Cap. 9
«Enrique Williams»
Tras volver a casa, ese día, la vida siguió con normalidad. Nos despedimos y ella quedó ahí, fantaseando con la salida que tendría en compañía del chico. Por mi parte yo contacté a Noé y acordamos en vernos al día siguiente en mi casa para tratar asuntos de suma relevancia. Sí, quería escuchar de su boca lo mismo que mi cerebro repetía: Que era mala idea esa cita entre la rubia y el castaño. Pero no es así, porque ahora está aquí, sentado en mi puff, con cero ganas de darme la razón.
— Yo digo que estás celoso —es lo único que comenta mientras me limito a clavar la mirada en el techo.
— Claro. Celos de amigo. Si Alice se va quedaré completamente solo, tú nunca pasas conmigo —admito y lo escucho soltar una risa.
Tratando de no verme ofendido por su reacción, apoyo ambas manos en la cama para sentarme y lo observo, negando.
— No comprendo lo gracioso —declaro.
— Porque eres idiota —tras eso vuelve a reír—. Enrique, te he escuchado decir muchas cosas tontas en esta vida, pero nunca algo tan imbécil como "Celos de amigo" —añade a la vez que hace comillas con sus dedos y no logro comprender su punto—. Celos son celos, tarado, no importa cuál sea tu posición en ellos. Son celos y traen sentimientos consigo.
— ¡Sentimientos de amigo! —Me defiendo, él suspira.
— No hay peor ciego que el que se niega a ver, eso dicen por ahí, pero bien, si eres feliz esquivando la realidad, allá tú.
— Yo no esquivo la realidad.
— Claro que sí —se pone de pie y camina hasta la ventana—. Aún te afecta lo de tu padre, pero tratas de convencerte de lo contrario para no lastimar a tu madre y en el proceso los ignoras a ambos.
— ¿Qué tiene que ver eso con que Alice en este instante está en el cine con Edgar? —Indago.
— ¿Ves que no lo niegas? Porque evitas aceptar lo obvio —lo veo encogerse de hombros.
Chasqueo la lengua en respuesta, cruzo los brazos tras mi cabeza y vuelvo a recostarme, de pronto el techo luce el doble de interesante que todos los días. Durante unos minutos se crea un silencio bastante pacífico, pero lo suficientemente vacío para dejar cavidad a mis pensamientos, los cuales no tardan en hacer acto de presencia. En menos de un segundo me encuentro pensando en qué podría ocurrir si Alice y Edgar se llegan a gustar, comienzan a salir más tiempo juntos, se hacen novios, ella se aleja de mí, nunca seguimos su lista, dejamos de ser amigos, ya no la veo, comienzo la universidad y ella también, Edgar la saca del país y pierdo contacto con ella para siempre, me olvida, la olvido, ella se casa con Edgar, tienen hijos y Jack conoce a una perrita que Edgar le compra y todos son una familia feliz, años después me encuentro con ellos en el mismo centro comercial por mera casualidad y Alice no me reconoce o finge no hacerlo y yo lloro porque de mi parte nunca encontré ninguna otra mejor amiga, finalmente muero triste y solo mientras ella cuida de sus nietos siendo una viejita muy feliz. Pero es solo una posibilidad, no quiero darle tanto poder sobre mí... Sí, no.
— Enrique —escucho el tono insistente de Noé, pestañeo y lo observo para prestarle atención, una parte de mí agradece que su voz se haya hecho presente, casi sobre pienso.
— ¿Ah? —Me limito a responder.
— ¿De verdad temes a que Edgar te quite a Alice? —Niego—. Entonces, dime, ¿qué es lo que te aterra?
— Sabrá Dios —concluyo.
— Hay mucha gente en este planeta como para que él tenga que saber el miedo de cada uno de ellos a cada segundo. Déjalo fuera y responde —. Insiste.
— Cuando sepa serás el primero al que le contaré.
— Gracias.
Asiento y el silencio nos envuelve por segunda o quinta ocasión durante nuestra charla de hoy. Esta vez escucho pasos que se acercan de fondo, cierro los ojos deseando que todo sea parte de mi imaginación, pero eso no ocurre. Alguien entra a mi habitación y una pequeña voz en mi cabeza me indica que es papá. Abro los ojos para llevarle la contraria a esa voz, pero nuevamente eso no ocurre, pues me toca darla la razón. Es papá el que se encuentra al margen de la puerta, me mira desde su posición. Lleva un pantalón de tela, como si fuese a visitar algún lugar que lo amerite. La camisa blanca hace contraste con su cabello oscuro y canoso. Su mirada viaja hasta Noé y vuelve a mí de forma lenta, posteriormente decide recorrer la habitación de un vistazo. Observo a mi amigo y ninguno de los dos parece saber cómo reaccionar. No decimos nada. El silencio, antes tranquilo, se vuelve tenso con una rapidez impresionante.
— Pequeño —menciona con suavidad como si temiera que de aquella palabra salga un dardo venenoso y yo caiga muerto en ese instante. No respondo—. Uhm... Mamá dice que si quieres que salgamos a comer —relame sus labios, puedo sentir cómo me estudia con la mirada buscando la respuesta en alguno de mis gestos, pero yo solo puedo pensar en que ese pequeño movimiento de su lengua sobre sus labios acaba de delatar lo nervioso que se puso al realizar aquella propuesta.
Es cosa de Williams.
— ¿Los tres? —Pregunto.
— Puedes llevar a tu amigo si eso te hace sentir más cómodo —ambos observamos a Noé el cual niega de forma rápida.
— No, gracias, pero es cosa de familia, señor Alfred. Aunque, Enrique, si lo necesitas voy —alza las cejas clavando su mirada en mí, ahora me siento el centro de atención y hace mucho que no me gusta sentirme así.
— Tienes razón, es cosa de familia —hago contacto visual con mi padre, dos segundos, el tiempo suficiente para notar la sonrisa que acaba de formarse en su rostro y las lágrimas que quedan retenidas en sus ojos.
— Genial, te avisamos para que bajes.
Con esa frase se despide y sale casi que corriendo de mi habitación, una extraña sensación parecida a la felicidad me invade cuando lo escucho correr por el pasillo soltando pequeñas risas hasta llegar a las gradas donde sus pasos se van perdiendo en cuestión de segundos. No puedo evitar pensar que acaba de correr donde mamá a decirle que iremos los tres, como familia, como hace mucho no hacemos, juntos.
— ¿Estás listo para eso? —Me consulta el moreno y asiento sin sentirme muy convencido.
— Tengo que hacerlo algún día, ¿no?
— Suerte, cualquier cosa me comunicas, ¿de acuerdo?
— Ajá.
Se acerca a mí y me pongo de pie para despedirme de él. Tras un apretón de manos y un abrazo corto, Noé abandona mi habitación. Sucede lo mismo que con papá, sus pasos son audibles hasta que baja al primer piso, luego se pierden entre el silencio de mi hogar. Bueno, mi casa.
Pasan veinte minutos desde que Noé se va cuando el grito de mamá logra llamar mi atención.
— ¡Enrique, cariño, baja ya! —Me pongo de pie sin muchas ganas, me peino el cabello con los dedos y pongo mi sonrisa más presentable para salir de mi habitación y avanzar por el pasillo.
— ¡Bajando! —Notifico a medida que bajo por las escaleras y una pregunta clara me llega: hasta qué escalón será que se escucha desde mi habitación.
Niego. No es momento de pensar cualquier cosa. Enrique, concéntrate, tienes dieciocho años, por favor. Una vez me encuentro en la sala, repaso todo con la mirada, es una vieja costumbre, solo me aseguro que todo siga en su sitio. Nunca se sabe cuándo puede ser algo diferente, como en uno de esos juegos en cámara de seguridad donde tienes que averiguar los detalles que cambian en cada habitación a medida que avanza el juego. Son juegos de terror que aunque no me dejan conciliar bien el sueño, siempre me sirven de distractor.
— Enrique —llama mi madre a la vez que sale de la cocina, me toma tan de improviso su presencia que doy un pequeño brinco al verla.
— Joder, mamá, ¿usted planea matarme? —Toco mi pecho con una mano y me hace gracia notar lo rápido que va mi corazón.
— Cuida ese lenguaje, jovencito —reclama y sonrío antes de sacar la lengua.
— A este paso se me hará sencillo, de aquí a mañana me da un infarto si sigue saliendo así.
— Exagerado —ríe.
— Así actuamos la gente guapa —agrego avanzando hacia la puerta, ella me da un pequeño golpe en la cabeza que solo me causa risa y durante ese instante todo se siente bien.
— Camina, cabezota. Alfred ya está en el auto.
Y lo bonito termina tras su última oración. Salgo de casa y efectivamente ahí se encuentra el auto de papá. Parpadeo un par de veces a medida que avanzo pues la luz del sol parece querer cegarme. Cuando me encuentro nuevamente frente al Ford negro un nudo se crea en mi garganta, una suave voz me cuestiona si realmente me encuentro listo para esta cena familiar, sobre todo teniendo en cuenta que hace mucho no somos lo más básico en "Familia". Bueno, al menos no por la zona. Abro la puerta del coche y la imagen de Amy sosteniendo mi mano junto a la de papá se hace presente como un doloroso recuerdo. Subo y a mi mente viene la escena de mamá y papá, juntos, felices, amándose, riendo y disfrutando de ese amor que se les arrebató con la muerte de mi hermana. Por inercia sujeto mi brazo y lo presiono con suavidad, cierro la puerta con cuidado y mamá se sube de copiloto. Ambos voltean a verme y me esfuerzo por sonreírles, entonces las palabras de Noé hacen eco en mi cabeza «Aún te afecta lo de tu padre, pero tratas de convencerte de lo contrario para no lastimar a tu madre» Niego para mis adentros, no tengo razón alguna para hacer eso. Yo quiero a mi padre y lo que más deseo es que nuestra relación se solucione, extraño al niño que fui, el que veía a su padre como un ejemplo a seguir. Daría lo que fuera para recuperar eso.
Solo es una comida, ¿qué puede salir mal?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro