Capítulo 11
Ochagavía era en esos momentos un pueblo muy seguro para todos sus habitantes, sobre todo para los más pequeños, pero los que habían vivido bajo la amenaza de una constante guerra contra Oclania, los hombres de negro o, en su defecto contra Claudia, no eran capaces de disfrutar de una vida tranquila.
Los niños no sabían nada acerca de la magia, y aunque las madres se habían empeñado en otorgarles el don de la magia a todos y cada uno de ellos, nunca les habían enseñado a utilizarlo. La Orden de Roca continuaba estando vigente, y aunque ya casi no luchaban, continuaban enseñándoles el arte de las armas a los muchachos y muchachas más fuertes y convencidos del pueblo. Parecía que el peligro jamás volvería a acecharles, pero no era así, sabían que algún día alguien regresaría y volvería a luchar, con cualquier pretexto, pero lo haría.
Sara era una niña pequeña, de tan sólo siete años de edad. Sus padres la cuidaban mucho. Brithany no estaba de acuerdo con lo que su marido decía. Santiago estaba empeñado en que le enseñaran a la niña a usar sus poderes, pero Brithany recordaba que cuando todos sabían magia, el mundo era un lugar peor, y no quería que ese fuera el futuro que le esperase a su hija.
Ese día ella estaba algo triste, porque Clara se había llevado a sus hijos al campo y no podía jugar con ellos. Lo que no sabía era que Alberto y Jonás iban a ir a su casa por la noche, con el pretexto de celebrar su cumpleaños. Los dos niños eran sus mejores amigos, y aunque se llevaban aproximadamente dos años, se entendían a la perfección.
Brithany y Santiago habían tenido que ir a la casa de Lucía, que se encontraba algo mal. Paula se iba a quedar cuidando a la niña. Disfrutaba mucho con ella, le recordaba enormemente a sus hijos.
-Hola cariño -le dijo a la niña mientras la cogía en brazos.
Ella se quedó hablando con los padres de Sara, y mientras tanto Liam acompañó a la pequeña a su cuarto. Siempre que se quedaba con ellos a dormir ocupaba el antiguo cuarto de Brithany.
-Entonces vendrán Alberto y Jonás para pasar la noche, ¿verdad? -dijo Paula al comprender los planes de su hija.
-Sí. Espero que no os importe.
-Bah -dijo mientras movía la mano quitándole importancia-, si sobrevivimos a ti y a tu hermano, no habrá ningún problema.
-Muchas gracias -le contestó Brithany mientras besaba sus mejillas.
Sara pasaba mucho tiempo metida en el desván, ya que le encantaba ver todos los objetos viejos que sus abuelos guardaban ahí. De pequeña correteaba entre las grandes cajas, y cuando creció algo más, se dedicaba a registrar todos y cada uno de los álbumes de fotos que se hallaban ahí. Ese día en concreto se sentó bajo el alféizar de la ventana, pensando.
Tras unos cuantos montones de libros, vio una caja que no había visto nunca antes. Se levantó corriendo y fue hacia ella. Se sentó en el suelo y comenzó a vaciarla. Varios vestidos pequeños, algunos trapos viejos... Cuando pensaba que ya no encontraría nada interesante, descubrió un pequeño cuaderno. Apenas le dio tiempo a hojearlo cuando entró su abuela. Ordenó un poco todo, pero permaneció con la libreta en las manos.
-Cariño... A cenar, y deja el cuaderno -añadió al verlo entre sus manos-, está muy sucio.
La niña en vez de hacerle caso se lo guardó bajo la chaqueta y la siguió. Subió a su cuarto rápidamente y depositó su preciado tesoro bajo la almohada. Bajó los escalones que separaban el suelo de su litera y se dispuso a cenar.
-¡Alberto, Jonás! -gritó contentísima al verlos.
-Feliz cumpleaños -le contestaron al unísono.
Esa fue la noche más feliz de la vida de la niña. Ese día durmieron todos en la misma habitación. Los niños ocupaban la litera de abajo y la cama que estaba pegada a la pared. Como de costumbre Sara ocupó la superior. Estuvieron hablando durante mucho rato, pero finalmente los chicos se durmieron.
Era ya casi medianoche, pero ella no podía dormirse. Hubiera podido ir a por un pequeño vaso de leche, o tal vez a dar una vuelta, pero temía despertar a los chicos. Recordó que el libro estaba bajo su almohada y tras encender una vela, se dispuso a leer.
Era una especie de diario y según le pareció a Sara contaba la historia de esa extraña asociación conocida como la Orden de Roca.
Bastante entrada la noche Alberto se despertó al ver una luz que se colaba por un resquicio del somier.
-Jonás, mira, ven -le susurró a su hermano silenciosamente.
Jonás se levantó lentamente de la cama, sin apenas hacer ningún ruido y se acercó a su hermano.
-¿Qué pasa? -le preguntó levantando algo la voz.
-Shh... está leyendo algo. Te propongo asustarla -le dijo maliciosamente-, parece estar muy concentrada.
-Vale -aceptó su hermano.
Subieron con cuidado la escalera, evitando que crujiera. Una vez estuvieron arriba, la vieron sobre la cama. Estaba echada boca abajo, las piernas, que le sobresalían de la manta se movían constantemente, ya que estaban algo levantadas. El pelo rubio le caía por la espalda y en la mano sostenía una vela, que tenía como finalidad alumbrar las hojas que sostenía entre sus manos.
Alberto levantó una de sus manos e hizo una especie de cuenta atrás, desde el tres al cero. A una señal de Alberto, Jonás se lanzó sobre la chica.
-¡Ah! -gritó ella.
La vela se escapó de sus manos, pero Alberto fue rápido y la agarró. En ese tiempo ella se dio la vuelta sobre la cama y los miró enfadada.
-¡¿Cómo os atrevéis?! -dijo mientras se cruzaba de brazos.
-Shh, que despertarás a tu abuela -le contestó Jonás reprimiendo la risa como buenamente podía.
Ella continuó mucho rato enfurruñada, pero sus enfados no duraban nunca demasiado tiempo, por lo que apenas dos minutos después les volvía a hablar.
-¿Por qué leías a estas horas? -le preguntó Alberto, temeroso de una mala respuesta por su parte.
-No lograba dormir, y por no despertaros -dijo con un resquicio de odio en la voz- no he bajado ni a por un vaso de leche ni a caminar un poco, que siempre me funciona. Si queréis podemos leerlo todos juntos -propuso.
-De acuerdo, pero tú lees -puso como requisito Alberto.
Esa mañana me desperté con un fuerte dolor de cabeza -comenzó a leer mientras Jonás la alumbraba con la vela-, pero no conocía sus causas. De pronto los recuerdos regresaron a mi mente, y supe que me encontraba de nuevo en mi dimensión. La noche anterior cruzamos el último portal, pero no fue como lo planeamos. Cuando Fabián echó sobre él el líquido, se abrió demasiado y nos tragó a todos. Afortunadamente nos dio tiempo a sacar de su castillo a Claudia.
Era un tubo demasiado largo, pero también oscuro. Mirábamos todos hacia un lado y hacia otro, pero la luz no entraba. Notamos cómo nos faltaba el aire, e inmediatamente después perdimos la noción del tiempo. Solamente recuerdo que Jesús me cogió y me sacó de ese infierno.
Me he despertado en la casa de mi madre, en mi cama. Me he levantado a por una infusión que me redujera el dolor y me he encontrado a Paula en el salón. Iba con su bata. Tenía una taza entre las manos y me miraba con tristeza. Le pregunté por mi hermano, pero me contestó que Ángel había muerto. Oh, fue horrible. Parece ser que se quedó sin aire y por una insuficiencia respiratoria no sobrevivió, pero me pidió que fuera fuerte y lo lograra superar.
-Es el diario de mi mamá -dijo Sara orgullosa-, el próximo día que está escrito es aproximadamente un mes después.
-Sigue -la incitó Jonás.
Hace ya casi un mes que enterramos a mi hermano. No nos hemos conseguido recuperar todavía, y para colmo Rodrigo me ha dejado. Cada vez se distanciaba más de mí, pero hasta que no le he preguntado directamente no me ha dicho las causas de este distanciamiento. Parece ser que prefiere ir a luchar a otro sitio, contra las fuerzas malignas en vez de pasar el resto de mi vida.
Prácticamente me ha roto el corazón, pero he creado una barrera protectora que nadie logrará traspasar jamás.
Lo he visto marchar desde mi habitación, y pese a que me había prometido que no lloraría, las lágrimas han aflorado por mis ojos.
Santiago ha subido preocupado por mí y me ha consolado. En él he visto una gran amistad que no pienso desaprovechar. Hemos decidido que seremos amigos, pero creo que él piensa que algún día llegaré a enamorarme de otro hombre, en concreto de él.
No sé si me arrepiento de haber tomado esta decisión, ya lo descubriré.
Había vuelto a acabar otra hoja del diario, pero a una señal de sus amigos continuó con la lectura.
Hace demasiado tiempo que no te cuento nada, y por eso mismo creo que ya es hora de volver a escribirte.
El invierno al fin ha llegado, y parece que la nieve ha conseguido aplacar el fuego de mi corazón. Santiago y yo tenemos una relación que probablemente llegue más allá de la amistad. Puedo contarle todo lo que me sucede, lo que pienso y lo que siento, es como si Rodrigo volviera a estar a mi lado. No quiero pensar en él, pero cada vez que veo a Santiago, recuerdo todas las tardes que pasamos tumbados sobre la hierba húmeda de la primavera.
He hablado con Marta de todo esto y me ha animado a tomar una decisión. En cambio Victoria se muestra reacia, ya que cree que se lo he arrebatado. Santiago me dice que no me preocupe por lo que ella piense, pero cada vez que la veo y me mira mal no puedo evitar sentirme culpable.
Mi madre está muy emocionada, ya que es la primera cosa buena que le ocurre desde que Ángel murió, pero yo no estoy tan segura de que vaya a salir bien.
Intentaré escribir más tarde, que tengo que bajar a preparar la cena.
Diecinueve de marzo:
¡Me caso! Ya es oficial. Santiago me pidió hace una semana matrimonio y yo acepté. Nos casaremos en dos semanas en la sede de la Orden de Roca. Marta y Clara han accedido a ayudarme con el vestido y todos los preparativos. No me veo demasiado preparada para convertirme en esposa, pero Santiago confía en mí.
Alán ha decidido que se va a retirar, pero quiere enseñar a los niños, por lo que va a formar parte de los profesores que explican cosas en la gran escuela.
Hace demasiado tiempo que no escribo, pero una cosa y otra lo han impedido. Sara es una niña adorable, que se parece más a su padre que a mí, pero no me importa en absoluto. Paula está muy emocionada con el bebé, además dice que le recuerda enormemente a mí.
Hace unas pocas semanas tuvo lugar una reunión, probablemente la última en la que estaríamos presentes todos los miembros de la Orden de Roca.
Algunos creen que ya no hay peligro, ya que no se puede abrir ningún portal, pero otros, entre los que me incluyo, no estamos de acuerdo con esa hipótesis. Recuerdo los tiempos en los que Claudia nos podía estar esperando en cada esquina, y ahora que soy madre, comprendo por qué nunca nos dejaban salir solos a la calle. Es un terror constante. Santiago cree que lo que deberíamos hacer es explicarles a los niños todo con respecto a los portales. Si supieran cómo abrirlos, ¿quién puede asegurarme que no lo intentarían?
Por suerte no saben que poseen el don de la magia, y eso es una gran ventaja. Si lo supieran, les bastará con desear abrir uno y luego cruzarlo. Ójala nunca se lo digamos, o todos los problemas regresarán a este pueblo.
Tengo la extraña sospecha de que Claudia ha logrado abrir de nuevo los portales, no para venir ella aquí, sino para mandar a sus hombres a esta dimensión. Dios no lo quiera. Sería el fin.
-Ya no hay nada más escrito -dijo Sara mientras depositaba el cuaderno sobre su almohada.
Se recostó contra la pared y los observó. Jonás la observó y esperó unos segundos hasta que les propuso abrir un portal. Alberto se negó en rotundo, dijo que lo pensarían más tarde, pero el chico albergaba la esperanza que te entrasen en razón.
N.A.
¡Último capítulo y esto acaba! Seguid leyendo, que ahora viene el epílogo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro