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44- Olivia.


Habían estado durmiendo casi todo el día, lo supo porque Kaldor los despertó cuando ya estaba atardeciendo. No entendía por qué había cambiado su actitud bravucona y ahora los dejaba descansar.

Después de todo Cer era la más exhausta, había sido envenenada y el día siguiente había hecho una caminata agotadora con ejercicios de demolición. Río estaba herido y Calvin era demasiado flacucho para una travesía de ese tamaño.

Era mejor para Olivia haber podido descansar, porque no estaba acostumbrada a las largas caminatas, sentía que el vestido de Ritual que llevaba puesto estaba poniéndose húmedo y pesado, pero no podía quitárselo porque era la única prenda con la que contaba.

Río era muy educado, le había sugerido quitarse el vestido, después de todo él estaba durmiendo en: «paños menores»

A Olivia le hizo gracia que tratara de hablar de forma diferente cuando estaban solos, como si quisiera aparentar que era un cortesano o algún erudito. Ella siguió su sugerencia y él no se volteó en ningún momento. Hablaron de cosas menores antes de caer dormidos y cuando se despertó al atardecer él continuaba en la misma posición, con semblante de preocupación, perdido en sueños abatidos.

Estaban todos desayunando, almorzando o merendando en grupo, pasándose el mapa y estudiándolo con atención, decidiendo la ruta más segura a la guarida del cambiaformas.

Río se untaba ungüentos, Kaldor se las afanaba para cocinar tostadas en la misma cazuela de la noche anterior porque era la única olla que tenían. Cer había estado muy cariñosa con Kaldor, incluso lo abrazó mientras él rumiaba por lo bajo y desintegraba el pan quemado con sus manchas, cansado de esperar que dorara.

Después de comer, Calvin se marchó por unos minutos y regresó con agua en una pequeña cantimplora, era para lavar los trastos sucios. Cer y Olivia aprovecharon para desmontar las carpas mientras Kaldor aplastaba la fogata y Río lo miraba, adolorido, más que el día anterior.

Estaban todos tan ensimismados en sus tareas y enfrascados en conversaciones vespertinas que no lo vieron llegar, mucho menos lo notaron espiándolos.

De repente oyeron el chasquido de una rama. Se acercaba una persona al claro. Tuvieron que entrecerrar los ojos porque el extraño que avanzaba a pasos pausados brillaba como una estrella.

Cargaba un paraguas blanco que tenía el lomo en llamas, pero no se consumía, el fuego crepitaba pacíficamente sobre la persona, como si fuera lluvia. Toda su ropa era luminosa y fosforescente, al igual que aquellas pulseras flúor que Mochina y Cacto repartían en sus fiestas de cumpleaños. El visitante vestía un overol verde que resplandecía abrumadoramente. Su tez era oscura y bronceada, un poco chamuscada, sus pómulos estaban alzados y piel tirante los revestía. Sus orejas terminaban en punta y en lugar de gorro cargaba en la cabeza un farol eléctrico. El foco era como el sol de un sistema solar.

—Hola, visitantes —les sonrió—. Les doy la bienvenida al Santuario de aventureros —hizo una breve reverencia—. Para servirles, soy Sillo Oripmav.

Olivia entendió el juego de palabras, si invertía su apellido era Vampiro. Ella no juzgaba a nadie por su especie, no era especista, que va, amaba a todas las criaturas mágicas. En su colegio incluso iba una chica que era vampira, se llamaba Casca y habían sido grandes amigas porque claro, Olivia no podía odiar a nadie, solo sabía querer.

Sin embargo, Casca era alérgica a la luz, iba al colegio bajo un manto negro con capucha, guantes y botas, rara vez se le veía la piel, ni mencionar su cara. Pero ese singular hombrecillo, porque debía medir un metro cincuenta a lo mucho, cargaba tanta luz que pudo iluminar toda una casa, era como una estrella en el cielo. Si fuera un vampiro de verdad tendría que estar quemado hasta los cimientos.

Un ángel, tal vez. A Olivia le cayó bien de inmediato. Notó que Río, Calvin y Cer comenzaban a pensar lo mismo porque ya no estaban tensos.

—¿De dónde saliste? —cuestionó Cer que era la que había estado montado guardia, había desenfundado una daga y puesto de pie.

Ella observaba con fiera fijeza al invasor al momento que Río guardaba en su mochila los ungüentos y Calvin fruncía el sueño. Él observó el mapa con nerviosismo y lo giró en varias direcciones, Olivia no comprendía por qué estaba tan asustado. Quería ayudar a Calvin a calmarse. Se incorporó del suelo, abandonando la carpa sobre la que estaba inclinada, agitó de su vestido las hojas silvestres y miró al hombre, esperando una respuesta a la pregunta que había formulado Cer.

—Vengo de Santuario, de ahí salí y allí es donde quiero llevarlos. Sí, señor.

—Pero se supone que faltan unas tres horas para Santuario de Viajeros —protestó Calvin, sin embargo, plegó el mapa y lo guardó en su pantalón, como si ya no fuera de importancia discutir eso.

No, pensó Olivia, no tenía importancia.

Estaba entrando en confianza, Calvin era como ella, sabía leer a las personas e intuía que Sillo Oripmav venía con buenas intenciones. A protegerlos. Era un alma noble y entre almas de seres luminosos se entendían.

—Pues tuviste que haber venido antes —Río soltó una risilla y cerró la cremallera de su mochila donde había guardado los ungüentos—. Porque tuvimos un día largo y estamos cansados de viajar. Nos vendría bien un santuario.

—Estamos cansados, pero no desechos —añadió Kaldor cruzándose de brazos, caminando hasta Río y pisando su mochila para que no la alzara del suelo—. No necesitamos un santuario. Descansamos lo suficiente ¡Los dejé dormir todo el día! ¡Ahora seguiremos caminando!

El hombre levantó su dedo índice, mostrando que quería decir algo importante, se movía tan poco que el farol no se tambaleaba sobre su calva.

—¿Puedo preguntar cómo llegaron vivos hasta aquí? —inquirió amablemente—. Nadie pasa en estas tierras hace doce años. La última vez fue alguien que...

—No nos atacó nada ¿Por qué lo dices? —respondió Calvin, interrumpiéndolo—. ¿Qué se esconde en los árboles?

—Entre los árboles solo hay cadáveres, hijo —respondió Oripmav consternado.

—Nosotros no los vimos, alma de la fiesta —lo cortó hostilmente Kaldor.

Sillo Oripmav asintió con paciencia, como si estuviera acostumbrado a viajeros adversos, aferró con ambas manos el mango de su paraguas avivado y miró a cada uno:

—Son los mismos árboles los que se encargan de sembrar cadáveres, es comprensible que no los hayan visto porque las raíces los cubren. Se nutren de ellos. Esas criaturas de ramas son muy desfavorables.

Olivia recordaba el camino sembrado de raíces tan altas como sillas, la idea se haber trepado sobre tumbas le revolvió el estómago y la hizo sentir sumamente desprotegida. Los desamparados como ella deberían ir a Santuarios, así como las aves migran a diferentes tierras y las semillas resisten el invierno, ella debería acudir a ese Santuario a como diera lugar.

—Pues se veían muy quietos para mí —observó Cer, que había enfundado su cuchillo—. Los árboles no representaron una amenaza. Solo cambió el clima.

El hombre abrió los ojos, notando su aspecto por primera vez, se aproximó hacia ella y la encandiló con su luz.

—Eso debe ser porque viajaba una dríada entre ellos, reina de la naturaleza.

Río resopló de manera burlona y trató de cruzarse de brazos, pero interrumpió el movimiento cuando sintió una punzada de dolor.

—¿Reina de la naturaleza? ¿Esa guarra?

Como respuesta Cer rodó sus ojos hostiles hacia él y Calvin sonrió mirando a Olivia.

—Al parecer tienes mucha competencia, Olivia.

A ella la puso de buen humor que Calvin sonriera, su sonrisa podía alegrarle cualquier penuria. Cuando sonreía el mundo reía con él.

—Viajas con tres majestades, Calvin —respondió Cer haciendo una ligera reverencia que Calvin le devolvió.

—¿Pero de dónde mierda salió usted? —insistió Kaldor de forma grosera, reacio a participar del tranquilo momento—. No respondió la pregunta de Cer. El Santuario queda a tres horas ¿De dónde vino? ¿Eh? ¿De dónde?

—Estoy en donde nadie quiere estar —respondió misteriosamente Sillo.

—¿En las bragas de Olivia? —se burló Kaldor, pero no lo dijo a tono de broma, lo dijo como si fuera algo serio.

Olivia volteó hacia él y lo golpeó con su mirada más incisiva y cortante, si no hubiera estado toda su vida aprendiendo modales y comportamiento fino ya le hubiera dado su merecido. Le habría arrancado una disculpa a puñetazos. A veces deseaba que Kaldor hubiera muerto junto con Mike Lana, pero eso hubiera sido imposible porque él lo mató, así como alguien mató a papá ¡Código azul en la ciudad!

Sillo Oripmav tuvo la gentileza de desoír los comentarios tan bajos de Kaldor. Sonrió y con un gesto de mano les indicó que lo siguieran.

—¡Vamos, vengan! ¡Les daremos santuario!

Río empujó el zapato de Kaldor, recogió aliviado la mochila y se la colgó trabajosamente en la espalda. Calvin guardó en su bolsillo la galleta con la envoltura que había abandonado sobre una roca y Cer se encogió de hombros como si de repente descubriera que la idea no era tan mala. Olivia había visto que el mapa de Calvin tenía varios santuarios en el camino que escalaba hacia la fuente negra. Refugios como lo eran la casa de Pepa, o ese lugar al que quería llevarlos.

Se tranquilizó, estaba tan agotada que ni siquiera diez horas de sueño pudieron conformarla.

—¡No necesitamos un santuario, durmieron casi todo un día! —insistió Kaldor.

Era cierto que no los había atacado nada peligroso, como había indicado Sillo que era común que ocurriera si no iban acompañados de criaturas mágicas, tal vez si Calvin y ella hubieran viajado solos probablemente estarían muertos ya. Y a pesar de que solo había caminado sentía los pies magullados, el vestido de Ritual era muy molesto, antes le había quedado hermoso ahora parecía la ropa de un cadáver añejo, estaba desgarrado, sucio y agujereado. En Santuario buscaría una muda de ropa.

—Yo no voy a seguir a ese tipo raro de ahí —decretó Kaldor aun cruzado de brazos.

Sillo ya se había puesto de espaldas y adentrado en el bosque, volteó, se encorvó ligeramente con asombro y entornó los ojos.

—¿Por qué no? —preguntó guturalmente, mordaz, abandonando su gentile...

—Porque no necesitamos un asilo, descansamos y tenemos carpas y una ¿Cómo verga la llamaste? Tenemos a una reina de la naturaleza. No te necesitamos, así que vete a quemarte las cejas a otro lado porque...

—Oh, esto —Sillo giró los ojos hacia el paraguas en llamas que lo cubría, sonriendo, repentinamente simpático— es porque mi piel es alérgica a la oscuridad.

—...aquí no te queremos —concluyó.

—¡Kaldor! —Olivia alzó la voz.

En el castillo era suficiente para que todos callaran, cuando Olivia hablaba nadie la interrumpía, pero con él era imposible usar la autoridad.

—¿Qué? —Kaldor lo señaló con las manos como si expusiera todas las razones para ser un cretino—. No voy a ser amable con él, no le debo nada ¡Ni siquiera sabemos si dice la verdad! ¿Por qué nadie vuelve una vez que entra a esta zona? ¡Seguro porque fueron a ese santuario a lamerse las heridas como las mariposas que son!

Oh, se estaba burlando de su tótem, eso era irse de la raya. Nadie respondió. Kaldor no parecía dispuesto a cambiar de opinión y estaba claro que no iban a abandonarlo ahí en mitad del bosque. O tal vez sí ¡Sí! ¡Sí, hazlo! ¡Déjalo! Tampoco que fueran amigos de toda la vida, podían separarse.

—Está bien, solo quería que descansaran en un lugar seguro porque por las noches manos de muertos salen de la tierra y asesinan a cualquiera que no se halle en un santuario...

—Eso no nos pasó la noche anterior —interrumpió Kaldor—. Lo sé porque yo monté guardia mientras todos dormían.

—Porque salen con la luz de la luna y ayer estuvo nublado.

Todos miraron al instante el cielo, excepto Kaldor que continuaba enfurruñado, cruzado de brazos, sosteniéndole desafiantemente la mirada al visitante.

—Es cierto, ayer estaba nublado —agregó Río.

Kaldor le envió todo el veneno que pudo con los ojos. Él se encogió como si su mirada pudieran aplastarlo. Se rascó la nariz con sutileza porque tenía siete ampollas minúsculas emergiendo de la piel enrojecida de su cara.

—Es verdad, viejo.

—No importa qué clase de campamento monten —explicó entristecido Sillo—. Los atacarán igual. En Santuario estarán protegidos de las manos de los muertos. Sin embargo, jamás los llevaría por la fuerza. Es un rincón de paz donde...

—Gracias por la invitación, buenas noches —cortó Kaldor.

Olivia notó que Sillo se esforzaba por no ver a Kaldor, pero sus ojos siempre terminaban en él, como si encontrara algo fascinante y tenebroso en el preso o en la piel del preso. Si depositaba por accidente la mirada en él entonces humedecía los labios y los desviaba con rapidez, casi atemorizado. Seguramente se debía a sus manchas, entendía al pobre hombrecillo, era horrible que se movieran lento o acaloradas por la piel, sobre todo si algunas te mostraban imágenes.

Pero qué ser repugnante era ese preso. Verlo era más doloroso que posar la vista en el sol.

No le gustaría ser Kaldor porque su mera presencia ya molestaba y cuando abría la boca alzaba niveles de irritación que Olivia jamás creyó que pudieran existir. Con razón su madre lo había abandonado y jamás lo visitó en prisión. No era alguien que extrañarías y estaba segura que ella no lo echaría de menos si lo abandonaba en ese instante.

—Una cosa más... —agregó Sillo.

—¿No se iba? ¿No tiene algunos otros viajeros a los que engañar? —dijo Kaldor.

—¡No nos está engañando! —protestó Olivia, exasperada de que no cerrara la boca.

Era la única que se atrevía a discutir con Kaldor. Desconocía dónde había quedado el coraje de Cer o la burla de Río. No sabía que estaba con unos malditos cagones. Paciencia, querida Olivia, que todos tienen virtudes, pero no las mismas, se reprendió. Ella debería ser comprensiva y mediadora, había entrenado para eso. Justa y amable. Así era su familia. Así era papá, mamá, Darius y ella. Sobre todo ella. Sobre todo.

—Créeme, muñeca, sí lo hace.

—¡Él es solo una persona gentil que quiere ayudarnos! —estalló ella barriéndose mechones de la cara y observándolo fieramente—. Lamento que no hayas conocido en toda tu vida la gentileza, pero él no representa una amenaza.

—No lamento que no hayas presenciado en toda tu vida una amenaza, pero él no representa gentileza —contratacó—. Es un lame culos por ahora pero luego los apuñalará por la espalda, los hará puchero o los usará de botas.

—¡Nos queda de paso! —justificó—. ¿O no Calvin?

Calvin aferró con fuerza las correas de la mochila.

—Eh... yo... eh...

—Claro que no nos queda de paso —terció Kaldor—, si lo rodeamos iremos más rápido, si caemos en ese matadero no saldremos de ahí.

—¡Ni siquiera tienes pruebas! —gritó.

—¡No las necesito!

Sillo titubeaba como si quisiera mediar en la discusión, pero no pudiera, pobre hombrecillo. Eran las primeras personas que veía en doce años y estaban gritándose y acusándolo de asesino. Más tarde, cuando se deshiciera de Kaldor, le pediría disculpas a Sillo.

—¡Estás comportándote como un niño caprichoso!

—Yo. No. Voy. Con. Ese. Lame. Culos.

Olivia se cruzó de brazos. Todos cayeron en silencio. Calvin tenía la mochila puesta, estaba listo para partir, toqueteó las correas con indecisión, mirando por intervalos a Kaldor y a Sillo.

—¿Es una decisión unánime? —preguntó Sillo con curiosidad.

De repente Olivia se sintió cansada, jamás en su vida había estado así de agotada. Y sabía que en Santuario la esperaría una cama y no dormir en el suelo de lona de la carpa, una cama como en la que ella dormía todas las noches. Allá estaba el descanso que se merecía. Kaldor no iba a sacárselo.

También habría baños para darse una ducha caliente y tal vez un sueño tranquilo, de esos sueños tan pero tan agradables que vuelven la realidad una pesadilla. Deseaba abrir los ojos en ese refugio y no en una carpa en medio de la nada.

Pero Kaldor no quería ir, por supuesto que no, ese chico ni siquiera sabía lo que quería, había nacido en la jodida prisión. No era la culpa de Kaldor ser tan desdichado, pero tampoco de ella. Para él ese viaje de mierda eran unas vacaciones de lujo, lo mejor de lo mejor, porque no conocía otra cosa. Pero ese viaje era una verdadera tortura.

Jamás tuvo supervisión, al menos no de la que forma a una persona inteligente y que mide consecuencias. Olivia era buena analizando y veía que él era un imprudente, no le importaba su seguridad, mucho menos la del resto ¡Ni siquiera sabía si sentía dolor! ¡Era evidente que no se preocuparía por manos cadavéricas que atacan de noche si él no podía sufrir!

Lo mejor sería abandonarlo en ese lugar. Sí, eso era lo mejor.

—¿Viajeros? —insistió Sillo colocando el bastón del paraguas sobre su hombro—. ¿Es una decisión unánime?

No, no era una decisión unánime.

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