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Cap 12.


«Enrique Williams»


—Apresúrate, idiota —grita la rubia mientras avanza hacia las grandes puertas que dan acceso a la pista de patinaje.

—Estoy en eso —murmuro en respuesta, sin dejar de caminar tras ella.

Me parece absurdo, aunque cómico, que yo deba estar aquí acompañándola en, lo que para mí es, su segunda cita con Edgar. Ellos tienen que reclamar su pase gratis a la pista de patinaje, pero ella me ha traído hasta aquí como acompañante. Acompañante. ¿Qué edad cree que tiene? ¿Seis?

— ¡Rápido! —Vuelve a insistir ante el umbral de ambas puertas, éstas se abren al sentir el peso de Alice cerca—. ¡Guau, es hermoso! —Chilla y suelto un suspiro, sonriendo.

— Sí, es precioso —menciono sin siquiera detenerme a contemplar el sitio, me ubico a su lado y recorro con la mirada, rápidamente, las paredes pintadas de celeste.

Lo único que puedo pensar es en el enorme frío que hace dentro.

— ¿Precioso? ¡No estás prestando real atención!

Sujeta mi mano y avanzamos juntos dentro del extenso lugar, el frío parece colarse bajo mi piel y tocarme los huesos. Inhalo profundamente y mi cuerpo se estremece cuando el aire frío llena mis pulmones hasta lograr que me duela un poco la nariz. De aquí saldré enfermo, no tengo duda.

Parpadeo un poco y trazo un camino con la mirada, trato de observar hasta el último detalle: las luces blancas que cuelgan del techo, la recepción y la pila de patines que hay detrás de la mujer que está atendiendo, parece entretenida en su revista y algunos mechones de su cabello rojo caen sobre su rostro. Se nota que es teñido, pero no le queda mal el color, aunque siento que su piel es muy canela para ese tono exacto de rojo. Sonrío y desvío la mirada. La pista está ubicada en la parte céntrica del lugar, tras seguir un camino y pasar bajo unas escaleras que te dan la sensación de estar entrando en un estadio.

Avanzamos hasta allí para dar un vistazo y, la verdad, el frío es el doble de intenso en esta zona. Exhalo y el vaho abandona mis labios, la nariz comienza a quemarme y sé que en cualquier momento mi rostro se teñirá de rojo hasta las orejas, porque así me sucede cuando siento frío.

Volvemos sobre nuestros pasos hacia la parte de recepción, increíblemente ahí ya nos espera el castaño. Él no duda ni en segundo en acercarse a Alice, sujetar su cadera, halar de ella y meterle la lengua hasta la garganta. Hago una mueca y de suelto una queja llena de repulsión la cual consigue llamar la atención de ambos.

—Vaya, Enrique —menciona Edgar con naturalidad y me sonríe como si no se hubiera tragado toda la saliva de Alice frente a mi cara. Idiota— ¡Amigo, qué tal!
Que quede claro que él y yo de amigos no tenemos nada.

—Sí. Hola —contesto sin poder evitar la expresión que seguro tengo, algo que grita: que asco me das.

— ¿Cómo así por aquí? —Indaga.

—Es mi mejor amiga, no esperabas que la dejara venir sola, ¿verdad?

Claro, porque no es como si la hubiera dejado ir sola al cine. Que brillante eres, Enrique.

—No, pero supuse que... —hace una pausa para rascarse la nuca y alterna su mirada de Alice a mí y de nuevo a Alice. Y de nuevo a mí—. Pues, no sé, como ya salí con Alice solos, ella y yo, al cine, creí que esto sería una formalidad más. ¿Si sabes que somos...?

— ¿Novios? Sí, algo mencionó sobre eso —cruzo los brazos sobre mi pecho tratando de ignorar ese comentario que me lanza mi cerebro sobre la cantidad de pena que da esta escena.

Se crea un silencio tenso y largo, no decimos nada, creo que ni siquiera respiramos demasiado fuerte o hacemos movimientos bruscos.

Observo a Alice. Ella me sonríe, espera con todas sus fuerzas que me lleve bien con Edgar, se le ve en la mirada y es comprensible, después de todo, ¿quién no quiere que su novio y su mejor amigo se lleven genial? Siempre es bueno tener a las dos caras de la moneda de tu lado. Se lleva mucha ventaja si ambas partes se llegan a comprender, al menos eso pienso.

—Iré por unos patines para mí, ¿sí? —Alice es la primera en romper el silencio—. Sí, bueno, ya vengo —informa y se retira.

Suelto un suspiro y, finalmente, doy mi brazo a torcer. Cierro los ojos, vuelvo a inhalar con suavidad y extiendo la mano hacia el castaño el cual se sorprende de forma inmediata por mi reacción.

—Cuídala —es todo lo que digo. Edgar toma mi mano y asiente. Su tacto es casi tan frío como el aire que rodea la pista de hielo—. Es mi mejor amiga, lo único bueno que tengo después de mi madre, la mejor chica que jamás conocerás—exhalo—. No quiero que le rompan el corazón —Inhalo y mi agarre se vuelve más firme—. Así que si un día, de casualidad, piensas en terminarla, notifícame antes para estar listo y poder estar para ella.

— ¿Si no lo hago? —Cuestiona.

—Oh, querrás hacerlo —suelto su mano, sonriente y avanzo hacia donde está Alice.

— ¿Me matarás? —Interviene y dejo de avanzar para observarlo.

—No. Lo hará ella, luego Noé, luego su madre, la familia de su padre y mis primos porque la adoran —vuelvo a voltear, dándole la espalda—. Luego veré si puede hacer algo mi padre, que es lo más seguro. Y después iré yo, pero hasta que sea mi turno creo que ya te habrá quedado en claro que debiste decirme primero.

Vuelvo a avanzar sin prestarle la menor importancia a lo que comienza a murmurar  mis espaldas a medida que avanzo. Hago un esfuerzo enorme para no dejar salir esa parte de mí que pocas veces me permito mostrar. Esa faceta de niño rico que hace lo que quiere y sabe que no tendrá repercusiones. No.

Yo no soy así.

No soy como mi padre.

— ¿Lo amenazaste de muerte? —Me cuestiona Alice apenas me acerco a ella y encojo los hombros como única respuesta.

La mujer de mechones rojos trae consigo unos patines rojos que le entrega.

—Estos son seis, mira qué tal te quedan —me sonríe de forma amable y le entrega los patines a la rubia.

Alice se dirige hasta un pequeño asiento que se encuentra a escasos metros del mostrador, se sienta y se coloca los patines.

Me limito a observar cada uno de sus movimientos y la escena me parece simplemente hermosa. Su cabello rubio cubriendo casi todo su rostro cada vez que agacha la cabeza para revisar los cordones de los patines. Sus ojos grises y sus largas pestañas las cuales están inmersas en sus propios asuntos, como de costumbre.

Siempre he pensado que los ojos de Alice son una de las cosas más bellas que posee. La primera es su inteligencia, joder, tiene un cerebro hermoso al que nunca se le escapa una ocurrencia. Las ideas más ingeniosas y las respuestas más acertadas. Su risa también es preciosa. Recuerdo que cuando la conocí y la escuché reír, lo primero que me vino a la cabeza es que ese simple sonido podría ser, tranquilamente, el sonido de una notificación o la pista en una canción. Se sentiría como esas canciones que, sin saber por qué, consiguen llenarte de paz el alma y de alegría el corazón.

Y aun así: sus ojos.

Esa forma en que se mezclan los distintos tipos de gris dentro de su iris y se unen todos en su pupila. Ha habido ocasiones en que, a la luz del sol, se le ven pequeñas motas verdes y azuladas. Lo juro por mi hermana.

—Enrique —pestañeo al escuchar mi nombre y mis pensamientos se desvanecen.

— ¿Sí? —Es todo lo que sale de mi boca, es como si se me hubiera eliminado el alfabeto dentro del disco duro que tengo por memoria.

—Ya vamos —anima Alice y comienza a caminar con dificultad hacia la pista, los patines hacen que sus pies se tambaleen y eso solo consigue sacarle algunas risas.

Sonrío.

Edgar se ubica a su lado y ambos avanzan dentro de la pista mientras yo tomo puesto en una de las gradas.
Dejo de sonreír.

Comienzan a moverse sobre el hielo, Edgar va a lado de una Alice que se desliza con más dificultad que en el suelo normal. Él ríe al verla temblar y ella le devuelve una sonrisa. Se alejan hacia el otro extremo de la pista. Saco el celular y observo la pantalla donde la notificación me indica un mensaje de Noé.

<<¿Cómo va todo?>>

<<De maravilla. El tipo me cae horrible. >>


<< ¿En algún momento te calló bien?>>

<< ¿Te he dicho que a veces escribes como analfabeto? >>

<< Ha, ci? Almenos io no tengo ke ber ah Alis con un chiko ke me cae orrivle>>

Suelto una risa.

<<Jodete, Noé >>


<< Un placer ser tu amigo, aunque seas un celoso >>

<< ¿Celos? SUEÑAS. Comprende, Alice y yo solo somos AMIGOS. A-M-I-G-O-S>>

<<Los amigos no se miran como tú la miras a ella >>

Bloqueo el celular y lo guardo. No siento la necesidad de responder. ¿A qué se refiere con eso? Yo no miro de ninguna forma especial a Alice. Es mi mejor amiga, me provoca ternura y ya.

Observo a la pareja que se mueve como pequeñas hormigas sobre un lago congelado. Se acercan un poco más hacia la orilla en la que me encuentro. Alice sonríe y no puedo evitar sonreír con ella. Pasan frente a mí. Edgar aparta la mirada un segundo de ella. Me observa, sonríe.

Y la besa.

Nuevamente mi estómago duele, me pongo de pie y saco el celular. Entro al chat de Alice, aunque sé que pasarán horas antes que note el mensaje, igual lo envío.

<< Iré a casa, mamá me necesita. Hablamos el martes porque el lunes no iré. >>

Envío el mensaje y desciendo de mi lugar en las gradas. El aire frío nuevamente se cuela en mis huesos, solo que esta vez no me afecta tanto como antes. Es como si de estar tanto tiempo aquí ya se me hubiera congelado hasta el corazón.

Ojalá.

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