Capítulo 44
Ámsterdam, diciembre de 1895.
Anne cubrió con una manta a la pequeña hija de su tía Beth; tenía poco más de un mes de nacida, pero era muy hermosa y saludable. Elizabeth tuvo un parto rápido, sin complicaciones y en la fecha prevista, algo que al doctor dejó sorprendido. Pocas veces había visto a una mujer de su edad, llevar un embarazo tan formidable.
Pieter estaba orgulloso de su hija y de su esposa, atrás habían quedados los temores e insomnios que padeció por el riesgo al que se enfrentaba. Para su felicidad, la vida los había premiado con una hija, a una edad en la que no creía que pudiese tener una. Elizabeth decidió llamarla Marianne, para representar así a las dos familias: María era el nombre de la madre de Pieter y el de su nieta, Anne era como una hija para ella, de esta manera hacía honor a dos jóvenes muy importantes en su vida.
Beth se quedó en silencio mientras Anne observaba a Marianne dormir en su cuna. En pocas ocasiones encontraba tanta paz como cuando cuidaba de la pequeña. Llenaba sus días ayudando a su tía, y se preguntaba si estaría muy distante para ella el momento de ser madre.
—Espero que no demores mucho tiempo en tener tus propios hijos —le comentó Beth desde su asiento, como si le leyera la mente.
Anne suspiró. Hacía más de cuatro meses que había regresado a Ámsterdam y no había vuelto a ver a Edward desde entonces.
—No lo sé —contestó la joven desalentada—. No pienso en ello.
—Pues deberías pensar —repuso Beth—. ¿Has recibido nueva carta de lord Hay?
Anne negó con la cabeza. Cuando regresó a Ámsterdam a finales del mes de julio, le narró a su tía Elizabeth lo que había sucedido con Edward —al menos lo que podía decirse—. Beth se mostró un poco sorprendida al comienzo, era un amor que no esperaba que sucediera. A pesar de ello, pronto se entusiasmó con esa unión, sin hurgar en la herida que había dejado abierta el desgraciado de Charles Clifford.
Anne, desde el primer momento, le pidió que no albergara expectativas sobre su compromiso con Edward, las cosas entre ellos habían terminado tan mal, que no pensaba que pudiesen solucionarse. Edward le había escrito en un par de ocasiones durante su estancia con los van Lehmann. La primera carta había llegado a comienzos de agosto: había sido sobria, afectuosa, pidiéndole que le diera noticias sobre la familia y el verano en Ámsterdam. Anne la contestó con la misma sobriedad, aunque en realidad se debatía entre sentimientos fuertes y opuestos como el amor que sentía por él y el dolor que todavía le ensombrecía.
En la segunda carta, recibida a finales de mes, Edward le declaraba una vez más lo que sentía por ella, alentado por la contestación de la joven y le pedía que reconsiderara su decisión. Anne había sufrido mucho leyendo sus líneas, seguía demasiado dolida para responderle positivamente, por lo que prefirió no hacerlo. Desde entonces, no había vuelto a recibir ni una nota suya. Hacía con exactitud catorce semanas que no tenía correspondencia de Edward. Al comienzo se sintió más tranquila, luego sufrió por su silencio y se arrepintió de su conducta, pero no tuvo valor para hacer nada que la remediase.
Beatrix Holland, mientras estuvo en Ámsterdam, insistió cuanto pudo en reconciliar a los jóvenes. Por suerte para Anne, la dama estuvo escasas tres semanas con ellos y sus esfuerzos no la llevaron a donde ella deseaba. Prudence y Georgie estaban preocupadas por Edward, pero trataban de no interferir. Georgie con frecuencia le hablaba de él y de las cartas que recibía, pero no emitía ningún juicio al respecto. Para Georgie era evidente que Anne había sufrido mucho; su amiga le había contado algunas cosas sobre lo sucedido: cómo su antiguo prometido le había intentado separar de Edward con una estrategia muy bien planificada. Pese a que reconocía que las pruebas contra ella habían sido importantes, creía también que el amor de Edward debió ser capaz de descubrir su falsedad antes de inculparla.
La voz de Beth trajo a Anne de vuelta a la realidad.
—Deberías escribirle a lord Hay —le aconsejó—. Falta muy poco para Navidad y estoy segura de que, si no se ha decidido a confirmar su presencia para esas fechas, es por tu causa. Piensa que Georgie se sentiría muy feliz de que Edward estuviera aquí con la familia.
—¿No ha confirmado su visita? —preguntó Anne sin levantar la vista de Marianne, escondiendo su ansiedad.
—No, Prudence me aseguró hace poco que no le ha respondido aún ese asunto, y comparte mi criterio. Deberías escribirle para animarlo a viajar.
Anne se disgustó.
—¿Planean a mis espaldas mi reconciliación con Edward?
Beth fue tolerante, entendiendo su tristeza.
—Nadie pretende actuar a tus espaldas, si es lo que has insinuado. Prudence se ha limitado a invitarlo este año, puesto que la señora Hay ya no vive y Georgie se encuentra en Ámsterdam. Lo más natural es que tanto él como Gregory decidan embarcarse hacia acá, aunque ninguno lo haya asegurado todavía.
—Lo siento —contestó Anne—. Jamás me importunaría que Edward o su hermano visiten Ámsterdam, es lo que se esperaría de ellos, ahora que están sin su madre.
La entrada de lady Lucille en la habitación interrumpió la charla, pero Elizabeth ya se había percatado de que no lograría nada de su sobrina.
La duquesa había encontrado en su nieta más pequeña una realización que no había hallado con Anne veinte años atrás. Quizás en aquel momento no estaba lista para ser abuela, mucho menos para hacerse cargo de una niña que le recordaba la desdichada suerte de sus padres. En cambio, Marianne había despertado en ella una ternura y sensibilidad que creía perdidas. En el último mes, Anne no la había escuchado quejarse por lo atrasado que estaba su último libro, o lo difícil que se le hacía comunicarse desde Ámsterdam con su abogado o con los Carlson que seguían sus indicaciones para la inauguración del museo. La duquesa no se veía muy preocupada por esos temas y había disfrutado, como hacía mucho, del tiempo que tenía con su familia.
Luego de acercarse a la cuna y comprobar por ella misma que Marianne estaba durmiendo, se dirigió a Anne:
—La señora Thorpe nos espera en el salón, querida. La señorita Norris me lo informó y le está haciendo compañía. Juzgué oportuno avisarte pues a ella le agradará mucho verte.
Anne se levantó enseguida y se despidió de Beth. Quería mucho saludar a la señora Thorpe, a quien no veía desde hacía algunas semanas. A su regreso, la señora Thorpe los había visitado en algunas ocasiones, pero las obligaciones de su esposo la habían mantenido ocupada, viajando con frecuencia a La Haya.
La dama se alegró mucho cuando saludó a la duquesa y a Anne, la conversación de la señorita Norris no era muy entretenida y no veía la hora de reunirse con sus amigas. El primer tema que trataron resultó ser el museo de la duquesa en Essex. La señora Thorpe ya estaba al tanto de este asunto, pero cada vez que tenía oportunidad de ver a lady Lucille, le preguntaba con mucho interés.
—Me resulta un tanto difícil supervisar las obras desde aquí —le explicó la duquesa—, pese a que he tenido a un excelente colaborador. He recibido esta misma mañana noticias: la casa está lista, los salones de exposición preparados, tan solo faltan las piezas que, por supuesto, seré yo personalmente quién las entregue en el momento oportuno. Hasta ahora, mis empleados y mi colaborador han trabajado con el catálogo que yo misma elaboré con la totalidad de mis piezas, para ubicarlas en un orden lógico.
—Me parece muy interesante —contestó la señora Thorpe—, ¿los salones serán nada más para sus colecciones de arte antiguo?
—He destinado dos para pinturas, uno de ellos contemporáneas. El señor Percy ha sido muy entusiasta y me escribe con frecuencia diciéndome cuán avanzadas están sus obras para la exposición.
—¡La felicito! —exclamó la señora Thorpe, llevándose la taza de té a los labios—. El señor Percy es muy afamado, sus pinturas serán muy bien recibidas.
—Así es —afirmó la duquesa—, ha salido hace poco un artículo en The Post sobre el museo y mi colección. Lord Hay se ha encargado de ello, junto con el señor Borthwick. Lord Hay me ha enviado el recorte del artículo publicado y me he sentido satisfecha.
Anne se quedó sorprendida al escuchar esto. No estaba al corriente de que su abuela y Edward mantuvieran una correspondencia tan estrecha.
—No lo sabía —comentó por primera vez en la conversación—. No me ha mostrado esa reseña, abuela.
—Es que la carta llegó esta mañana —respondió la aludida con un brillo en los ojos—. Lord Hay es ese colaborador al que me he referido antes, ha hecho mucho por nuestro museo, más de lo que imaginas.
Anne no indagó más, pero tenía el corazón acelerado desde que escuchó eso. Lady Lucille trató de desviar el tema de conversación, dejando que lo dicho fuese suficiente para hacerla reflexionar.
—Me ha comentado Prudence que usted y el señor Thorpe han aceptado su invitación para Navidad —prosiguió la duquesa—. Me alegrará mucho verlos a ambos ese día pues, como verá, no viajaremos de regreso a Inglaterra hasta el Año Nuevo.
—Lo entiendo —dijo la señora Thorpe—, ahora que la familia ha aumentado es muy deseable pasar las fiestas en Ámsterdam. Sobre la invitación de Prudence, me temo que he venido hasta acá para que me dispense, pues no podremos asistir como le habíamos dicho.
—¡Qué pena! —expresó la duquesa—. ¿Acaso viajan a Londres?
—En efecto —contestó la señora Thorpe un poco ruborizada—, no lo teníamos pensado, pero mi hermana, lady Acton, me ha escrito pidiéndome que le visite y no he podido negarme. Mi esposo ha sido comprensivo y me ha instado a aceptar.
—¿Se encuentra bien de salud lady Acton? —interrogó Anne, ya que le resultaba un poco extraña la manera en la que hablaba la señora Thorpe.
La dama miró a Anne con cierta tristeza y todavía sonrojada.
—De salud sí, gracias a Dios. Anne, conociste a mis sobrinas el verano pasado en Londres…
—Por supuesto —asintió—, tuve el placer de conocerlas en casa de lord y lady Acton, así como de asistir a la ceremonia de boda de su sobrina mayor con el señor Morton.
—Pues bien, mi sobrina menor, Viviane, ha contraído matrimonio también en fecha reciente y mi hermana me pide que vaya a verla. No se acostumbra a su ausencia después de la boda y se encuentra un poco afligida por ello.
—No debería, tener dos hijas ya casadas es motivo de felicidad. Para las madres esa es siempre una preocupación muy importante, aunque en mi caso jamás le di demasiada —confesó riendo lady Lucille—. No obstante, le trasmito mi enhorabuena, señora Thorpe, y espero que con su presencia lady Acton se sienta más animada. ¿Con quién se ha casado su sobrina? —preguntó de repente la anciana, llena de curiosidad.
La señora Thorpe bajó la mirada hasta el fondo de su taza de té.
—Se ha casado con un conocido suyo, Excelencia. Se trata del Barón de Clifford.
Lady Lucille reprimió cuanto pudo su desaprobación y Anne trató de esconder su asombro.
—Sí —respondió la duquesa—, conozco bien al barón, mas creí que el compromiso con su sobrina era asunto del pasado…
—Eso pensábamos todos —añadió la señora Thorpe con sinceridad—, pero la boda resultó inevitable. Mi hermana está resignada, pero no extasiada por la noticia, como debe imaginar.
Anne comprendió que la palabra “inevitable” describía la última artimaña de Charles para hacerse de una esposa con dinero. Era probable que hubiese convencido a Viviane de escaparse con él y que los Acton se vieran forzados a casar a su hija con el granuja del barón para aliviar el escándalo. Era justo que lady Acton precisara de la señora Thorpe en estos momentos.
—Deseo que su sobrina sea feliz con el barón, señora Thorpe —se aventuró a decir Anne—. Sé que ella estaba muy enamorada de él.
La dama asintió agradecida por la amabilidad de la joven.
—En efecto —le apoyó lady Lucille—, la felicidad es un misterio, querida señora Thorpe. Quizás ese sea un matrimonio dichoso, después de todo.
Cuando la señora Thorpe se marchó para hablar con Prudence en la Casa Norte, Anne aún continuaba sentada en el salón, perdida en sus pensamientos. Lady Lucille pensó que sería un momento oportuno para acercarse y hacerle una consideración importante. Antes de eso, se dirigió un momento al despacho que utilizaba y tomó consigo la carta que había recibido esa mañana, luego retornó al salón y se sentó frente a Anne.
—Es comprensible que la noticia de la señora Thorpe te haya dejado tan pensativa.
—No lo esperaba —admitió la joven—. De cualquier manera, después de tanto tiempo, no me siento abatida por algo como eso. Charles me ha hecho mucho daño, pero espero de corazón que no se lo haga a Viviane y que, en efecto, ese matrimonio sea feliz.
—Es cierto que el barón hizo mucho daño, pero ahora mismo, el daño mayor te lo estás haciendo tú misma. —Anne no se esperaba esas palabras de su abuela—. Reconozco que el barón no logró su cometido de casarse contigo y recuperar Clifford Manor, pero hay algo en lo que sí fue muy efectivo y de lo que puede considerarse satisfecho.
—¿De qué? —preguntó Anne, con la voz apenas audible.
—De separarte de lord Hay, por supuesto. Charles Clifford no te habrá desposado, pero logró que tampoco te casaras con Edward. Ese es su gran mérito y tú se lo has permitido, a riesgo de tu propia felicidad y de la de él. Esta tarde supimos que consiguió casarse con la hija menor de lord Acton. Es innegable la cantidad de beneficios que obtendrá con esa alianza, a juzgar porque ya no tendrá que preocuparse por los acreedores. Lord Acton y su esposa no consentirán que su hija pase dificultades con el barón. Tendrán un buen hogar, que no podrá equipararse a la magnificencia de Clifford Manor, pero que les permitirá tener ciertos lujos.
Anne se quedó en silencio. No respondió, su abuela tenía razón al aludir que, en cierta forma, Charles había obrado con éxito y asegurado su estabilidad. En cambio, ella no había sido capaz de perdonar al hombre que amaba o, al menos, hacerle saber que ya lo había hecho.
Hacía mucho tiempo que necesitaba a Edward a su lado, lo seguía amando, pero no se sentía con el valor de admitirlo o de mandarle una carta. Supuso que él iría a Ámsterdam a buscarla, pero no había sido así. Edward era muy orgulloso, ya se había disculpado con ella en varias ocasiones y ella lo había rechazado. ¿No estaría esperando que le diese un motivo para regresar?
La duquesa colocó sobre las piernas de Anne una carta y el recorte del diario. Ella reconoció la caligrafía de Edward por las anteriores que había recibido de él en el mes de agosto, pero prefirió mirar la nota de The Post.
—En estos meses he mantenido una correspondencia fluida con lord Hay —le explicó su abuela después—. En las últimas semanas me ha sido muy útil en los preparativos para la inauguración del museo, no por su amistad con el señor Percy, sino porque se ha mostrado diligente en las tareas que le he pedido, pese a sus múltiples ocupaciones. Me agradaría decir que lo hace por mí y sé que me dispensa un afecto sincero, pero actúa en realidad movido por el amor que todavía te profesa. Lord Hay sabe que el proyecto que hemos previsto para Clifford Manor nos pertenece a las dos, así que no tiene a menos ayudar a la mujer que quiere, aunque lo haga desde el anonimato y la distancia. He creído que sería bueno que leyeras al menos esta carta, rompiendo el silencio que él me ha pedido, pues opino que te ayudará a tomar una decisión.
Dicho esto, la duquesa se alejó y subió por la escalera de regreso a la habitación de Elizabeth. Últimamente creía que las nietas pequeñas daban menos preocupaciones que las adultas.
Anne tomó la carta, escrita con prisa, a juzgar por las manchas de tinta y la letra apretada en dos únicos pliegues de papel.
Londres, diciembre 4, 1895
“Mi estimada duquesa:
Espero que al recibo de la misma usted y su familia se encuentren perfectamente.
Le agradará saber que esta tarde he regresado de Essex. Sé que en su última carta me ha dicho que no era necesario que viajara hasta allá, pero ha sido un placer comprobar por mí mismo los progresos de Clifford Manor, según sus requerimientos.
Las obras ya han concluido satisfactoriamente y me he entrevistado con el señor Burton para verificar los planos. En cuanto a los Carlson, se sorprendieron mucho al encontrarme en Clifford Manor, pero era de esperar, luego que nos conociéramos en circunstancias tan desfavorables, pero me han recibido muy bien. El señor Carlson sigue sus indicaciones para los salones de exposición, guiándose por el catálogo que le hizo llegar y que yo también poseo. Debo añadir que el señor Carlson, aunque es de pocas palabras, es un hombre metódico y organizado.
Me he quedado impresionado con los avances de la señora Carlson en la decoración y mobiliario de los salones de clase. Espero que a Anne le parezcan adecuados. Tan solo falta el piano que ella solicitó, pero me he tomado el atrevimiento de decirle a la señora Carlson que yo mismo me ocuparé de comprar el Erard que deseaba, como obsequio para Anne. Le agradecería que, a pesar de ello, no le dijese que el regalo proviene de mí.
En cuanto a lo que me pregunta, he decidido finalmente viajar a Ámsterdam por motivo de las fiestas y quizás regresar a Georgiana a Londres el año próximo. Le escribiré de inmediato a Prudence para decírselo, hasta ahora no había tomado la decisión.
Espero saludarle dentro de pocas semanas.
Se despide de usted, su afectísimo,
Edward”
Anne se sintió conmovida al terminar la lectura. Edward volvería, no tendría necesidad de escribirle para pedirle que viniese. Su abuela tenía razón, debía tomar una decisión y aunque ya la había tomado mucho tiempo atrás, no podía dejar de sentirse inquieta y llena de expectación. Le costaba pensar que, a pesar de los meses transcurridos, el amor de Edward se hubiese extinguido.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro