Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 42

Dos días después, Anne se hallaba en el salón con su abuela, intentando no parecer abatida, aunque no había dejado de sentirse muy triste. Para su sorpresa, lady Lucille no había vuelto a mencionar el asunto y no le había hecho más preguntas, lo cual agradecía. Faltaban pocos días para su regreso a Ámsterdam y eso la animaba un poco. La duquesa le había dicho que era probable que viajaran junto a los van Lehmann, los Holland y Georgie. Por un parte, Anne deseaba su compañía, pero por la otra la recordarían constantemente a Edward y no sabía qué explicación había dado él con respecto al fin de su compromiso. Enfrentar en especial a Georgie sería muy arduo, pero ya vería qué excusa era la más razonable, puesto que la verdad era demasiado bochornosa para ella.

Lady Lucille había cumplido con la promesa que le había hecho a lord Hay de no decirle nada a Anne sobre la conversación que sostuvieron y el favor que le pidió en relación a Blanche. Había notado que la doncella estaba nerviosa, pero no quiso interrogarle. Confiaba en lord Hay y estaba segura de que pronto las cosas se arreglarían.

La señorita Norris llegó al salón y les comunicó que lord Hay había llegado acompañado del señor Brandon Percy, para ver a la duquesa. El corazón le dio un vuelco a Anne. No quería verlo y de inmediato se levantó de su asiento. El salón tenía otra puerta que comunicaba con el corredor y la escalera hacia las habitaciones, así que se excusó con su abuela y salió a toda prisa antes que Edward y su amigo pasaran. Lady Lucille suspiró con tristeza, pero no le impidió que se retirara, la situación era demasiado dura para ella y esperaba que Lord Hay cumpliera con su palabra.

Edward, una vez que realizó las presentaciones entre lady Lucille y Brandon Percy, le pidió a la duquesa hablar una vez más con Blanche. La dama, con discreción, le solicitó a la señorita Norris que la buscara y esta se encargó de llevar a la doncella frente a él, que ya la aguardaba en el jardín. Henry le había dicho que el barón estaba en Londres desde ayer, así que Edward debía encargarse de que Blanche lo citara para esa noche. La doncella no tuvo más remedio que acceder a los deseos de lord Hay y escribió una pequeña nota para el barón, que sería entregada por un mensajero en su casa de Londres. Según Blanche, aquella era la manera en la que solían comunicarse. Cuando comenzó a trabajar para Anne, ayudaba a llevar la correspondencia entre su patrona y el barón, luego ella misma recibía pequeñas notas de él, con peticiones que solo ella podía satisfacer.

Cuando Edward retornó al salón, encontró la conversación bastante animada. Lady Lucille le había explicado al señor Percy cuáles eran sus planes para Clifford Manor y el artista estaba impresionado. Con mucho placer accedería a pintar algunos cuadros y a exponer otros que poseía en su colección personal, en el museo de la duquesa. La anciana se había quedado impactada con su gran sensibilidad y había aceptado de buen grado su invitación para ir a cenar.

—Me encantará recibirla en mi casa, Excelencia —le dijo el artista—, así podrá juzgar por sí misma los cuadros que poseo y escoger juntos los que desearía ver en Clifford Manor. Si le parece, antes que se marchen para Ámsterdam, ofreceré una cena en su honor y podremos dedicar parte de la velada a ver mis pinturas.

La duquesa estaba encantada.

—Señor Percy —le contestó—, me parece una idea estupenda, no tenga duda de que iré con mucho gusto a esa cena. La casa de un artista es como un santuario, siempre pueden hallarse objetos increíbles, puesto que rara vez un pintor se desprende de sus obras más queridas.

—Salvo cuando es estrictamente necesario —le respondió—, pero en mi caso y por fortuna, no pinto para vivir, sino que vivo para pintar. Y ha dicho bien: mis cuadros más queridos los tengo conmigo, y otros mis más cercanos amigos, pues disfruto mucho hacer retratos.

—Estoy al tanto de los que le ha hecho a lady Holland —comentó la dama—, aunque no la conozco, sé que es una mujer muy hermosa y que en su lienzo supo captar su hermosura con gran maestría.

—Invitaré a los Holland a esa cena, con toda seguridad y me gustaría mucho hacerle un retrato a la señorita Cavendish, se lo mencioné a ella unas semanas atrás en Hay Park. Si me permite decirlo, su nieta tiene un rostro muy hermoso, que espero reproducir con mi pincel en alguna oportunidad.

Lady Lucille estaba agradecida.

Al final de la charla, Edward se acercó a la anciana y el señor Percy le permitió hablar a solas con ella. El caballero se notaba agitado y precisaría de la ayuda de la duquesa para lograr su propósito.

—Lady Lucille, necesito pedirle otro favor...

La dama asintió, intrigada.

—Ya me preguntaba si tendría noticias suyas sobre ese asunto. Me ha sido bastante difícil aguardar, sin preguntarle nada a Blanche o decirle algo a Anne sobre usted.

—Le agradezco la paciencia, lady Lucille. Esta noche saldaré cuentas con el barón, pero para ello necesito que Anne sepa la verdad sobre lo que se ha atrevido a hacer en contra de nosotros.

—¡Me alarma! —exclamó la duquesa llevándose una mano al pecho—. Debería decirme de inmediato lo que ha acaecido, espero no me deje al margen de los hechos.

Edward suspiró.

—Esta noche vendré a visitarlas, junto con mi hermano Gregory. Es muy importante que me permita estar a solas con Anne, para que pueda informarle con detalle cuanto ha sucedido con el barón y me perdone, si es que eso es posible. Le prometo que después conversaré con usted y le diré lo que sé.

La dama accedió.

—Me pide bastante, pero cumpliré con sus indicaciones. Tiene mi permiso para estar a solas con Anne, siempre y cuando venga a hablar conmigo después. No permitiré que me mantenga por más tiempo ajena, sobre todo si es una cuestión que compete a mi nieta.

—Le aseguro que así lo haré —le respondió Edward, tras besarle la mano—. Hasta pronto.

—Hasta pronto, lord Hay.

Después de la cena, Anne se encontraba absorta, disfrutando de la brisa que corría por el zaguán, cuando su abuela interrumpió su ensimismamiento, escoltada por lord Hay. Anne se quedó lívida al verlo y permaneció en silencio, sin saber qué decirle. No se había sentido cómoda en la mañana, abandonando el salón para no encontrarse con él, pero aquella visita a esas horas era demasiado para ella y esta vez no tendría la oportunidad de huir. ¿Habría ido Edward a acusarla frente a su abuela?

En la mañana era poco probable que lo hubiese intentado, pues iba acompañado del señor Percy. Su abuela le había narrado después la conversación que había sostenido con ambos caballeros y le había dicho que ya lord Hay estaba muy bien enterado de sus planes para Clifford Manor y de las circunstancias en las cuáles adquirió la casa. Anne se había sentido un tanto tranquila de que al menos en esa cuestión, él supiera la verdad. No obstante, se negaba a creer que esa explicación bastara para hacer desaparecer las demás acusaciones que esgrimía contra ella. Quizás por eso temía que hubiese regresado en la noche para hablar con su abuela acerca de lo sucedido.

—Querida, lord Hay me ha pedido verte por una razón bastante seria, relacionada con el Barón de Clifford. Te pido que lo escuches, yo los dejaré a solas y luego lord Hay irá a hablar conmigo para contarme sobre esto. Estaré en la biblioteca —le dijo la duquesa al caballero—, puede buscarme allí cuando termine, que aguardaré por usted.

Edward asintió agradecido y la dama se alejó.

Anne permaneció sentada en su puesto, sin pronunciar palabra, mirándolo con el pecho oprimido y muchos sentimientos encontrados. Edward se colocó junto a ella en la mesa, sabiendo que los próximos minutos serían los más difíciles.

—Anne he venido a disculparme—comenzó con su voz profunda—. Sé que es muy difícil que me perdones, pero apelo a tu amor para que al menos me comprendas. No imaginas cuánto me duele la forma en la que te hablé aquel día en mi casa de Westminster, pero fui víctima del plan del barón para separarnos.

La joven en cierta forma sintió alivio al escucharlo, por lo que suspiró, pero el recuerdo del desprecio de Edward y sus frases ofensivas, aún le herían demasiado.

—No puedo creer que las palabras del barón hayan valido más que el amor que sentía por ti.

—Fueron más que palabras —le contestó él—, urdió una estrategia espantosa, mucho peor de lo que puedas imaginarte.

—Tenías que haber confiado en mí —insistió Anne con tristeza—, pero siempre has tenido dudas de mi afecto, siempre has desconfiado de mí desde el momento en que nos conocimos. ¿Acaso no dijiste que habías creído desde el comienzo que era una mujerzuela?

Aquella frase, en sus labios, le dolió a Edward en el fondo de su alma.

—Por favor, no repitas algo tan horrible. No imaginas cuanto me arrepiento de esas palabras y de otras que pronuncié injustamente.

Trató de tomarle de las manos, pero esta vez fue Anne quien le rechazó. La conversación se vio interrumpida cuando apareció Gregory en el jardín, con la respiración entrecortada. Anne se sorprendió, pues no supo cómo había aparecido allí. Ya había anochecido y poco podía verse desde la terraza.

—Hola, Anne —le dijo Gregory con una sonrisa, mas se dirigió a Edward de inmediato—. Ha llegado un coche, está al fondo de la casa, debemos darnos prisa.

—¿Qué sucede? —preguntó ella.

—Quiero que comprendas qué fue lo que sucedió y cuál fue la estrategia del barón para hacerme dudar de ti —le contestó Edward—. Para ello debes venir conmigo en silencio. No puedes decir ni una palabra, por más extraña e increíble que te parezca la situación.

Anne asintió y no tuvo más remedio que darle la mano a Edward para caminar en la penumbra. Desde el zaguán bajaron al jardín donde los aguardaba Gregory con una bujía para iluminar el camino, mas su luz era bastante tenue. Anne fue andando con ellos hasta el final del jardín, donde Edward se detuvo, justo detrás de un frondoso sauce que se hallaba al fondo de la propiedad, cercano a las dependencias del personal de servicio. Los tres permanecieron en silencio y apagaron la bujía para pasar inadvertidos. Anne estaba ajena a lo que sucedía en su propia casa, pero confió en Edward y en su instinto. A pesar del silencio y de la oscuridad reinante, ella se sentía a salvo con los Hay.

Pocos instantes después, una mujer salió de la casa con una bujía en las manos. Anne ahogó una exclamación cuando se percató de que era Blanche, ataviada con uno de sus mejores vestidos de seda. El olor a rosas invadió el jardín, la doncella estaba usando el mismo perfume de ella, pero en cantidades excesivas, convirtiendo un aroma delicado y femenino en una fragancia demasiado fuerte y vulgar. Blanche lucía bastante parecida a Anne, se había peinado de la misma manera que solía hacerlo la dama, dejando que los rizos oscuros le cayeran sobre la espalda.

El sauce se hallaba muy cerca, razón por la cual Edward llevó un dedo a los labios de Anne, pidiéndole con ese simple gesto que guardara silencio. El contacto con sus labios le estremeció, pero trató de no dejarse llevar por sus emociones o podría echarlo todo a perder. No tardó en llegar la persona a la que estaban aguardando. Anne se quedó atónita cuando vio entrar con sumo cuidado, por la puerta de servicio, a Charles. La bujía de Blanche era suficiente para iluminarlos a los dos y dejar que los escondidos espectadores se hicieran una idea de lo que estaba aconteciendo entre ellos.

La voz del barón se escuchó sin ninguna dificultad.

—¿Qué haces vestida así? —le preguntó cortante a Blanche—. ¡Pueden descubrirte! No es momento ni hora para que te presentes de esa manera.

—Nadie puede vernos aquí —le aseguró la doncella—. El servicio se ha retirado temprano y sé cuánto disfrutas cuando aparento ser Anne.

Anne sintió el estómago revuelto ante una escena tan repulsiva.

Charles se acercó a Blanche y le dio un beso apasionado pero breve; cuando ella intentó abrazarle, se alejó adolorido.

—¡Estúpida! —le insultó—. Tengo dos costillas rotas… ¿Acaso no lo sabías?

—Lo siento —se disculpó ella.

—¿Cómo descubriste que estaba en Londres? —inquirió—. Llevaba poco tiempo en la ciudad cuando recibí tu mensaje. De hecho, he regresado antes de lo que tenía pensado y no esperaba que estuvieras al tanto de ello.

—Escuché una conversación entre lord Hay y la duquesa esta mañana, en la que el caballero le informaba que habías regresado ya a la ciudad, por solicitud de lord Holland —le dijo Blanche, preparada por Edward para dar esa respuesta.

—¡Maldito! —exclamó Charles—. Debí haberlo imaginado. Lord Holland es su amigo, es por eso que me ha hecho llamar para prescindir de mis servicios. ¡Ni siquiera pudo esperar unos días más para comunicármelo! Se ha tomado demasiado trabajo haciéndome venir a Londres para eso…

Charles maldijo por lo bajo ante su infortunio.

—¿Y lord Hay continúa frecuentando esta casa? —preguntó de pronto alarmado, percatándose de la connotación que pudo haber tenido esa conversación—. Has dicho que se vieron en la mañana.

—Lord Hay vino acompañando a otro caballero que visitó a la duquesa, pero ni siquiera ha visto a Anne. ¡Ella se acuesta llorando todas las noches!

—¡Al menos algo ha salido bien! —suspiró el barón más calmado—. No obstante, debemos ser cautelosos, si alguien nos sorprende se frustrará nuestro plan y no estoy dispuesto a que eso suceda, más ahora que he perdido el apoyo de lord Holland. ¿Y qué es eso tan importante que tenías que decirme? En tu nota me advertiste que era necesario que viniera.

—Anne regresará pronto a Ámsterdam, he escuchado que nos embarcaremos en pocos días. Está muy triste y me da mucha pena. —En eso era sincera—. En ocasiones me siento arrepentida de lo que hice…

—¡No seas tonta! En cuanto me case con Anne, y será más pronto de lo que imaginas, me ocuparé de ti. Dejarás de ser una simple criada y continuaremos juntos como hasta ahora, ¿has entendido? Para que eso suceda, Blanche, debes seguir ayudándome. No quiero escucharte hablar más de tu arrepentimiento o sensiblería por Anne. Necesito casarme con ella y recuperar Clifford Manor, de esta manera yo…

Charles se interrumpió abruptamente cuando sintió un ruido en el sauce que tenía a su diestra y acto seguido vio tres figuras frente a sí. Edward había vuelto a encender la bujía, ya Anne había escuchado lo suficiente. Charles comprendió enseguida que lo habían descubierto. Se había quedado de piedra cuando vio a Anne mirándolo con sus ojos acusadores. Estaba perplejo, asustado y furioso.

—¡No puedo creer que hayas hecho esto! —le reprochó Anne, colocándose frente a él—. A pesar de todo, yo quería confiar en ti…

Blanche se arrodilló a los pies de Anne y se aferró a la falda de su vestido.

—¡Por favor, señorita! —exclamó llorando—. ¡Perdóneme!

Anne sintió pena, pero también estaba decepcionada de ella. No obstante, se agachó y la levantó del suelo.

—Yo quería que supiera la verdad… —murmuró entre sollozos—. ¡He ayudado a lord Hay! ¡Siento mucho lo que le he hecho!

Charles tomó a Blanche por los hombros con brusquedad y la giró hacia él.

—¿Cómo has podido traicionarme? —le espetó.

Gregory separó a la doncella de él, antes que le diera una cachetada.

—Si no quiere otras dos costillas rotas —le amenazó—, es mejor que permanezca en calma.

Charles no hizo nada más, pero Blanche estaba asustada, así es que se alejó unos pasos y se quedó llorando en un rincón. El silencio volvió a rondar el jardín hasta que Gregory dijo que se encargaría de Blanche: saldaría sus cuentas, le daría algo más de dinero y la despediría de la casa. De esta forma, se alejó dejando a la joven con Edward y el barón.

—Anne, sé que tienes motivos para estar molesta, pero todo lo que he hecho es porque te amo y he intentado recuperarte —dijo Charles al fin, esgrimiendo una única forma de defensa—. Fui un tonto al abandonarte aquella vez, no sabía lo que estaba haciendo, pero lo cierto es que no puedo vivir sin ti.

—¡Cállese! —prorrumpió Edward violento—. Dígale la verdad, cuéntele cómo la engañaba con su propia doncella a espaldas suyas, obligándola a vestirse como ella… O mejor, confiésele que era con Blanche con quien se encontró en Hay House aquella noche en la que mi tía les descubrió. ¡No tuvo el menor escrúpulo en entrar a una casa ajena con tan despreciable motivo!

El barón se rio.

—¡Ese noche comenzó todo! —explicó—. Necesitaba ver a Blanche para saber si era cierto que Anne estaba enamorada de lord Hay, después de esos días que habían pasado en el campo y que me devolviese mi carta sin abrir. Blanche esa tarde fue a mi casa a devolver la misiva, pero no me encontró en ese horario y por ello dejó una nota citándome para esa noche. Era arriesgado, pero yo accedí, pues estaba desesperado por tener noticias. Aquella noche nos encontramos en el jardín, Blanche vestía como Anne, ya que sabía cuánto me gustaba de esa forma. Mi único interés en ella era que me recordaba a ti, a la mujer que siempre había amado y que no podía tener…

—¡Es enfermizo! —Anne no daba crédito a sus palabras.

—Siempre he estado loco por ti, Anne. Iba a casarme con la señorita Acton por desesperación, pero nunca he querido a nadie más que a ti, en eso he sido sincero. Esa noche, en Hay House, necesitaba aliviar mi angustia. Quedé anonadado cuando Blanche me reiteró tu compromiso con lord Hay, algo que ya me había dicho en una nota anterior y que tú misma me habías confesado. Reconozco que me asusté cuando nos descubrieron, hasta que Blanche me relató al día siguiente que la habían confundido contigo. De inmediato comprendí que podía sacarle provecho a la situación. La tía de lord Hay desconfiaba de ti y te creía mi amante… ¡Era el plan perfecto! La casualidad me había premiado, sembrando la desconfianza en la familia Hay. Era solo cuestión de tiempo para acabar con ese compromiso.

—¡Dios mío! —exclamó Anne abatida—. ¡Eso es horrible, Charles! ¿Cómo pudiste hacerme esto?

—Porque te amo —le contestó el barón—, ya te lo dije. Siempre te he amado y deseado, Anne. Durante el tiempo que estuvimos prometidos, juré respetarte y así lo hice. Saciaba mis impulsos con Blanche, fingiendo que eras tú, pero no osé jamás mostrarme irrespetuoso contigo. Por eso, cuando supe que te habías entregado a este hombre en tan poco tiempo, me enloquecí… Le habías dado una prueba de amor que a mí jamás se me ofreció. Ese detalle valioso, también lo obtuve por Blanche. Una doncella sabe demasiado, Anne, más de lo que puedas imaginar y ella descubrió enseguida lo que habías hecho.

Anne escondió su rostro entre las manos, avergonzada.

—Esa fue una información que utilicé a mi favor para infundirle más desconfianza a lord Hay —prosiguió el barón—. Le dije que me lo habías confesado y que yo te había perdonado, volviéndonos amantes al fin. En realidad, a pesar del dolor que ese suceso me causó, yo me hubiese casado contigo de cualquier manera.

—El barón fue a verme justo después que te habías marchado a Essex, Anne, y me dijo muchas cosas… —le reveló Edward—. Yo no tenía noticias, ni siquiera imaginaba que habías viajado, y sus palabras me hicieron dudar de ti.

—Yo te envié una nota —le dijo ella—, donde te explicaba por qué tenía que irme.

—Blanche nunca la entregó —le confesó Charles con una sonrisa—, cumpliendo mis órdenes, puesto que, con la venta de Clifford Manor, tenía un nuevo motivo para querer recuperarte. Accedí a vendérsela a la duquesa porque pondría las escrituras a tu nombre y era tu abuela y si nos casábamos, la casa volvería a ser mía. Fue así que traté de hacerle ver a lord Hay que la idea de comprarla había sido tuya, para favorecerme. También le enseñé la gargantilla de brillantes que te había regalado con motivo del compromiso, aludiendo que me la habías entregado para que yo la vendiera.

—Pero la gargantilla estaba en mi poder… —le interrumpió Anne confundida.

—Así es —reconoció—. Al regresar a Essex se la devolví a Blanche para que la restituyese y no te percataras de que faltaba entre tus prendas, así jamás sospecharías de ella.

—¡Qué atroz has sido, Charles! —profirió Anne exaltada—. ¡Ya no te reconozco!

—Aún te falta escuchar lo peor, Anne —continuó Edward—. El barón me instó a ir a Essex, a comprobar que eras su amante. Yo estaba muy confundido desde que vi la gargantilla en su poder y no pude resistirme a la tentación de saber si era cierto lo que decía. Le pedí a Gregory que me acompañara, aunque los dos confiábamos en que el viaje fuera inútil, pues no concebíamos que lo dicho por el barón fuera verdad. Para nuestra sorpresa, le vimos escalar por una enredadera de flores hasta un balcón de tu casa en la noche, donde aguardaba Blanche vestida como tú. ¡En la distancia, ambos creímos que se trataba de ti! No imaginas lo que sentí al constatar que el barón entraba a la habitación y pasaba la noche con una amante que parecía ser tú.

Anne se alejó unos pasos de ellos.

—¡No quiero saber nada más! Esta historia es repulsiva… La habitación de la enredadera de flores era la de mis padres, desde su muerte no se ha vuelto a utilizar ni tampoco esa ala de la casa. ¡No puedo creer que la hayan tomado para algo tan sórdido! ¡Márchate de una vez, Charles! Ningún recuerdo del pasado, ni siquiera de nuestra niñez o de nuestra pasada amistad, pueden aliviar la decepción que siento en estos momentos. Has muerto para mí esta noche, así lo siento…

—Perdóname Anne, siempre te llevaré en mi corazón…

El barón inclinó su cabeza en señal de despedida y dicho esto se marchó.
Edward no quiso abrumarla con más palabras explicativas, le brindó su brazo, y ella lo aceptó. Estaba tan desalentada, que le fue difícil caminar de regreso por el jardín.

Una vez en el salón, se apartó de Edward y le dio la espalda. La verdad había salido a la luz, pero el costo emocional de aquel momento había sido muy grande para ella y necesitaba mantener la distancia. Se dejó caer en una silla y Edward se sentó frente a ella, sosteniéndole la mirada.

—Anne —volvió a decirle con su voz dulce—, perdóname. He sido un estúpido, pero te amo, no imaginas cuánto he sufrido y…

Ella lo interrumpió de inmediato.

—No digas más —le contestó—. No me siento en condiciones de aceptar tus disculpas. Me has herido mucho, Edward. Entiendo las razones que te hicieron desconfiar de mí, pero me es imposible comprender cómo no supiste, en el fondo de tu corazón, que las palabras de Charles eran falsas ¿No bastó que me entregara a ti en Hay Park, que te dijera que te amaba? Fue tan fácil creerle a Charles…

—No, Anne, no fue fácil, pero las supuestas pruebas del barón eran demasiado importantes para que las pasara por alto. ¿Acaso crees que yo prefería creer que eras culpable?

—Charles fue colocándote justamente donde él quiso —replicó ella con sequedad—, te manipuló a su antojo. Bastaba con no creerle para jamás haber hecho ese viaje a Essex y caer en su trampa. La joya en su poder no significaba nada por sí sola; la explicación de la compra de Clifford Manor pudo habértela dado mi abuela o yo, si al menos hubieras venido a verme, pero no lo hiciste. Estuve días esperando por ti, sin noticias… Y todo porque querías desconfiar de mí.

—¿Olvidas los detalles íntimos que me dio el barón? —se defendió Edward.

—No, no lo olvido, pero no me escuchaste. No le diste valor a mis palabras, me condenaste desde el primer momento, pensaste que yo te haría lo mismo que en el pasado te hizo esa mujer: abandonarte y marcharse con otro.

—¿Cómo sabes eso? —le dijo él sorprendido.

—Beatrix me lo contó en Hay Park. Siempre pensé que me creías una persona distinta.

—Anne —continuó él tomándole la mano—, siempre supe que eres una persona distinta, pero estuve un tiempo ofuscado. No imaginas cuánto te amo y cuánto me arrepiento.

Ella le soltó la mano y se puso de pie.

—Lo siento —le respondió dándole la espalda—. No puedo perdonarte.

—Es mi deber casarme contigo, Anne —le recordó él—. Puede que…

La joven se volteó hacia él airada.

—¡No quiero casarme contigo porque sea un deber! —exclamó—. Si quieres saberlo, no habrá consecuencias de esas dos noches en Hay Park, puedes estar tranquilo.

Ella sabía con certeza que no estaba embarazada. En medio de sus problemas, eso le había dado un poco de paz.

—Me quiero casar contigo porque te amo —le repitió él—. Eso es lo único que debería importarnos.

Ella no le contestó, se dio cuenta de que había una parte de la historia que no encajaba.

—¿Cómo te percataste de que el barón te había engañado? ¡Le creías con tanta vehemencia que cuesta imaginar qué te hizo cambiar de opinión!

Edward le pidió que se sentara para narrarle su conversación con la señorita Preston, y Anne lo complació.

—Gregory le contó a la señorita Preston lo que había presenciado esa noche en Essex y ella supo enseguida que era una farsa orquestada por el barón —le confesó.

—¡No puedo creerlo! —profirió Anne indignada—. La señorita Preston creyó más en mí que ustedes…

—La señorita Preston sabía algo que nosotros desconocíamos, Anne. Nos explicó que el barón solía frecuentarte en el teatro. En una de esas ocasiones, ella entró a tu camerino para pedirte alguna cosa, y se encontró a Charles besándote, o al menos eso pensó, pues la dama que se hallaba de espaldas tenía tu ropa, tu peinado… Luego, cuando salió a toda prisa del camerino, se topó contigo en el escenario, que estabas en la mitad de un ensayo. Fue entonces que comprendió que no eras tú quien se encontraba en brazos del señor Clifford. En un par de ocasiones más, volvió a suceder lo mismo, hasta que comprobó que la mujer era tu doncella. Charles se aprovechaba de tus ensayos o representaciones para encontrarse con Blanche como amante. ¡Estaba tan obsesionado contigo que lo único que le calmaba era que Blanche fingiera ser tú!

Anne se llevó las manos al rostro, espantada con lo que escuchaba.

En el teatro, en alguna oportunidad habían acudido al útil recurso de la sustitución. El señor Harris se había percatado de que su incapaz aprendiz de actriz —la señorita Blanche—, era bastante parecida a Anne en cuanto a estatura, complexión y tono de cabello. Como buen artista, le había sacado provecho en alguna ocasión en la que la señorita Cavendish necesitó de una doble en escena. Después Anne, asediada por el público masculino, había utilizado a su doncella más de una vez, para escapar de sus pretendientes.

—¡Qué terrible! —Todavía no podía creerlo—. ¡Esto sucedía en mis narices y jamás percibí nada!

—A partir de esa información que me dio la señorita Preston, experimenté una angustia muy fuerte. No dudé en pedirle a lady Lucille hablar con Blanche y aunque era una petición bastante inusual, la duquesa fue muy colaborativa. Gregory y yo presionamos a Blanche hasta que confesó la verdad. Nos contó que en el teatro la utilizaban como tu doble en ciertas ocasiones.

—Así es —contestó Anne—, además de mi doncella fungía como mi sustituta. Al retirarme de los escenarios, me la llevé conmigo. En el teatro se encargaba de mi vestuario y ya yo me había apegado a ella.

Edward advirtió que la voz de Anne se resquebrajó cuando pensó en Blanche. ¡Se había llevado tamaña decepción al conocer de sus amoríos con Charles!

—A pesar de todo, me gustaría que encontrara un empleo digno y que no pasara dificultades. Sé que está arrepentida.

—Gregory se encargará de eso —le respondió—, saldará sus cuentas y le dará un buen dinero, así como referencias para otro empleo. No quedará desamparada, si eso te preocupa, mas creo que eres demasiado buena con ella. Blanche se prestó a mucho por Charles Clifford, inclusive a sustraer la joya que te regalé.

—Después la retornó —le recordó Anne.

—Lo sé, fue por eso que pudiste devolvérmela después.

Edward sacó del bolsillo de su chaqueta la caja de terciopelo negro que le había regalado a Anne y la colocó sobre sus piernas.

—Quiero devolvértela, Anne.

—No puedo aceptarla —contestó ella con un nudo en la garganta—, no puedo perdonarte. Lo siento.

Edward suspiró.

—Aunque no me perdones, deseo que la tengas tú.

Ella iba a replicar cuando apareció lady Lucille en el salón, interrumpiéndoles. La escena, que parecía bastante íntima, estaba en verdad llena de frialdad.

—¡Estaba muy preocupada! —exclamó la duquesa—. Aguardaba por usted en la biblioteca, lord Hay, pero ha demorado más de la cuenta.

Edward se levantó y fue a su encuentro.

—Lo siento mucho, lady Lucille, hemos perdido la noción del tiempo, pero ya Anne conoce lo que sucedió y me he disculpado con ella, como le prometí.

—Muy bien, en ese caso, creo que debemos conversar nosotros.

Edward asintió. Anne estaba muy cansada y le pidió a su abuela retirarse, pero se llevó la prenda consigo. Lady Lucille se percató por su rostro de que no estaba feliz y que el disgusto entre ella y Edward no se había solucionado. ¡Había pedido tanto porque los jóvenes se reconciliasen!

La conversación con lady Lucille fue difícil para Edward, sobre todo porque debió explicarle con lujo de detalles, las razones que le hicieron dudar de Anne. Contó la verdad, excepto por las dos noches de amor que pasó con ella en Hay Park. Le narró lo que presenció su tía Julie, la conversación que sostuvo con el barón después y su desafortunada visita a Essex. La dama se quedó muy impresionada cuando le reveló los pormenores de cómo Blanche se había hecho pasar por Anne y había ayudado al barón a hacer lo que hizo.

—Me siento avergonzado de decirle todo esto —le confió él—. Sé que es una gran ofensa para usted y para Anne que yo la haya creído capaz de algo así. Es por ello que he venido a reconocer mi error, que es mucho más grave de lo que pudo haber supuesto usted.

—Estoy perpleja —dijo al fin lady Lucille—. Jamás imaginé que este asunto fuese tan espantoso. Creí que su disgusto con Anne se debía a la compra de Clifford Manor y quizás a algo más, pero nunca esperé una historia como esta.

—Excelencia, yo estoy muy enamorado de Anne y he sufrido mucho. El tiempo en el que pensé que me había traicionado, fue el peor de mi existencia y me he disculpado de muchas formas posibles, pero…

—Ella no lo ha perdonado —le interrumpió la dama.

Edward asintió.

—Quiero hacerla mi esposa, hace tiempo que era mi deseo pedirle formalmente la mano de Anne. Conoce usted los acontecimientos vividos que han ido dilatando cumplir este propósito, y ahora ella se resiste a continuar con nuestro compromiso. A pesar de su negativa, yo debía venir a verla para reafirmarle mis intenciones respecto a su nieta.

La dama suspiró.

—Entiendo que Anne en estos momentos no desee seguir adelante con el compromiso, después de lo que sucedió entre ustedes, lord Hay. No voy a reprocharle más su conducta, imagino que debió haberle parecido muy obvia la culpabilidad de Anne en su momento, pero como su abuela, yo nunca lo hubiera creído si hubiese venido a decírmelo. Conozco lo suficiente a mi nieta para confiar en ella, y la confianza es tan importante como el amor.

Edward estaba ofuscado.

—¿Qué me aconseja? —le preguntó.

—Que sea paciente, lord Hay. Sé que Anne lo ama, su tristeza de los últimos días así me lo ha demostrado, pero necesita tiempo para que su dolor disminuya. Recuerde que usted no ha sido el único que le ha decepcionado y ella debe recuperarse de todo. El barón es alguien del pasado, pero imagino se haya sentido traicionada en muchos sentidos por él y por su doncella. El dolor más profundo es, claro está, por su causa: una espera que el hombre que ama jamás albergue dudas, nunca reclame, dañe o abandone… Y usted, justificado o no, hizo todo eso. No estuvo a la altura de lo que Anne esperaba de usted. No obstante, sé que sabrá hallar el momento oportuno para recuperarla y enmendar su error, y le deseo que sea lo más pronto posible. Sabe que le profeso un sincero afecto. Es por eso que le confieso, lord Hay, que hace mucho tiempo que tiene mi beneplácito para esa unión.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro