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Capítulo 3

Los meses pasaban y Adrián prosperaba. A veces bajaba al pueblo a comprar alimentos y la gente ya se había acostumbrado a su presencia. Algunos le habían propuesto que viviera en el pueblo, pero él prefería no hacerlo.


Claudia quería acabar con él, pero no lograba encontrarle. Había recorrido toda la superficie de la Tierra, pero no había hallado ninguna pista que lo llevara hasta él. Tres de sus hombres ya habían sido desterrados, y además les había aplicado el mismo castigo que a Eustaquio. Cada vez le tenían más miedo, no se atrevían a replicarle y tampoco se veían capaces de decirle que las misiones a las que los mandaba habían salido mal.

-Señora -dijo Jorge atreviéndose a interrumpir sus pensamientos.

-Dime -contestó ella, como si estuviera dispuesta a escucharle, pero él sabía que su voz le avisaba.

Ese día en concreto no estaba muy colaboradora y tres de las cocineras habían salido llorando de su habitación, obviamente habían sido castigadas. Llevaba un vestido azul oscuro, y eso era un mal presagio. Si además acariciaba al gato y el animal se retorcía entre sus manos, era mucho mejor ni hablarle ni molestarla, pero en esa ocasión, casi estaba obligado a hacerlo.

-La misión ha vuelto a fracasar -dijo mientras miraba sus sucios zapatos-, no hemos logrado dar con Adrián.

-¡No pronuncies ese nombre! -le avisó fríamente.

-Disculpe -se apresuró a añadir-, creía que debía saberlo.

-¡Fuera de mi vista! -le gritó mientras señalaba la puerta.

Jorge salió asustado y no contestó a ninguna de las preguntas que le formularon sus compañeros, que se habían quedado fuera, para aparentemente darle ánimos. Andó hasta la salida, y ni miró ni reaccionó hasta que uno de sus compañeros lo paró.

-¿Qué pasa? -le preguntó Pablo-, ya sabes que no podemos salir.

-No podemos si seguimos sirviéndole a Claudia.

-No me digas que te ha desterrado -dijo mientras se separaba de él, como si tuviese una enfermedad contagiosa.

-No, me he desterrado yo mismo.

Tras decir eso, cruzó la puerta, hacia su futura libertad. Tras él se volvieron a cerrar las metálicas puertas, aislandolo de ese horrible universo. En la lejanía pudo ver el portal, que se erguía majestuoso ante él. No dudó ni un segundo en cruzarlo, pero cuando lo hizo cerró los ojos, deseando ir a otro lugar, uno mejor.


Esa mañana, cuando Adrián se había despertado notó algo extraño. A su lado no descansaba el frágil cuerpo de la paloma. Se levantó sobresaltado y tras ponerse la amplia camisa gris que descansaba a los pies de su cama salió al exterior. Encontró al animal en el exterior, junto a otra paloma. La agarraba protectoramente con el ala. Ululó al verle y Adrián comprendió qué era lo que sucedía: ya había llegado el momento de dejarla volar, permitirle soñar. La cogió cariñosamente, levantó la mano e hizo un movimiento muy significativo para que comprendiera que era libre. Permaneció en la puerta, hasta que se convirtieron en unos puntos enanos en el cielo azul.

No esperaba ninguna visita, y por eso se quedó en la casa todo el día. Por primera vez en mucho tiempo recordó a su hermano. Se vio a sí mismo jugando con él en la gran alfombra del castillo, recordando sus peleas.

No tuvo apenas tiempo para dormir cuando unos golpes sonaron en la puerta. Se levantó y abrió.

-¿Qué haces tú aquí?

-¿A tí que te parece? Te hago una visita -dijo mientras entraba.

Samuel había dejado que su pelo creciera un poco, y además Adrián se dio cuenta de que sus hombros eran más anchos, que sus brazos tenían más fuerza. Le extrañaba mucho su visita, más aún si cabe que no hubiera cambiado casi nada en todos esos años.

-Anoche fui a ver a Catalina y me dijo que te habías instalado aquí. Venía a proponerte de nuevo que te unieras a la Orden de Roca. Es tu última oportunidad. En una semana creemos que Claudia va a venir a esta dimensión y esta vez viene para buscar la poción. Hemos conseguido algunas pistas, entre las que se encuentra la localización. Cree que se esconde dentro de una piedra, en el norte de España. Vamos a barrer las montañas, y no estaría de más que nos ayudases.

-Os voy a ayudar, pero no como crees.

Samuel lo miró asombrado, mientras se agachaba, abría con la llave que colgaba de su cuello un cajón y sacaba una carpeta.

-Os los quité hace ya tiempo, cuando entré en vuestra sede. Claudia no sabe de la existencia de estos papeles, aunque son muy interesantes y reveladores -añadió-. No puedo hacer más. Estaré solo, pero no lo suficiente como para tener que pediros asilo.

-No es asilo -le rebatió su hermano-, es ayuda.

-Me da igual.

Samuel se quedó con él varios días, en los que le puso al tanto de todas las novedades. Adrián sólo se había enterado de lo que había pasado en ese pueblo, no de lo que había pasado fuera. Había decidido aislarse y no tomar parte en la búsqueda de la poción. Por su culpa estaba en esa situación, sin compañía, más solo que la una.


En Ochagavía correteaban los niños alegremente. Era el cumpleaños de Victoria. Su hermano la llevaba de la mano, mientras andaban lentamente, ya que la pequeña no tenía todavía mucha soltura. Tras ellos iban Paula con sus hijos, seguida de Liam que hablaba animadamente con Laurie. Lucía miraba la carita de sus niñas, a las que habían llamado Marta y Clara. Santiago descansaba en los brazos de Fabián, que no sabía que hacer con el niño. Era el más llorón de los tres y cuando decidía no dejarles dormir, lo hacía a la perfección.

-¿Qué vamos a hacer por la tarde? -preguntó Liam, que no se había enterado de nada, ya que no prestaba atención a lo que pasaba a su alrededor.

-Ni idea -le contestó Laurie-, tampoco las escucho -le confió.

-¡¿Cómo que no?! -le dijo Ana enfadada.

-A ver -se defendió él-, habláis mucho, y es imposible seguiros.

Ana entrecerró los ojos y se limitó a decirles que las siguieran. Los hombres las siguieron, como si de niños en la escuela primaria se tratasen.

Al fin, cuando los niños ya estaban agotados llegaron al claro del bosque. Los sentaron a cada uno en sus piernas e intentaron darles la comida sin que se cayera, misión en la que fallaron estrepitosamente.

-Por fin algo de tranquilidad -dijo Paula cuando Brithany se durmió.

-Y que lo digas -le respondió Ana mirando a Victoria.

Fabián se acabó el pastel y cuando Lucía lo miró, ocultó las migas en su espalda. Todos se rieron, con lo que el hombre enrojeció.

-Sois malos, Laurie también lo ha hecho y a él no le decís nada -se defendió.

-Laurie -dijo Ana enfadada.

-Es cierto.

Todos volvieron a reírse, ya que la expresión que tenían en la cara los hermanos eran cómicas. Un monje se acercó a ellos.

-Buenos días hermano -le dijo Liam.

-Os tengo que dar una mala noticia. Honorio ha muerto.

Honorio, el hombre que había sobrevivido a las estocadas de Samuel, el fundador de la Orden de Roca, uno de sus genios había muerto, de la noche a la mañana.

-¿Qué? -dijo Lucía.

-Sí. Ha sido esta mañana, de repente. Ha dicho el médico que tenía una pulmonía, pero ya sabéis como es, siempre fuerte como un roble y orgulloso como nadie.

El novicio estaba preocupado, ya que nunca había dado noticias de ese tipo, y no sabía cómo solía reaccionar la gente.

-El entierro será pasado mañana.

-Iremos -se limitó a responder Liam.

De pronto el día se les había estropeado.

El día del entierro acudió mucha gente a la iglesia. A Ana se le antojó igual que el de su amiga Victoria. Lloró, y junto a ella mucha más gente. Con esa muerte se había cerrado una etapa, y comenzaría otra nueva, una esperaban con menos dolor.


Tras la marcha de Eustaquio los más jóvenes habían convocado una reunión. En ella tomaban parte Pablo, Alejandro, Daniel y muchos más. Claudia se había enterado de la marcha de Eustaquio, y la verdad, no estaba muy comprensiva con ellos. Todos temían por su vida, ya que cada vez era más violenta. Si se enteraba de su reunión, más les valía tener suerte.

-Debemos hacer algo. Esto es insoportable e inhumano -comenzó Pablo.

-¿Pero el qué? -inquirió uno.

-Ser verdaderamente valientes, como lo ha sido nuestro compañero.

Tan sólo cuatro de ellos se habían decidido a dar el paso. Esa misma noche saldrían de esa prisión, e intentarían labrarse un futuro en otra parte. Uno o dos querían fastidiar a Claudia, boicoteando sus misiones, o simplemente luchando contra ella, pero esa idea no tuvo muchos votos.

A las dos de la madrugada, cuando una oscuridad sin límites cubría el horizonte, cuatro personas, equipadas con grandes bolsas salieron de ahí. Cruzaron todo el camino y llegaron al portal. No lo cruzaron tan rápidamente como Adrián, ya que eran unos simples aprendices.


Se aparecieron en el claro de un bosque. Estaban desorientados y miraron repetidamente de un lado a otro. Lo único que encontraron fue una casa de madera y a un hombre de espaldas. Su complexión les recordaba a alguien, pero no hubieran sido capaces de decir exactamente a quién.

El hombre estaba talando algo y soplaba repetidamente sobre su obra. La levantó un poco y pudieron verla. Era una paloma. Estaba tallada sobre un tronco, y parecía majestuosa. Tenía las alas desplegadas y agarrada con el pico tenía una rama de laurel. El hombre abrazó la figura, y siguió tallando, esa vez las alas.

De pronto a Pablo lo asaltó un terrible presentimiento.

-¿Adrián? -preguntó con voz temblorosa-, ¿eres tú?

El dueño de la casa se dio la vuelta, y les sonrió. Llevaba un pantalón negro, y nada arriba. El pelo le caía desordenadamente sobre la frente, pero seguía siendo igual de atractivo como siempre.

-Me alegro de veros.


N.A.

¡Hola de nuevo!

Sé que he estado un poquito ausente, pero es lo que tiene la dura vida del estudiante.

Intentaré volver este finde con un nuevo capítulo, no quiero que os quedéis sin saber qué pasa.

Gracias por darle una oportunidad a esta novela.

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