo ¿Qué podía hacer? Incluso él mismo sabía lo ridículo que se veía con aquella ropa que le daba un aspecto de monigote. No obstante, bien poco le importaba cuán risible pudiera lucir. Nunca había dado demasiado valor a la ropa y las cosas materiales.
En otra época había sido un pequeño príncipe, al que no le faltó ningún lujo, sobre todo en lo que a ropa y calzado se refería. Pero aún así, sus padres, a pesar de haberle dado todas las suntuosidades posibles, siempre lo instruyeron en que no había nada más hermoso o admirable que la sencillez. Lo realmente valioso para ellos, era ser una buena persona, vistiera como fuere, y jamás darle la espalda a alguien necesitado. Ah, y siempre dar gracias a Dios por la vida y las bendiciones otorgadas:
_ Dime que estoy viendo mal.
Ángel se detuvo y sonrió ante la presencia de la mujer que estaba a su lado. Era solo unos centímetros más alta, e igual de delgada, con un cuello estirado y cabellos negros ensortijados, cortísimos y elegantemente peinados:
_ ¿Qué?_ preguntó Ángel quitándose los audífonos.
_ Esa ropa._ señaló la mujer con un mohín desdeñoso en el rostro mientras se paraba junto al chico._ ¿Qué haces vestido así? Pareces un monigote ridículo.
Ángel esbozó una sonrisa melancólica y se miró:
_ ¡Ah! Era eso... Nada, es que no tenía nada más que ponerme. Lo demás o está sucio o sin planchar. Mi tía y mis primas no me dan chance prácticamente a ocuparme de mí mismo. Estas vacaciones han sido una verdadera tortura.
_ Esas brujas._ masculló la mujer con voz rencorosa.
_ Madrina..._ requirió Ángel con voz suave.
_ No me regañes, es que reviento cuando me cuentas las cosas que te hacen.
_ No veo la hora de irme a la capital. Al menos serán unos meses sin tener que soportarlas. Hasta el Día de Muertos.
_ Como sea, dime ¿Cuándo te vas?
_ La semana que viene.
_ Muy bien, por la tarde quiero que vayas a la casa. Seleccionaré algunas ropas de Abel para ti.
_ Pero madrina... ¿Y él que dirá?
Ella ejecutó un gesto despreocupado con el rostro y los hombros:
_ No te preocupes por eso. Lo importante es que no quiero volver a verte con esos ripios nunca más. Si tus padres te vieran morirían de nuevo, pero esta vez de tristeza.
Aida había sido la mejor amiga de sus padres, especialmente de su madre, y era además su madrina de bautizo. Ángel suspiró y sonrió levemente:
_ ¿Qué sería de mí sin ti, madrina? Eres de las pocas personas que me alientan a continuar adelante. Has hecho tanto por mí en todos estos años.
Aida le tomó afectuosamente las manos y las apretó entre las suyas:
_ Y quisiera hacer mucho más, mi niño. Solo Dios sabe cuánto he deseado llevarte a vivir conmigo, de no ser por la ogra de tu tía que se ha empeñado en seguir siendo tu tutora.
_ Por supuesto,_ se burló Ángel._ ella no puede arriesgarse a perder a su sirviente. Porque definitivamente, cuando no estoy en la escuela, eso es lo que soy en la casa, el esclavo que cocina, lava, limpia, friega, plancha y hace de todo.
Aida se cruzó de brazos:
_ ¿Y cuándo tú no estás quién hace todo eso?
_ Chayo, la esposa de Macario, el de las afueras del pueblo.
_ ¿Y Chayo no puede hacerlo también cuando tú estás en casa?
_ Claro que no. A ella tienen que pagarle, a mí no. Conmigo se ahorran unos cuantos pesos.
_ ¡Me lleva! ¡Pinche bruja!_ masculló Aida con desprecio._ Tú no tendrías que hacer nada de eso. Eres el dueño absoluto de una gran fortuna.
_ Una fortuna que ya no existe._ intentó aclarar Ángel.
_ ¡Según ellos!_ chirrió Aida._ Todavía no entiendo cómo es que un negocio que tu padre manejaba tan bien y proporcionaba tantas ganancias, de repente, cuando ellos los asumieron, se vino por completo abajo. Y luego cerraron el estudio de ballet de tu mamá, y lo tienen alquilado y casi destruido, convertido en un mísero almacén lleno de mugre... Es que solo de pensar en ello me pone de un humor de perros y quisiera agarrar a los muy canijos y...
_ No te martirices, madrina. No te hará ningún bien.
_ Es que me enciende la sangre ver lo que te hacen, como te tratan, o mejor dicho, como te maltratan. Te veo con esos andrajos y me enfurece, porque los ves a ellos y van como para un baile, cuando eres tú quien tendría que estar vestido como un príncipe... ¡Tú eres el dueño absoluto de todo lo que te dejaron tus padres!
_ No exactamente, según las estipulaciones del testamento. Seré el dueño solo cuando cumpla la mayoría de edad. Mientras, mis tíos son mis tutores legales, y por tanto, los que administran todo mi dinero.
_ Mi temor es que para cuando llegue ese momento, ya no tengas dinero, porque ellos lo habrán despilfarrado todo.
_ No lo creo. La verdad es que ellos no tenían obligación de cuidarme cuando murió mamá y...
_ ¿En serio te crees esa babosada?_ preguntó Aida con una mueca._ ¡Por favor! ¡Esos dos vieron los cielos abiertos cuando se leyó el testamento de tus padres! Enseguida se instalaron en tu casa, y se adueñaron de todo. Y ahora te explotan como si fueras su esclavo personal y ni siquiera son capaces de satisfacer tus necesidades más básicas.
_ Antes yo también creía igual, pero he aprendido a sobrevivir con eso. Al fin y al cabo, solo me quedan unos meses para cumplir los dieciocho, y entonces podré hacer uso de mi herencia. Les daré las gracias por sus cuidados en estos años y punto, habrán salido de mi vida.
_ De la forma en que lo han hecho hasta ahora, yo no les agradecería absolutamente nada... ¡Ay! Si hubiera sido más firme en mis intenciones de adoptarte y de impugnar ese testamento cuando murió tu mamá...
Ángel sonrió y le corrió un brazo sobre los hombros a la mujer:
_ ¿Qué hora es?
Aida consultó su reloj de pulsera:
_ Falta poco para las once.
Ángel abrió mucho los ojos:
_ ¡Ay no! Tengo que irme ya.
_ ¿Y a qué se debe ese apuro?
_ Tengo que preparar un banquete para esta noche.
_ ¿Motivos de la fiesta?
_ Mi prima Griselda está de novia con Alexys Benítez, el hijo del gerente del banco, y quieren agasajar al chico por todo lo alto.
_ Y yo que pensaba invitarte a almorzar a la casa._ se quejó Aida con pesadez.
_ Será para otro momento.
Una muchacha tan alta como Ángel y Aida, pero mucho más joven, se detuvo junto a ellos. Era delgadísima. El cabello negrísimo cayéndole sobre los hombros con exquisita gracia. Sus ojos de un tono casi violáceo miraron a Ángel con un mohín despectivo y se dirigió a Aida:
_ Mamá... ¿Hasta cuándo hay que esperar para irnos? ¡Yo tengo hambre!
_ Lorena por favor, es muy temprano para almorzar.
_ Si, pero acuérdate que no desayuné._ se quejó la chica.
_ Porque no te dio la gana, corazón, así que no me vengas con esa historia. Además, si tienes tanto apuro, adelántate a la casa. Yo aún no he visto al padre Uranis y necesito confesarme con él.
_ ¿Irme sola?_ protestó Lorena cruzando los brazos sobre el pecho y pataleando infantilmente.
_ Agh... Lorena por favor, no me vayas a armar un berrinche, porque ya estás bien grandecita para numeritos de esa clase._ advirtió Aida entrecerrando los ojos._ Si no quieres irte sola, busca a tus hermanos para que se vayan juntos.
_ Abel está ahora mataperreando con sus amigos. Y Dalia debe estar en la biblioteca, con la nariz metida en algún libro. Además, tú sabes que no soporto andar con ellos por lo insoportables que son.
_ El elefante llamando orejón al conejo._ gruñó Aida mirando a su hija de soslayo y añadió de inmediato._ Entonces vas a tener que esperar, porque ya te dije que voy a confesarme con el padrecito y eso es algo para lo que yo no tengo apuro.
Lorena no replicó nada más, pero antes de alejarse, lanzó una feroz mirada a Ángel, que no tardó en opinar, en cuanto quedó solo con Aida nuevamente:
_ Lorena sigue sin soportarme. No sé porqué le caigo tan mal. Yo nunca le he hecho nada, al contrario, siempre he tratado de que seamos amigos.
_ No le hagas caso. Cuentas con Dalia y Abel, que te tienen mucho cariño. Lorena es así de picúa. En eso salió a su abuelo, porque mi papá era igual de odioso. Ya estoy cansada de decírselo, que cambie ese carácter. Tiene dieciseis años, cuando llegue a los treinta nadie la va a aguantar con esa amargura permanente.
_ Aida, me encantaría quedarme platicando más tiempo, pero tengo que irme._ finalizó Ángel.
_ Si mi niño, si. Vete, no quiero que por mi culpa vayas a tener problemas con los trogloditas de tus parientes y que deba ir yo después a ponerlos en su lugar, deseos que tengo desde hace mucho.
Se abrazaron afectuosamente y Aida prosiguió:
_ Si no puedes ir hoy a buscar la ropa que te dije, me llamas. Pero no dejes de ir mañana.
_ Está bien._ sonrió Ángel antes de echar a correr dándose prisa en volver a casa.
Aida lo siguió con la mirada, suspiró con tristeza y se encaminó a la iglesia.
Además de su madrina, Aida era también su mejor amiga y confidente. Una de las pocas con las cuales podía contar. Aida sabía perfectamente cuánto sufría a causa de sus parientes. Cuando tenía diez años, José María, su padre y dueño absoluto del negocio de maracuyá en San Martín del Valle, murió accidentalmente en la fábrica. Todavía muchas personas no entendían las razones que ocasionaron la muerte de un hombre tan bueno, y la policía dio unas explicaciones bastante incongruentes, pero al final, el caso fue cerrado.
Y al año, cuando Ángel tenía once años, a su madre le fue detectado un tumor maligno en un seno, y por seis meses se debatió dolorosamente hasta que murió, dejándolo solo. Ángel cursaba entonces el tercer año de nivel elemental de ballet, y para él resultó un golpe fortísimo hallarse de repente solo en el mundo.
Su madre había sido su maestra de ballet, y tenía un pequeño estudio en el pueblo donde impartía clases, en su mayoría a niñas. Ángel siempre fue un niño frágil, delicado. Muchas personas lo encontraban adorable, porque realmente era un chiquillo muy hermoso y lleno de gracia. Pero también murmuraban lo afeminadas que eran sus maneras, algo que a sus padres no les importaba. Incluso José María sentía adoración por su pequeño. Cierto que habría preferido que se interesara más en los juegos y actividades de niños, en vez de disfrutar más quedarse con Azucena, su esposa, en el estudio de ballet, haciendo pirouettes y ejecutando movimientos tan delicados. Pero su hijo era un chico sano, vivaracho, muy inteligente y, sobre todo, excesivamente cariñoso y respetuoso con sus padres.
Nadie se atrevía a decir en voz alta que el único hijo de los Márquez sería un mariquita. A los Márquez todo el mundo los quería y los respetaba. Y su hijo, por muy afeminado que fuera, era un chiquillo encantador, que no pasaba cerca de una persona pobre sin darle unas monedas; que regalaba sus juguetes a los hijos de los campesinos de la zona; que compartía sus ricas meriendas con otros niños menos favorecidos en la escuela. Si, muchos chiquillos revoltosos se burlaban de él y le ponían motes, pero las niñas con las que siempre se rodeaba, salían en su defensa.
José María acabó comprendiendo que el futuro de su hijo no estaría en los campos de maracuyá, o en la fábrica, supervisando la labor que daba sentido a sus vidas y a la fortuna familiar. El futuro de su hijo estaría muy lejos de San Martín del Valle, en la ciudad, convirtiéndose en un bailarín famoso. El sueño de José María Márquez y de Azucena Pereira, se transformó entonces en conseguir que su amado hijo lograra triunfar y se convirtiera en un prestigioso bailarín de ballet, lo que no había conseguido su madre al sufrir una lesión en una pierna que le impidió despegar en su prometedora carrera.
Mientras se dirigía a su casa, ahora bajo el dominio de sus tíos, Ángel se detuvo un momento ante el antiguo estudio de ballet de su madre, convertido ahora en una especie de almacén lleno de trastos y mugre. Casi le dolió el corazón de ver aquel sitio que antaño estuvo lleno de espejos y de luz y de música y de niñas con tutús danzando al compás de melodías al piano mientras su madre corregía poses cariñosamente y les enseñaba los misterios de la danza clásica.
Tras la muerte de su madre estuvo varios días en la casa de Aida, hasta que se leyó el testamento en el cuál, para sorpresa de todos, Azucena disponía que la fortuna pasara a manos de su única hermana hasta que su hijo tuviera dieciocho años y pudiese finalmente heredar el patrimonio de sus padres.
Su tía Marisol, hermana mayor de su madre, acompañada de su sometido esposo Israel y de las insoportables hijas de ambos, sus primas gemelas Griselda y Galilea. Como únicos parientes, estaban ansiosos de cuidarlo y administrar los bienes legados, cumpliendo así, según ellos, la última voluntad de una moribunda. Y Ángel, a pesar del dolor de haber perdido tan recientemente a sus padres, se sintió aliviado por tener otra vez una familia, alivio que solo duraría un año, al cabo del cual, sus tíos dejaron de tratarlo bien y de ocuparse debidamente de él, para considerarlo en lo adelante un estorbo, una carga desagradable.
El tío Israel, que hasta aquel entonces era un simple empleado en la plantación de maracuyás, pasó a ser el jefe principal de las obras, y la tía Marisol se reservó la administración de la fábrica.
Al menos, Griselda y Galilea nunca habían ocultado su desagrado hacia su persona. Ambas se habían mostrado desde un inicio antipáticas, negándose a tratarlo con cariño. Sus tíos, sin embargo, durante aquel año, lo habían atendido relativamente bien. Y de buenas a primeras empezaron a exigirle que hiciera las labores de la casa, como si de un sirviente se tratara. Los tonos de voz, afables y cariñosos, fueron sustituidos por tonalidades ásperas y cargadas de rencor, que el pequeño huérfano no comprendía.
Llevaba seis años de recogido, sufriendo en silencio los insultos y humillaciones que le proferían. A pesar de sus diecisiete años rebosantes de juventud, Ángel había terminado por opacarse a sí mismo, ocultándose tras una barrera de silencio y timidez que le impedía relacionarse con la mayoría de las personas.
Como a sus tíos le daba lo mismo lo que vistiera, no se molestaban en comprarle ropa nueva, y a veces se veía forzado a usar las prendas en desuso de su tío Israel, que obviamente, por las dimensiones de tamaño y complexión, le quedaban como si él fuera la percha para colgar las ropas.
Por suerte, podía contar con el apoyo incondicional de Aida, quien siempre se las apañaba para tenerle ropa en buenas condiciones, de su único varón, quien era más joven que Ángel, pero tenían la misma estatura y anchura. Su madrina intentó muchas veces llevárselo a vivir a su casa, pero no lo había conseguido. La tía Marisol se negaba a desprenderse de él. Ángel no entendía por qué si su tía parecía odiarlo tanto, se empeñaba aún más en retenerle.
A los catorce años le llegó la oportunidad de su vida. Tras enviar, con la ayuda de sus padrinos y de un tío de su madre y su tía Marisol, el padre Pancho, una cinta con una grabación suya a una prestigiosa academia de arte de la capital, fue oficialmente aceptado para realizar sus estudios superiores de ballet. Aquel sería su último año en la academia y podría entonces encaminarse a un futuro propio, donde nadie volviera a humillarlo jamás. Aspiraba ingresar al Ballet Juvenil de México, la compañía más importante actualmente en el ámbito danzario del país.
No podía decir dónde se sentía mejor. A pesar de ansiar volver a la escuela, allí las cosas no eran mejor que en su casa, ya que era el blanco de las burlas de sus compañeros, e incluso, de chicos de otras especialidades. Si, los artistas, en especial los bailarines podían ser definitivamente seres egocéntricos y crueles en ocasiones.
Muy poco quedaba del niño alegre y lleno de vida del pasado. Pero cuando debía salir a bailar al escenario, ante el público, entonces se olvidaba de todo y se sumergía en la melodía que debía interpretar. En ese momento se transfiguraba, aunque desgraciadamente, los demás ya estaban tan acostumbrados a ignorarlo, que nadie se percataba del cambio.
Aún con su vida infeliz, lo único que impulsaba a Ángel a continuar adelante, era su carrera en el ballet. Por la memoria de sus queridos padres. Sabía que si ellos vivieran, no llevaría una existencia tan desolada como la actual. Pero sería fuerte y lucharía por alcanzar sus sueños. Ahora solo dependía que Dios no lo abandonara.
Volvió a ponerse los audífonos y se alejó caminando, mientras canturreaba con voz queda:
♪...Hush, now
I see a light in the sky
Oh, it's almost blinding me
I can't believe
I've been touched by an angel with love
Let the rain come down and wash away my tears
Let it fill my soul and drown my fears
Let it shatter the walls for a new Sun
A new day has...♫
******************
Ciudad de México...
_ ¡¡MAMÁ, AUXILIO!! ¡¡ME MATAN!!
La puerta de la habitación se abrió abruptamente y un niño de unos siete años intentó salir corriendo, vociferando, cuando cuatro brazos surgieron tras él, y reteniéndolo, lo forzaron a entrar nuevamente en la recámara. En la cocina, Clara colocó impulsivamente el sartén en el fogón, mientras cerraba los ojos, apretaba los puños y dejaba escapar un resoplido semejante a una fortísima fuga de gas. Levantó la mirada al techo y torció la boca en una mueca grotesca. Todo permaneció en silencio.
Era una mujer exuberante y hermosa, de poco más de cincuenta años que no aparentaba. Sacudió su abundante y corta melena negra, con un mechón gris resaltando y se dispuso a partir los huevos para preparar el desayuno. Por lo regular, amaba los domingos. Era un día tranquilo, en el que gozaba de toda la presencia familiar, de paz y...
_ ¡¡MAMI, SOCORRO!!
El chillido resonó en toda la casa, y sobre todo en sus oídos. El primer huevo se había escapado de sus manos, yendo a caer directamente ante sus pies, desparramando por el suelo todo su viscoso contenido amarillo y transparente. Los dientes de Clara chirriaron dentro de la boca apretujada. Odiaba los días de vacaciones como aquel, en el que sus hijos estaban en casa y parecían estar descuartizándose:
_ Solo espero que cuando llegue allá arriba estén muertos o los mataré yo por escandalosos._ musitó Clara quitándose el delantal._ No es posible que me echen a perder la paz de este día.
Subió velozmente la escalera que conducía al piso superior y abrió de un empujón la puerta de una de las habitaciones. Con ojos fieros miró a dos de sus hijos, los mayores, que permanecieron sentados en la cama con actitud inocente, mirando sus teléfonos como si nada ocurriese. Clara paseó la mirada por la recámara en desorden. Ese sería otro motivo para discutir luego, ahora lo importante era saber dónde estaban sus otros dos hijos:
_ ¿Dónde está Benjamín?
_ En su cuarto._ contestaron los dos jóvenes al unísono.
_ ¿Y Junior?_ inquirió Clara recostándose al marco de la puerta.
_ ¿Junior?_ repitió Alfredo, el mayor de los cuatro._ No lo sé, no lo he visto ¿Tú si, Rolando?
_ No, yo tampoco.
Clara apretó los dientes. La voz que había escuchado gritar era la de Junior, el más pequeño. Avanzó muy despacio en dirección a los muchachos, que no pudieron evitar moverse inquietos. Muy tranquilamente se sentó entre ambos, exhalando un suspiro. Jugueteó de forma breve y sutil con los cabellos de los dos, y de repente se apoderó de una oreja de cada uno. Alfredo y Rolando chillaron y se retorcieron, adoloridos:
_ ¡Jefa eso duele!_ se quejó Rolando.
_ ¡Mamá!_ gruñó Alfredo.
_ ¡Se me callan ahora mismo y me dicen dónde metieron a su hermano!
_ Por fin, _ intervino Rolando._ ¿Quieres que nos callemos o que hablemos?
Clara tiró más duro de su oreja:
_ No te vengas a hacer el baboso... ¿Dónde está Junior?
_ No digas nada Rolando._ ordenó Alfredo con el rostro contraído._ Fuerte ahí, como un macho.
Clara clavó las uñas en los lóbulos de las orejas, arrancándoles quejidos a los jóvenes:
_ Ay míralo, el muy macho... Eres el mayor, estás casado y vas a tener un hijo pronto, deberías dar el ejemplo en vez de estar comportándote como un escuincle.
_ Somos meros machotes mexicanos. Vamos a morir antes de abrir la boca._ dijo Rolando antes de soltar un quejido cuando su madre le retorció la oreja.
_ Pues a mí los meros machotes me valen verga. Y ustedes saben que me importa una enchilada arrancarles las orejas... ¿Dónde metieron a Junior?
Los jóvenes callaron, pero no fue necesario que respondieran. Debajo de la cama resonó un ruido sordo, como si alguien se moviera bruscamente, seguido de una especie de gemido. Clara abrió desmesuradamente los ojos y soltó las orejas de sus hijos:
_ Pero... ¿Qué le hicieron a mi chamaquito?
Lo sacó de debajo de la cama. Amarrados los pies y las muñecas con gruesas cuerdas y un pañuelo embrollado en la boca. Clara desataba furiosa las cuerdas que inmovilizaban al menor de sus hijos:
_ Esto es el colmo. Un día van a matar a este niño. Ustedes se creen que él es su puerquito o yo qué sé. Cuando a Junior le pase algo un día por cuenta de sus juegos salvajes, no voy a responder por lo que les haga yo a ustedes.
Se volteó insultada al sentir como Alfredo y Rolando se reían a escondidas. Rabiosa en gran manera, tomó una almohada de la cama y los golpeó:
_ ¡No se rían, carajo, que estoy hablando en serio!_ golpeó también a Junior, añadiendo._ ¡Y a ti te he dicho un millón de veces que no te dejes machacar por este par de babosos!
_ ¡Pero ellos son los que me agarran, mami!_ lloriqueó el niño.
_ ¡Ellos son los que me agarran!_ remedó Clara con una mueca._ ¡Pues toma tú una silla, un palo o lo que sea y rájales la cabeza!
_ Ay jefa, si nada más estábamos jugando con él._ opinó Rolando.
Clara le propinó un fuerte manotazo en la cabeza:
_ ¡Esos no son juegos, son salvajadas que solo se le ocurren a ustedes dos!_ se llevó una mano a la frente mientras elevaba los ojos a lo alto._ ¡Ay Virgencita de Guadalupe, si se parecieran en algo a su hermano Benjamín!
_ ¡NO!_ casi gritó Rolando.
_ Mamá, no necesitas insultar de esa forma._ declaró Alfredo torciendo el rostro con una mueca.
_ No se imaginan los deseos que tengo ahora mismo de espachurrarles la cabeza por ser tan mensos._ escupió Clara.
En la puerta apareció un sujeto de gruesa complexión, de unos sesenta años, con el torso desnudo, en pijama y una toalla cruzándole los hombros:
_ ¿Ya están en bronca? Todavía no ha empezado bien el día.
_ ¿Por qué te levantaste?_ le preguntó Clara con una inesperada voz melosa.
_ ¿Con el escándalo que tienen montado? ¿Quién puede dormir?
_ ¿Ven lo que hicieron?_ se volteó Clara hacia sus tres hijos con los ojos despidiendo chispas rabiosas._ ¡Hicieron que su padre se levantara! ¡Lo despertaron!
_ Yo no desperté a nadie._ negó Rolando con indiferencia._ El jefe se levantó porque le dio la gana.
_ Pinche escuincle mira que te rompo la cara._ amenazó Clara levantando una mano de forma amenazante.
_ Ya párale mi vida._ la apaciguó el hombre envolviéndola en un abrazo._ Es muy temprano para estar peleando.
_ Pero es que estos babosos tienen la virtud de sacarme de quicio.
_ No les hagas caso._ susurró él a su oído y besándole levemente el cuello.
Clara sonrió con picardía y volteándose hacia su marido, le devolvió el beso, pero en los labios, lo que provocó una explosión en sus hijos:
_ ¡Oigan, oigan!_ chifló Alfredo._ Déjense de eso aquí. No cuenten dinero delante de los pobres.
_ Por lo menos respeten que estamos presentes._ agregó Rolando._ Tan viejos que están para andar en esos trajines.
_ ¡Vieja será tu...!_ quiso replicar Clara, pero su esposo, para mortificar aún más a sus hijos, la hizo callar con un beso más profundo.
_ Váyanse a un motel._ sugirió Junior.
Clara se separó bruscamente de su marido y clavó sus ojos almendrados en el hijo menor:
_ A ver, a ver, Junior... ¿Qué sabes tú de moteles?
El niño, lejos de intimidarse por el cuestionamiento de su madre, dijo con toda calma:
_ Un motel es donde va la gente a quedarse a dormir.
_ ¡Ah!_ suspiró Clara más tranquila.
_ Pero también cuando quieren hacer cochinadas...
Clara cambió de color y vociferó, cortando la explicación del niño y clavando la mirada en Alfredo y Rolando:
_ ¡¿QUIÉN LE ENSEÑA ESAS BABOSADAS A JUNIOR?!
_ Yo no._ se apresuraron en negar Alfredo y Rolando al unísono.
Clara les fue encima, exigiéndoles a fuerza de gritos y golpes una explicación. Junior temblaba oculto tras la figura de su padre, que reía ante la escena. El niño estaba seguro que pronto recibiría un buen regaño o una buena paliza por estar hablando cosas indebidas.
******************
Benjamín hizo una mueca de desagrado y se puso un par de audífonos en los oídos. Detestaba los fines de semana, cuando todos sus hermanos estaban en casa, escandalizando como en aquellos momentos, sacando de quicio a su madre que no podía dejar de vociferar y contribuir aún más a la locura en la que se veía envuelta aquella casa en la que no soportaba estar.
Se recostó más en su pequeña cama, revisando la larga lista de mensajes y llamadas perdidas que tenía en el teléfono. Como siempre, su novia no paraba de acosarlo. De seguro quería que fuera a su casa a pasar el rato con el resto de sus amigos. Benjamín suspiró con aburrimiento. Lo menos que quería era eso, tener que lidiar con Dalilah y el resto de la pandilla. Tal vez con Brenda, quien era su mejor amiga, o con Sergio, su mejor amigo. Pero nada de tener que soportar a Dante, con sus pesadeces. O a Kenia, con sus tonterías o su ridícula sumisión a Dalilah, quien se creía toda una princesa.
Realmente tenía planes para esa tarde. Planes que no incluía a su novia, a ninguno de sus amigos y mucho menos a su familia.
Su familia.
A veces pensaba que sería mejor vivir solo. Podría hacerlo fácilmente. Tenía una gran residencia que era de su propiedad. Pero solo podría disponer de ella legalmente cuando cumpliera los dieciocho años... ¡Menuda mierda! Hasta entonces, tendría que seguir bajo aquel techo, soportando en silencio a sus insoportables hermanos que no tenían ni una pizca de simpatía por él, y mucho menos su padre, para quien a veces, tenía la impresión de que se había olvidado que tenía cuatro hijos en vez de tres con los que no le importaba retozar, platicar o reírse. Pero con él las cosas eran muy diferentes.
Su madre era la única que sentía algo de consideración por él, en aquella casa. Y Paulina, su cuñada, esposa de Alfredo, su hermano mayor. Ellas dos hacían un poco más tolerable el tener que estar bajo aquel techo.
Era un chico extremadamente guapo, con la piel tostada, los cabellos negros abundantes cortados con elegancia. Sus ojos, oscuros y profundos. Su nariz, bien proporcionada, afilada. Su boca, grande y de labios sensuales. Pómulos firmes y un simpático hoyuelo en la barbilla. Era alto, y gallardo, atlético, con brazos que mostraban discretos músculos, una espalda ancha, un torso tonificado prudentemente, piernas largas y esbeltas. Podría ser mucho más hermoso y atrayente, si su expresión no fuera tan distante y fría.
El teléfono sonó con otra llamada de Dalilah. Benjamín entornó los ojos e hizo caso omiso. Saltó de la cama y fue hasta una pared donde colgaba un calendario. Hizo una marca. Faltaban cuatro meses para su cumpleaños. Entonces sería libre al fin, y nunca más tendría que regresar a esa casa que nunca había sentido como un hogar.
Desde la habitación de su hermano Rolando todavía partían gritos exaltados y risotadas grotescas. Benjamín subió el volumen de su teléfono. La voz de Céline Dion lo llenó de esa paz que solo la cantante canadiense lograba transmitirle y Benjamín se lanzó nuevamente sobre la cama mientras se dejaba envolver por la canción:
♪...I was waiting for so long
For a miracle to come
Everyone told me to be strong
Hold on and don't shed a tear
Through the darkness and good times
I knew I'd make it through
And the world thought I had it all
But I was waiting for you...♫
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