Nicolás
La última vez que la vi sus ojos estaban cargados de lágrimas y mi corazón se encontraba agrietado. Había perdido los trozos de mi alma hace mucho pero el más importante se había desvanecido cuando entendí que la única solución posible a mi vida llena de tormentas era ayudando a mi madre.
Mientras se alejaba en el auto de su familia secando las lágrimas de su rostro y mirando hacia delante queriendo evitarme, no me importaba nadie más que ella. Que mi Lucy.
Recordé la promesa que le había hecho a su padre, no podía fallarle incluso si eso me rompía por completo. No podía atarla a una historia sin final feliz, ella merecía mucho más de lo que podía darle. Ella merecía el mundo y a mi alcance no había siquiera una partícula de polvo.
La dejé ir, con lágrimas quemando mis ojos y mis manos en puños. Cuando desapareció finalmente, cuando mis ojos dejaron de encontrarla en mi campo de visión, cuando mi última esperanza desapareció no me quedó más que desplomarme. Caí de rodillas en el amarillento césped de casa, con el corazón latiéndome enloquecido y la respiración entrecortada. Pero no me permití llorar por más de unos segundos, no podía arrepentirme o correría tras ella como un loco enamorado.
Me había puesto de pie y con las últimas fuerzas que me quedaban había ingresado a mi vivienda. Nunca había sido un hogar por lo que la decisión había sido sencilla. Saqué a Brisa de ese vecindario de mala muerte, tomé un turno completo en el trabajo y me valí de todos los favores que me debían para que alguien cuidara a mi hermanita hasta que pudiera conseguirle niñera.
Esperaba que Brisa lo entendiera cuando creciera, que supiera que no la había alejado de su madre a propósito sino que la estaba protegiendo como nadie me había protegido a mí. Sin embargo, no me permitía pensar en nada que no fuera trabajar y darle una vida mejor. Le conseguí una escuela de danzas para mantenerla ocupada y gran parte de mi salario se fue allí. Dormíamos en una habitación pequeña, en una pensión donde la dueña nos daba de comer por lástima y que cuidaba a Bri cuando yo no podía salir antes del trabajo.
Extrañaba mis estudios, extrañaba la sensación de poder ser algo más de lo que era pero no podía volver atrás.
No tardé en conseguir otro trabajo, un médico prestigioso necesitaba alguien que le hiciera trámites y lo ayudara con la administración de su pequeño consultorio. El sueldo era estupendo y la carga laboral mínima en comparación de la pizzería. El empleo me brindaba seguro de salud por lo que pude trasladar a mi madre a un centro mejor. También tenía una guardería donde Brisa se quedaba luego de clases y antes de ir a ballet.
Conocí a la familia de mi jefe al poco tiempo porque el hombre que parecía tan duro me había agarrado cariño. Tenía un hijo de unos veinticinco años que era médico como él pero se dedicaba a la oncología y una hija un tanto rebelde. La hija se encariñó rápidamente con mi hermana y le consiguió una audición en una escuela de danza. Brisa consiguió una buena beca y partes de mis preocupaciones financieras comenzaron a disminuir.
El siguiente paso fue conseguir un mejor lugar donde vivir. Desafortunadamente, mi antigua vecina había fallecido y como no tenía familiares me había dejado todas su pertenencias. Vendí su casa, la de mi madre y un auto destartalado que encontré en el garaje, eso me permitió comprar un departamento en una linda zona residencial.
Y de repente, en dos años, mi vida había cambiado pero me sentía vacío. Todo iba bien pero mis sentimientos estaban acallados y el pecho aún me dolía cuando pensaba en la muchacha que había dejado ir.
Poco después se me presentó la posibilidad de continuar con mis estudios y no lo dudé ni por un segundo. Allí conocí a Beca, estaba siempre en la biblioteca y era muy amable. Me dedicaba una sonrisa cada vez que pasaba a mi lado y un día simplemente se acercó a hablarme.
Beca es una chica increíble. Ama a mi hermana y no me juzga por lo que fui. Entiende mis tiempos y mis cambios de humor. De manera sorprendente, me encontré pidiéndole una cita y luego otra. Nos hicimos novios al poco tiempo.
Cuando mi vida parecía no poder mejorar, cuando finalmente me había permitido volver a sentir, cuando todo parecía perfecto lo vi. Un anuncio en la universidad que hablaba sobre intercambios de estudio, una charla que iba a ser dada por una estudiante que se había graduado y había conseguido grandes cosas. Había una foto allí y la reconocí. Lucía Godoy. Mi Lucy.
Pedí permiso en el trabajo para asistir y mi jefe no dudó en dármelo. Nunca le pedía nada, era la primera vez desde que trabajaba con él.
Y el día llegó y allí estaba ella. Se veía nerviosa y adorable a la vez, y cuando escuché su voz mi corazón comenzó a bombear sangre con rapidez. Me sentía en las nubes y comprendí que las llamas nunca se habían apagado, que seguía sintiendo lo mismo por ella. Quise hacérselo saber, gritarle que mi corazón siempre sería suyo.
En su lugar, levanté la mano cuando se abrió la sesión de preguntas. Solté lo primero que se me ocurrió y el cambio en su postura me hizo saber que me había reconocido.
Mi Lucy.
Y cuando finalmente la abracé, cuando mis brazos la rodearon luego de tantos años y cuando su piel hizo contacto con la mía lo entendí: nunca la volvería a dejar.
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AY! Sentí tanto escribiendo estas palabras como si Nico hubiese hablado a través de mí. ¿Qué opinan? ¿Les gustó?
Gracias por leer y su apoyo.
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