Capítulo 8
Fin del maratón
Les habían llegado noticias sobre Claudia. Un chico muy joven, tan sólo contaría con diecisiete años se puso a contarles nuevas. Tartamudeaba continuamente y nadie había logrado entenderle. Por suerte a Ana se le ocurrió la idea de llevarlo junto a Julia.
-Oye, ¿sabe alguien aparte de tú hablar francés aquí?
Había ido a hablar con ella, acompañada del joven. Julia estaba tejiendo algo, probablemente para su hijo.
-¿Yo? Claro que sé, ¿por qué lo preguntas?
-No, si sé que tú sabes, pero te pregunto si lo sabe alguien más.
-No me has dicho eso -le contestó Julia mientras dejaba su labor sobre las rodillas y juntaba las cejas.
-Bueno, es cierto -reconoció la otra-, tal vez haya dicho aparte de tú en vez de ti. Lo siento -se disculpó-, ¿pero sabes de alguien más?
-Aparte de Juan y compañía, nadie. ¿Por qué lo preguntas? -repitió.
-Por un chico, parece ser que ha venido de parte de Claudia, pero no controla muy bien el español, por lo que he pensado que tal vez si hablara con alguien en francés lograríamos entenderle -la hizo partícipe de su plan.
-Vale.
Julia se levantó y agarró de la mano al chico. Ella siempre había sabido perfectamente cómo tratar con los hombres, y al parecer por el momento no había perdido esa cualidad.
-No... no pue-de ha-haber na-nadie -dijo el chico.
Julia le hizo una seña a Ana, e inmediatamente después la mujer salía de la estancia. Julia se sentó al lado del chico y le preguntó.
-¿Quién te ha enviado aquí? -comenzó a preguntarle.
-Claudia.
Hablando en su idioma él se sentía mucho más cómodo, y no tardó en contarle toda su historia.
-Claudia me tiene harto. No sé cómo lo ha conseguido, pero me ha sacado de su castillo. Me dolió mucho, ya que me menguó hasta que tan sólo medía lo mismo que un grano de arroz. Excavó en la tierra y me metió ahí. No sé cómo logré salir de ahí y llegué aquí. Me cayó una especie de rayo encima, y eso hizo que volviera a medir lo mismo de siempre. Andando he conseguido llegar hasta aquí. Un portal se me abrió y me ha permitido aparecerme -le dijo-, no quiero volver con ella. Me ha tratado tan mal siempre... -en esos momentos las lágrimas asomaban por sus ojos-, por favor... no dejéis que me encuentre. Te lo suplico.
Julia se levantó de la silla y lo abrazó. Su calor pareció reconfortar al chico que dejó de llorar y la siguió.
A algunos de los miembros de la Orden no les parecía bien aceptar a un antiguo hombre de Claudia entre ellos, pero al final aceptaron admitirle. Se convirtió en un chico muy tímido, pero eso no impidió que todos le cogieran cariño.
Un día, durante la cena se levantó y les habló. Su español todavía era algo malo, pero gracias a Julia ya casi lograban comprender todo lo que les decía.
-Veréis... -comenzó-, no me gustaría en absoluto que Claudia regresara a esta dimensión. Hizo mucho daño y nadie se lo merece. Al igual que yo lo he logrado venir, puede hacerlo ella, por lo que creo que deberíamos ir y cerrarle la salida. No sé cómo -reconoció-, pero puede que tejiendo otra capa a su alrededor.
-Pienso lo mismo -lo apoyó Laurie mientras se levantaba.
-Y yo -añadió su hermano.
-Y yo.
Cada vez más gente se levantaba de la mesa, y el único que quedó sentado presidiendola fue Alán. Como de costumbre pensaba que era demasiado peligroso. Lo ignoraron por completo y se prepararon para llevar a cabo su misión.
El joven les contó todo con respecto a ella y nombraron a Adrián jefe de la expedición. Se estuvieron entrenando duramente con espadas, pero también les enseñaron a controlar su magia. Ya podían ir a por ella, pero decidieron que lo mejor sería esperar un poco.
Una noche, sin que nadie lo hubiera planeado, un grandioso portal se abrió. Ana se despertó con mucho calor. Se levantó dejando a Laurie dormido y se puso por encima la bata que descansaba a los pies de su cama. Sus hijos la encontraron sentada en el pasillo. Se había abierto la bata, sentado sobre el frío suelo de piedra y apoyado la cabeza en la blanca pared. Tenía los ojos cerrados.
-¿Mamá? -preguntó con voz temblorosa Victoria-, ¿estás bien?
-¿Qué hacéis levantados a estas horas? -le contestó ella.
-No podíamos dormir. Es como si una fuerza invisible nos hubiera sacado de la cama -explicó Rodrigo.
-Vayamos a ver qué es lo que ha sucedido -les dijo mientras se levantaba apoyándose en la pared.
Cuando llegaron a la plaza de Ochagavía, hasta donde los había llevado esa molesta fuerza invisible se encontraron con prácticamente todos los miembros de la Orden de Roca. Ahí estaban también Laurie e incluso Alán. En el centro de la plaza había una fuente grande, pero en esos momentos había desaparecido. En su lugar había un gran agujero. Sobre él estaba un cilindro que se parecía enormemente a los portales.
-Uau -dijo Marta cuando sobre su superficie azul se dibujaron las vetas verdes que indicaban que lo podían cruzar.
En cambio los mayores se dirigieron miradas llenas de preocupación. Agarraban a sus hijos o parejas fuertemente de los brazos, temerosos de que pudieran desaparecer.
Poco a poco la gente fue acercándose al gran portal. Elizabeth lo rozó con la yema de sus dedos, e inmediatamente después desapareció. Tras ella fueron Esperanza y el resto de sus amigas. A continuación fue el turno de los jefes, y finalmente Ana tuvo que soltar la mano de sus hijos, para ser tragada por esa cosa azul.
Los más jóvenes, Marta y sus hermanos, Rodrigo y su hermana, Ángel y Brithany se quedaron como pasmarotes mirando la fuente que había vuelto a aparecer. Pasado el estado de shock anduvieron por todas las calles del pueblo. Ninguna casa estaba habitada en esos momentos.
Fueron todos a la casa de Lucía y pasaron el resto de la noche abrazados, temerosos de que alguno de ellos pudiera desaparecer de un momento a otro.
Ojala todos los problemas se pudieran solucionar cerrando los ojos y dejándose llevar, ojala pudieran olvidarse de todo y soñar, pero lamentablemente ese no era de esos. Llevaban mucho tiempo esperando que otro portal se abriera, pero era obvio que eso no iba a suceder. La gran mayoría de los miembros de la Orden de Roca habían quedado atrapados en la otra dimensión. Victoria y las demás debían apañárselas solas, pero no estaban seguras de lograrlo.
Marta estaba desesperada, ya que no sabía qué hacer sin Lucía. Su madre siempre la había guiado, pero ahora que ella no estaba ahí, nadie podía salvarla de la tristeza. Clara en cambio era algo más independiente y sabía arreglárselas muy bien ella sola. En esos momentos era la que llevaba las riendas, pero no sabía que hacer para alegrarlas.
Tal vez nunca volviera a ver a su madre. Sabía que eso sería el fin para ella, pero en esos momentos debía ser fuerte, tomar decisiones importantes se lo dejaría a los otros.
-¡No lo entiendes! -gritó Ana-, son mis hijos, no puedo soportar la idea de no verlos más.
Laurie volvió a abrazarla, y esa vez la mujer no puso pegas. Dejó que él le acariciara la espalda y le besara la frente.
-Ya verás cómo todo se soluciona -le susurró al oído.
Laurie continuó abrazando a su mujer y miró hacia su derecha. Vio a todas y cada una de las personas que habían cruzado con él el portal. Estaban con los brazos abiertos, intentando abrir uno nuevo que los llevara de regreso a su hogar. Conseguían abrirlos durante unos segundos, pero inmediatamente después se volvían a cerrar. De pronto oyó un grito que venía de parte de Esperanza.
Soltó a Ana y corrió hacia ella. Esperanza tenía la mano oculta bajo un portal.
-¿Qué te ha pasado? -le preguntó Laurie en cuanto llegó a su lado.
-He... he metido la mano -le contestó ella sollozando-, y... ahora no la puedo sacar, no... no sé qué hacer.
Fabián llegó junto a ellos y abrazó a la chica por la espalda para consolarla. Esperanza había sentido algo por él mucho tiempo atrás, pero en esos momentos no podía pensar en eso.
-¿Te duele mucho? -le preguntó él preocupado.
-No, es sólo el miedo -le contestó ella mientras lo miraba con los ojos bañados en lágrimas.
Al fin Samuel y Adrián lograron llegar hasta la chica. Les había costado mucho cruzar por delante de toda esa gente, ya que formaban un círculo casi impenetrable. Adrián se arrodilló junto a ella y mientras tanto Samuel utilizaba toda su magia para abrir un portal que les permitiera sacarle la mano. Tras unos tensos momentos lograron que eso sucediera. Ella se levantó corriendo y abrazó a Adrián, completamente agradecida.
Esa noche hablaron de su situación. Por la tarde habían descubierto que no podrían salir de ahí jamás. Estaban derrotados. Algunos se animaron a levantar algunas tiendas de campaña, pero la gran mayoría prefirieron tumbarse sobre la hierba y ver las estrellas. Todos recordaron a sus hijos y su casa. Añoraban su rutina. Tiempo atrás tal vez hubieran deseado que la rutina cambiase por algo, pero qué no darían por regresar a su vida.
Stephen ya había comenzado a gatear. Era un niño muy revoltoso, no paraba de irse a todos lados tocando todo lo que se interponía en su camino, pero al contrario que su madre, él era un diablillo por que era un niño y era una etapa, pero su madre era mala, pero... ¿quién dice que él no fuera a ser también malo como su madre?
Un día estaba gateando por el castillo cuando llegó a la puerta principal. La cruzó y se dirigió varios metros más allá de esta. Vio que había un límite de hasta donde podía pasar, ya que había una barrera que le impedía avanzar más. Se enfadó, ya que no podía hacer lo que quería, es decir pasar, y la tocó para intentar romperla y traspasarla, pero inmediatamente después, nada más tocarla, salió despedido hacia atrás.
Cayó unos pocos metros más allá de la puerta, uno o uno y medio y empezó a llorar. Unos minutos después a Claudia, que estaba dando vueltas por el castillo buscando a Stephen, se le ocurrió salir por si acaso, y lo vio tirado en el suelo, llorando, manchado y negro como si se hubiera electrocutado.
Claudia lo cogió y se lo llevó dentro. Lo metió en la bañera y suavemente le frotó con un paño para quitarle las manchas. Lo sacó y lo secó cuidadosamente. El niño comenzó a llorar ya que le dolía todo el cuerpo, así que su madre lo dejó en la cuna y lo durmió, no sin antes darle algo de comer.
La noche había sido probablemente la más larga de sus días. Ningún óvalo azul se abrió en la plaza de Ochagavía. La luna se había ocultado dejándole paso al sol. Victoria se alejó de ellos y Ángel no tardó en seguirla.
-No crees que podamos salir de aquí, ¿verdad? -le dijo cuando los otros ya no podían oírlos.
Ella asintió lentamente y lo agarró del brazo. Fueron andando juntos, ella con su mano en su hombro y él con su mano en la cintura de la chica. Cruzaron toda la planta de arriba y se sentaron en el muro de piedra que estaba repleto de flores. La casa de Lucía era muy grande. Tenía dos plantas, y ellos en esos momentos se encontraban en la superior. Estaban las habitaciones, una especie de terraza, en la que descansaban ellos y el muro que separaba su casa de la de Ana.
Juntos vieron el amanecer. Victoria llevaba el pelo castaño suelto y le caía por los hombros. Llevaba un vestido azulado que resaltaba el contorno de sus caderas. Pese a su preocupación Ángel se quedó observándola mucho rato. De pronto como si hubiera notado su mirada mirándola se giró y lo miró con ojos cansados. Pese a eso seguía siendo hermosa. Lo abrazó con fuerza y apoyó su cabeza en el hombro del chico.
-Ójala podamos solucionarlo rápidamente -murmuró mientras él le acariciaba el pelo con ternura.
Marta se levantó y anduvo largo rato por toda la casa. No lograba conciliar el sueño, al contrario de lo que le pasaba a sus compañeros. De pronto notó la mano de su hermano en el hombro.
-¿Te pasa algo?
-Tú que crees -le respondió ella.
-Yo tampoco puedo dormir -reconoció Santiago.
-No sé que hacer -le dijo ella-, tal vez nunca lograremos salir de aquí. Es todo tan desolador.
Ella se giró para mirarlo. Tenía los ojos llenos de lágrimas y Santiago hizo que llorara. Tras haber liberado toda su tristeza ella se sintió algo mejor y al fin logró dormir, aunque poco a la mañana siguiente estaba más descansada.
Pasaban los días y no lograban encontrar ninguna forma que les permitiera salir de ahí. No querían desesperar, pero sabían que era prácticamente imposible que saliera bien algo en ese pueblo.
Pasaban mucho tiempo andando y mirando las fotos de sus padres. En esos momentos sólo podían aferrarse a los recuerdos.
Victoria les dijo que debían hacerse a la idea, que había una alta probabilidad de que jamás volvieran a verlos, de que tuvieran que quedarse ahí encerrados toda la vida. Clara no quería creerlo y por eso mismo siguió sin perder la esperanza, esa que sus compañeros habían perdido ya hacía mucho tiempo.
Habló con Santiago y él le dijo que no, que era imposible abrir un portal. Ella siguió intentándolo durante días y noches, pero su magia parecía no funcionar. Se preguntaba a cada instante cómo les estaría yendo a sus padres. Aunque no quisiera reconocerlo estaba muy preocupada por ellos.
Tal vez Claudia hubiera acabado con ellos, jamás lograría saberlo.
Esa noche fue una de las más tristes de su vida. No había luna en el cielo, ya que estaba tapada por las nubes. Había perdido la noción del tiempo, no sabía qué día era. Tal vez hubiera pasado un día, o un mes.
Sus compañeros tampoco lograron dormir. Permanecieron toda la noche despiertos mirando al cielo, deseando ver las estrellas.
N.A.
Y con este capítulo termina la entrega de hoy.
¿Os esperábais lo que ha pasado? No, ¿verdad?
Aprovecho para daros las gracias (como siempre) y para deciros que mañana es probable que vuelva con otros tres capítulos.
Un abrazo virtual.
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