Cap. 3
«Enrique Williams»
Al día siguiente, sábado, nos ponemos en marcha para comenzar la lista. Evitamos incluir a Noé, pues Alice pide que únicamente debemos hacerlo ambos, así se hace más fácil y rápido, según sus palabras. No soy bueno para llevarle la contraria por lo que terminamos reunidos en su casa, aprovechando que Patricia, su madre, salió. Nos sentamos en su cama y la veo sacar una hoja algo arrugada, parece manchada, pero lleva palabras escritas.
— Aquí esta —menciona dejando la nota sobre el colchón.
Me acerco ligeramente para observar lo que está anotado, noto que tiene numeración, sonrío. Mi mirada viaja de forma automática en busca del último número de la lista.
— Quince —señalo, sujetando la hoja entre mis manos—. Bien. Hay que organizarlas de la más relevante o sencilla, terminando con la que más tiempo nos tome.
— Me parece bien.
Sin mucho más por decir, comenzamos a organizar cada punto de la lista. Algunas cosas me sorprenden, otras me hacen soltar quejas en voz alta y dos logran llamar mi atención. Sobre todo el "Tener sexo". No sabía que podía ser una meta en la vida de alguien, pero todos los días se aprende algo nuevo.
— Difiero con lo de la cera —acepto con algo de temor mientras observo dónde se puede ubicar aquel, muy relevante, punto.
— Lo sé, pero tendrás piernas de bebé —ríe.
— No me causa gracia —trato de sonar serio, pero termino sonriendo.
— Hay cosas divertidas, no seas amargado, Enrique.
— Ajá, se ve súper divertido querer vestirme de mujer para interpretar a Pimpinela, muero de emoción —ironizo.
— ¡Amargado!
— Realista, aunque te duela. Santa mierda, Parker, ¡quieres que salgamos de un restaurante sin pagar! —Le reprocho.
— ¡Dime que no suena divertidísimo!
— No, obvio no, loca —menciono con obviedad.
Ella suelta un suspiro como si le cansara mi cordura, es como si simplemente olvidara que soy mayor y se supone que debo cuidarnos a ambos. Aunque la mayor parte del tiempo ella me cuida a mí. Al finalizar, la lista queda más o menos así.
1.- Participar en una competencia de comer picante.
2.- (Convencer a la señora Parker de) Adoptar un perrito.
3.- Patinar sobre hielo.
4.- Gritar alguna tontería desde una ventana.
5.- Comprar libros.
6.- Salir de un restaurante sin pagar.
7.- Interpretar a Pimpinela. (Enrique con vestido)
8.- Aprender a conducir.
9.- Viajar en avión.
10.- Ir a un concierto.
11.- Tocar nieve.
12.- Depilación con cera. (A Enrique) (Solo las piernas para que no llore)
13.- Tener una cita romántica.
14.- Dar un primer beso como en las películas. (Bajo la lluvia de preferencia)
15.- Tener sexo. ("Primera vez" porque según Enrique suena más bonito)
Y así se resumía. Sencillo, casi. Para los tres últimos decidimos que le buscaríamos un novio, aunque en el fondo, muy en el fondo, sé que no soy capaz de dejar que cualquier persona esté con Alice y haga aquellos puntos, no porque sea celoso ni un amigo tóxico, simplemente quiero que Alice esté con alguien que la haga feliz antes de permitirse tener un beso de ensueño y cosas así que, se supone, son importantes. Igual, yo no las haría.
— Luce bien —admito observando el nuevo listado, el cual ahora se encuentra en una hoja nueva y limpia.
— Genial, ¿cuándo empezamos? —Agita ligeramente de mis hombros, suspiro.
— Necesitas ir más despacio, niña —me pongo de pie, asintiendo—. Debemos ir en orden. La organización es primordial, así será más rápido y divertido.
— Enrique —me llama, la observo, tiene los brazos cruzados sobre su pecho y me mira despectiva— Tu organización le quita lo divertido —niego.
— Lo entenderás cuando crezcas, mientras más organizado sea algo, menos posibilidad hay de que salga mal.
— ¡No es cierto!
— A ver, ¿y por qué?
— ¡Porque es la vida, Enrique! —Alza los brazos, y la voz, como si fuera obvio su punto—. La vida no es un videojuego donde usas patrones y algoritmos diseñados para ganar, es... no sé, repentina, impredecible, ¡La vida es una locura y eso es lo que la vuelve increíble! No puedes organizarla completamente porque, luego, cuando salga algo que no planeabas entrarás en crisis y así ya no se puede disfrutar.
— Por favor, Alice, hablas como si yo no pudiera hacerme cargo —le digo.
— Es que no puedes. Y no debes —se me acerca—. Enrique, no sé quién te hizo creer que es responsabilidad tuya tener todo bajo control, pero no es así. Conmigo no debes ser tan controlador y lo sabes. Soy tu mejor amiga, te conozco, puedes sacar tu lado más desorganizado conmigo —acaricia mis manos antes de abrazarme.
No puedo argumentar nada sobre lo que acaba de decir. Siento un extraño calor en el pecho y una parte de mí le da razón a sus palabras porque se encoge en mi interior, algo en mí exige, por una vez, improvisar, pero la razón a veces le gana al corazón y me parece bastante prudente eso.
— Bien —asiento dando unas pequeñas palmadas en su espalda para alejarme—. Igual vamos a seguir un orden —suspira, pero la ignoro—. Empecemos con el picante.
— Necio.
— Así me quieres.
Salimos, en el pasillo hay fotos de Alice cuando era pequeña, aunque en su mayoría se encuentran flores, versículos de la biblia, un espejo y una foto de los abuelitos de Alice. Nos dirigimos hacia la cocina y una vez ahí comenzamos a buscar ají. En la nevera. Entre los vegetales. Donde se guarda el arroz. Por los limones. Finalmente, aparece uno confundido de pimiento en una canasta junto a las zanahorias. La rubia y yo nos observamos un segundo, espero a ver si se arrepiente, pero parece bastante decidida. Algo temeroso corto dos rebanadas delgadas del delgado material de mi futura tortura. Los ubico en un plato y miro a mi amiga, deseando que se apiade de mí y cambie de opinión.
— Listo. ¡Esto será genial! —Exclama con emoción.
— Sí, genial —hago una mueca por inercia y la escucho reír.
Cada uno agarra su porción. Niego. Ella asiente. Loca.
— Uno —comienza.
— Dos —la sigo.
— ¡Tres!
Los dos nos ponemos el ají en la boca al mismo tiempo. Ni bien mi lengua y mis papilas gustativas entran en contacto con el picante, mis ojos comienzan a lagrimearme y se siente realmente incómodo. Los labios empiezan a arderme, el calor sube a mi rostro, la saliva se queda estancada en mi boca porque un mecanismo de defensa en mí se niega a tragar. Alice, por su parte, luce bastante tranquila, incluso sonríe. Yo me encuentro poniendo mi máximo empeño. Parpadeo un par de veces para disipar las lágrimas, lo cual no funciona. Termino por ignorar mi mecanismo de ayuda y trago. Cuando la saliva, caliente, picante y tortuosa resbala por mi esófago, no puedo hacer más que perder. Las ganas de escupir son más fuertes, el sabor me resulta demasiado fuerte y sin pensarlo bien decido correr al fregadero donde escupo sin pena alguna. No vomito, pero sí me atraganto en agua un rato. Busco leche, cualquier cosa que me ayude con la sensación, mientras tanto la risa de Alice no se hace esperar mucho.
— ¡Que débil! —Expresa con total diversión.
— ¡Que malditamente mala eres, Parker!
Me venteo la lengua con las manos, ella sujeta su estómago antes de estallar en carcajadas. Me le acero y le doy un golpe en el brazo causando que se queje.
— Táchalo y nunca más lo repitamos —entrecierro los ojos al dirigirme hacia ella y la veo asentir.
Tenemos una cosa menos, se supone que el inicio eran cosas leves. Si esto "leve" se sintió así, comienzo a temer lo que sentiré cuando llegue al punto doce. Si es que llego vivo hasta allá, claro.
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