«Enrique Williams»
Jack corre de un lado al otro como loco, Alice ríe mientras el cachorro parece desesperado, es muy enérgico. Yo solo puedo contemplar la escena que dan ambos, sonriendo. Han pasado solo un par de días desde que llegó Jack y aunque al inicio a Patricia le costó aceptarlo, sin duda, el pequeño animalito se ganó rápido el cariño de todos.
— ¡Jack! —Exclama Alice agitando una pelota en su mano, como respuesta el labratriever da pequeños saltos moviendo la cola de un lado al otro— ¡Atrapa! —Grita y lanza la pelota en alguna dirección.
No, Jack no se va detrás de la pelota, contrario a eso solo la mira, saca la lengua, alza una oreja y se echa con la panza al aire. Alice suelta un "Awww" y se arrodilla a su altura para hacerle caricias. Niego sin apartar la mirada de ellos.
— Mi bebé —menciona la rubia— ¿Quieres patinar sobre hielo, mi bebé? —Tras la pregunta, acaricia la pequeña cabeza del perrito.
— El bebé no quiere eso —añado, la veo negar.
— ¿El hombre feo y malo no te quiere llevar a patinar, mi bebé? —Vuelve a preguntarle a Jack.
— No le hables como a un niño, es raro —comento y como respuesta recibo un ladrido— Por favor, admite que es raro —me quejo contra el perro y una risa se me escapa de inmediato—. Ahora yo soy raro, te estoy hablando como si me entendieras.
Otro ladrido se escucha y Alice ríe.
— Ese hombre malo.
— No soy malo —respondo—. Además, uno, ¿cómo vas a llevar al perro a patinar? Es un perro y, dos, ¿quién te dijo a ti que vamos a patinar? —Me cruzo de brazos, mi rubia amiga voltea a verme y sonríe.
— Es lo que sigue en la lista —se defiende.
— Ya —asiento—. Pero eso cuesta dinero y...—mi voz se corta de imprevisto.
— Por favor, Williams —se pone de pie—. Para ti el dinero nunca ha sido un problema.
— Tienes razón, pero...
— Está bien —dice, interrumpiéndome otra vez—. Entonces, ¿cuándo vamos a patinar?
— No sé —admito—. Primero hagamos algo más.
— ¿Cómo qué? —Insiste. Dios, esta mujer.
— Podemos ir al centro comercial —propongo.
— Bien —se pone de pie de improvisto—, pero llevamos a Jack.
No puedo llevarle la contraria, no se me da bien, además me parece una muy buena idea el salir y despejarme, sea con el perro o no, solo quiero estar fuera y lejos de casa un rato. Jack da vueltas por la sala mientras ladra, ambos esperamos a Alice la cual va a vestirse para salir. La niña necesita verse bien hasta para ir por un dulce. Una media hora después, Jack duerme en una esquina, bajo el sofá, y Alice sale de su habitación. Yo contemplo las cerámicas del suelo, cada forma abstracta que guarda, cada color, cada tonalidad y cambio brusco en el aspecto.
— Estoy lista —menciona y suspiro.
— Ya era hora —observo el vestido rosa que lleva puesto y la observo—. Media hora para un vestido, ¿de verdad?
— No me juzgues —sonríe y camina frente a mí como si estuviera modelando su nuevo conjunto, da una pequeña vuelta y lleva las manos hasta sus caderas donde las introduce dentro de unos pequeños bolsillos— ¡Y tiene bolsillos! Es lo mejor —ríe cual niña pequeña mientras se entretiene enseñándome su vestido— ¿Qué te parece?
— Luces hermosa, pero también feliz y eso siempre te hace ver preciosa, Alice, tienes un aura muy bonita —confieso y veo sus mejillas teñirse de un rosado tan pálido como el de su vestido.
— Eres un estúpido —es todo lo que responde antes de llamar a Jack, el cual se levanta con todo el ánimo del mundo.
Llamamos un taxi y en menos de diez minutos nos encontramos camino al centro comercial, el conductor nos mira momentáneamente para fijarse en lo que hace el cachorro, pero su atención vuelve al camino y el recorrido continúa. Jack, por su parte, descansa sobre las piernas de Alice, nos hemos prometido conseguirle una placa, un collar y una cadena para poder caminar de forma libre con él. Así que eso es lo primero en el itinerario de hoy. Conseguirle un collar a Jack.
Cuando descendemos del vehículo, el pequeño labratriever nos observa con miedo, saca la lengua algo agitado y observa todo a su alrededor mientras mueve las orejas en espera de cualquier ruido desconocido. Pago el costo del viaje y Alice carga al cachorro para ingresar. El aire frío nos recibe tras el primer paso, una suave melodía suena de fondo y la gente va de un lado al otro totalmente desinteresados en la vida ajena. La rubia y yo nos observamos y seguimos con nuestro recorrido. Tardamos unos minutos en dar con el lugar, pero al final lo encontramos. Es un local de grandes ventanas en las cuales se muestran los artículos caninos más coloridos y uno que otro artículo para gatos, loros y hámsteres. Tiene escrito el nombre «Pets» en dorado sobre un letrero azul, hay varias personas dentro, pero igual ingresamos y somos atendidos de forma rápida y amable. Después de mucha indecisión, Jack termina con una placa dorada donde está escrito su nombre, un collar gris y una cadena negra, porque son los colores favoritos de Alice.
— No fue tan complicado —comenta a medida que avanzamos entre los locales.
Me limito a asentir.
Tres locales más adelante nos encontramos en una especie de patio central, por lo general aquí suelen darse espectáculos de magia o shows gratuitos, aunque en algunas ocasiones también se ponen diversos comerciantes a ofrecer productos naturales o juguetes novedosos. Son solo personas que no consiguieron un lugar en el cual establecerse y lograron adaptarse a lo que tenía en su disposición, un patio grande en mitad del centro comercial, alejado de los locales y el patio de comidas, donde toda la gente pasa para llegar al otro lado y seguir con sus compras. Es un punto bastante estratégico.
— Así como lo escuchan —anuncia una voz, observo la tarima que se ha montado y desde la cual habla un hombre que seguro no pasa de los treinta años—. Damas y caballeros, es así de sencillo, el que coma más alitas picantes ¡Gana un increíble pase gratuito de cinco horas en la pista de patinaje, es todo pagado! Venga, participe, es un juego en parejas.
Aunque parece captar la atención de varias personas, no parece que hay muchas dispuestas a participar.
— Hay que hacerlo —dice Alice y niego.
— Estás loca —respondo.
— Si tienes miedo no llegas a nada.
— Alice, no —me quejo.
— Eres un llorón —me reclama y suspiro.
Ambos nos callamos, quiero darle al razón, después de todo así ella podrá ir a patinar, pero también me parece que participar en un concurso de comer picante no es lo mío. Además, ya hicimos uno de esos y no salió bien, yo no podría, conmigo ella perdería y luego me reclamaría eso toda la vida. No. Claro que no.
— ¡Yo voy! —Se escucha una voz que logro identificar, volteo para observar a la persona que habló y, efectivamente, es él. Edgar.
— ¡Genial! Pero, es un juego en parejas, necesitas a alguien más para participar —le señala el castaño, aún desde lo alto de la tarima.
Mientras tanto otras parejas ya tomaron su lugar en una de las cinco mesas disponibles. Edgar suspira pues parece que viene solo, le sonríe al hombre y da vuelta para irse.
— ¡Yo voy von él! —La rubia a mi lado grita y me pasa la cadena de Jack para que yo lo cuide.
Pestañeo con lentitud sin saber cómo reaccionar a esto. Veo a Edgar sonreír y ambos suben sin siquiera saludarse. Mi mirar se detiene en el presentador, él parece reprimir una sonrisa y se limita a observarme. Halo de Jack para acercarnos más y poder mirar mejor lo que sucederá.
— Bien, chicos, las reglas son simples —dice—. Gana la pareja que se acabe todas las alitas antes de que el reloj llegue a cero, si uno de los dos deja de comer ambos quedarán descalificados, si alguno se da por vencido, ambos quedan descalificados, es sencillo, ¿verdad? —Sonríe— Comiencen.
Un cronómetro se enciende en lo alto. Una hora. Y las parejas comienzan a comer. Parejas.
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