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Capítulo 9

-¿Marta? -preguntó Clara.

Habían estado mucho tiempo despiertos esa noche, ya que querían encontrar alguna solución para su terrible problema, pero como de costumbre no habían hallado ninguna. Marta había sido una de las primeras en dormirse. Toda la noche había estado dando vueltas en su colchón de paja, pero a esas horas de la mañana estaba aún más nerviosa. Había comenzado a moverse, pero los fuertes brazos de Santiago la sujetaban. Clara despertó sin miramientos a los demás y todos se colocaron alrededor de la chica.

-Ayudadme a levantarla -pidió su hermano-, la sentaremos y la intentaremos despertar.

Ángel y Rodrigo fueron los que la cogieron y la sentaron. Estuvieron todos observándola unos minutos, pero la chica no se despertaba. En cambio Victoria se llevó la mano a la cabeza.

-¿Te pasa algo? -preguntó Ángel.

-Me... me duele un poco la cabeza.

Nada más pronunciar esas palabras se desmayó. Mientras Santiago se quedaba con su hermana, todos corrieron hasta Victoria para cogerla. Rodrigo se dio cuenta de que pasaba algo extraño, pero no pasaba nada en la comida, ni tampoco en el agua. Observó a Brithany, que tenía un gesto muy extraño en la cara. Antes de que se cayera él ya estaba ahí para sujetarla.

-Chicos -dijo llamándoles la atención-, aquí hay gato encerrado.

Las horas pasaban y una a una las chicas se iban desmayando. En cambio los demás no se sentían ni mareados ni tenían dolor alguno. El reloj continuaba marcando el paso de las horas y cuando ya estaban todos a punto de dormirse, comenzaron a moverse. Apenas si podían contenerlas y cuando ellas echaron a andar, no les quedó más remedio que seguirlas. Les abrieron las puertas y cuidaron de que no se chocasen con nada, debido a que aunque se veía que sabían el camino, podrían chocar en cualquier momento con paredes o simplemente caerse al tropezar con las ramas.

-Esto es muy extraño -les dijo Ángel-, están como en un trance, pero a nosotros no nos ha pasado nada.

-De momento -puntualizó Rodrigo.

Las horas pasaban y tiempo después se encontraron con un nuevo problema: cómo pasar la noche. Las chicas continuaban caminando, pero ellos estaban agotados. Ninguna solución les parecía acertada. Si andaban toda la noche, era probable que llegaran a su destino, pero no podrían más con su alma. De todas formas, tal vez no alcanzaran ese lugar en toda la noche. Por eso mismo, decidieron que las atarían. Con una cuerda y mucha fuerza de voluntad, las fueron poniendo una a una sobre el tronco de un árbol.

La noche pasó sin apenas incidentes. Los chicos agradecieron poder dormir, pero en cuanto el sol salió, se vieron en la obligación de continuar con el camino.

Comían poco, ya que guardaban las provisiones para momentos de más hambre y tampoco dormían. Ya se habían acostumbrado a verlas andar con los ojos cerrados y de vez en cuando les hablaban, aunque sabían que no podían contestarles.

Al fin ellas aminoraron la marcha, pero el escenario que se presentaba ante ellos era desolador. Supusieron que estaban en Rascafría, demasiado lejos de Ochagavía. Habían oído hablar mucho de ese pueblo, pero nunca pensaron que tendría ese aspecto. Las montañas se alzaban majestuosas entre la maleza y las pocas casas que podían ser habitables estaban lejos de todo, como si quisieran pasar desapercibidas. Cruzaron despacio y al fin llegaron a la base de la montaña.


-Parece que quieren subir -dijo Rodrigo mientras miraba hacia arriba.

-Debemos cuidarlas y seguirlas -opinó Ángel-, aunque se nos vayan tres o cuatro dientes a cada uno en la subida.

-Ja, ja, ja -rió irónicamente Santiago-, no tengo especial interés.

No pudo seguir quejándose porque sus amigos ya habían comenzado a ascender, dejándole solo con sus dos hermanas. Cogió a Marta con el brazo izquierdo y a Clara con el derecho. Inspiró hondo y se preparó para subir. No tardó en alcanzarles, ya que estaba más en forma que sus amigos. Mientras ascendían por la falda de la montaña evitaban mirar al suelo, ya que los constantes silbidos de las serpientes los ponían de los nervios y preferían no ver a esos animales correteando entre sus pies.

-Estoy agotado -dijo Rodrigo sobresaltándoles a todos.

-Y yo, pero me parece que por mucho que se ponga el sol -opinó Ángel mirando al horizonte que comenzaba a oscurecerse- no van a parar de andar.

Efectivamente sus predicciones fueron acertadas. Las chicas no pararon de andar en toda la noche, pero como se encontraban agotados las tiraron al suelo y se colocaron sobre ellas, evitando así mismo su movimiento. Fue Santiago el que se encontró con más problemas, ya que tenía que cuidar de sus dos hermanas.


Desde las afueras del castillo de Claudia Ana se preguntaba cómo se las estarían apañando sus hijos. Rodrigo era fuerte y atrevido, pero la pequeña Victoria no sabía casi nada de la vida. Tenía un mal presentimiento, y pese a los continuos esfuerzos de Laurie por calmarla, no podía parar de intentar abrir un portal que la llevase de regreso a su hogar. Esa noche en concreto temía por la vida de su hija.

-Laurie, seguro que está mal. Ella no sabe nada sobre la vida y es muy probable que su hermano no la quiera cuidar, ya sabes que siempre le ha fastidiado un poco.

-Tranquilízate -le dijo Laurie-, mira, por ahí viene Samuel -añadió al ver cómo el chico se acercaba a ellos.

-Ana, tengo que hablar contigo.

Laurie supo que debían estar a solas y se alejó un poco para dejarles hablar con tranquilidad.

-Tienes un don -comenzó Samuel.

-¿Un don? Ya lo sé, el de la magia, como todos vosotros.

-No, no -dijo Samuel sacudiendo la cabeza, como si estuviera hablando con un niño pequeño-, va más allá. Lo descubrí hace mucho tiempo, cuando todavía actuaba bajo las órdenes de mi hermano. Puedes cambiar las cosas, sí -añadió al ver cómo lo miraba-, la realidad es como tú lo deseas.

-¿Qué? -dijo ella.

Aunque lo había entendido a la perfección, quería creer que estaba equivocado, que nada de eso era cierto. La verdad es que cuando era pequeña sus juguetes viejos volvían a parecer recién comprados y su ropa cambiaba de tonalidades cuando eran negras y no le gustaban.

-¿Es eso cierto?

-Sí.

Samuel se sentó a su lado y sacó una manzana roja de su bolsillo. Se la colocó sobre la palma de la mano y se la tendió a la chica.

-Rózala con un dedo y piensa en otro fruto distinto.

Ana lo miró sorprendida pero hizo lo que le pedía. Colocó la yema de su dedo índice sobre la superficie de la lustrosa manzana y pensó en una cereza. Cerró los ojos y se dejó llevar. Apenas habían pasado unos segundos cuando comenzó a sentir una sensación extraña en su brazo. Era como si un liquidillo frío le recorriese las venas. Era una sensación agradable y apenas había disfrutado de ella cuando Samuel ahogó una exclamación.

-¿Qué pasa? -preguntó mientras abría los ojos.

-Lo... lo has conseguido.

Efectivamente, en su mano ya no estaba la manzana, sino que estaba una preciosa cereza color granate.


Por la noche decidieron que se lo tenían que contar al resto de la Orden de Roca y por eso mismo los convocaron a todos. Se habían sentado ya alrededor de la hoguera cuando Ana comenzó a hablar.

-Creo que hemos encontrado la solución a nuestro problema.

-¿Hemos, solución? -preguntó Alán con creciente curiosidad.

Carlota ya llevaba mucho tiempo siendo miembro de la Orden, y como siempre se podía ver cómo se querían los dos. Él le agarraba la cintura y ella lo miraba con cariño en sus castaños ojos.

-Sí, he descubierto que tengo un don que va más allá de la magia: puedo cambiar cosas a mi antojo, crear distintas realidades.

-¡¿Qué?! -preguntó Laurie alterado.

-Por favor, déjame acabar -le pidió educadamente-, tal vez si me dejarais practicar un poco podría pensar en cómo cambiar la realidad que estamos viviendo en estos momentos. Tal vez pudiera abrir algún portal nuevo, distinto a todos los que conocemos.

-Me parece bien -dijo Jesús-, es la única opción que tenemos y debemos pensar que saldrá bien.

Desde esa noche Ana estuvo en silencio, pensando en cómo podría solucionar ese problema. Una de las mejores opciones era pensar en su casa, pero tal vez fuera mejor pensar en la sede de la Orden de Roca, ya que no todos habían pisado alguna vez el suelo de su hogar. Laurie estaba muy preocupado, ya que al fin había comprendido a lo que se refería la carta de Samuel que había encontrado tanto tiempo antes.

Primero, he de matar a Ana, más tarde, a todos los que viven

en la casa con ella. Cuando lo haya conseguido, volveré a ser

libre, y mi señor no tendrá poder sobre mí. Luego, acabaré con

Claudia, esa impertinente señora. Cuando Adrián se haya quedado

solo, tomaré yo las riendas y ordenaré su destierro. Ese día, seré feliz.

A mí no me gustaría matar a la chica, los otros me dan igual, pero ella no.

Si acabara con su vida, me sentiría culpable toda la vida. Es única, posee un

don que nadie más tiene, pero que todavía no sabe utilizar. Cuando lo conozca,

será invencible.

Ojala encuentre este papel y no permita nunca que acabe con ella.


Ahora comprendía que don poseía su mujer, pero era demasiado extraño y no quería pensar en eso.

De todas formas no tuvo tiempo porque ella entró en la habitación y le dijo lo que deseaba oír "ya sé lo que haremos, pero necesito tu ayuda".


Todavía continuaban ascendiendo por la rocosa montaña, y cuando pensaban que ya no podrían más, se encontraron el la cima. Las chicas continuaban andando y no les quedó más remedio que seguirlas.

-Estoy comenzando a hartarme -dijo Ángel, coincidiendo con los pensamientos de todos-. Si seguimos sin saber a dónde vamos, moriremos de hambre o de cansancio. Apenas nos quedan provisiones.

-Estoy de acuerdo contigo, pero no tenemos a nadie que nos pueda ayudar, y parece que están ya llegando a su destino. Han aminorado la marcha -le respondió Rodrigo.

La mente de Clara bullía de actividad. Ella quería despertarse y volver a tomar posesión de su cuerpo, volver a andar hacia donde ella quisiera, pero desgraciadamente se sentía como si su cuerpo estuviera sin vida. Era consciente de que se movía, pero no sabía si estaba acompañada o no. Tan sólo sabía que una fuerza invisible tiraba de ella hacia la montaña, a su interior.

Se habían adentrado en una gran cueva, y aunque los chicos desearan que les permitieran descansar, ellas andaban hacia el interior. Realizando un simple hechizo de fuego Santiago logró iluminar todo y pudieron ver el largo túnel que se abría ante ellos. Las chicas cogieron el camino de la derecha, y al fondo pudieron ver una pared verde. Ellas se agacharon en el suelo y comenzaron a cavar, con la única ayuda de sus manos.

-Debemos ayudarlas -les indicó Ángel sin darles opción a negarse.

Ayudados de unos picos que había conseguido atraer Santiago comenzaron a cavar, realizando los mismos movimientos de las chicas. Sin que se dieran cuenta habían acabado durmiéndose sobre el duro y frío suelo de piedra.


-¿Pretendes hacernos creer que estamos en la sede y que iremos ahí?

-Sí. Debéis hacerme caso.

Laurie llevaba dos días explicándole a la gente el plan de Ana, pero algunos se mostraban indecisos. Consistía en dormirlos a todos, y que ayudados de la magia de Ana se transportaran a la sede de la Orden de Roca. Tal vez saliera mal y no volvieran a despertarse, pero creía que merecía la pena correr el riesgo.

-Yo no estoy dispuesto -se negó en rotundo Alán.

Ya que habían decidido que sólo lo harían si conseguían una mayoría absoluta, decidieron que esperarían unos días más, los suficientes como para que se cansase de esa situación. Mientras tanto no podrían avanzar en nada.


Cuando se despertaron la antorcha de fuego que había hecho aparecer Santiago continuaba luciendo, aunque la luz que daba era bastante tenue. Rodrigo se levantó un poco, lo suficiente para ver a sus compañeros durmiendo a su lado y a las chicas acurrucadas una al lado de otra sobre el suelo, cerca de la pared. Se levantó corriendo y fue hacia Brithany. La sacó del corro que habían formado las chicas y la abrazó. Ella estaba algo fría, y su cuerpo no se movía.

-¡Brithany! -gritó él desesperado.

Su voz despertó a los otros, que corrieron a su lado. Santiago puso a la chica en el suelo, mientras Ángel cumplía en silencio lo que él le decía.

-Tiene pulso -dijo Santiago rápidamente.

Rodrigo la volvió a agarrar firmemente entre sus brazos y mientras tanto los otros dos fueron junto a las chicas que quedaban. Tras haberlas tendido a todas en el suelo, cogieron la poca agua que les quedaba en las cantimploras. Una vez las incorporaron para darles la bebida se alejaron un poco, lo suficiente como para poder verlas a todas a la vez. Poco a poco fueron moviéndose, primero una mano, luego una pierna... Cada uno de ellos corrió hacia una chica. Rodrigo fue junto a Brithany, y Ángel se agachó al lado de Victoria. Como de costumbre el pobre Santiago tuvo que hacerse cargo de sus hermanas.

-¿Estás bien?

Esa era la pregunta que formularon más veces a lo largo del último minuto.

-¿Qué ha pasado? -preguntó Marta desorientada-. Lo último que recuerdo es haber estado en la casa de Rodrigo.

-Y yo -corroboró su hermana-. Además me acuerdo de una sensación muy extraña, pero ahora no sabría cómo describirla.

-Pues nosotros -las cortó Santiago- no sentimos las piernas, de tanto que nos habéis hecho andar.

-¿Andar?- repitió Victoria.

-Sí. Desde hace unos días andáis sin descanso, día y noche, y finalmente hemos llegado aquí -les explicó Ángel-. Anoche os pusisteis a cavar, nos dormimos y el resto ya lo sabéis.

-¿Cavar? -preguntó Clara extrañada.

-Sí, en la piedra.

De pronto, como si se hubiera dado cuenta de algo muy importante. Las otras la siguieron, y se agacharon todas a su lado. Clara chasqueó los dedos y una pequeña llama apareció. De esa forma pudieron ver lo que se encontraba oculto bajo los grandes pedruscos que habían quitado la noche anterior. Los chicos las miraron sorprendidos, y finalmente vieron cómo Marta sonreía triunfante mientras les enseñaba el pequeño frasquito que portaba en la mano.

Visto al trasluz cualquier persona hubiera pensado que estaba vacío, ya que el líquido que contenía era tan claro que pasaría por transparente, pero ellos que tenían piedra a todos lados y la luz del sol no pasaba por ningún resquicio pudieron observar en líquido amarillo que tenía en su interior.

-La poción de la vida eterna -dijo Victoria con voz grave.

El resto de la tarde la pasaron alrededor de una pequeña hoguera en la cueva, con el frasquito en el centro del círculo. No podían dejarlo ni tirarlo, pero si lo llevaban, tal vez comenzaría otra guerra, ya que eso era lo que había provocado tantas disputas entre ambos bandos, y por suerte ninguno de los dos había vencido, hasta ese momento, en el que esos jóvenes chicos lo habían desenterrado.

-Se me ha ocurrido una solución para los dos problemas -comenzó Clara.

-Cuenta -la animó Santiago con creciente curiosidad.

-Pues veréis...


-¿Han aceptado? -les preguntó Samuel a Laurie y Ana.

-No. Se han negado en rotundo -le respondió él-, parece que todavía no se han hartado de esta situación.

-Debemos hacerlo por nuestra cuenta -dijo Samuel, que como ya sabían era un grandísimo líder.

-Ójala estuvieran aquí nuestros hijos, podríamos empezar una nueva vida, pero ahora, nosotros solos no podemos acostumbrarnos a vivir aquí.

-Estoy de acuerdo. Ójala hayan encontrado la forma de abrir un portal para que podamos ir junto a ellos.


No iban demasiado desencaminados, ya que la idea de Clara se basaba en eso. Rodrigo abriría un portal y Marta se encargaría de echar el caldillo de la poción sobre el borde del mismo, y el resto rezaría por que funcionase. Aproximadamente al medio día se decidieron a llevar a cabo su plan.

-Crucemos los dedos -dijo Clara para infundirles ánimos.

Rodrigo respiró hondo y pronunció las palabras mágicas. Ante ellos se mostró un grandioso portal, pero no era como los que conocían, era oscuro y sus bordes no brillaban. Marta aguantó la respiración mientras vertía ese preciado líquido amarillo por el borde lacio del portal. El líquido recorrió todos y cada una de las líneas que rodeaban al gran portal. En vez de estar negro comenzó a ponerse de color verde, y el interior algo azulado. Finalmente ambos lados se cruzaron en la base del gran óvalo.

-Crucémoslo -dijo Rodrigo cuando se creó la conocida abertura.

Se cogieron de la mano y comenzaron a andar. Un paso, luego otro. Marta fue la primera en desaparecer, y tras ella pasaron sus hermanos. A continuación pasaron Brithany y Ángel, y a continuación desaparecieron los hijos de Ana.


El bosque que se erguía ante ellos era enorme, lleno de árboles y de pájaros que volaban alrededor de sus grandes copas verdes. Parecía que había un campamento, y así era. Algo más lejos se encontraban muchas personas, que ventían de negro y blanco y además tenían unos brazaletes o pañuelos azules. Por fin los habían encontrado, al fin había conseguido regresar. Estaban todos alrededor de un círculo luminoso, y por eso mismo no se percataron de su presencia.

Santiago les hizo una seña y todos lo siguieron. Estaban ya muy cerca de ellos, pero no sabían cómo podían decirles que al fin habían logrado llegar a la otra dimensión. Rodrigo y Victoria vieron a su madre en el centro del círculo, y por poco no pudieron resistir la tentación de correr hacia ella. Marta, en cambio, les propuso llevar a cabo una entrada triunfal, y así lo hicieron.

-¿Podemos preguntaros qué hacéis? -dijo Rodrigo en voz alta.

Todos los presentes se giraron a la vez hacia los siete chicos que se encontraban delante de ellos. Ana, Paula y Lucía corrieron hacia sus hijos, para abrazarlos y asegurarse de que se encontraban bien. Entre tanto, los hombres cerraban el portal que acababa de abrir Ana. Samuel fue el único que se dirigió a Marta.

-¿Puedes venir conmigo? -le preguntó sabiendo que la chica aceptaría.

-Por supuesto.

Fueron juntos hasta los límites de la cúpula de cristal que se había creado alrededor del castillo de Claudia. Cualquier persona que no perteneciera a la Orden de Roca saldría despedido, pero como ellos eran miembros de la organización, la gran mampara les permitió apoyarse sobre ella.

-Hay algo que no nos habéis contado -comenzó-, y comprendo que no lo queráis decir delante de toda la gente, pero en mí puedes confiar.

-Lo sé -dijo ella. Samuel era una especie de padre para ella, y por eso mismo le contaba casi todos sus problemas.

En esos momentos ella llevaba su pelo rubio suelto, tan sólo sujeto por una flor tras la oreja. Su nariz era respingona, al igual que la de todos los miembros de su familia. Llevaba un vestido verde, algo azulado y se le podían ver los tobillos. A Samuel le recordaba enormemente a Ana, y por eso suponía que tenía tanta confianza en ella. De todas formas, era consciente de que jamás lograría el amor de Ana, y había desistido mucho tiempo atrás. Marta al fin se decidió a hablar.

-Encontramos la poción -le dijo sin mirarle. Tenía la vista fija en la hoguera, y sus ojos tenían un extraño brillo.

-¿La de la vida eterna? -le preguntó él mientras se giraba.

-Sí. Estaba escondida en una cueva, y según los chicos fuimos nosotras quienes llegamos ahí, como sonámbulas. Parece ser que anduvimos durante días, y que una vez llegamos nos pusimos a cavar. A mi hermana se le ocurrió una idea, que consistía en echarle su líquido amarillo al portal por encima, y parece que ha funcionado.

-¿Cómo volveremos? -preguntó Samuel. Si no había más poción, jamás lograrían volver a abrir un portal.

Como si hubiera leído su pensamiento, Marta le dijo que todavía quedaba líquido en ese extraño frasco. Samuel no podía evitar pensar que ese frasco contenía el líquido por el que había luchado durante tantos años. Sabía que era un poco ambicioso al querer quedárselo, y por eso le propuso a la chica otro plan.

-¡Qué te parece si guardamos el líquido por si acaso y comenzamos una nueva vida aquí?

-No, este no es nuestro lugar -le contestó Marta girándose hacia él-, es la dimensión de Claudia y tiene derecho a disfrutarla únicamente ella. Si salimos podríamos sacarla del castillo y jamás volvería a molestarnos, ya que la dejaríamos encerrada por los portales.

"También es la mía" -pensó Samuel.

-Tienes razón -dijo en cambio-, saldremos, cerraremos los portales y la liberaremos.

-Sabía que me comprenderías -dijo Marta entusiasmada.

Esa noche ninguno de los chicos podía dormir, ya que cuando Marta les había hecho partícipes de su plan, decidieron que esa misma noche debían buscar la manera de decírselo a los mayores para que aceptaran sin ningún tipo de reparo.

Ya les habían planteado su estrategia, pero hasta ese momento nadie había puesto ningún tipo de impedimentos.

-No, me niego en rotundo -dijo Alán.

Como de costumbre, los chicos ya sabían que iba a ser el primero en poner objeciones, y por eso mismo, ya se habían preparado para no perder los nervios.

-¿Cuál es el problema? -le preguntó amistosamente Santiago.

-Pues cuál va a ser, que es demasiado peligroso, que aunque nos hayáis dicho que no vamos a correr ningún riesgo, yo no me fío.

-Nosotros nos iremos y te dejaremos aquí, ya que visto lo visto no quieres acompañarnos -le dijo Juan, que ya estaba harto de que siempre pusiera tantos reparos a todas las cosas.

-Pues dejadnos -replicó él.

-¿"Nos"? -dijo Carlota enfadada-, habla por ti, que yo me voy con ellos.

Alán se dio cuenta de que estaba en minoría y se alejó enfurruñado. El resto permaneció hablando hasta que la luna se ocultó dando paso al amanecer.


Ya estaban todos preparados. Laurie abriría el portal y Fabián echaría sobre él el líquido. Liam se quedaría atrás junto a Catalina y ambos serían los encargados de destruir la capa que alejaba a Claudia del resto del mundo.


N.A.

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