C a t o r c e
Hoy Ariel vino más abrigado de lo normal. Aquel suéter gris le cubría hasta la palma de las manos y por el cuello se colgaba una bufanda que le tapaba la mitad del rostro, parecía de tela ligera, pero que igual me asfixiaba de solo verlo. El chico caminaba despacio, como si quisiera evitar cualquier movimiento brusco. Tenía la cabeza agachada y elegía los productos con cuidado.
Al llegar hasta mí, sacó cada producto de su lugar y mientras yo lo registraba, vi cómo se tapaba más el rostro con la bufanda. Le di el cambio y una barra de chocolates. Frunció el ceño.
—El sábado no esperaste a que te diera el cambio, es el equivalente.
Este levantó la ceja y no dijo nada, pero se quedó viéndome fijamente unos segundos y después se marchó. Hasta ahora no me había fijado que aquellos ojos grises en realidad eran muy llamativos.
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