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Capítulo 7

Maratón 2/3


Tanto tiempo sin haber hablado ni haber escrito a sus hijas hacía que Tomás deseara hablar con ellas, o tan sólo hacerles saber que todo iba bien. Felicia decidió que les escribirían una postal o algo por el estilo, por lo que ella se encargó de eso mientras Tomás intentaba encontrar alguna forma de salir de la habitación en la que Severinto los había metido. Incluso a sus años continuaba siendo un hombre activo, por lo que no soportaba la idea de tener que quedarse encerrado.

Esa misma tarde comenzó a escribir la carta:


Hola.

No sé si os habréis enterado, pero tu padre y yo estamos encerrados en un bosque de Rusia. Severinto no estaba muerto, nada más lejos de la realidad. Va a dar un golpe contra Claudia. Sí, ya sé en qué pensarás cuando leas esto, en que si Claudia está muerta no tiene sentido ese movimiento que quiere dar, pero ha decidido no creernos. Tomás está intentando buscar algún modo para escapar de la habitación en la que nos ha encerrado, pero aunque él no lo quiera entender, no hay escapatoria.

Dale un beso a los niños de nuestra parte, que aunque ahora no estemos ahí, pensamos en vosotros constantemente.

Cuídate y dale besos a tu hermana.

Desde Rusia, con amor,

Tus padres.

Una vez hubo acabado de escribirla y empaquetarla abrió un pequeño portal que le permitió mandársela directamente a Ana. Deseó que tras leerla a su hija no se le pasara por la cabeza la loca idea de ir a buscarles.

Alrededor del mediodía uno de los hombres de Severinto les dejó un plato con comida y un vaso repleto de agua a cada uno. Tomás intentó presionarlo para que hablase y les contase algún método para poder salir de ahí, pero el hombre decía que no, que no podía. Su señor le había ordenado que no hablase y él, fiel a Severinto así lo hizo.


-¡No puede ser! -gritó Tomás mientras daba un puñetazo a la mesa-, de nuevo nos han engañado.

Felicia pensaba lo mismo que él, pero si se lo decía de nuevo lograría enfurecerlo. Le acarició la espalda lentamente y con cariño.

-No te preocupes -intentó calmarlo-, ya verás cómo logramos salir de aquí.

-Nunca pensé que Severinto fuera tan cabezota -continuó diciendo Tomás.

-Cierto.

Ambos se giraron al tiempo para ver cómo Severinto se apoyaba en el marco de la puerta. Iba vestido con una camisa gris y un pantalón negro. Colgada del hombro llevaba una daga. Se la descolgó y la dejó sobre la mesa en la que apenas minutos antes habían comido.

-Es cierto que Claudia ya no supone ningún peligro para nosotros. Mis fuentes me han confirmado que se encuentra encerrada en su dimensión. Siento no haberos creído -dijo arrepentido.

Felicia estaba a punto de saltar de alegría, pero logró contenerse y en lugar de gritar dijo: "me alegra saber que has entrado en razón".

Pese a que estaba muy contenta, no podía quitarse de la cabeza que su hija cuando viera la carta iría a salvarlos.

-No podemos parar todo el equipo que he puesto en marcha -fue lo primero que entendió Felicia cuando regresó a la conversación-. Los portales se abrirán en apenas cuarenta y cinco minutos. Centenas de hombres los cruzarán y la lucha ya será definitiva. Puede incluso que lleguen a destruir toda la otra dimensión. Lo siento -se disculpó.

-No te preocupes -intentó consolarlo Felicia.

-Bueno... hay una solución -comenzó Severinto-, no, olvidadlo -dijo mientras negaba con la cabeza-, sería imposible.

-Sólo hay una cosa imposible y es resucitar a los muertos. A no ser que quieras resucitar a Oclania -dijo Tomás bromeando, pero cuando vio la expresión de la cara del hombre la sonrisa se borró de sus labios-. Es lo que pretendes, ¿verdad?

-No -dijo mientras le quitaba importancia moviendo las manos-, necesitaríamos a toda la Orden de Roca, pero entre convencerlos y regresar, no nos daría tiempo a reaccionar.

-Tal vez puedan venir -los interrumpió Felicia.

Ella les contó lo de la carta y la posible reacción de su hija.


En Ochagavía, más concretamente en la casa de Ana apareció un pequeño portal que escupió una carta que no fue encontrada hasta más entrada la mañana.

Laurie había pasado por encima de ella varias veces a lo largo de la noche, pero no se había fijado en el pequeño sobre. Cuando lo hizo, no dudó en llamar a su esposa, ya que supuso que la carta sería de sus padres.

Ana la abrió con manos temblorosas y comenzó a leerla. Cuando la acabó hizo partícipe de su contenido a Laurie.

-Debemos ayudarles -dijo ella angustiada.

-Hablemos con el resto de los miembros de la Orden, ellos sabrán qué hacer -le propuso él.

Alán había propuesto quedarse en Ochagavía y esperar, pero como de costumbre nadie le hizo caso. Triunfó por casi mayoría absoluta ir a buscarlos. Por eso mismo esa tarde cogieron sus cosas y se prepararon para cruzar el portal que Carlota había abierto. Ella se quedaría ahí con su marido, ya que no quería dejarlo solo.


Desde la cabaña vieron cómo el gran portal se abría, permitiéndole el paso a toda la Orden de Roca.

-Gracias a Dios -dijo Felicia mientras miraba al cielo.

Ana y Lucía corrieron hacia sus padres, mientras que Samuel y Adrián hablaban con Severinto.

-¿Qué debemos hacer para parar el golpe que tienes preparado? -dijo el primero dispuesto a todo.

-Cada uno de nosotros debe ir a un lugar estratégico -explicó Severinto rápidamente-, diremos a los hombres que no deben cruzar los portales. Si alguno se pone cabezota e insiste en ir hasta la otra dimensión, detenedle, si hace falta apresadlo.

-De acuerdo.

Apenas dos minutos después decenas de portales se abrieron para permitirles el paso a tantos miembros de la Orden de Roca como escuadrones a los que debían detener. Ninguno de ellos se encontró con muchos problemas, en general todos deseaban detener el golpe y volver a su casa o a su hogar. El único que tuvo que enfrentarse al jefe fue Rodrigo. Cuando llegó lo recibieron muy mal, pero él no tiró la toalla.

-Debéis parar -insistió mientras seguía a los soldados, que estaban dispuestos a cruzar el portal sin dudar ni un instante.

-¿Y quién eres tú para darnos órdenes? -le dijo el jefe máximo mientras lo empujaba y lo tiraba al suelo.

Rodrigo se levantó y apoyó su mano derecha en su hombro izquierdo. Cuando la levantó vio que la tenía llena de sangre, debido al rasguño que se había hecho al chocar contra el duro suelo de piedra y arena.

Los hombres pasaron a su lado sin dignarse a mirarlo siquiera. Cuando cruzaron el portal, Rodrigo los vio desaparecer impotente, pero apenas le dio tiempo a lamentarse, porque los vio regresar. El jefe anduvo hasta él y le tendió la mano, para que se acabara de incorporar. Rodrigo la agarró con firmeza y gracias al tirón que dio logró ponerse en pie. Lo miró sorprendido.

-Lo siento, chaval -se disculpó-, tenías razón. Alrededor del castillo de Claudia hay una barrera protectora, y no se ha presentado nadie más. Te llevaré hasta la casa de Severinto, si no me equivoco de donde vienes.

Rodrigo asintió lentamente y se volvió a llevar la mano al hombro. La sangre se coló entre sus dedos.

-Además esa herida hay que desinfectarla -añadió al verla.


-Cariño, ¿qué te ha pasado? -le dijo Ana a su hijo cuando se puso a limpiarle la herida con agua.

Cuando habían vuelto en seguida habían hecho que Rodrigo se quitase la camisa, y pudieron apreciar la gravedad de la herida. La piel se había rasgado, ya que al chocar con la puntiaguda piedra se le había ido. Ambrosio los miró arrepentido, pero Severinto le ordenó que saliera de la estancia.

Tres días después todos regresaron a Ochagavía, excepto Tomás y Felicia, que volvieron a su pequeña casa de Lozoya, dispuestos a vivir una vida más tranquila, sin altercados como el que les había hecho visitar Rusia por primera vez en sus vidas. Tomás calificaría esa aventura como maravillosa, pero Felicia prefería no tener que volver a pasar por lo mismo.


Claudia ya estaba harta de que siempre todo le saliera mal. No sabía que hacer, si debía cambiar de hombres o si debía cambiar ella. Ella, claramente debido a que tenía una autoestima demasiado alta, optó por que sería mejor la primera opción y echó a todos sus hombres, bueno no los pudo echar, ya que estaban encerrados por una barrera, pero los desterró a todos en sus habitaciones y decidió que cuando pudieran salir, si es que podían algún día, cosa que ella esperaba, los echaría y buscaría otros.

Para colmo casi la volvían a atacar, por suerte no salió bien, y gracias a la mampara de protección, o mejor dicho, aislamiento logró sobrevivir.

Aunque hubiera desterrado a sus hombres, se seguía aprovechando de ellos. Cuando los necesitaba, los llamaba para que cumplieran con sus órdenes, pero cuando no, los trataba muy mal, no quería ni verlos.


Eustaquio cumplía a rajatabla las órdenes que Claudia le había dado ya dos años antes. Estaba en una pequeña casa, sin más compañía que un gato al que ni siquiera le había puesto nombre.

Jorge, Alejandro y Pablo llevaban ya bastante tiempo sin saber nada de Claudia y del castillo ni de nadie más. Habían encontrado una casa bastante grande, lo suficiente para poder vivir bien los tres juntos. Un día decidieron salir a pasear y por el camino se encontraron con un hombre que les resultaba algo familiar, pero no sabían de quién se trataba. Siguieron caminando sin darle importancia, pero cuando volvían a su casa, se volvieron a topar con el mismo hombre. Uno de ellos, concretamente Pablo, reaccionó y dijo:

-¿Eustaquio? ¿Eres tú?

El hombre se dio la vuelta y enseguida los reconoció.

-¿Pablo, Jorge? ¿Alejandro? -añadió al reconocer al tercero de ellos- ¿sois vosotros realmente?

Pese a que llevaba dos años cumpliendo las órdenes de Claudia, decidió que ya estaba bien y la desobedeció, hablando así con los chicos.

-Si, somos nosotros. ¡Qué alegría verte! Pensábamos que no te íbamos a volver a ver nunca -dijo entusiasmado Pablo.

-¿Qué tal tu vida por aquí? Con las órdenes que te dio Claudia y todo eso digo -dijo Alejandro con curiosidad.

-Es verdad, ¿no se supone que no podías hablar con nosotros ni con nadie? -dijo algo asustado Jorge.

-Bueno, creo que ya no supone una amenaza para nosotros. Si no estoy mal informado, en estos momentos está aislada en su horrible castillo.

-Ciertamente -corroboró Alejandro.

Eustaquio había cambiado mucho en esos años. Ya no era el joven hombre asustado al que Claudia había logrado vencer, ahora estaba seguro de sí mismo y cualquiera que tuviera intención de enfadarle, tendría que vérselas con sus robustos brazos.

-Creo que lo mejor -comenzó él- sería ir junto con la Orden de Roca, aunque no seamos miembros activos, pero tal vez nos podrían proteger.

Esa misma tarde se pusieron en camino, decididos a luchar por una buena causa.


Estuvieron todo el día y la noche caminando. Sabían que la sede a la que se encaminaban se hallaba en Ochagavía, pero todavía no sabían seguro cómo podían abrir un portal que los llevara hasta ella. Cuando Jorge comenzaba a estar agotado y los músculos de Alejandro amenazaban con no soportar más sus piernas, vieron el gran edificio. Era como un castillo, pero al contrario que el de Claudia, no daba miedo.

-Creo que ya estamos -dijo Pablo.

Eustaquio se dirigió a la primera muchacha que vio, Paula. Ésta le indicó la entrada y los acompañó a todos. Una vez entraron en la sala y se pusieron a hablar con Alán, ella salió. La primera persona con la que se encontró fue Liam, y le preguntó dónde había estado. Ella no sabía por qué tenía tanta curiosidad y por eso mismo le preguntó.

-Si no me equivoco, fueron amigos míos de la infancia. Vivíamos en el mismo pueblo, en Besalú. Un día decidieron posicionarse del lado de los hombres de negro, y no me extrañaría en absoluto que ahora cumplieran órdenes de Claudia -dijo con expresión grave.

-No puede ser... parecen realmente arrepentidos -le contestó Paula moviendo la cabeza repetidamente en señal de negación.

-Tal vez estén arrepentidos, pero no lo sé -continuó Liam.

-Debes decírselo al resto -dijo Paula.


Alán les había permitido quedarse ya que sabía todo con respecto a ellos. Habían estado al lado de Claudia durante mucho tiempo, pero parecían arrepentidos. Liam había ido esa misma tarde a hablar con él y le había contado todo. Pese a las sospechas de Liam, siguieron dándoles cobijo. Les darían trabajo y techo, y de esa forma podrían seguir con su vida. Si realmente podían ser buenos miembros, la Orden de Roca los ficharía, por decirlo de alguna forma. En caso contrario, continuarían viviendo en Ochagavía.

-Los han admitido -le dijo Liam a Paula una tarde calurosa de primavera.

-Shh... por ahí vienen -le contestó ella al oído.

Liam los observó mientras caminaban. Realmente parecían arrepentidos. Había perdido aparentemente la vitalidad de antaño, pero en esos momentos había recuperado algo de sus fuerzas. Claudia los había debilitado un poco, pero gracias a los constantes entrenamientos de Juan, volvían a manejar las armas como lo hubieran hecho cinco años atrás. No podía evitar la tentación de hablar con ellos y tras un descuido de su esposa, salió al camino para mantener una larga conversación con los hombres.

-Buenos días -le saludó amistosamente Jorge.

-Igualmente -dijo mientras posaba su mirada en el resto-, ¿puedo hablar con vosotros? Seré breve -añadió.

-De acuerdo, pero no vayamos muy lejos -le indicó Pablo.

-Si no me equivoco, vivisteis hace mucho tiempo en Besalú.

-Así es -corroboró Alejandro.

-Os perdí la pista hace ya muchos años, pensaba que estabais con los hombres de negro -dijo mientras los miraba significativamente.

-No hace falta que disimules -le contestó Eustaquio amistosamente-, sabemos que sospechas de nosotros, y no es extraño.

-Ciertamente -reconoció.

-Sí, trabajamos con los hombres de negro y más tarde con Claudia, pero ahora estamos muy arrepentidos y queremos incluso cambiar, prosperar en una nueva vida, ser felices. La Orden de Roca nos ha dado esa oportunidad y no estamos dispuestos a dejarla escapar, esperamos que nos entiendas.

-Perfectamente.

Esa noche Paula estaba muy preocupada, ya que cuando Liam había llegado, era muy tarde.

-¿Dónde has estado? -le preguntó con curiosidad.

-He estado hablando con los chicos y me han dicho que están muy arrepentidos y que querían empezar una nueva vida, y la Orden de Roca les ha dado esa oportunidad, ahora les creo, eso es... ahora confío en ellos.

-Me alegro -le contestó su mujer con una enorme sonrisa en su cara.


N.A

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