86- Olivia.
Olivia jamás había tenido ninguna fobia. Había gente que le teme a las arañas, a los corazones rotos, a las alturas o a la falta de luz. Pero los miedos de ella eran mucho más reales. Sus miedos tenían nombre y rostro.
Siempre quiso temerle a papá, así hubiera sido más fácil su infancia, habría sido una niña sumisa, una acatadora de órdenes. Pero jamás le había temido, lo odiaba. Detestaba a ese abominable hombre y desde que tenía conciencia le deseaba la muerte.
Olivia estaba podrida de odio, aborrecía a papá y a su familia, tanto, pero tanto, que aquel sentimiento infecto se le desbordaba del pecho, inundaba su garganta y se le vertía en tropel por la boca, como si vomitara odio.
Que se marchara Calvin había sido una pena, pero su confesión lo había asesinado, el Calvin que ella conocía había sido cazado por los monstruos perro en Villa Contruri. Amaba la versión de él que había creado en su cabeza y si ella le dio existencia de ella dependía darle final, así que prefirió creer que él jamás llegó a ese tramo del viaje con ellos.
Prefería creer que un monstruo blanco los había engañado, una vil criatura, sin hogar, amigos ni remordimientos.
Debía pensar eso para despejar la cabeza y darle a papá toda la atención que se merecía. Ni Cratos ni él se veían sorprendidos de que Calvin se fuera de ese mundo sin dudarlo, seguramente ya sabían que eso ocurriría hace años.
Después de todo, lo habían retenido para que los traicionara, ya no lo necesitaban.
Quería averiguar qué tanto sabían, porque, dudaba, que algo pudiera lastimarla más a ese punto.
—Solo dime todo, papá —suplicó estrujando el atizador entre las manos—. Dímelo sin secretos, por favor. Me debes la verdad. Me quitaste todo, me quitaste a Abbi, no me quites la verdad.
—Siempre te di la verdad que pude darte.
—Lo otro te fue negado para que fijes los ojos en donde debes —pronunció Cratos estándose en el borde de la fuente, balanceando una pierna y sonriendo—. Como ahora, que fijaron la mirada en Yabal y no es su espalda.
Olivia y Kaldor giraron con lentitud porque ya no tenían fuerzas para otra sorpresa funesta pero ahí estaba la sorpresa. Esperándolos.
Cer tenía el cuchillo de carnicero clavado en el estómago.
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