~Capítulo 34~
Observo el calendario que está pegado en una de las paredes de la sala de descanso en el hotel.
Estamos en octubre, y eso significa que en menos de una semana se cumple el aniversario por la muerte de mi madre.
He estado tan ocupada en mí, en mejorar, en estar bien conmigo misma y con todos, que he olvidado por completo en qué mes estamos.
Y ahora que mi mirada se encuentra detenida en esa maldita fecha que me trae tantos recuerdos dolorosos, me empieza a doler el estómago, me arde.
En mis ojos no tardan en llegar las lágrimas, y mientras las mismas salen disparadas hacia mi mejilla, en mi mente se activan una serie de pensamientos que me hunden.
Se presentan decenas de pensamientos que he estado ignorando por días, por semanas. Esos pensamientos me hacen sentir débil, mareado y hasta deseosa de algo que me ha costado tanto evitar.
La puerta de la sala se abre, por lo que tengo que secarme las lágrimas con rapidez y fingir una sonrisa para saludar a los dos choferes que acaban de entrar. Ninguno de ellos es el chofer que espero.
Ambos se sientan alejados de donde estoy, y continúan con la entretenida conversación que venían teniendo.
Mis manos comienzan a temblar, y es imposible llevar la comida a mi boca sin que se caiga en el camino. Respiro profundo, e intento calmarme, pero los intentos son fallidos, sigo temblando, me sigue doliendo la panza, el estómago y sigo sintiendo ese maldito deseo.
La puerta de la sala se vuelve a abrir, pero mi dolor aumenta cuando me doy cuenta que tampoco se trata de Aiden, o de al menos Jeremy.
También tengo que fingir una sonrisa amistosa con Michelle, quien me pregunta cómo estoy, y le miento al decir que bien, que muy bien. Y se lo cree, o no lo prestó demasiada atención a mi rostro.
Pero quien sí le está prestando atención, es William, uno de los choferes que mejor le caen a Aiden. Cuando nota que lo descubrí mirándome, hace una mueca, y yo no hago movimiento alguno. Bueno, al menos no con mi rostro, porque mis manos siguen temblorosas.
William se pone de pie y se acerca a donde estoy mientras que Michelle y el otro chofer mantienen una conversación.
—Mack, ¿necesitas que llame a Aiden? —me susurra— Está en la recepción. Es un día de muchos turistas, pero puedo cubrirlo si lo necesitas.
Observo sus ojos y me encuentro con cierta bondad y humanidad. Todos aquí saben por lo que estoy pasando, y desde que lo saben, me observan con lástima. William no me está mirando de esa forma.
Y cuando quiero responderle, Aiden cruza el umbral de la puerta. Está sonriendo, pero su sonrisa se borra cuando me mira.
—Aiden, amigo ¿vienes a descansar? —le pregunta William, pero él no le responde, sólo me mira— Necesitas hacerlo, yo te cubro.
Recién ahí Aiden lo mira, y le asiente para luego sonreírle agradecido.
—Sí... gracias.
Todos se dirigen en dirección a la puerta, menos Aiden quien se hace a un lado para no interrumpir el paso de los demás.
—Mack, cuando termines, ¿puedes encargarte de las habitaciones principales? —me pregunta Michelle, así que le asiento con la cabeza y me sonríe— Gracias, Mack.
Cuando nos quedamos solos nos invade el silencio. Nos abraza, y a mí me destruye y no quiero que me destruya más de lo que ya comienzo a sentirme.
Aiden se para a mi lado, pero bajo la mirada y pongo mi atención en mis manos temblorosas. Aiden se arrodilla en el suelo y gira la silla para que quedemos frente a frente. Coloca sus manos sobre las mías, e intenta calmar sus movimientos.
Mis hombros tiemblan con la llegada del llanto que venía aguantando, y me siento tan avergonzada por ello que saco las manos de Aiden de las mías, y cubro mi rostro.
Aiden espera un momento, pero luego me quita mis manos y hace que lo mire. Seca mis lágrimas, y acaricia mi rostro.
—¿Qué sucede? —pregunta sin dejar de acariciarme, sin dejar de secar las lágrimas que no quieren parar— ¿Alguien te dijo algo? —niego con la cabeza— ¿Ha sido un día duro en la charla? —vuelvo a negar y suspira— Dime que sucede, Mack.
—Sucede que se acerca el aniversario por la muerte de mi madre. Sucede que quiero beber.
Y cuando digo lo último, me ahogo en mis lágrimas, en mi vergüenza, en la pesadez que fue decir lo que dije y en lo mucho que dolió decirlo.
Me siento agitada, me falta el aire. Siento que las paredes se cierran y me ahogan. Mi corazón late de forma acelerada y tengo miedo. Mi cuerpo no deja de temblar, las lágrimas no dejan de salir.
No estoy respirando cómo debo. O más bien no sé cómo respirar, porque cada bocanada de aire me hace sentir ahogada, y se supone que no tiene que ser así.
Me pongo de pie y camino de un lado a otro en la habitación. Tengo frío y quiero vomitar. Tengo calor y me siento mareada. Tengo todo y me siento de mil maneras.
Alguien me llama, pero no puedo ser capaz de reconocer su rostro. Creo que más bien se trata de alguien que quiere hacerme daño, así que me alejo y busco un mejor lugar para respirar, pero no lo encuentro.
Sigo llorando, sigo temblando, sigo sudando. Las voces en la habitación se multiplican, y hay alguien que quiere acercarse a mí, pero lo empujo y lloro más fuerte.
—Mack, soy Aiden —me dice la voz que anteriormente me habló— Quiero que respires junto conmigo. Respira profundo conmigo, Mack —cuando mis ojos lo encuentran, noto que estamos solos. No hay otras personas presentes, no sé de quienes eran las otras millones de voces que escuché— ¿Me escuchas, Mack? Vamos a respirar profundo —Aiden se acerca a mí, y al no notar que me alejo, pone sus manos en mis hombros. Me indica cómo respirar, me pide que lo imite y lo hago, respiro profundo— Bien, Mack, así. Sigue respirando profundo. Concéntrate en tu respiración—Aiden acerca una silla a mí, y hace que me siente. Luego se dirige a la nevera y saca de allí una botella de agua. Vuelve a donde estoy y se vuelve a arrodillar frente a mí— Dime que estás conmigo, ¿lo estás? —asiento— Dilo, Mack.
—Estoy aquí, estoy contigo.
Sonríe y suspira tranquilo, me pasa la botella de agua y bebo dos sorbos.
—Sigue respirando profundo, lo estás haciendo bien —coloco la botella fría sobre mi rostro— Lo lograste, Mack —lo miro y me sonríe.
—Fue horrible, Aiden.
—Lo sé, pero estás aquí, estás conmigo. Pudiste superarlo —vuelve a sonreír— Iré a hablar con Michelle, ¿de acuerdo? No vas a volver al trabajo hoy, y yo tampoco. Cubriré mis horas mañana, haré horas extras.
—No me dejes sola.
—Eso jamás. Ven conmigo entonces, vamos a hablar con Michelle y nos vamos de aquí.
Aiden entrelaza su mano con la mía y me guía hasta la oficina de Michelle. Me duele tanto la cabeza, y tanto todo que no sé qué hablan, sólo veo el movimiento de sus labios.
Alcanzo a escuchar y a comprender que Aiden le dice que mañana hará horas extras, así que Michelle acepta el trato y le pide que me cuide.
Aiden vuelve a tomar mi mano, y ésta vez me guía hasta su auto.
—¿Necesitas algo? —me pregunta antes de encender el auto.
—Sólo necesito salir de aquí.
Y sin decir nada más, Aiden emprende viaje. Nos aleja del hotel, y de aquel ataque de pánico que espero no volver a tener.
Van dos veces que me pasa, a decir verdad. Pero fueron dos veces aisladas. La primera vez, fue cuando me encontré con la carta de abandono de mi padre, fue tanta la angustia que sentí, que simplemente me ahogué en ella y en los millones de pensamientos de abandono, tristeza y soledad.
Pero esa vez no hubo nadie que me dijera cómo respirar, o qué hacer. Esa vez nadie logró calmarme a tiempo.
Esa vez me desmayé y me golpee fuerte la cabeza. Cuando recupere la conciencia, así como pude llamé a emergencias. Aún me parece recordar la manera en que me miró el enfermero cuando le dije que estaba sola y no tenía a nadie a quien llamar.
Y con la misma pena que me miró, me indicó qué pasos seguir para lograr sentirme mejor. Y pese a que los seguí, no logré sentirme bien del todo, aún seguía lidiando con el abandono de mi padre.
Espero no volver a tener otro ataque. Nunca más.
Llegamos a mi departamento, y me siento una completa extraña en el mismo. Siento que no reconozco nada de lo que veo, siento que nada de lo que está aquí me representa.
Pero, lo peor de todo, es que siento el deseo de que las alacenas estuvieran llenas de botellas de alcohol, y tal pensamiento me aterra.
Y sin pensarlo dos veces, me lanzo a los brazos de Aiden que, como siempre, me recibe con aires de bienestar. Me rodea con sus brazos, hundo mi rostro en su camisa, y me dice que tranquila mientras acaricia mi cabello.
Me pregunta si quiero un té, le digo que no. Me pregunta si quiero zumo, o agua, y vuelvo a decirle que no. Por último me pregunta si quiero darme una ducha, y vuelvo a negar.
Lo único que quiero es permanecer por siempre y para siempre en este abrazo reparador.
Y sin decirle nada, Aiden parece que lo nota, y sin despegarse de mí, nos guía hasta el sofá y nos sentamos, aún abrazados.
Me zafo de su abrazo, y recuesto mi cabeza sobre sus piernas, cierra los ojos y disfruto de sus caricias, de la sensación de paz que me brinda.
—Aún siento las ganas de beber —susurro— Lo siento.
—No, no lo sientas, Mack. Sólo cambiemos ese pensamiento.
—¿Cómo?
—¿Quieres hablarme de tu madre? Creo que merece que la recuerdes —suspiro— O podemos hablar de otra cosa, si es lo que prefieres.
—No —me seco las lágrimas— Hablemos de mi madre.
—Entonces, te escucho. Pero antes, ¿no crees que vendría bien que bebamos chocolate caliente? —sonrío entre las lágrimas— Y me tendrás que decir dónde guardas la manta.
Mientras que Aiden se encarga del chocolate caliente, yo me encargo de buscar la manta de colores. Y cuando todo está listo, nos volvemos a ubicar en el sofá.
Nos cubrimos las piernas con la manta, cada uno con su taza de chocolate caliente. Creo que ninguno va a beber del chocolate, pero el momento es simplemente hermoso por mil maneras.
—Era mi mejor amiga —empiezo a decir— Aunque me costó mucho considerarla así porque me avergonzaba contarle algunas cosas, pero ella siempre me dió mi tiempo y espacio, siempre me brindó su apoyo, su cariño único. Siempre estaba ahí con una sonrisa para mí, sin importar qué había sucedido —sonrío— Una vez nos enojamos, sí, sólo una. Y nuestra pelea duró cinco minutos. No podíamos estar así la una con la otra.
Sigo hablando de mi madre, y Aiden me escucha con atención y respeto. Sonríe con algunas cosas, y se ríe con alguna anécdota que tengo con mi loca y divertida madre.
Cuanto más hablo de ella y cuanto más la recuerdo, comienzo a sentir una pequeña, pero reconfortante caricia en el corazón.
Me meto tanto en el tema de hablar de mi madre, de recordarla, que incluso lo estoy disfrutando. Y el hecho de ver como Aiden me escucha, me hace sentir aún más a gusto.
En mi mente no hay malos pensamientos. Ya no me encuentro deseando cosas que me hacen mal. Sino que me encuentro riendo y sonriendo, por mi madre, por Aiden, y por sobre todas las cosas... por mí.
Un tropezón no es caída. Estoy bien.
* * *
Hola!
Sí , lo sé, me tardé demasiado. Perdón por eso. Estuve con cosas y no pude tocar la novela, hasta hoy.
Y paso a comunicarles, que si no quedan dos capítulos más, quedan sólo dos. Esos capítulos, y el epílogo, para que se vayan preparando junto conmigo.
No estoy lista para darle un cierre, pero sé que si la alargo por demás, la voy a arruinar.
Y tranquilos, no voy a desaparecer demasiado... o si. No, en serio que no.
Es más, si todo sale bien en el transcurso de mi noche de hoy (que es donde voy a tener más espacio y tranquilidad) puede que mañana tengan otro capítulo. Más que nada por mi tardanza.
Gracias por la paciencia, y perdón por la tardanza.
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