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Cap. 6


«Enrique Williams»

A la mañana siguiente, todo parece ir lo más normal posible. Me encuentro con papá en el pasillo, pero decido ignorar su presencia y paso de largo hacia el comedor, me tropiezo conmigo mismo al bajar las escaleras, pero mantengo el equilibrio necesario, para no caerme.

— ¡Enrique! —Escucho la inconfundible voz de papá.

— ¿Sí? —Respondo sin voltear a verlo.

Mamá me observa, la saludo con un beso en la mejilla y agarro la tortilla que me espera en la mesa. Le doy un mordisco mientras mi otra mano me guarda una manzana en el bolsillo de los vaqueros, lo cual se me complica un poco porque son algo pegados al cuerpo.

— ¿Quieres que salgamos hoy? —Pregunta, pero niego.

— No tengo tiempo —admito.

— ¿Y qué harás después de clases?

— Su amiga cumple años hoy —comenta mamá cuando doy otra mordida a la tortilla—. Enrique pasará con ella.

— ¿La rubia? —Cuestiona en respuesta y asiento terminando de comer.

— Sí. La rubia, se llama Alice y hoy cumple diecisiete. Ya planeamos el día, perdón, será en otra oportunidad.

Sin más por decir, le lanzo un beso a mamá y salgo por la puerta principal casi que corriendo, comeré algunas mentas una vez llegue al instituto. La verdad, dormí, después de varias noches sin poder hacerlo, como resultado desperté algo tarde y estoy a nada de llegar atrasado a mis primeras clases. Será la primera vez que me tocará poner una excusa con la profesora de Algebra. Me va a matar.

Al llegar, como es obvio, ya no encuentro a nadie y debo salir corriendo hacia mi salón, en la entrada observo a un castaño de pie justo en el umbral, lo saludo con un gesto y paso de largo. Noé me saluda desde su lugar y me dirijo al mío, que queda justo al otro lado del salón.

— ¿Quién es ese? —Le pregunto a Mateo, el chico que se sienta detrás de mí.

— Parece que es un nuevo.

— Ah, entiendo.

No digo nada más porque el castaño ingresa, pasa frente a todos y sonríe al encontrarse delante.

— Un gusto —saluda, se le nota un acento, pero no logro descifrar cuál—. Me llamo Edgar, tengo diecisiete años y espero nos llevemos bien —la maestra le da una orden y él se dirige a uno de los últimos asientos.

— Casi nos cuenta toda su vida —menciona Mateo con sarcasmo y le sonrío.

— Luce agradable —admito.

— No eres el único que lo piensa —hace un ademán con la cabeza para indicarme a unas chicas que se encuentran mirando a Edgar—. Algunas chicas se vuelven locas con los tipos guapos —le doy la razón.

Admito que las chicas no tienen mal gusto. Edgar no tiene un mal aspecto. Cabello castaño. Ojos claros, casi miel. Piel ligeramente bronceada, pero pálida y una sonrisa que luce bonita. La verdad, creo que es normal que a las chicas les parezca atractivo, pues también luce sociable y es obvio que siempre se encuentra atractivo a una persona sociable. Es nuestra naturaleza. 

Obviando al desconocido, la clase sigue con completa naturalidad. Las horas pasan una tras otra y el sol desde la ventana se divisa bastante intenso. Parece que será una mañana muy cálida. Perfecta para tener una mascota. Cuando finalizan las seis horas de nuestra jornada, nos encontramos nuevamente en la salida. 

Tenemos los recesos para comunicarnos, pero solemos obviarlos porque pasamos con otras personas, solo al finalizar podemos ser nosotros tres otra vez.

— ¡Hey! —Una voz llama nuestra atención. Noé termina de guardar algunas cosas que sacó para mostrarle a Alice y los tres nos enfocamos en el chico que se acerca.

— Edgar —saluda mi amigo y sonrío.

— Noé y Enrique, ¿cierto? —Cuestiona señalándome.

— Sí. Un placer —responde.

— El placer es mío —extiende su mano y la acepto con gusto—. Zulett dice que eres el mejor estudiante del salón y quería saber si puedo igualarme contigo.

— ¿Zulett? —Es todo lo que logro articular.

— Sí, una pelinegra, bajita, cabello corto, se sienta delante de mí —observo a Noé en espera de que me ilumine porque no recuerdo ese nombre.

— ¿Armijos? —Indaga él y recibe un "Ajá" por parte de Edgar—. Ah, bien —se pone a mi lado y da un golpe en mi brazo—. Es la amiga de Julissa, la que salió en ese festival el año pasado.

— ¿A la que Alex se besó en medio del baile? —Le digo y Noé sonríe como un niño pequeño—. Ah, ya sé quién es. Bien —vuelvo la mirada al de iris miel y le sonrío—. Dime cuándo y nos reunimos para poder guiarte.

— Gracias, Enrique —menciona y se despide de nosotros con un gesto.

— Ok... ese chico es raro —confiesa Noé y río.

— No, es... —mi voz es abruptamente interrumpida.

— Guapísimo —concluye la voz de nuestra rubia amiga.

Ambos volteamos a verla y negamos.

— No —decimos al mismo tiempo y ella solo nos sonríe.

— ¿Por qué?

— Los hombres mienten, Alice —afirma Noé.

— Sobre todo los de nuestro salón —añado.

Ella no dice nada. 

Avanzamos entre la gente hasta encontrarnos en la acera. Los coches pasan con naturalidad, hay más de un agente de tránsito controlando la circulación ordenada de cada vehículo, aunque a veces algunas personas no respetan los tiempos y solo deciden correr sin esperar órdenes. Alice se nos adelanta y observo a Noé. 

Sonreímos con esa chispa de complicidad. Él asiente y avanzo tras Alice, sujeto su mano para llamar su atención, le sonrío.

— Tenemos que ir a otro lado —le recuerdo.

— Claro, hay que ir. Noé, ¿vienes? —El susodicho se nos adelanta y niega.

— No, voy a mi casa, deberían irse sin mí. Podemos vernos mañana.

— ¿Seguro? —Insiste la rubia.

— Claro, vayan y suerte —sus ojos se clavan en los míos y ambos soltamos una risa.

— ¿Qué se traen ustedes dos?

— Bromance, no entenderías. Eres niña —indica el castaño.

Tras una pequeña discusión de donde obviamente sale ganando Alice, finalmente nos encontramos camino al lugar que tengo ya memorizado. Vamos a paso lento, observamos los alrededores pues pasamos por calles que no solemos frecuentar. 

El sol efectivamente hace que la tarde sea cálida, hay varios puestos de comida y ambos debemos hacer un gran esfuerzo para no detenernos a comer cada cosa que encontramos a pesar de que, yo no como mucho, es Alice la que siempre termina devorando cada cosa que ve.

— ¿A dónde vamos? —Pregunta cuando se extiende nuestro caminar. Llevamos ya veinte minutos recorriendo las calles y parece que vamos en círculos.

No respondo, como ella hizo ya antes. Avanzamos sin que ninguno mencione nada. 

Cinco minutos más tarde nos ubicamos frente a un local bastante amplio, tiene las puertas abiertas y muchos platitos con comida y agua para los perros, de hecho hay varios cachorros que lucen callejeros, algunos comen y otros duermen sobre el césped sintético de la entrada. 

Una mujer pelirroja nos recibe al entrar, nos entrega un folleto y sonríe.

— Enrique —titubea la voz suave de la rubia—. ¿Qué hacemos aquí? —La observo, sus ojos brillan como si estuviera a nada de llorar.

— Escogeremos un perrito —le informo— El que desees.

Me abraza antes de que pueda decir algo más. La pelirroja nos observa con ternura, como si fuéramos lo más bonito que ve en su día, ¿ella será consciente de que pasa con tantos perritos?

— Si les interesa —menciona la mayor causando que Alice se aleje para prestarle atención—. Pueden adoptar a uno de los perritos que están fuera, como verán, no tienen una familia y necesitan tanto amor como los que tenemos aquí. Entonces, pueden adoptar al que ustedes decidan, pero primero deben llenar un formulario, claro.

Tras agradecerle por las indicaciones, la mujer nos entrega algunas hojas. Tras hojear de forma rápida puedo deducir que es el formulario del que habla. Nos entrega un lapicero y comenzamos a llenarlo junto a Alice. 

Las preguntas comienzan desde lo más simple hasta lo más inusual. ¿Cómo se llega de un "Nombre completo" a un "Vive cerca de algún parque para garantizar la recreación sana de su perruno"? En la mayoría contestamos que sí, aunque no. 

La mujer nos informa que el perro que escojamos pasará primero por un periodo de prueba, que se nos hará una visita una vez al mes durante tres meses para observar los cuidados que se le otorga, posteriormente se entregarán los papeles correspondientes y, cuando vean que somos aptos, tendremos la "custodia", por así decir. 

Aceptamos. 

Tras mucho tiempo, muchísimo tiempo, Alice escoge a uno de los perritos que duerme fuera. Es un mestizo que luce adorable, su pelo es de un café medio amarillo y crece en abundancia. La mujer nos informa que él parece salir de una mezcla extraña entre un labrador y un retriever. 

Los perros y los humanos se parecen en eso. Ninguna de las dos especies se piensa mucho antes de elegir alguien para procrear.

— Gracias —menciona con emoción. Sonrío.

Sale un hombre y se lleva al labratriever. Vuelve unos minutos después, el perrito tiene un collarín muy colorido y en la mano del hombre se encuentra una cartilla de vacunas. Después de otros largos veinte minutos de información que ya no me molesto en escuchar, nos encontramos de regreso en el camino. 

Alice carga a su nuevo perrito en brazos, tal como nos informaron, el labratriever tiene todas las vacunas hasta la fecha y está limpio. Literalmente lo bañaron y lo pasearon por los pasillos para que se despida de los demás, tanto dentro como fuera.

— ¿Cómo lo llamarás? —El sol se siente menos cálido a medida que nos acercamos a casa de la rubia.

— Jack. Tiene cara de Jack —apruebo eso con una sonrisa y observo al animalito.

— Deberías dejar que Jack camine.

— Cuando le consiga una correa.

No menciono nada más. Me le adelanto para abrirle la puerta y cerciorarme de que dentro está Noé, justo como acordamos. 

Ella ingresa haciéndole cariño al perrito por lo que no nota cuando su madre y nuestro amigo se ponen frente a ambos con los regalos y la torta.

— ¡¡Feliz cumpleaños!! —Gritamos todos al unísono y ella suelta un grito.

Ríe con júbilo y Jack ladra en respuesta al escucharla. Patricia solo me observa y niega, pero nada puede opacar la sonrisa de Alice. Verla así le da un toque de belleza único.

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