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¡Tú y tus ideas!


—"... se llevó las manos a la boca, ahogando un grito, mientras lo miraba con devoción... '¿Dios, cómo puede ser tan grand-". No —me interrumpo, brusca —, me niego, ¿cómo vamos a presentar esto en el taller? Es pura basura, porno del malo, te has pasado tres pueblos, si esto es lo que querías escribir podrías haber hecho equipo con Elisa, con lo que le gusta Cincuenta sombras de Grey...

—Oh, vamos —me regaña Dylan, a carcajadas — no seas mojigata. Si conseguimos el mejor relato erótico nos regalan un viaje. ¡Yo quiero ir de viaje! No voy a perderme el David de Miguel Angel porque te dé vergüenza escribir estas cosas.

—Pero qué morro tienes. Para empezar, el David está en Florencia, Einstein, no en París—suelto un suspiro cuando veo la decepción en su rostro—. Y te repito que había más gente con la que podías escribir.

—Pero Leah... los demás me dan miedo y yo soy tan tímido...

—Sabes de sobra que esa carita de Gato con Botas no funciona conmigo —Dylan hace un mohín pero no me interrumpe—. Menos cuentos, que te pasas el día flirteando con Mona, con Laia y con la chica esa de los pendientes raros; ah, y el otro día saliste de copas con aquellos chavales de Bristol. No podrás hacerme sentir culpable. Se siente. Aún estamos a tiempo de cambiar de parejas.

—Eres una desagradecida, me apunté a todo este rollo del taller de escritura creativa por ti, yo ni siquiera quería.

—Claro que no, preferías quedarte tumbado en la cama llorando por tu ex. Mary se fue, Dylan. Estaba claro que no iba a volver... y no va a hacerlo, Dylan, ya ha pasado medio año —remarco, ante la expresión de desconcierto que pone—. Se portó muy mal contigo, fue una cabrona, y lo sabes. Y yo no iba a dejar que siguieras desperdiciando tu vida así, tenías que espabilar.

—Olvidaba lo fría y mandona que podías llegar a ser...

—Y mira qué bien te ha ido... ¿no has hecho amigos nuevos? ¿no estás empezando a salir con chicas otra vez?

—¿Y tengo que agradecértelo a ti? No eres mi madre, no tienes que ir detrás de mí limpiando mi mierda, ni obligándome a hacer cosas como si fuera un niño malcriado—me espeta, irritado.

—Dylan, te "obligué" —señalo, suavizando la voz y haciendo comillas con los dedos— a apuntarte al curso porque creí que te gustaría. En la uni escribíamos juntos todo el tiempo, era muy divertido y tenía ganas de recuperar esos momentos contigo...

—Entonces no entiendo de qué te estás quejando. En cuanto el profesor nos dijo que el trabajo era en parejas, me apunté enseguida a hacerlo contigo.

—Y te lo agradezco, me lo paso genial escribiendo contigo, pero eso no significa que tengamos que hacer todos los trabajos juntos, por eso te vuelvo a pedir que cambies de compañera, por favor.

—¿Pero se puede saber por qué te da tanta vergüenza escribir sobre estas cosas? Serás una mojigata a veces, pero virgen, precisamente, no.

—¡Oye! —replico, indignada—. Tampoco te pases. Yo qué sé, es que me parece tan ridículo y tan sumamente falso todo... ¿quién va por ahí gritando "¡oh, sí, dame más, por favor!"?

Dylan intenta responder, pero no puede porque le entra tal ataque de risa que se atraganta con su propia saliva, y como era de esperar, termino acompañándole, exhalando carcajadas como si no hubiera un mañana.

—Qué tonta eres... ¿No será que simplemente te da vergüenza escribir estas cosas conmigo? Ya sabes a lo que me refiero.

—Pues no, no sé a qué te refieres, pero ese no es el tema...

—¿Entonces ya no te acuerdas de cierta noche estrellada, dos botellines de cerveza y las últimas canciones del concierto de Muse? —me interrumpe, alzando una ceja socarronamente.

Mierda, me ha pillado. Recuerdo vagamente que cuando nos conocimos en la cafetería de la facultad me sentí ligeramente atraída hacia él, pero en ese momento ambos teníamos pareja y no se nos hubiera ocurrido dejar que pasara algo entre nosotros, por eso nos hicimos amigos. Congeniamos tanto que creamos un grupo que incluía a amigos de su carrera y de la mía y solíamos quedar juntos para ir a festivales y conciertos. Al cabo de un tiempo, ambos pasamos por un período de soltería simultánea y ahí fue cuando ocurrió. Durante un concierto de Muse, llevábamos un par de cervezas encima y empezábamos a notar el puntillo. Estábamos viviendo el concierto a tope, riéndonos, empujándonos y en medio de la euforia y la embriaguez, nos miramos y nos lanzamos el uno sobre el otro. Solo fueron unos minutos, porque recobramos la cordura y nos separamos, entre disculpas y risitas nerviosas, echándole la culpa al alcohol y al desmadre general. Cada vez que recuerdo cómo lo rodee con las piernas me muero de vergüenza. Sobre todo porque me puso a cien y, a día de hoy, sigue molestándome no comprender el porqué. Pero eso es algo que no dejaré que sepa jamás, prefiero que piense que iba demasiado borracha como para acordarme.

—¿Qué? Pero si eso pasó hace siglos... aún tenías pelo.

—¡Oye! Que sigo teniendo una melenaza de león —observo su cabello con escepticismo, lleva el pelo algo desgreñado y empieza a ralear, pero todavía no se le nota demasiado e incluso creo que podrá hacerse una mini coleta dentro de poco—, pero no me mojes mucho el pelo, por si acaso. Y no me cambies de tema... te estás poniendo colorada.

—¡No es verdad! —intento disimular, girándome para coger un poco de agua, pero siento su mirada atravesándome la nuca, divertido. Se queda en silencio, y cuando me giro, veo que sigue observándome con una sonrisilla de suficiencia — ¡Que te digo que no es por eso! Por Dios, tenemos casi 30 años, ¿de verdad crees que me va a dar vergüenza escribir estas cosas porque hace 10 nos dimos un morreo, borrachos perdidos, en un concierto? Madura de una vez.

—No soy yo el que parece una remolacha.

—Pero eso es porque me sacas de quicio, no vayas tan sobrado.

—Vale, vale, pero tengo que reconocer que lo recuerdo como un buen beso... ¿repetimos?

—Ni borracha —le saco la lengua. Nos miramos y empezamos a reírnos otra vez—. Oye, ahora en serio, ¿por qué te empeñaste en escribir esto conmigo?

—Pensé que, si ganaba el concurso con otra persona, quedaría feo quitarle el billete para dártelo a ti. Porque a París nos vamos los dos, eso está claro.

No... no te sientas culpable Leah, te está manipulando, te está manipulando, te está manip-

—Vamos a escribir esa maldita historia —me oigo ceder.

—¡Sí! ¡Gracias, gracias! —me coge la cara y empieza a darme besos de abuela en la frente y en las mejillas, muy sonoros, mientras habla — ¡Me voy a París! Ya verás, ¡lo pasaremos incluso mejor que cuando fuimos a Londres!

—Para... ¡para! —no puedo parar de reírme, es tan idiota. Me suelta al cabo de un par de segundos, y una enorme sonrisa inunda su cara —Te odio, eres un chantajista.

—Me quieres, pero eres demasiado orgullosa como para admitirlo... —no puedo evitar rodar los ojos, y entonces se pone a cantar—. París es el rey del amooor, lo canta París con fervoooor...

—Lo que tú digas... —suspiro, ahogando una risa—. ¿Y... en serio? ¿Anastasia?

—¿Qué? Es una gran película, ¡y una gran canción!

—En fin... Vamos a ponernos a escribir, cuando antes empecemos, antes acabaremos.

—¡Sí! ¡Porno! Digo... novela erótica comedida en su justa medida, ¡yuju!

—Idiota —le doy un golpe con el libro que tengo más cerca, mientras él se cubre con los brazos, sin éxito.

—Sado, mmm... me gusta... a ver cómo se te da esto en la novela... —me suelta con una voz que pretende ser seductora.

—¿Te doy con la enciclopedia?

—Vale, me callo.

Como él acaba aceptando que lo que llevamos escrito hasta el momento es un desastre, decidimos hacer un brainstorming. Eliminamos las opciones que menos nos convencen y al cabo de una hora solo tenemos una ligera idea de lo que nos gustaría hacer, pero no de cuál va a ser el contexto. Sabemos que queremos crear algo con un poco más de historia que los relatos eróticos habituales... que no se centre solo en sensaciones corporales, queremos poder transmitir algo más, darle un cierto trasfondo, tal vez. No queremos personajes planos y aburridos, ¡queremos realismo! Y un toque de humor, ¿por qué no?

Dos donuts, un frappé y un cappuccino más tarde ya tenemos una idea bastante general de lo que queremos hacer.

—Entonces... —carraspea un poco para aclararse la garganta y leer en voz alta nuestro resumen—. "Esta es la historia de un chico y una chica que trabajan juntos en una pastelería (benditos Donuts ¡y cómo nos han inspirado!). Se conocen desde hace varios meses, pero ella es todo un misterio, es taciturna, se irrita con facilidad, no cuenta nada sobre su vida privada y no se relaciona con sus compañeros. Él es todo lo contrario, es extrovertido, divertido, y un libro abierto en todos los sentidos...". Qué identificado me siento.

—Calla y sigue.

—Borde. "... Un buen día, se da un altercado en la tienda con un cliente que empieza a amenazar a los demás con una barra de pan. Al final acaba empujando a otro, empieza una pelea y tiene que intervenir la policía, que se lleva al encargado de la pastelería a declarar, quedándose nuestra extraña pareja al mando. Él no para de quejarse de la mala suerte que tiene y de lo que le molesta quedarse con la borde de su compañera, hasta que ella se cansa y le encara. Empiezan a discutir, se dicen de todo y de algún modo, acaban retándose a ver quién se atreve a llegar más lejos. Terminan montándoselo sobre los paquetes de donuts del almacén".

—Parece mentira lo que nos han inspirado los donuts... Jamás volveré a pensar en un Donut de la misma manera —le digo a Dylan, mientras él se parte de risa y me mira enarcando una ceja.

—No me digas que nunca has pensado en el lado sexy de los Donuts.

—A diferencia de ti, y del resto del mundo por lo visto, no soy una pervertida —le pico—. Bueno, deberíamos ponernos con el diálogo, supongo...

—¿Qué te pasa? Te ha cambiado la cara. ¿De verdad tienes algún problema con todo esto? —esta vez su semblante está serio y dirige toda su atención hacia mí. Parece preocupado—. ¿Hay algo que no me hayas contado?

—No es eso... —suspiro—. Es que te va a sonar a tontería. Lo sé.

—Podré soportarlo. Va, desembucha.

—Pero no te rías.

—No me reiré.

No me fío un pelo de él.

—Júramelo.

—Te lo juro.

No puedo decirlo.

—¿Y bien? —me alienta.

Guardo silencio.

—No, mejor no digo nada...

—¡Dios! ¡ME VUELVES LOCO! ¿Quieres decirme qué pasa de una vez?

—¡Ay! Está bien, no te enfades... Es que... nunca he leído un relato erótico ni he visto una peli porno. ¿Contento? —confieso, en voz baja.

Dylan se me queda mirando, con una expresión inescrutable hasta que, de un momento a otro, se dobla sobre el sofá, agarrándose el estómago y se echa a reír a mandíbula batiente.

—ME JURASTE QUE NO TE REIRÍAS.

—M-mentí —intenta articular, enjugándose una lágrima—. P-pero... ay, no puedo, dame un minuto.

Pongo los ojos en blanco, mientras lo observo con mi cara de póker, esperando a que se decida a dejar de reírse en mi cara. Termino por enfadarme y me levanto del sofá, airada, mientras le invito amablemente a irse a la mierda.

—Ay, no te vayas Leah, ¡espera! —me agarra de la muñeca, intentando detenerme—. No te... —sigue riendo, pero intenta parar, apretando los labios y obligándose a ponerse serio—. No te enfades, Leah, es que me esperaba cualquier cosa menos esa. Me habías asustado.

—Ya te he dicho que era una tontería... —intento defenderme.

—Es que ES una tontería. ¿Qué tiene de malo no haber visto nada de eso? Si no lo has hecho, será porque no te llamaba la atención. O tus motivos tendrás... Me he reído más por el drama que has montado en un momento que por esto en sí.

—¿He sido muy melodramática verdad? —concedo tímidamente, con una media sonrisa.

—De 0 a 10... un 20, más o menos —repone, cogiéndome de la mano para que me siente en el sofá a su lado—. Anda tonta, vamos a ponernos a escribir. Si este era el mayor problema que tenías, vamos a ganar seguro.

Después del bochorno que he pasado durante un rato, sé que tiene razón y que ha sido una estupidez ponerme de esa manera... Así que nos ponemos manos a la obra para empezar el relato en sí. Sin embargo, me está costando concentrarme, no consigo entrar en la piel de los personajes. Tampoco sé bien qué se supone que se puede escribir en un relato de este tipo, qué es demasiado soso o demasiado exagerado. Me siento un poco perdida en este sentido y se lo explico.

—Hemos dicho que íbamos a hacer el relato a nuestra manera, ¿verdad? —me tranquiliza— ¿Qué hemos dicho que no queríamos en la historia?

—Miembros kilométricos, mujeres pechugonas y otros clichés de pelis porno malas. Como vea un solo fontanero o butanero me largo. Sí, no hace falta ver porno para saber que esas pelis existen... es cultura general —replico, al ver que estaba a punto de preguntarme.

—Vale... —sonríe, como queriendo mostrar que sabe algo que yo no—. A ver qué te parece esto: empecemos la historia de manera compartida. Yo empiezo escribiendo un trozo y te cedo el texto a ti; tú escribes otro y volvemos a intercambiarlo. Y así sucesivamente, hasta que tengamos algo decente. Dejemos que la historia fluya a través de nosotros.

—Me parece buena idea. Al menos ver cómo escribes tú me dará una idea más concreta del estilo que puedo usar.

—Empezaré yo, entonces.

D: "Viernes, seis de la tarde, un calor abrasador y clientes de mala leche. Mala combinación". Eso está pensando Álex mientras observa envidioso cómo sus amigos publican imágenes sobre lo bien que lo están pasando surfeando en Florida. "Y yo aquí con estos dos muermos: el rancio y la psicópata".

—Oye, ¿por qué tiene que ser ella una psicópata solo porque no le cae bien el chico? —pregunto, mosqueada.

—Porque he empezado yo la historia y digo que Álex piensa así de ella. Así es la vida.

—Con que así es la vida. Muy bien. Prepárate.

L: Kaori, ajena a los pensamientos de su compañero de trabajo, también está contando los minutos para terminar la jornada. Tiene el fin de semana libre y no para de pensar en la acampada a la que irá al día siguiente con sus amigos. Qué bien se lo va a pasar. Fija un momento la mirada en Álex, que acaba de atender a una señora mayor que viene con tres nietos ruidosos a comprar pan. 'Parece cansado. Deberían poner un bozal a esos críos', piensa.

—¿Ves cómo es una psicópata? —me sonríe con suficiencia.

—Hay críos muy maleducados por el mundo, ¡y gente que no debería tenerlos si no va a saber educarlos!

D: "¿Por qué me miras así?", le espeta Álex a Kaori. No es ningún secreto que no se llevan especialmente bien. "¿Estás pensando en maneras de asesinarme y esconderme en algún rincón de la tienda?".

L: Kaori le ignora, como cada vez que realiza esos comentarios, lo cual sucede más a menudo de lo que le gustaría. No le cae mal Álex, le parece un chico agradable con el resto del mundo, pero por algún motivo, parece que la tiene tomada con ella.

D: "Pirada". Piensa Álex. Le da rabia que Kaori sea tan cerrada. Cree que podrían llegar a llevarse bien, le da la impresión de que debe de ser una chica interesante. Kaori empezó en la pastelería unos meses después que él, y el día que llegó, él no podía dejar de mirarla. Le parecía guapísima con ese aire melancólico. Intentó por todos los medios hacerse amigo suyo, le ofreció su ayuda en su primera semana allí y le dio consejos sobre cómo tratar a determinados clientes, pero todo lo que obtuvo de ella fue alguna sonrisa cordial, algunas palabras de agradecimiento y silencio. Álex está seguro de que se cree superior a él, con sus zapatillas de marca y su guitarra Fender de última generación. Sabe que la tiene porque al principio espió sus redes sociales un par de días y vio que había subido varias publicaciones en las que aparecía ella tocando.

—Ahora entiendo muchas cosas... ¿A eso te dedicas? ¿A espiar a las chicas que conoces? —le pregunto, socarrona.

—Oye que es Álex quien lo hace, ¡no yo! —intenta defenderse. Aunque sabe que le he pillado, porque sé que eso es justo lo que hace cada vez que conoce a una chica. Lo haga adrede o no, su personaje empieza a parecerse a él mismo más de lo que piensa, y eso me saca una ligera sonrisa.

L: "Aquí tiene el cambio, que pase buen día". Kaori se despide del cliente, que acaba de comprar una napolitana, y se gira hacia Álex. "Se nos han acabado las bolsas de papel, ¿puedes ir a por más?". Álex la mira con recelo, pero antes de que responda, ella le insiste. "Por favor, me da pereza sacar la escalera para llegar hasta la caja de bolsas. Tú no la necesitas".

D: Álex accede a ir a buscar la caja, a regañadientes. 'Soy demasiado buena persona, ¿por qué tengo que seguir haciéndole favores? Para lo que me sirve... después me trata como si no existiera. La próxima vez le diré que no'. Escucha como Julio, su jefe, le llama desde el despacho de contabilidad, de modo que coge una de las cajas de bolsas y la deja en el suelo, para que venga Kaori a coger las que necesite mientras él va a hablar con Julio. Julio le pide que haga un par de horas extra el fin de semana, ya que necesita coger medio día del sábado por temas familiares. Álex quiere negarse, pero al final cede. Es demasiado blando.

L: "Creía que me iba a hacer vieja esperando", intenta bromear Kaori.

—¿Ya está? ¿Solo escribes eso?

—He pensado que igual será más espontáneo si tú te haces con la voz de Álex y yo con la de Kaori, seguro que nos sale un diálogo más refrescante.

—Me gusta la idea, no me puedo creer que se te haya ocurrido a ti... ¡Es broma! —replica, mientras intenta protegerse de mi puño, de nuevo— Madre mía, no se te puede decir nada, ¿es que todo lo arreglas a golpes? Por cierto, ¿pedimos una pizza? Me muero de hambre.

—Pero si acabamos de merendar... —miro la hora y abro los ojos como platos—. ¿Cómo es posible que sea tan tarde?

—Conmigo el tiempo vuela, nena —responde, levantando las cejas con intención.

—Pero qué plasta eres. ¿Hawaiana?

—¿HAWAIANA? ¿Pero de qué planeta eres tú? Piña en la pizza... Menudo sacrilegio.

—¿Qué? —me defiendo—. A mí me gusta ese toque agridulce... Eres un rancio, seguro que te pides la típica pizza aburrida de jamón y queso.

—Ya puedes retirar lo que has dicho. Que sea de jamón, queso... ¡y aceitunas!

Entre risas, busco el teléfono de nuestra pizzería favorita y pido dos medianas, una romana y una hawaiana, porque sí, me gusta la pizza con piña, ¿y qué? Eso no me hace menos humana.

Mientras esperamos a que llegue el repartidor, discutimos sobre el futuro de nuestros personajes. Empiezo a tener una idea más o menos clara de cómo son y de por qué Kaori es tan reservada, pero no sé hasta qué punto es relevante para la historia. Entonces recuerdo que lo que queremos es hacer que acaben montándoselo sobre los donuts y me pongo nerviosa. No voy a saber qué escribir, estoy segura. Y me muero de vergüenza solo de pensar que Dylan tenga que ver lo pava que soy en este sentido. Se va a pasar los próximos tres meses burlándose de mí y de mi mojigatería, lo veo venir.

—Pizza hawaiana... aléjate de mí, alien —me espeta con disgusto, sacudiendo la cabeza, mientras le da un bocado a su humeante trozo de pizza — Au, quema, quema, quema... Me acabo de quedar sin papilas gustativas...

—Es el karma —reclamo, exultante—. Si no fueras tan malo conmigo y con la pobre pizza de piña, que no te ha hecho nada, no te habría pasado... ¡au! ¡Au! ¡Joder, sí que quema! —exclamo, soltando sobre la caja el trozo de pizza que acabo de llevarme a la boca.

—Malhablada. Seguro que también ha sido el karma —me guiña un ojo, burlón.

—Cállate, o me como tu pizza. La he pagado yo.

—¡No te atreverías!

—¿Que no? —le reto, mientras cojo la caja y me la llevo corriendo a la cocina. Oigo sus pasos detrás, viene corriendo detrás de mí. Me afano en coger un trozo y engullirlo rápidamente. Me estoy quemando, pero me da igual. Quiero ganar.

—¡Devuélveme mi pizza! ¡Ladrona! —intenta coger la caja, que mantengo alejada de él, mientras le alejo con el brazo que me queda libre.

—No, no te la has ganado. Ahora es mía, ¡solo mía! —intento reír como un villano de Disney, pero solo consigo atragantarme, porque aún estaba terminando de masticar el trozo que le había robado, y sin querer, se me cae la caja al suelo. Por el lado de la pizza. Sí, ahora el suelo de mi cocina está adornado con un pegajoso charco de mozzarella y yo tengo al lado a un peligroso sujeto que acaba de perder su bien más preciado... su pizza.

—¡No...! —Dylan estira los brazos, intentando salvarla, inútilmente—. Era deliciosa, era perfecta... no es justo... —parece que vaya a echarse a llorar. Por Dios, solo es una pizza. Entonces su mirada cambia, ya no hay tristeza, eso es... ¿sed de venganza? Oh, no...

Dylan sale de la cocina a zancadas y se lanza sobre MI pizza. La pizza hawaiana de la que tanto se quejaba, ¡se la está zampando!

—¡Pero de qué vas! Que esa era mía, ¡ni siquiera te gusta! Devuélvemela.

—Ni lo sueñes, por tu culpa me he quedado sin. Ahora apechuga y sufre viendo cómo devoro tu cena.

—Te vas a enterar —me abalanzo sobre él intentando arrebatarle la caja, pero él es más fuerte y me coge de las muñecas impidiendo que pueda mover los brazos. Forcejeamos durante un rato, hasta que termino aprisionada en el sofá, Dylan sigue sujetándome las muñecas a ambos lados de mi cara, le pido que me suelte, pero él sonríe y me dice que no lo hará hasta que me rinda. Nuestra respiración está acelerada por la pelea y entonces me doy cuenta de que estamos en una posición comprometida. Noto como el corazón se me acelera y el rubor sube a mis mejillas, y creo que no soy la única que se ha dado cuenta de la situación, sus pupilas están dilatadas y se produce un silencio incómodo entre nosotros, mientras nos miramos fijamente a los ojos. Vale, esto es demasiado incómodo. Rompo el contacto ocular, avergonzada y susurro, con voz entrecortada:

—T-te estás pasando, déjalo ya —Dylan mueve la cabeza, como si estuviera volviendo en sí, y me suelta rápidamente, disculpándose.

—No sé qué intentas, pero ya deberías saber que no vas a poder ganar en una lucha conmigo. Anda, te cedo media pizza, por valiente, que al menos has intentado defenderla con honor.

Nos terminamos el resto de la pizza en silencio y cuando termino, voy a recoger los restos de la pizza suicida que están esparcidos por el suelo. Mientras recojo, no paro de darle vueltas. ¿Qué narices acaba de pasar? Solo sé que estaba molesta porque casi me quedo sin cena, y si yo no ceno, él tampoco, que las he pagado yo, faltaría más. Pero reconozco que ha sido muy raro, no sé qué he sentido ahí y como no me calme vamos a tener un problema. Dios, por un momento, solo tenía ganas de arrancarle la ropa y..., pero ¿qué me pasa? Esto del relato me está afectando mucho. Solo es una historia. Dylan es tu amigo. Solo es una historia. Dylan es tu amigo. No va a pasar nada más. Solo es una historia...

Me repito el mismo mantra mientras voy al comedor. Dylan ha recogido la mesa y vuelve a tener los folios en los que escribíamos sobre la mesa.

—¿Seguimos? Empieza a hacerse de noche y sobre las once tendría que irme, que he quedado.

—Sí, claro —me muero de ganas de preguntarle con quién, pero no lo hago, prefiero centrarme en la historia y no dar más rienda suelta a mis elucubraciones—. Sigamos.

D: "He dejado la caja en el suelo, ¿no la has visto? Me había llamado Julio, y he ido a ver qué quería".

L: "¿Cómo voy a saber que has dejado la caja en el suelo del almacén si no puedo moverme del mostrador para no dejar la tienda sola...?".

D:  'Antes muerto que reconocer que ella tiene razón. Es tan irritante...', piensa Álex. "Pues haber preguntado, no te vas a morir por hablar conmigo de vez en cuando".

L: "Estoy hablando contigo".

D: "¡¡No me refiero a esto!! Bah, déjalo".

L: "Vale, bueno, ¿me traes las bolsas, por favor?".

D: "No, te las he bajado, ve tú a por ellas, que ya llegas solita".

L: Con un suspiro, Kaori sale del mostrador y se dirige al almacén, a coger las bolsas de la caja. 'No entiendo a este chico, ¿por qué la tendrá tomada conmigo? Siempre he sido amable con él, soy buena compañera en general, nunca llego tarde ni le pido que me cambie el turno... ', piensa>>.

D: "¡Kaori! ¡Ven! ¡Avalancha de gente!" grita Álex. Parece que un grupo de jugadores de fútbol han decidido darse un homenaje con un par de cajas de donuts después del partido. "Atiende a aquél señor, mientras yo me encargo del grupo", le indica, señalando con la cabeza a un hombre que está parado frente a las barras de pan.

L: Kaori se acerca al hombre, tendrá unos 60 años, y parece enfadado por algo. A Kaori le da mala espina y espera poder deshacerse de él rápidamente. "Dígame, ¿qué desea?". "Una barra de pan rústica. De hoy. Que no esté pasada". Kaori coge las dos últimas barras que quedan y le da la que le parece mejor al caballero. "Aquí tiene, será solo un euro". "¿Me tomas el pelo?", pregunta el hombre, enfadado. "¿Disculpe?" Kaori está confusa, no entiende qué le ocurre, "¿hay algún problema?". "Esta barra está más dura que una piedra, niña". Le da un golpe al mostrador con ella. "¿Ves?", repite, mientras da un golpe al escaparate. El resto de clientes contempla boquiabierto al hombre, "¿qué, te parece que esto es una barra de hoy?".

D: "Disculpe, pero si no se calma ahora mismo tendré que pedirle que abandone la tienda, señor. Si tiene algún problema, solo tiene que pedir el libro de reclamaciones"", regaña Álex, con semblante severo, al alborotador. "¿Y qué si no me calmo, eh? ¿Me vas a dar una paliza?", amenaza, mientras empuja a uno de los chicos del equipo de fútbol. "Quita, niñato". "¿Qué está pasando aquí?", pregunta Julio, que ha salido de su despacho al escuchar el alboroto.

L: "¡Oye! A mí no me llamas eso otra vez", replica el chaval, mientras le empuja de vuelta. "¡Te vas a cagar, niñato!"

—Malhablada...

—Gracias. Sigo, que aún es mi turno.

L: El hombre de la barra de pan arremete contra el futbolista y terminan cayendo los dos a través del escaparate, haciendo que este se rompa en mil pedazos ante la espantada mirada de los transeúntes. "Mierda, ¡llamad a la ambulancia y a la policía!" Kaori marca el número, mientras Julio y Álex van a asegurarse de que los heridos están conscientes.

D: Media hora más tarde, los dos implicados están encamillados, en sendas ambulancias, de camino al hospital, con gran cantidad de cortes cada uno. El agente de policía le pide a Julio que, como dueño del establecimiento, se presente en comisaría para declarar y poner una denuncia por daños y perjuicios al establecimiento. Julio accede enseguida y manda a Álex y a Kaori quedarse en la tienda recogiendo el desastre y esperar a que vuelva, ya que solo hay una llave.

L: "Qué desastre se ha montado en un momento... En fin, vamos a recogerlo", suspira Kaori>>.

D: "¿Y ahora tenemos que quedarnos aquí hasta que Julio vuelva? Pues menudo plan". Se queja Álex, mientras coge la escoba y empieza a barrer los cristales por dentro. La parte exterior del escaparate está tapiada con un panel especial de la policía y con cordón policial, y de los fragmentos que hay en la calle se encargará el servicio de mantenimiento municipal.

L: "No pasa nada, recoge y ya volverá".

D: "Y encima me toca quedarme contigo, psicópata".

L: Kaori vuelve a ignorar su comentario mientras sigue recogiendo cristales. Cuando termina, se los lleva al contenedor que hay en la parte de atrás de la tienda.

D: "Lo dicho, soy invisible, pues menuda gracia, quedarme atrapado con una pared durante horas... Podría haberme ido de viaje con mis amigos, a surfear, ¡pero no! Aquí estoy, atrapado y solo".

L: "Me estoy empezando a cansar de esa actitud tan despectiva y pasivo-agresiva que tienes, ¿se puede saber qué te he hecho yo para que me llames psicópata y me digas esas cosas? ¿Te he ofendido en algún momento? Si es así, lo siento mucho, pero vamos, que yo sepa siempre te he tratado como a un buen compañero">>.

D: "Ni siquiera estoy seguro de que me trates como a un ser humano. ¿Tienes algo de sangre en las venas?".

L: "No te entiendo".

D: "Ni que te estuvieras esforzando por hacerlo. Bah, déjalo. Sigue a tus cosas, tampoco tenemos nada de qué hablar".

L: "Como quieras".

D: "Psicópata...".

L: "¡¿Qué rayos quieres, Álex?! ¡Ya está bien! ¡Deja de llamarme así! ¡No te he hecho nada!".

Mi mano vuela sobre el papel, junto con mi imaginación. Estoy tan metida en la historia que, sin darme cuenta estoy hablando en voz alta mientras escribo. Estoy a punto de disculparme, cuando veo que Dylan hace lo mismo en la siguiente frase.

D: "Te llamo psicópata porque ni sientes ni padeces, seguro que tienes una piedra por corazón y un litro de horchata en las venas".

L: "Sigo sin entender por qué dices eso", responde Kaori, mientras se dirige al mostrador a coger la última caja de donuts para guardarla en el almacén.

D: "Ni te inmutas. ¿Qué pasa? ¿Te crees tan superior que no te vale la pena interactuar con el resto de los mortales? He intentado ser majo contigo durante mucho tiempo y solo he recibido respuestas frías y bordes por tu parte".

Por algún motivo, casi siento que esas palabras tienen algún sentido añadido para mí. Me indigno con el personaje, escribo mi respuesta, rápida como el rayo y se la digo en voz alta también, para enfatizarlo.

L: "Eso no es verdad. Siempre he sido amable contigo. Tú eres quien está siendo poco razonable. Un día decidiste hacerme la cruz y ahí te has quedado".

Dylan me sigue el juego, y también empieza a decir en voz alta lo que escribe. Adoptamos este sistema sin inmutarnos.

D: "Amable. ¡Ja! El día que me demuestres que sabes expresar alguna emoción, hablamos".

L: "Mira, Álex, siento mucho que no me creas, pero me tienes hasta el moño. Eres un resentido. Si tienes problemas en tu vida, no tienes por qué pagarlos conmigo. Me he cansado de ser maja. Que te den. A partir de ahora te voy a dar motivos para pensar mal de mí".

D: "¿'Resentido' me has llamado? Habló la que no debe tener ni un amigo en el mundo, que siempre sales sola en tus fotos".

L: "Si tan mal te caigo, ¿se puede saber por qué espías mis redes?" Pregunta Kaori. Le ha pillado, y lo sabe.

D: "Ya te gustaría a ti que te espiara, sigue soñando".

L: "Sí, hazte el digno ahora", esta vez es Kaori la que se ríe. "Estás rojo como un fresón, no pasa nada, puedes admitir que me espías, está bien".

D: "No es verdad, una de tus fotos apareció en mi perfil y le di a like sin querer, solo eso". Álex siente que sus orejas arden, pero no puede dejarse vencer por ella. Le encantaría no ser tan transparente, por una vez. También le encantaría borrar esa sonrisa de suficiencia de la cara de Kaori.

Sonrío. Puedo entender perfectamente a Kaori.

L: "Claro que sí, campeón". Contesta ella, condescendiente. "No pasa nada, me doy cuenta de cómo me miras. Por eso mantengo una posición de cordialidad. No quiero que haya rollos extraños entre nosotros ni que te hagas ningún tipo de ilusión conmigo".

D: "Pero qué flipada eres ¿no? No te preocupes, no quiero nada contigo, ni en broma. Aunque empiezo a pensar que todo ese rollo tuyo alternativo es solo para llamar la atención... Si estás intentando montártelo conmigo, te aseguro que no funcionará".

L: "¡JA! Pero si se te ve el plumero... fresita". Kaori está disfrutando de su venganza, sabe que un mote tan cursi le molestará. "Lo siento, pero no eres mi tipo, prefiero a los hombres de verdad, seguros de sí mismos. No es necesario que te esfuerces en seguir acosándome". A Kaori le está gustando molestarle. Demasiado cordial ha sido hasta el momento. Ya no va a andarse con miramientos con él. "Pero no te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo...".

Esto es la guerra.

"Creía que las mujeres de tú país eran mucho más modositas, ¿qué va a pensar tu familia si te ven encararme de esta manera?"

De algún modo, hemos pasado al siguiente nivel. Dylan ya no está escribiendo, está recitando, mirándome a los ojos, desafiante. Se ha convertido en Álex y yo en Kaori. Y le voy a machacar.

"Soy vasca, cerebrito, y del siglo XXI, para más señas"

"¿Siempre te acercas tanto a los chicos que no te atraen, psicópata?"

"¿Es que te pongo nervioso, fresita?"

"No deberías jugar con fuego. ¿Nunca has oído que quien juega con fuego, se quema?"

"Uy, ¿me vas a quemar, fresita? Qué me dijiste el otro día... ¡ah sí! Que era fría como un témpano de hielo. No puedes quemar el hielo, así que no deberías amenazar con lo que no puedes cumplir".

Esbozo una sonrisa. Puedo ver reflejada la diversión en sus ojos, que están a escasos centímetros de los míos.

"No puedes quemar el hielo, pero puedes derretirlo...".

"No podrías con este hielo ni en tus mejores sueños".

—¿Lo comprobamos?

Antes de poder reaccionar, siento su aliento sobre mi boca, sus labios sobre los míos. No me daba cuenta de lo cerca que estábamos, de las chispas en sus ojos, ni de nuestra respiración agitada. No entiendo lo que ha pasado, pero no quiero pensar. Nuestros labios luchan por apoderarse de los del otro, por tomar el control, casi con desesperación. Sus besos saben a pizza y a lujuria. Siento cómo una mano aventurera navega por mi espalda, deteniéndose en mi cintura, su otra mano me atrae hacia él, y las mías rodean su cuello y se pierden entre su cabello, mientras intento acercarlo aún más hacia mí.

Tras unos minutos, que siento como los más intensos de mi vida, nos separamos lentamente, claramente afectados por lo que acaba de pasar. Nuestra respiración sigue entrecortada por la tensión, mis pezones se marcan ligeramente por debajo del sostén y él también parece tener un problema de volumen importante.

No sabemos qué decir ni cómo reaccionar. No estábamos preparados para esto. Como no sé qué hacer, intento volver a la normalidad.

—Eres un salido... —le espeto, entrecortadamente, mientras evito su mirada—. ¿Llevas tanto tiempo sin follar que tienes que lanzarte a por la primera que se te cruza o qué? 

—N-no sé qué me ha pasado. Lo siento, Leah.

Parece tan desconcertado como yo. No estoy acostumbrada a verle de esa manera, y no estoy siendo justa con él. Ambos sabemos que lo que ha pasado lo deseábamos los dos. Pero somos amigos. No debemos mezclar las cosas. Y creo que él me ha leído la mente.

—Creo que debería irme, ya. Había quedado para ver un partido y voy a llegar tarde.

Dylan se levanta, se pone la chaqueta y se dirige hacia la puerta.

—Creo que tenemos la historia bastante empalmada, digo avanzada... Eh... ya hablaremos para ver cómo la acabamos y eso...

—Sí...

—Bueno, eh, cuídate.

—Sí, pásalo bien viendo el partido.

Nos acercamos para darnos dos besos, pero nos equivocamos de lado y empezamos a esquivarnos, incómodos. Al final, nos damos un abrazo aún más incómodo. Justo antes de abrir la puerta, vuelve a abrir la boca. Me siento mareada, siento que el corazón se me va a salir por la boca.

—Eh, esto que ha pasado... no puede volver a pasar —titubea.

—Lo sé.

—No quiero poner en peligro nuestra amistad.

—Lo sé.

—Aprecio mucho la relación que tenemos.

—Yo también.

—Y no soportaría fastidiarla.

—Ni yo.

—Vale... bueno, está todo dicho, entonces, ¿verdad?

—Eso parece...

—Bien... Bueno, eh... pues me voy... —se vuelve a acercar a mí y me da otro abrazo. Puedo sentir que está tan nervioso como yo. Y también noto con intensidad el aroma de su after shave. Me encanta ese olor. Cuando creemos que llevamos más tiempo abrazados del que sería socialmente aceptable, nos separamos con torpeza.

—Espera —le freno, antes de que salga por la puerta—. ¿No traías un paraguas?

—Es verdad, un momento —entra rápidamente de nuevo en el comedor y coge el paraguas, que había dejado apoyado en una esquina de la sala—. Vale, misión cumplida. Ahora sí que me voy. Gracias por la ayuda y... eh... bueno, la pizza y bueno, todo...

—Sin problema... bueno... pues pásalo bien... —me acerco a él para darle otro abrazo. Esta vez también nos damos un beso en la mejilla. Nos separamos de nuevo y se gira hacia la puerta y se va.

Me dejo caer en el sofá, sin poder concebir todavía lo que ha ocurrido. ¿Tendremos que correr un tupido velo igual que después del concierto? Mientras estoy en el sofá, veo que, con las prisas, se ha dejado el móvil sobre la mesa. Genial, ¿y ahora cómo contacto con él? Sin embargo, unos segundos después suena el timbre, debe de haberse dado cuenta de que se lo ha dejado.

—Te has dejado el ... —me interrumpo porque de nuevo se ha abalanzado sobre mí. Me está besando de nuevo con pasión, dulce y salvajemente al mismo tiempo. Intento hablar entre beso y beso.

—Te has dejado el móvil.

—Me da igual —me besa.

—¿Qué pasa con el partido?

—A la mierda el partido —me besa de nuevo. Sin embargo, aunque quiero dejarme llevar, no dejo de pensar en que tengo que poner un límite antes de llegar demasiado lejos.

—¿Y qué pasa con todo lo que has dicho antes?

Se separa un momento de mí y me pregunta, mirándome con intensidad.

—Ahora mismo, en este mismo momento, ¿me deseas?

Suspiro.

—Dios, sé que me voy a arrepentir... pero muchísimo.

—Entonces deja de pensar por una vez en tu vida y déjate llevar.

Y eso hago. En cuanto nuestros labios vuelven a juntarse, no puedo pensar en nada más que en él, en su aroma, en la manera en que sus labios juegan con los míos, en la sensación de sus dientes tirando suavemente de ellos. Una pequeña voz, muy pequeñita, me dice que me estoy equivocando, que no debería seguir adelante, pero creo que en este momento mis hormonas están tomando el control. No puedo parar.

Me descubro abrazándole con intensidad. Mientras, él me toma por las caderas y me aúpa, de manera que termino rodeándole con las piernas. Con su mano libre, recorre mi espalda, por encima de la ropa, torturándome. Siento que necesito más de él. Empiezo a besar su cuello y puedo notar como se le va erizando la piel bajo mi tacto. Me estremezco al sentir que soy capaz de provocarle tal reacción con un beso. A medida que nuestro encuentro aumenta de intensidad, pierdo la noción del tiempo y del espacio. Solo estamos nosotros. No sé cómo, pero nos estamos moviendo, y antes de darme cuenta, estamos atravesando la habitación y noto el frío tacto de mi edredón sobre mi espalda.

Intento quitarle la camiseta, pero no me lo permite. Cada vez que intento tocarle, coge mis manos y me las sube por encima de la cabeza, mientras se despega de mí para lanzarme una pícara sonrisa.

—No te esfuerces, sabes que no puedes vencerme.

—Capullo —río, mientras me retuerzo, intentando liberarme de la dulce prisión a la que me está sometiendo.

Con una mano sigue reteniendo mis brazos, pero con la otra está empezando su exploración. Siento como las yemas de sus dedos bajan suavemente por mi costado izquierdo, provocándome un millón de escalofríos en el cuerpo, hasta que, por fin, noto sus dedos encima de mi piel, pasando muy despacio por encima de mi ombligo. No puedo más, necesito abrazarle, morderle, tomar el control. Pero no me deja, porque el muy cabrón sabe que soy una obsesa del control, y está disfrutando cada minuto. Sé que esto también es una tortura para él, puedo ver cómo la zona de la bragueta de su pantalón está cada vez más abultada, y que su respiración se entrecorta, pero sigue sin ceder.

Poco a poco, siento como sus manos desabrochan los botones de mi camisa, pero toda mi atención está en sus labios y en el recorrido que van trazando por mi cuerpo. Me he convertido en su lienzo y él va trazando pinceladas sobre mi oreja, mi ombligo, mi cuello, mi hombro, mis ojos. Muy despacio, noto como sus dedos ascienden por mi vientre, abriéndome la camisa hasta dejar al descubierto mi sujetador. Me muerdo el labio, intentando reprimir un gemido, mientras me retuerzo. Entonces cambia de táctica, me deja bajar los brazos, pero solo para dejarlos a mis lados, donde sigue sin dejarme tocarle, y lentamente, va bajando dejando un reguero de besos, por el mismo camino por el que habían pasado antes sus manos.

La sensación que noto en mi vientre es insoportable, quiero arrancarle la ropa y hacerle pagar todo lo que me está haciendo sentir, pero parece que eso sigue sin estar entre sus planes.

Vuelve a subir mis manos sobre mi cabeza y ya no me resisto, porque en el fondo tengo que admitir que todo esto me está gustando mucho, nunca nadie me había hecho el amor de esta manera y lo estoy disfrutando como nunca.

—Si te suelto, ¿me prometes que no bajarás los brazos? —me pregunta, susurrando, con voz ronca.

—Mucho pides... —replico, pero asiento con la cabeza, sonriendo.

Sus manos siguen explorando, inclementes, cada centímetro de piel que tengo al descubierto, sus besos me hacen sentir mareada. Siento como mis pezones se endurecen más aún, sin remedio, y quiero moverme, quiero acelerar el ritmo, quiero tumbarle y montarme encima de él y dejar que sea él quien se convulsione con mi contacto. Pero he prometido que me portaría bien.

Me siento algo vulnerable, me intimida mucho la intensidad de su mirada y estoy segura de que mi corazón se puede escuchar a un kilómetro, pero al mismo tiempo no me he sentido más segura de algo en la vida. 

—Me encantas —me susurra al oído mientras me libera de la poca ropa que me quedaba. Me arqueo hacia atrás, gimo explotando de placer y rompo mi promesa. No puedo mantener las manos quietas, así que paso mis brazos por debajo de su camiseta y le abrazo, intentando pegarle a mí.

—Perdóname, pero no puedo más, o te empiezas a desvestir o te juro que voy a ser yo la que te ate a los postes de la cama — le amenazo.

—Para no gustarte la literatura erótica, menuda frase de libro me acabas de soltar... —se ríe él—. Pero tienes razón, basta de juegos.

Vuelvo a notar sus labios sobre los míos, demandantes, mientras sus manos juegan con mi espalda, con mis caderas, con mi trasero, con mis pechos. Consigo pasarle la camiseta por encima de la cabeza y lo acerco más a mí, piel con piel. 

Nuestras respiraciones están cada vez más entrecortadas y no puedo esperar a llegar al siguiente nivel. Llevo mis manos a sus pantalones y los desabrocho rápidamente. Cuando consigue sacárselos, soy consciente de que ya no hay marcha atrás, y la idea me resulta tan peligrosa y excitante a la vez que me estremezco al pensarlo.

Noto su rigidez contra mi vientre, y de repente sus manos parecen de mantequilla mientras intenta desabrocharme los vaqueros. Siento cada fibra de su cuerpo contra el mío, solo separados por nuestra ropa interior. Hasta que rompemos esa última barrera.

Sus manos torturadoras recorriendo mis piernas, mis muslos y llegando al centro de mi placer. Intento escaquearme, yo también quiero provocarle estas sensaciones. Pero no me lo va a poner fácil. 

Las yemas de sus dedos.

Sus ojos.

Su aliento. 

Su calor.

Suelto un gemido, dos, tres. No puedo describir lo que estoy sintiendo ahora mismo, pero es maravilloso y tormentoso al mismo tiempo.

—Dy-Dylan, por Dios... no voy a aguantar mucho más...

Dylan retira la mano de mi interior, mientras busca un preservativo. Aprovecho la ocasión para besarle ferozmente y agarrar su miembro, mientras poco a poco voy subiendo y bajando la mano por él. Veo que se queda un momento quieto, disfrutando de la sensación y soltando pequeños gemidos y eso me excita todavía más, hasta que suelta un gruñido y, hábilmente, me aparta la mano, se coloca el condón y nos volvemos uno.  

La sensación que noto en todo el cuerpo, los calambres, los escalofríos, es indescriptible. Intento aguantarle la mirada, pero no puedo, las oleadas de placer me obligan a cerrar los ojos más y más fuerte a medida que Dylan aumenta el ritmo. En un momento dado, ya no puedo más, siento cómo el calor sube por mi vientre, mientras ambos nos derretimos en gemidos que debe estar escuchando todo el edificio. Finalmente, siento una terrible descarga que paraliza mi cuerpo, hasta que todos mis músculos se relajan. Segundos después, noto como le ocurre lo mismo y se deja caer sobre mi pecho. Permanecemos así, unidos, durante unos segundos, porque el solo roce de nuestros sexos nos hace temblar. Finalmente, lentamente, nos separamos. Me acoge entre sus brazos y así nos quedamos durante un rato que parece una eternidad. Respirando, en silencio. Hasta que uno de los dos lo rompe.

—Vaya... eso ha sido...

—Sí...

—Sí...

Seguimos en silencio y nos quedamos dormidos, abrazándonos.

Al cabo de media hora, nos despertamos, pero seguimos abrazados, sin poder o sin querer movernos. No dejo de sentir que no quiero dejarle marchar. Me he acostado con otros hombres con los que no tenía una relación amorosa, y con parejas, pero nunca me había sentido de esta manera y no comprendo por qué, pero me asusta entenderlo. Creo que él puede adivinar mis pensamientos, porque comenta:

—Leah, yo... Dios esto te va a sonar tan raro...

—¿Más que lo que acaba de pasar? —me río, nerviosa.

—Cierto... —me corresponde, besándome la frente—. Quería decir... no te lo tomes como no es, ¿vale? Pero esto que ha pasado... —siento como mi corazón se desboca ¿me dirá que ha sido un error? ¿Que no se lo ha pasado bien? ¿Que no podemos seguir siendo amigos?

—...¿Sí?

—Esto ha sido tan... raro.

—Raro... —repito, lentamente.

—Ha sido... diferente a todo lo que he experimentado en la vida, ha sido diferente a lo que tuve con las otras chicas. No... no había sentido esto jamás. Ha sido... mágico.

Suspiro de alivio y, sorprendida, noto como un par de lágrimas corren por mis mejillas.

—¿Leah? ¿Estás llorando?

—Creo que sí, pero no sé por qué... Es decir, creo que lo sé, pero tengo miedo.

—¿Por qué?

—Me da tanta vergüenza...

—¿No te parece que es un poco tarde para eso?

—También es verdad... —concedo, riendo—. Bueno, es que... creo que, bueno, SÉ que yo tampoco he sentido algo así con nadie más, pero me da miedo lo que esto pueda implicar para nosotros.

—¿Qué quieres decir?

—Dylan —me incorporo—. Somos amigos desde hace más de 10 años. No quiero perderte... me aterraría perderte, no sé si quiero correr este riesgo porque esté enam- —me interrumpo, consciente de lo que iba a decir. Ni siquiera sé por qué iba a decir eso, no es verdad, ¿no? —. Quiero decir, porque nos hayamos acostado.

—No, no, alto, rebobina. Ibas a decir que estás...

—No, déjalo.

—...enamorada... ¿de mí?

—¡No! —replico, sin mucho convencimiento. Porque la verdad es que sí que lo paso genial con él, y es la primera persona con la que quiero hablar cuando me pasa algo bueno y la que quiero que me consuele cuando estoy triste. Es la persona que más me hace reír en el mundo, y sé que no concibo mi vida sin él. Pero eso no es amor... ¿o sí? ¿Qué igual se me acelera un poco el pulso cuando estoy con él? Tal vez. ¿Qué a lo mejor le echo de menos cuando estoy sin él? Pues también... ¿Qué a lo mejor llevo sin pareja dos años porque cada vez que conocía a alguien, me daba cuenta de que nadie me hacía sentir tan a gusto conmigo misma como él? Oh, mierda.

Siento su mirada, expectante, mientras mi debate interno continúa.

—No lo sé..., ¿tal vez? Oh, por favor... qué vergüenza, olvida lo que he dicho, no quiero perderte—me echo a llorar.

Siento como sus manos me acarician las mejillas y limpian las lágrimas que empiezan a brotar en mis ojos, sin embargo, parece que está intentando aguantar la risa, y eso me molesta.

—¿Qué? —no entiendo nada.

—¿Por qué crees que quiero irme a París contigo? ¿Por qué crees que me apunté a ese estúpido curso? ¿Por qué crees que actuaba siempre como un hermano mayor cuando salías con alguien? Hace años que siento algo por ti, creí que lo sabías.

Mi cara ahora mismo debe de ser un poema. ¿Cómo es posible?

—P-pero... has estado con Mary prácticamente los últimos tres años, erais muy felices, la querías un montón, te dejó destrozado cuando se fue... No... no entiendo nada...

Dylan me mira con una mezcla de asombro, tristeza y exasperación.

—Quise a Mary, es verdad, pero al final siempre estabas tú. Incluso cuando creía que ya te había superado, me daba cuenta de que echaba de menos tu risa o de que no me lo pasaba igual de bien con ella. Creo que en parte me dejó porque lo sospechaba. Me dejó porque, aunque quería hacerlo, no supe quererla lo suficiente. Porque al final, en mi cabeza, siempre estabas tú.

Todo lo que está pasando me parece tan surrealista que creo que voy a despertar de un momento a otro, pero el entumecimiento que noto en todo el cuerpo me demuestra que no, que es real.

—Pero, ¿por qué no dijiste nada antes?

—Vamos Leah —se echa a reír—, ¿de verdad crees que iba a arriesgarme a echar por tierra nuestra amistad? Me daba mucho miedo que te enteraras de mis sentimientos y decidieras que debíamos alejarnos, para no hacerme daño, sé que lo harías.

—Pues... no lo sé, puede... Lo más probable es que me hubiera vuelto loca —Reflexiono—. Entonces, lo de hoy...

—Lo de hoy ha sido un 'no puedo más' por mi parte. Estabas ahí, tan inteligente, graciosa y tan... tú... que no he podido controlarme.

—Me alegro de que no te hayas controlado, ¡porque yo llevaba un buen rato queriendo exprimirte como a un limón!

—¡Oye! —me espeta, divertido—. Será posible... —se carcajea.

—Entonces...

—Entonces... no sé, ¿qué opinas? ¿Lo intentamos?

Sonrío, feliz, mientras vuelvo a apoyar la cabeza sobre su pecho. Ambos sabemos lo que responderé. 

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