Te quitas las gafas y tallas tus ojos, te los vuelves a colocar y tragas saliva al comprobar que realmente está ahí, que tu mente no te está jugando ninguna mala pasada. Vacilas entre acercarte o salir corriendo hacia otra dirección, porque sinceramente no te sientes preparado para encararla. Desde aquella tarde no habéis vuelto a hablar a pesar de tener muchas dudas por resolver y ella tener todas las respuestas.

Percibes tu corazón latir desbocado cuando ves que deja de observar su móvil y alzar la cabeza. Te observa y sonríe con una naturalidad pasmosa.

Se acerca hacia ti, te saluda.

Demasiado tarde para huir, príncipe.

Tú no la escuchas, la música aún retumba en tus oídos, no obstante por el ademán con la mano intuyes su gesto. Te arrancas los auriculares de las orejas y a tu vez murmuras un nervioso saludo. Vuelve a sonreír para tu consternación-y te pregunta cómo te encuentras, añade con tono suave y cuidadoso si sigues acudiendo con él, tu psicólogo, ya que al parecer no te estuvo viendo con buena cara este tiempo, esto último casi murmurando.

Abres la boca, mas no sale ningún sonido. La vuelves a cerrar. Odias hablar sobre aquello, repudias que te pregunten justamente sobre ello, te enferma. Y encima es ella, la que durante semanas te ignoró deliberadamente y que sabe lo mucho que lo detestas la que lo indaga con total naturalidad.

Observo desde un rincón, percibo tu rabia y su nerviosismo.

Realmente estás indignado y molesto. En vez de pedirte disculpas por haberte mentido y dejarte sin ninguna explicación seria y concreta te cuestiona como si fueras..., como si fueras un maldito desquiciado. ¿Para qué? No le importas, mucho menos te quiere, porque si te quisiera no te hubiera dejado en el olvido. Las palabras meramente dichas no tienen valor sin gestos que las acompañen, es la reciprocidad lo que importa, lo que demuestra la veracidad de los sentimientos 

Aplastas los auriculares entre las palmas de tus manos, la angustia e inseguridad se apoderan de tu ser. Se te acelera la respiración.

Cálmate, corazón, cálmate.

Respondes entre dientes con un "no" contundente y pasas a su lado airado, ya sin mirarla siquiera.

Entras en tu edificio y subes corriendo las escaleras hasta la entrada de tu piso, casi sin aliento. No te importa la presencia de tus padres en el sofá fumando marihuana, así que ni te inmutas al verlos desfallecidos en el respaldo con latas de cerveza encima de la mesa y con el humo pululando encima de sus cabezas. Te encierras en tu cuarto. No puedes contenerte y te dejas caer en el suelo. Te martilla la cabeza. Sientes que te quedas sin aire y tu corazón aumentar de velocidad los latidos. Te sientes mal, estás mal. Eres consciente de ello, por eso estallas en llantos. Comienzas a llorar toda la frustración, rabia y sufrimiento acumulados en todo este tiempo. Lloras tanto que comienzas a tener espasmos y a quedarte sin aire.

Simplemente mediante lágrimas liberas toda la tensión de tu cuerpo. Sabes que estarás bien, debes estar bien, eres fuerte y precioso, tan fuerte que a pesar de todas las mierdas que pasaste e hiciste te mantienes en pie y luchas por superarlas.

No te dejes derribar y prometo no hacerlo tampoco, mi amor.

Mientras tanto, abajo, ella se mira las manos impotente.

Sé que está arrepentida, pero no por lo que hizo, sino por el modo. Se siente estúpida por la forma en que te dejó, no debió dejarse llevar por su nerviosismo. Debió decirte exactamente lo que tenía pensado, en vez de soltarte aquellas palabras tan estúpidas, vacías, sin sentido.

Pero no lo hizo.

Y es que te vio; tan alegre y a la vez, por alguna razón, ilusionado, que no pudo decirte que te amaba por todos los progresos que hiciste, por todo lo que dejaste atrás y por lo que estás luchando, que eres increíble, talentoso. Pero que, aun así, no podíais seguir juntos por una razón que ambos sabemos, solo que tú te niegas a verlo y menos aceptarlo.