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Capítulo 10

Desde el interior de su castillo, Claudia notó cómo regresaban las corrientes de aire. Llamó a gritos a uno de sus hombres que apareció a su lado en tan sólo unos segundos.

-Diga -la incitó a hablar.

-Asegurate de que todo esté cerrado, hay mucha corriente -le dijo Claudia fríamente.

-Eso se debe -le contestó él- a que la campana esa que nos tenía encerrados se ha desmoronado esta mañana a primera hora.

-¡¿Y me lo dices ahora?!

-Discúlpeme -dijo mientras salía corriendo.


Claudia se levantó y andó hasta la cuna que estaba sobre el frío suelo de piedra. Cogió al bebé que dormitaba en ella en brazos y volvió a sentarse en su trono.

-Hola, Stephen. Shh... -dijo cuando el bebé comenzó a llorar-, cálmate. Tengo una buena noticia que darte -dijo mientras besaba el rostro del pequeño-, somos libres. Al fin. Parece ser que la Orden de Roca nos ha liberado del castillo, pero no de la dimensión. Bueno -suspiró-, esto es mejor que nada.

Claudia volvió a levantarse y salió al exterior por primera vez en mucho tiempo. Llevaba un vestido blanco que llegaba hasta el suelo, sin mangas y con un poco de relieve. Nada más salir vio que estaba lloviendo, pero eso no impidió que cruzara el arco de la puerta de su castillo. Para no mojar al niño hizo una capa protectora, como si fuera una especie de paraguas, invisible para todo aquel que la fuera a mirar, cosa que le transfería un aire de diosa.

Se remangó el vestido con delicadeza y asomó un pie. Con este dio un pisotón sobre el mojado suelo. Ya que toda su magia estaba canalizada en el paraguas, al dar el pisotón se rompió. Estaba muy enfadada ya que la Orden de Roca la había encerrado a ella y a su bebé en su dimensión, y ella prefería (aunque jamás lo fuera a reconocer) estar encerrada en el castillo. El suelo se empezó a quebrar y se quedó seco. Parecía un desierto, ya que a pesar de que lloviera, el suelo seguía seco. Tapó una poco al bebé para que no se mojase y le dijo:

-Mira Stephen, este es tu nuevo hogar.

El niño abrió los ojos y miró al cielo. Vio que las estrellas desaparecían y las sustituía un manto de oscuridad. Al ver esto, el pequeño comenzó a llorar. Tras eso Claudia volvió a entrar en su castillo y se fue directa al baño para lavar al niño y lavarse ella.


-¿Cómo se lo ha tomado? -le preguntó uno de sus compañeros al joven que le había dado la noticia a Claudia.

-Mal, si por mí fuera, no iría a su lado aunque me lo ordenase.

Se sentaron todos a la mesa y esperaron hasta que Claudia llegó. Pidió silencio absoluto, ya que su bebé estaba dormido, y no quería que nada ni nadie interrumpiera su tranquilo sueño. Cenaron en absoluto silencio y en cuanto tuvieron la oportunidad salieron de la estancia para dormir, aunque sus sueños fueron muy agitados.


Matías había ido toda su vida detrás de Marta. Él la observaba a menudo, ese pelo rubio tirando a castaño, sus ojos azules y su figura le impresionaban. Marta no quería tener ninguna relación en ese momento, por eso siempre rechazaba los poemas y las cartas de amor que Matías le enviaba. A la chica le parecía que él era guapo, hasta una vez cuando tenían doce años, le vio en el pueblo y se enamoró de él, pero eso ya pasó, ella era pequeña e ingenua. Decía que a ella ya no le gustaba, o eso creía.

-Marta, te he estado buscando. ¿Qué haces esta noche? En el pueblo de al lado, en Ezcároz, hay unas fiestas y he pensado que te gustaría venir conmigo -le dijo o mejor dicho suplicó.

Ella no quería aceptar su invitación por lo que pudiera pasar, ya que se había planteado el seguir enamorada de él, pero le parecía divertido así que aceptó.

-Vale. A las ocho y media en la puerta de mi casa. Se puntual.

La chica le sonrió y se alejó y el chico se quedó mirándola fijamente impresionado.

-¡Sí! ¡Ha aceptado! -dijo Matías saltando de alegría.

A las ocho y cuarto de la noche, se dirigió a casa de Lucía para recoger a Marta.

-¡Marta! -dijo Lucía en un tono elevado de voz- ¡Abre, será Matías!

La chica llevaba un vestido alucinante. Era rojo, no muy largo, por las rodillas y muy pegado a su cuerpo.

-Estás impresionante -le dijo el chico sonrojado.

-Gracias -contestó ella.

-Bueno, pongámonos en camino, que tenemos un buen trecho que andar.

-Adiós mamá.

-Adiós hija, pásatelo bien y ten cuidado.

Los chicos se dispusieron a andar. Había mucha tensión, ya que no sabían que decir. Matías fue quien rompió el silencio.

-Vayamos por aquí -dijo señalando un bosque-, es un atajo.

-Está bien -dijo la chica pensando en lo que les podía pasar siendo de noche y estando solos.

-No te preocupes Marta -dijo el chico leyéndole el pensamiento-, yo he venido muchas veces por aquí con mis padres de pequeño y hace poco, siempre que eran estas fiestas, es el primer año que no vengo con ellos -le entró un poco de morriña, pero pensó en que estaba con Marta y se alegró-, pero a lo que iba, que no pasa nada, es seguro.

-Está bien, confío en ti.

El chico se enrojeció y se dispuso a andar. Cuando estaban en el centro del bosque, se oía la música de las fiestas. Se sentaron un poco a descansar. Como el chico tenía calor, se desabrochó la camisa, y Marta no pudo evitar mirarle impresionada. Lo que alguna vez había sentido por él había vuelto. No sabía si decírselo. Sabía que aceptaría, ya que él también estaba por ella, pero y si no lo hacía, y si se había cansado de esperar y ya no la quería, y esto solo era en plan de amigos, y si al rechazarla le partía el corazón, no podría soportarlo.

De repente, se miraron los dos a los ojos, y supo que no se había cansado de esperar, y entonces se fueron acercando poco a poco hasta estar pegados y se besaron. Estuvieron allí durante un minuto o dos, disfrutando del inesperado beso. La chica se alegró de lo que había pasado, ya que el chico seguía sintiendo algo por ella, y el chico estaba rebosando de alegría, sabía que esto iba a pasar algún día, y le alegraba que por fin hubiera llegado.

A la mañana siguiente Lucía estaba preocupada ya que no habían vuelto. Se habían quedado dormidos en el bosque, y ni siquiera habían llegado a ir a las fiestas. Cuando el sol terminó de salir, la recién pareja se despertó.

-¡Ay no! Mi madre me va a regañar.

El chico la miró mientras hablaba, le encantaba la cara que ponía cuando estaba estresada.

-¿Pero que haces? ¡Vamos, levanta! Nos tenemos que ir.

-Si, si. Pero una cosa, sobre lo de anoche.

-Si a mi también me gustó, pero luego lo hablamos, que no hay tiempo.

El chico pensó que el beso no significó nada para la chica.

-Ah, y por cierto -la chica se acercó y besó sus dulces labios- no lo decía en broma cuando he dicho que lo de anoche me gustó.

Entonces el chico se levantó de un salto y dijo:

-A mí también me gustó. Pongámonos en camino.


Cuando llegaron Lucía les preguntó que dónde habían estado y ellos contestaron que las fiestas se habían alargado y no se dieron cuenta de que ya era de noche, así que decidieron no volver solos de noches. Lucía les dijo que era una tontería, que era más peligroso quedarse en la calle toda la noche a dormir a volver solos a casa a esas horas, y entonces supo lo que había pasado, y les dijo que no pasaba nada, ya que ella pensaba que era ya hora de que Marta tuviera una relación. Subieron al cuarto de Marta y hablaron de su relación. Al final quedaron en que a partir de ese momento serían novios, pero no se lo dirían a nadie hasta que pasara un mes o dos.


N.A.

Seguid leyendo, que queda ya poquito.

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