Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 6

Maratón 1/3

-¿Descubierto? -repitió Tomás.

-Veréis, es un reloj mágico -comenzó a explicarse Severinto-, si pones algún objeto, como por ejemplo un cabello o como en mi caso, algo de sangre. Al dueño del reloj le bastará con rozar el objeto y la persona aparecerá en la esfera del reloj.

-¿La sangre era tuya? -continuó preguntando Tomás.

-Sí -contestó con desgana Severinto-, cuando todavía trabajaba bajo las órdenes de mi padre, me pidió que pusiera algo de mi sangre en un objeto tuyo para poder seguirte. Lo hice, pero afortunadamente no fue necesario utilizarlo. Luego ya me olvidé del reloj, pero ahora lo habéis descubierto, y parece que tenéis muchas preguntas.

-Y tantas -lo interrumpió Felicia-. Nos dijeron que habías muerto en una pelea.

-¿Eso dijeron? -preguntó Severinto irónico.

-Si, te lo acabo de decir.

-Ya lo sé -le contestó-, pero no fue así. Sobreviví y fui a Rusia, donde estoy ahora. Os mandé algunos mensajes, pero parece ser que algunas personas los robaron y no los entregaron. Tal vez fue Claudia, no lo sé.

-¿En Rusia, tan lejos?

-Sí. Dentro de poco iré a por Claudia, va a venir aquí, exactamente en tres días -dijo triunfante.

-Estás mal informado -comenzó Felicia.

-No, os pido que no vengáis -contestó él malinterpretando sus palabras-, es muy peligroso. Ya tengo algunos hombres que me ayudarán sin problemas.

-No nos entiendes -continuó Tomás.

-Sois vosotros los que no comprendéis lo que os estoy diciendo -le contestó.

Tras decirles eso hizo o dijo algo que provocó que esa extraña conexión se rompiera, dejándoles con las palabras en los labios.

-Debemos ir a buscarle -le dijo Tomás a su mujer.

-Estoy de acuerdo. ¿Necesitaremos ropa?

-No creo.

Dos minutos después, ya se estaban informando sobre cómo hablar ruso, idioma que iban a necesitar próximamente.


Cuando cruzaran el portal, aparecerían en un deshabitado pueblo de Rusia, aunque quien sabe, tal vez no les saliera bien del todo. Suponían que gracias al reloj conseguirían encontrar a Severinto, pero no era seguro. Tomás pasaba horas y horas pegado al reloj, y Felicia apenas hacía otra cosa que preparar maletas y bolsas. Ella se había encargado de todo con respecto a la ropa y él había cogido mapas suficientes. Ójala todo saliera bien, ójala no tuvieran ningún contratiempo, pero ambos sabían en el fondo que nada iría como habían planeado.


Ya habían cruzado el luminoso portal y se habían encontrado en una deshabitada casa. Tomás había previsto correctamente que hacía mucho frío, pero Felicia no le había hecho mucho caso. Lo primero que hizo fue dejar su bolsa en el suelo y colocarse una capa sobre los hombros. Tomás se sentó en una pequeña silla del salón y abrió por enésima vez a lo largo del día el reloj. Cuando rozó con la yema de sus dedos la sangre del objeto, la esfera comenzó a parpadear, señal inequívoca de que estaba ahí.

-Felicia -dijo contento-, está en Rusia. Ahora sólo nos falta encontrarle. Total... tampoco hay tantos sitios en los que se haya podido ocultar.

Su mujer alzó significativamente una ceja y lo miró. Ese país era enorme y tal vez nunca lograsen dar con él. No obstante, su marido no pensaba en absoluto lo mismo que ella, creía que todo iba a ir bien.

Esa misma noche, pese a estar tan agotada, Tomás la hizo salir en busca de Severinto. Gracias a todo el tiempo que Tomás había pasado estudiando el reloj, sabía perfectamente entender sus señales. Estuvieron buscando durante horas y horas, y a Tomás se le quitó toda esperanza cuando, en un bosque, concretamente en Lukunsky grove, encontraron una cabaña, que parecía ser hecha a mano. Pensaron que podría estar allí, pero no tenían muchas esperanzas, ya que Rusia era muy grande y les faltaba mucho por mirar. Si se tenía en cuenta que Severinto no les había dicho concretamente si estaba en la parte de Europa o de Asia, sería un gran logro encontrarlo.

Comenzaron buscando en la parte que correspondía a Asia y se iban a ir ya a la parte de Europa, pero decidieron entrar y mirar antes de irse, por si acaso. Cuando entraron, vieron una pequeña cocina y una cama, ya que no cabían demasiadas cosas. "Desde fuera parecía más pequeña" pensó Tomás. Buscaron un poco, donde pudieron, ya que no había mucho espacio, pero no encontraron a nadie. Cuando salieron, vieron a un hombre dirigirse hacia la cabaña.

-¿Felicia, no te parece que es Severinto?

-Podría ser -reconoció ella-, podría ser.


Salieron de dudas en cuanto el hombre se dirigió a ellos. Era alto, tenía pelo castaño y además portaba un hacha sobre el hombro. Anduvo y cuando estuvieron muy cerca les habló con voz cansina.

-¿Se puede saber qué hacéis aquí? Creí que os dejé muy claro que no podíais venir aquí, más que claro, meridiano.

-Estás completamente equivocado, por eso hemos venido -le contestó Felicia-, si nos dejases, ¿podríamos entrar a tu casa?

Severinto asintió, aunque no le apetecía demasiado. Les abrió la puerta de la casa y les hizo pasar. Volvieron a ver la cama y también la cocina. Severinto se dirigió a un balde de agua que había a los pies de la cama, y tras quitarse la camisa se echó agua por la cara y gran parte de su cuerpo.

-Sentaos.

Todavía con el torso al descubierto se puso a cocinar. Cogió boles con setas, otros con champiñones y ayudado de un cazo que estaba colgado de un hierro sobre el fuego de la chimenea comenzó a cocinar los alimentos.

-Bueno, decidme qué hacéis aquí -comenzó la conversación con bastante más suavidad que antes.

-Claudia está encerrada en su castillo, la Orden de Roca la metió ahí para que no hiciera más daño. Gracias a una gran mampara de protección hemos conseguido que se quede en su castillo, en principio para el resto de los tiempos -le contestó Tomás-, por eso mismo no dará ningún golpe y tampoco merece la pena que luches.

-Si tú lo dices -respondió mientras continuaba cocinando.

-Es cierto -intentó convencerlo de nuevo Felicia-, no puede hacerte daño. Necesitas pararlo todo, o habrá una gran desgracia. Tienes que enterrar el hacha de guerra, por favor -le suplicó.

-Lo siento, pero no puedo creeros -les dijo mientras llenaba sus platos con la crema de verduras-. Vuestros argumentos no me convencen.

-Si no lo paras tú, lo haremos nosotros -contestó Tomás cabezota.

-En ese caso, no me dejas otra solución. Os tendré que encerrar.

Severinto se levantó y Felicia le preguntó por una cosa que no tenía nada que ver pero que le producía mucha curiosidad.

-¿Y esas brechas? -dijo mientras señalaba la que recorría su hombro y la que partía su ceja en dos.

-De la lucha en la que se supone que me morí -respondió sencillamente.

Felicia estudió detenidamente su rostro. El pelo le caía desordenadamente por la frente. Su nariz era grande, pero eso no hacía que dejase de ser bonita. Su mandíbula era fuerte, y por eso le daba un aire de fuerza que no todos poseían. Esa misma mañana se había cortado la barba al ras, lo que le daba un aire juvenil.

Él se levantó rápidamente de la silla y salió de la casa. Murmuró unas palabras e inmediatamente después Tomás y Felicia notaron cómo una fuerza invisible tiraba de ellos. En contra de su voluntad tuvieron que seguir a Severinto hasta una caseta que estaba tras la casa.

-Pasad -les dijo. Ellos ignoraron que tenían que pasar sí o sí, ya que en esos momentos eran marionetas que estaban a su voluntad.

Una vez estuvieron dentro, la fuerza que les obligaba a permanecer ahí menguó, pero cuando llegaron a la puerta, vieron que estaba cerrada con llave. Tomás maldijo su suerte y se sentó en una esquina del colchón. Felicia en cambio se apoyó en el marco de la ventana y miró a los pájaros que volaban libremente.

Suspiró al pensar en todo lo que ella daría por poder ser como ellos, poder volar libremente y ser capaz de huir de esa prisión.

-Debemos hacerle entrar en razón -dijo Tomás, devolviéndola bruscamente a la realidad, que era bastante mala.

-¿Pero cómo? -le contestó-. Es un cabezota.

-Tienes razón -reconoció-. Esperemos que se de cuenta de su error.


Pasaron toda la noche sin dormir, esperando noticias, pero nada. Los días pasaban, recibían la comida a través de jóvenes a los que Severinto mandaba. Siempre que se abría la puerta volvían a notar la fuerza que los mantenía en la cabaña. Nadie hablaba con ellos, nadie les ponía al tanto de las novedades.

Todas las noches antes de acostarse Felicia rezaba porque Severinto se diera cuenta rápidamente de su error.


N.A.

Sólo es para deciros que sigáis leyendo, que hoy hay tripe actualización.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro