Capítulo 23
Ámsterdam, finales de junio de 1895.
Una visita muy agradable sacó a la duquesa de su habitual hastío aquella tarde. En Ámsterdam no acostumbraba a recibir a nadie y Pieter van Lehmann hacía otro tanto, pues no deseaba incomodar a su querida esposa, cada vez más hermosa por el embarazo, pero más perezosa para las visitas. Esta vez había sido la excepción. Prudence y su esposo se habían trasladado hasta la Casa Sur, al saber que el señor y la señora Thorpe, se hallaban en compañía de lady Lucille.
El matrimonio halló a la duquesa en franca y amena charla con los Thorpe, a los que no veía hacía unos años. Antes de la interrupción de los van Lehmann, habían rememorado sus encuentros en Grecia, primero en Atenas, luego en Corfú, y varias historias hicieron la delicia de aquella tarde, animando tanto a la dama que tenía una permanente sonrisa en su rostro, mientras conversaba con ellos.
La señora Thorpe había dicho que quedaron muy agradecidos con lord Hay por haberles presentado a la señorita Cavendish y recuperar, a través de la nieta, el contacto con la duquesa y su antigua amistad. Como lady Lucille no había podido asistir a la fiesta de Prudence se había privado así de saludar a la pareja en esa ocasión. Desde entonces, los señores Thorpe le debían una visita y no quisieron postergar más la deuda que tenían con ella.
El salón de la Casa Sur, era una bonita estancia decorada en azul desde donde podía divisarse el invernadero. Se hallaban reunidos Elizabeth y su esposo, Anne y lady Lucille así como Prudence y Johannes, que recién habían hecho su entrada. Una vez que los van Lehmann se unieron a la conversación, el señor Thorpe reveló el otro motivo que los había llevado a su morada y se dirigió tanto a la duquesa como a Johannes. Sacó de su chaqueta una carta y anunció con voz solemne que tenía algo que comunicarles. Acto seguido, se dispuso a leer la misiva que provenía de la Casa Real, en la cual se solicitaba que él, como embajador, facilitara un encuentro con la apreciada soprano, la señorita Anne Cavendish, para recibirle en Palacio.
Anne se quedó muy asombrada con la invitación, pero permaneció en silencio, aguardando a que lady Lucille se pronunciara al respecto. El señor Thorpe no había concluido, agregó que la Casa Real estaba al corriente del éxito de su presentación de unas semanas atrás, por lo que pedían que la soprano les deleitara con una interpretación. Para tal efecto, contaría con los músicos necesarios, y hacían extensiva la invitación a Johannes y Prudence van Lehmann así como a la Duquesa de Portland. El señor Thorpe recalcó que se trataba de una oportunidad única y que después disfrutarían de una cena en el propio Palacio Real.
Anne se sentía agradecida por la gentileza, pero deseaba declinar la invitación. Asistir a Palacio le produciría mucha tensión y presentar una pieza ante la familia real resultaría sobrecogedor. Las expresiones de entusiasmo de Prudence no demoraron en manifestarse y Anne temió verter un criterio discordante con la alegría general. La propia lady Lucille lo consideraba una deferencia magnífica. No obstante, insistió en que la decisión estaba en manos de su nieta. Anne no quiso contrariar los deseos de su abuela, y aceptó.
—Muy bien entonces —convino el señor Thorpe con una sonrisa—, me encargaré de trasmitir la aceptación a Palacio; deberá seleccionar, señorita Anne, la pieza que interpretará esa noche. Me han dicho que dejan a su discreción la elección de la obra, pero le aconsejo que no se demore demasiado, ya que no hay tiempo que perder.
Anne asintió. Para su presentación en Palacio faltaba una semana, así que debía iniciar de inmediato los ensayos. Lástima que Georgiana no estuviera, la echaba mucho de menos…
La señora Thorpe expresó su interés en conocer el invernadero. Quedó maravillada con la enorme estructura de cristal y alabó su diseño. Anne se ofreció a acompañarla hasta allí, con el objetivo de recorrer al menos una pequeña sección. Elizabeth, en su estado, no debía alejarse mucho y Prudence se excusó, pues recién había transitado por él de camino hacia la Casa Sur.
Sin nadie más que se les sumara, la señora Thorpe y Anne salieron de la estancia. La plática era muy agradable, pero Anne deseaba estirar las piernas luego de la ansiedad que sentía tras conocer de la invitación. La señora Thorpe le confesó que le gustaba el ejercicio y que le era difícil mantenerse mucho tiempo en un mismo sitio. La dama era más joven que su marido, pero de mediana edad. No era bonita, pero sí muy distinguida, esbelta y casi tan alta como Anne. La sonrisa en su rostro no faltaba, era un signo de amabilidad muy importante y útil para la esposa de un diplomático.
—Anne, la noto un poco preocupada por las noticias —comentó—, y la entiendo, pero debe sentirse honrada por ello. Sé que después que termine el momento de mayor tensión, la velada supondrá para usted una agradable experiencia.
—Reconozco que es un privilegio ser invitada a Palacio, pero desde que llegué a la ciudad mi resolución de retirarme del canto se ha visto con frecuencia a prueba. Primero, por Prudence, a quien no pude negarle cantar en su fiesta. Luego con esta invitación maravillosa que no deja de constituir un reto.
—Eso es, en efecto —respondió la dama conforme—, un reto. Mas me resisto a pensar que una joven como usted, acostumbrada al aplauso del gran público, se deje amilanar por una presentación más privada, como es esta. Pienso que debería reconsiderar ese asunto del retiro, el talento que posee no puede esconderse en un hogar.
Anne sonrió al pensar qué creería Edward de aquellas palabras. Pensar en él le dio un vuelco al corazón, pero trato de no dar rienda suelta a la nostalgia que acudía con su evocación.
—No creo volver a las periódicas representaciones en el teatro, aunque he pensado que podría aceptar algunas invitaciones para cantar, como esta que se me propone —confesó—. Algunas presentaciones esporádicas, unidas a mi deseo de enseñarles a los niños, son dos ideas que he acariciado estas últimas semanas.
Era cierto: Anne había pensado en no aceptar un contrato en un teatro, pero ello no significaba renunciar a cantar ante ciertos públicos, incluso por motivos loables como la caridad.
—Hace muy bien en pensar así —dijo la señora Thorpe—. La música mantendrá vivo su espíritu, de lo contrario se arriesga a abandonarlo al tedio de una rutina en la que no podrá mostrar su talento ni satisfacerse a plenitud.
Anne abrió la puerta de cristal del invernadero y permitió que la señora Thorpe pasara al interior. Ambas tomaron por uno de los caminos centrales, mientras la invitada quedaba extasiada ante las plantas exóticas y las aves que se hallaban allí. Después de caminar un poco, se sentaron en un banco cercano a la fuente de cadencioso murmullo, que se encontraba justo en el centro del invernadero. Habían caminado más de lo que se habían propuesto.
—¡Es muy hermoso! —exclamó—. La familia van Lehmann es afortunada de vivir en esta casa y abstraerse del mundo en este sitio tan extraordinario.
Anne se quedó pensando en sus dos últimos encuentros con Edward allí y sonrió con tristeza.
—También es uno de mis lugares preferidos —apuntó.
—A pesar de ello, intuyo que debe echar un poco de menos su casa, ¿no es cierto? Yo misma, a pesar de estar habituada a vivir fuera con mi esposo, añoro el momento de regresar unos días a Inglaterra, aunque para ser justos, esta estancia en Ámsterdam ha sido deliciosa. Por cierto, poco después de la presentación suya en el Palacio Real, el señor Thorpe y yo tenemos pensado ir unas semanas a Londres. Se trata de la boda de mi sobrina, y mi esposo ha pedido esta licencia especial por el verano.
—¡Qué estupenda noticia! Debe estar deseosa de llegar a Londres y saludar a su familia. Un matrimonio siempre es un motivo de dicha y una ocasión propicia para estos encuentros.
—Así es, querida. ¿Hasta cuándo estarán ustedes en Ámsterdam?
—Pretendemos permanecer hasta que la tía Beth dé a luz, quizás hasta finales de año o incluso las fiestas de Navidad.
—Comprendo, a la edad de la señora van Lehmann todo cuidado es poco, pero es una bendición. Yo misma no pude darle hijos al señor Thorpe, aunque hemos tenido otras compensaciones que la vida nos ha permitido. Anne —prosiguió ella con interés, luego de un momento de reflexión—, ¿no tiene pensado viajar a Inglaterra ni siquiera unas semanas durante la época estival?
Anne se quedó pensativa y recordó la propuesta hecha por Edward a su abuela y la insistencia de Georgiana por carta para que lo considerara.
—La familia Hay me ha suplicado que los acompañe en el verano a Hay Park, y a pesar de que es una oferta muy tentadora, me temo que debo renunciar a ella por las razones que ya le expresé.
—No creo que deba hacer tal cosa —contestó la dama con expresión reprobatoria—, una joven como usted debe distraerse y con los Hay estará muy bien instalada. Recuerde que siempre podrá regresar a Ámsterdam al final del verano o a comienzos del otoño. Es más —repuso con una sonrisa—, si lo prefiere y no se ha decidido aún, puede viajar con el señor Thorpe y conmigo, ¡sería encantador! Luego, si no acepta la propuesta de los Hay, podrá retornar con nosotros a Ámsterdam a mediados de julio. De todas maneras, la oportunidad le serviría para saludar a algunos amigos en Londres.
A Anne la propuesta le gustó. Viajando con los Thorpe podría ver a los Hay e incluso disculparse con Edward. La idea era atractiva, pero no se sentía con suficientes razones para tomarla y dejar a su tía Beth. De lo que sí estaba convencida era de no aceptar ir a Hay Park, aunque Edward por educación mantuviese la invitación. ¡Sería poco considerado imponerse de esa manera! ¿No era preferible entonces aceptar la oferta de la señora Thorpe y retornar al poco tiempo a Ámsterdam?
La dama vio su indecisión, por lo que se apresuró a tranquilizarla:
—No tiene por qué responderme ahora, Anne. Puede pensarlo unos días. Cuando regresemos a la Casa Sur hablaré con la duquesa, ella verá con agrado mi propuesta y no tendrá reparos.
—Le agradezco mucho, señora Thorpe. Le prometo que lo pensaré y le daré una respuesta pronto. Reconozco que es una excelente oportunidad para regresar a Londres y saludar a algunos amigos, como me ha sugerido. A la señorita Hay, en especial, le echo mucho de menos.
No se atrevía a decir lo mismo de Edward frente a ella, pero así era.
—La comprendo, yo también deseo ponerme al corriente de ellos en cuanto llegue a Londres, sobre todo de lord Hay —dijo con preocupación—. Espero que se halle ya recuperado, una herida de bala es cosa seria.
—La señorita Hay me ha asegurado en su última carta que está bien. Por fortuna no ha tenido ninguna secuela.
—¡Puede considerarse un hombre dichoso! Todavía no entiendo cómo accedió a exponerse de esa manera, ¡batirse en duelo es temerario y absurdo a la vez!
Anne la escuchó atónita, por un momento no creyó lo que había oído y luego su rostro palideció al comprender el sentido de las palabras de la señora Thorpe.
—¿Un duelo ha dicho? —inquirió alarmada.
—Exactamente —afirmó la señora Thorpe—, ¿acaso no lo sabía? —añadió desconcertada.
—No, no lo sabía —aseveró la joven—, ni siquiera Prudence está enterada de ello. A la familia se le dijo que había sido un asalto…—Anne estaba anonadada.
—¡Dios mío! ¡Qué indiscreción la mía entonces! —exclamó la señora Thorpe preocupada—. Debe prometerme, Anne, que guardará el secreto. Jamás se me ocurrió pensar que lo desconocían.
—Puede confiar en mí, señora Thorpe, pero, ¿cómo supo usted de ese asunto? —indagó.
—Mi esposo no tuvo más remedio que decírmelo —admitió—, pues salió al alba ese día. El señor van Lehmann le había pedido que intercediera por lord Hay en un duelo, pues temía que lo mataran. Cierto que mi esposo me pidió discreción sobre el asunto, pero al regresar me comentó, intranquilo, que lord Hay había sido herido… Ante ese hecho imaginé que no le ocultarían la verdad a la familia acerca de lo sucedido y las circunstancias.
—Le aseguro que el señor van Lehmann afirmó que un asaltante en el puerto lo había atacado.
—¡Quizás no quería preocuparles! —reflexionó la dama.
—Perdone la pregunta, señora Thorpe, y no me considere por ello indiscreta, pero ¿le ha confiado su esposo el nombre del contrincante de lord Hay o el motivo del duelo?
A Anne le preocupaba que su nombre se supiese, pues no tenía ninguna duda de que Edward se había batido en un duelo por ella. No obstante, creía por el propio desarrollo de la conversación con la señora Thorpe, que la dama estaba ajena al asunto.
—No, se lo diría si así hubiese sido, pero me temo que mi esposo no quiso confiarme nada más y en determinadas circunstancias yo juzgo prudente no abusar de su sinceridad. Lamento haberle revelado, sin querer, algo que no debió haber salido de mis labios.
—Le reitero, señora Thorpe, que su secreto está a salvo conmigo. No imagina cuánto le agradezco al destino que haya propiciado esta conversación.
La señora Thorpe no comprendió, pero tampoco preguntó a qué se refería. La notaba tan turbada, que le preocupaba que la noticia le hubiese causado algún pesar o disgusto.
Anne regresó a la Casa Sur acompañada por la señora Thorpe, pero se sentía tan sobresaltada por lo que había descubierto, que tuvo que hacer un gran esfuerzo por mantener la charla; no obstante, la visita no se prolongó mucho más. Anne tan solo podía pensar en cuán valiente había sido Edward para defender su honor en un acto que pudo haberle costado la vida, aunque no entendía cómo había sucedido. Él le había prometido no buscar al duque y había accedido a no hacer nada más. Johannes era el único que podría explicarle cómo había terminado Edward con una bala en el hombro por su causa.
Al marcharse los Thorpe, Prudence solicitó al cochero que la llevara hasta su hogar; estaba un poco cansada y no quería caminar por el invernadero. Se dirigió a su esposo pensando que este le acompañaría, pero él iba a conversar con Pieter, su padre, un par de asuntos de negocios. Prudence no tuvo más remedio que regresar sola, mientras el grupo congregado en el salón se iba dispersando. Lady Lucille escoltó a Beth hasta su recámara, mientras Anne no se movió de su puesto, aguardando a que Johannes tuviese tiempo para hablar con ella.
Como no quería alertar a la familia sobre la conversación que pretendía sostener con él, permaneció en el salón fingiendo leer un libro mientras esperaba a que Johannes saliera del despacho de su padre. Durante el tiempo en el que tuvo que esperar, su corazón estaba acelerado. Recordó con pesar su último encuentro con Edward, la tarde antes del duelo. Sin duda, lo había hallado menos feliz que el día anterior, pero estaba tan centrada en rechazarlo, que no reparó demasiado en su estado de ánimo.
Quizás la cercanía del enfrentamiento lo había hecho actuar de manera tan desenfrenada, besándola incluso cuando ella le había dicho que no debía albergar esperanzas. Aquello que había tildado de ímpetu había sido, en realidad, los besos de un hombre apasionado ante la incertidumbre. ¡Cuán injusta había sido al ofenderlo! Ya era capaz de entender la decepción tan grande que Edward sintió cuando lo comparó con el hombre ante el cual arriesgaría su vida. Quizás esa era la razón por la cual no había vuelto a verla. ¡Anne lo había dañado tanto, que ni la herida en su brazo era tan dolorosa como la decepción que había sufrido con ella!
Si al menos pudiese disculparse con él… Si pudiese verlo una vez más, tal vez haría las cosas de manera distinta. ¿Acaso la oportunidad que le ofrecía la señora Thorpe no era lo que estaba esperando? Cuando la dama lo habló con su abuela unos minutos atrás, la duquesa se mostró muy de acuerdo, pero Anne no daba aún una respuesta. Tenía miedo de ir a Londres y enfrentarse a él, pero temía más que una vez que lo viera, su amor estuviese sepultado tras el desengaño padecido.
Unos pasos en el corredor le indicaron que Johannes había terminado en el despacho. Al salir a su encuentro se percató de que estaba a solas, con lo cual le sería más fácil cumplir su cometido. Johannes se sorprendió al verla, y mucho más cuando Anne le confesó que estaba aguardando por él para hablarle en privado. El caballero no rehusó la entrevista, aunque no tenía idea de cuál era el asunto que le plantearía. Se preguntó si iría a hablarle de la presentación en el Palacio Real pero, para su sorpresa, ese no era el asunto que le inquietaba.
—Sé que no tengo derecho alguno de pedirle que me diga con total franqueza, lo que sucedió entre lord Hay y el Duque de Mecklemburgo-Schwerin, pero me siento responsable de ese duelo entre ellos y le imploro que me cuente la verdad.
Johannes estaba desconcertado.
—Anne —comenzó a decir, sin esconder su asombro—, ¿cómo sabe que existió un duelo?
Se hallaban sentados de vuelta en el salón. Estaban a solas y ella estaba deseosa de conocer los detalles.
—Lo supe hoy, por azar, mas le pido que no me haga preguntas. La persona en cuestión cometió una indiscreción y me ha rogado que le guarde el secreto. No obstante, lo importante es que ya estoy al corriente y necesito saber por qué lord Hay se enfrentó al duque. ¿Por qué propició un duelo que pudo haber tenido un desenlace terrible, cuando le pedí que no hiciera nada más?
La voz le temblaba.
—Anne, Edward no propició el duelo —dijo Johannes al fin—. Por más que se sintiera indignado y quisiera darle un escarmiento al Duque de Mecklemburgo-Schwerin, él no hubiese concebido jamás una venganza de esa naturaleza. La idea fue de su Alteza, envió a su padrino a vernos al día siguiente de lo sucedido. Recuerdo, incluso, que Edward regresaba de verla esa tarde, y se sorprendió mucho con la persona que aguardaba por él. Pues bien, se trataba del padrino del duque, que exigía una reparación en su nombre pues, según alegaba, Edward lo había agredido y dañado en su honor.
—¡Qué infame! —expresó disgustada.
—Así es. El duque demandó que el duelo se hiciese a primera sangre, con lo cual, no se conformaba con un simple disparo errado, sino con una herida.
—¡Dios mío! —exclamó—. ¿No pudo evitarse?
—No —contestó Johannes—, su reputación, Anne, estaba en entredicho. Una negativa de Edward y el duque hubiese contado su versión de los hechos, comprometiendo su decoro para siempre. Edward no estaba dispuesto a eso, por lo que aceptó resignado su destino ante la amenaza que le rondaba.
—¡Cuánto ha hecho él por mi reputación! —profirió Anne— Arriesgar su vida por mi decoro y buen nombre… —La joven estaba conmovida—. Supe que usted trató de ayudarlo… —insinuó Anne, recordando que Johannes había apelado a la intervención del señor Thorpe, según le había revelado su esposa.
Johannes asintió.
—Me sentí responsable de la vida de Edward desde el comienzo. Es mi cuñado y no puedo imaginar qué hubiese hecho Prudence de saber que me contentaba con tamaño riesgo sin, al menos, haber intentado salvarle la vida. Busqué la ayuda de dos personas influyentes que se acercaron al duque en la mañana del enfrentamiento y que mediaron para que el duelo no se efectuara. Las condiciones que planteó su Alteza para desistir de su propósito eran intolerables para Edward, pues requerían que él le pidiera disculpas, lo que resultaba inaudito después de lo que su Alteza le había hecho, Anne.
—¡Debió haberlo aceptado! De nada valía ese orgullo obstinado, a riesgo de su propia vida.
—Intentamos hacerle entrar en razón, pero no hubo manera. A pesar de esto, nuestros aliados lograron obtener del duque una mejora en las condiciones pactadas: el duelo, en vez de a primera sangre, se haría al primer disparo. Se efectuase o no una herida, con la primera ronda de disparos sería suficiente para dar por concluido el asunto y restituido el honor. Nuestros amigos recomendaron al duque hacer un tiro al aire, lo mismo hicieron con Edward, confiando en que la presión que ejercían sobre su Alteza iba a bastar para hacerlo disparar lejos del blanco. Ya sabe, por el resultado, que el duque fue poco honorable hasta el final. Mientras Edward cumplió con lo acordado, el duque realizó un disparo destinado a herir a su oponente deliberadamente.
—¡Qué terrible! ¡Dios mío! —prorrumpió Anne emocionada—. ¡Qué valiente ha debido ser para soportar todo esto! No puedo evitar sentirme culpable de haberlo llevado a batirse en ese duelo.
—No debe sentirse así —respondió Johannes con ternura—, usted no es responsable de nada y no debe reprocharse lo que sucedió. Me alegra verme libre de la promesa que le hice a Edward aquel día. Él no deseaba que supiera lo que había hecho, pero me satisface que, sin faltar a mi juramento, la verdad le llegara a la persona que más debía conocerla. En cuanto a él, sí, se requiere tener mucho valor para hacer lo que hizo, pero hay algo que está pasando por alto y que es tan o más importante que la valentía. Edward la ama, y en nombre del amor se hacen los mayores sacrificios.
Johannes se levantó de su asiento y Anne se quedó callada ante estas últimas palabras. El caballero le pidió que no le relatara a nadie lo que sabía ni la conversación que habían tenido. Su esposa no debía conocer jamás del peligro al que su hermano se expuso. Anne prometió guardar silencio y acompañó al señor van Lehmann hasta la puerta, agradeciéndole por la conversación tan sincera.
Luego, cuando se encontró a solas, se sentó en el diván y se echó a llorar. ¿Cómo había podido ser tan tonta? Edward la amaba más de lo que había imaginado. Por ese sentimiento tan profundo que le inspiraba, había sabido velar por ella, por su honor, incluso después de haber sido despreciado injustamente la tarde antes de la contienda. Anne tomó una decisión: esa misma noche hablaría con su abuela sobre sus intenciones de aceptar la invitación de la señora Thorpe. Iría a Londres; vería a Edward al fin.
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