Una de las grandes cosas que mi madre no había tenido la gentileza de explicarme en todo este tiempo de fastidiarme con sus recurrentes llamadas, fue que se había separado de mi padre.

Ella había llegado al punto de no soportarlo más y lo había, como se dice, mandado volar mientras no estuve. Su reunión era para darme aquella sorpresa.

Nos dijo que la casa estaba sola desde que mi hermana mayor se había casado y yo me había ido y que le encantaría tenernos ahí. El día en que nos mudamos, fui a depositar nuestras cosas en lo que sería nuestra habitación mientras mi madre encantada le daba a un tímido Ariel un recorrido por la casa. Después de darme cuenta del silencio sospechoso que se produjo de repente, fui a ver que estaban haciendo y ante mi total horror, mi madre le estaba mostrando fotos de mi a Ariel, quien con los ojos abiertos de la emoción, se embelesaba con cada imagen.

—Mamá, ¿qué haces? —dije arrebatándole el álbum de sus manos por el miedo de que Ariel viera algo que no quería. Muy tarde, ya tenía mi foto de adolescente en la mano.

—Cálmate Adrián, solo le contaba a Ariel lo mucho que te gustaba ser parte de aquella banda que formaste cuando eras más joven.

—Mamá, Ariel no quiere saber eso —repliqué nervioso.

Ariel hizo un gesto con la mano y a duras penas entendí que decía «Quiero saber. Por favor» en su lenguaje. O eso pensé ya que todavía no era un experto.

No quería que Ariel supiera quien era antes. No quería que supiera que había sido igual que aquel hombre que tanto lo había lastimado.