Cap. 5
«Enrique Williams»
Los días transcurren con normalidad y aquella información de que papá vendrá a verme parece pasar a segundo plano a tal punto de dejar de importarme. Es miércoles. De mi situación ya conocen mis amigos y ambos han optado por no dejarme solo en espera de papá.
Los tres tenemos el mismo grado de temor, mi padre es un hombre grande y fuerte, hasta donde yo lo recuerdo, tiene el cabello tan negro como un carbón y unos ojos grises que estuve cerca de heredar. Los iris de mis ojos son más un negro muy clarito que un gris. Aunque el cabello sí que lo tenemos y no sé si sentirme orgulloso de eso.
Siendo honesto, me da miedo ser en algún momento igual a él, parecerme a mi padre y terminar educando a mis hijos de la misma forma.
Debido y gracias a mi madre he crecido con la mentalidad de que la mayoría de cosas son posibles si crees en ti, en que ser original nunca es un delito, que ser independiente debería ser una meta a conseguir y que, ante todo, el respeto es bastante primordial, todo lo demás que soy lo he conseguido por mí y por la vida que nunca deja de sorprenderme.
— ¿Enrique? —La voz de la rubia me saca de mis pensamientos mientras los tres caminamos fuera del instituto.
— ¿En qué piensas tanto? —Trata de indagar Noé y me encojo de hombros.
— ¿Creen que algún día yo sea como papá? —Me atrevo a decir y los veo intercambiar miradas antes de negar.
— Claro que no —responden al unísono.
— Enrique, eres la mejor versión de tus padres —dice el castaño.
— Y también, eres todo aquello que una vez te faltó —añade Alice.
— Nunca serás como él. Serás muchísimo mejor —concluye mi amigo.
— Eso espero, gracias —me limito a responder.
Vuelven a cruzar miradas y se quedan en silencio. De pronto, una chica corre a nuestro lado, pasa empujándome con el codo, pero se voltea y pide perdón. Me fijo que hay muchas personas haciendo lo mismo.
Todas se reúnen en la entrada, tienen los teléfonos fuera y parecen muy interesados en lo que esté ahí.
— ¿Alguna celebridad? —Pregunta Noé a su grupo de fútbol, los cuales observan todo a la distancia.
— No —responde un moreno— Es Alfred Williams, dice que anda buscando a su hijo, la gente se vuelve loca cuando ven a alguien con dinero —habla con naturalidad.
Mis amigos y yo nos volteamos a ver.
Avanzamos a paso rápido hacia el bullicio de cámaras y fotos. Lo tratan como si fuera un actor de Hollywood, pero es una persona de carne y hueso como cualquiera.
Nos hacemos paso entre las personas y entonces lo veo.
Y la vida se me reinicia.
Su cabello negro tiene pintas blancas, como si se hubiera cubierto de nieve, su rostro se marca con algunas arrugas cada vez que sonríe. Viste de traje, como siempre, no ha perdido su porte de galán, parece que incluso los años le han sentado bien.
Observa a toda la gente, saludándola, antes de que su mirada se detenga en mí.
— ¡Enrique! —Exclama una chica a mi lado— ¡Ustedes son igualitos! —Y las cámaras me señalan. Maravilloso.
— ¿Enrique? —La voz de John, un tipo al que le caigo mal, no se hace esperar—. Ya quisiera Enrique que su padre fuera él. A Enrique su padre lo abandonó cuando era pequeño, así como hizo Laura —comenta.
No me molesta que haya dicho que me dejaron, me molesta que haya metido a Laura en todo eso. Me preparo para responder algo, pero una voz más fuerte se me adelanta.
— Tú —dice mi padre dirigiéndose a John— ¿Quién te crees para hablarle así a mi hijo? Yo no lo abandoné, pero de haber sido el caso volví porque lo amo, algo que al parecer tus padres no hacen contigo, porque es la única forma en que logro excusar tu manera tan execrable de ser.
Todos se quedan en silencio, pero nadie deja de grabar. Papá parece regañar con la mirada al pelinegro frente a él, John no se mueve, nadie se mueve, creo que nadie respira.
Yo solo intercambio miradas con Alice, la cual parece en shock, y Noé, el cual tiene una sonrisa dibujada en el rostro. Yo no sé qué pensar. ¿Cómo es que John no sabía que él era mi papá? Si siempre ha parecido tan interesado en conocer a profundidad cada detalle de mi vida, a tal punto de que no sé cómo se enteró que mi padre se había ido. De haberse preparado un poco mejor, se hubiera evitado todo lo que saldrá de esos videos.
No entraré a las redes sociales durante un tiempo. Aunque dejé las redes sociales después de que por mis dieciocho años mis primos me llevaran a una fiesta y terminara haciendo un video en Facebook donde me perdía porque estaba ebrio.
Buenos recuerdos.
— Vamos, pequeño —ordena cuando parece relajarse.
Sin esperar más, avanzo detrás de él. A cada paso siento que la vida me tiembla y se desmorona en ese preciso instante. Mi respiración se vuelve pausada, no como si estuviera en calma, más bien como si estuviera en un trance y no pudiera respirar bien.
Las manos me tiemblan y me sudan. Siento un intenso dolor en los hombros y algo en mi cuello pesa, las piernas se me sacuden aún más que las manos y el niño que habita en mí hace rato me pidió que salgamos corriendo, tuve que tomar su mano y decirle que yo lo voy a cuidar, pero la parte racional de mi cabeza duda sobre quién me cuidará a mí.
— No temas —escucho la voz de papá y hasta ese instante noto que tenía la cabeza agachada.
Lo observo mientras abre la puerta de su auto, lo primero y lo único que noto es que es una Ford de la edición negra.
Debo aprender más de carros, sí.
Me sonríe y observa sobre mi hombro. Saluda con su mano y cambia su expresión de improvisto. Volteo la mirada hacia donde se fija la de él, veo a mis amigos, Alice tiene una mueca en el rostro y Noé lleva los brazos cruzados sobre el pecho. Ninguno de los dos luce gentil en ese instante.
No puedo evitar sonreír al verlos.
Suben en la parte trasera sin esperar una invitación y río tomando mi posición en el asiento de copiloto. Papá cierra la puerta detrás de mí y rodea el carro ajustando la corbata de su traje. Se sube y nadie dice nada. Enciende el carro y en menos de cinco minutos nos encontramos camino a casa. Cuando frena rozando la acera, todos bajamos.
— Gracias —es todo lo que digo mientras desciendo del vehículo.
Lo escucho hablar detrás de mí, pero no me paro a prestarle atención. Los tres pasamos de largo y entramos a mi casa, saludo a mamá con una pequeña sonrisa y nos perdemos escaleras arriba hacia mi habitación. Seguimos sin decir nada, no sé cómo comenzar y creo que ellos tampoco.
Me siento en una esquina de mi habitación, bajo un póster de Bruno Mars que me hace compañía. Me lo regaló Laura cuando éramos novios, como hace más de dos años.
Noé se recuesta en mi cama y Alice toma asiento en el pequeño puff que se encuentra cerca de la ventana donde suelo ver el cielo.
— ¿Le creemos que es de confianza? —Cuestiona Noé.
— Votación —pido.
— Bien. Uno —comienza Alice.
— Dos —sigue Noé.
— Tres —termino y ambos sueltan un sonoro "No"— Sí.
— ¿Sí? —Ambos me observan incrédulos y sonrío.
— Sí. Por favor, no se ve tan malo.
— Eso dijiste con Julissa —me recuerda el castaño— Y te acosó tres temporadas.
— Lo sé —admito.
— Y lo dijiste de Verónica —hace mención Alice— Te engañó con John.
— También lo sé —le apoyo.
— Y no nos hagas hablar de Laura —comentan a una sola voz.
— Oigan. Laura fue una buena novia.
— Sí, pero igual —se defiende Alice.
— ¿Qué nos cuesta darle una oportunidad? —Añado.
— ¡Ya sé! —Dice Noé con alegría—. Una apuesta.
— No, siempre pierdo —confieso.
— Me parece bien —acepta Alice.
— Bien. Dos contra uno —carajo—. Si pierdes, besas a Alice —mi rostro arde al instante y niego— ¡Venga, chicos! Los besos no dañan amistades y yo espero uno de ustedes desde que se conocen.
— No, Noé. Somos amigos —me quejo.
— Los amigos sí se besan —señala.
— Joder, no.
— No me saques en cara tu lado español ahora —vuelve a señalar mi amigo.
— Se me sale, perdón.
— ¿Trato o no? —Nos mira a la rubia y a mí.
— No —respondemos.
— Amargados.
Nadie vuelve a decir nada hasta que deciden irse. Bajamos y nos encontramos a mamá y papá conversando en la sala. Nos despedimos los tres con un abrazo y el acuerdo de informarnos cualquier cosa.
Ni mi padre ni mi madre me dicen nada o tratan de llamar mi atención de alguna forma. Solo me observan mientras Alice besa mi mejilla y se despide. Les doy una mirada rápida y subo las escaleras nuevamente.
Una hora después mamá va a dejarme una manzana a mi habitación. Yo tengo a Bruno Mars casi a todo volumen mientras trato de entender la tarea de geometría, lucía más sencillo cuando lo explicaron en clase, claro que dejaron los más sencillos para el pizarrón y los más complejos como tarea, pero son detalles poco relevantes.
Entre mis apuntes encuentro una hoja, la versión rayada y fea de la lista que hizo Alice. Dejando mi tarea de lado, decido reescribirla en una nueva nota y le pego en la pared frente a mi ordenador. Pongo los quince puntos, cada uno en una nota distinta y los pego en el orden que había decidido con anterioridad.
El primer punto lo tenemos listo, por lo que lo tacho con ayuda de un rotulador permanente. Suspiro observando lo que sigue en la lista y me pongo a buscar dónde puedo adoptar un perrito y de paso un hámster, siempre he querido un hámster.
La cena, por primera vez, me parece muy callada. Mamá me pregunta lo mismo de siempre, pero mi limito a responder con unísonos, sonreír, asentir o negar.
Terminada la velada simplemente me despido ya desde la planta alta y me oculto de forma rápida en mi habitación. Busco nuevamente a la rubia y le mando un mensaje.
No hagas planes para mañana en la tarde, vamos a salir.
Y me quedo ahí, con las luces apagadas, en mi puff, observando la noche caer. Simplemente pensando, aunque no tengo muy claro en qué pienso.
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