~Capítulo 23~
Es el momento de enfrentar a Jeremy, a Michelle, a todos los jefes.
Aiden quiso que me quedara un día más en casa para así estar lista mental y psicológicamente a todo lo que esto requiere.
Pero lo cierto es que nunca voy a estar lista. Y en el caso de estarlo, si me propongo actuar de una manera, sé que me terminaré comportando totalmente diferente a lo planeado. Como cuando tienes tus palabras listas para decirle a la persona que quieres, pero al verlo, sientes que te caes ante él y todo lo planeado se esfuma.
Pues bien, que sea lo que tenga que ser. De todas maneras, creo que tengo todas las de perder, aunque Aiden me diga lo contrario.
Me detengo en seco cuando me encuentro a pocos pasos del hotel. Cuando Aiden se percata de esto, detiene sus pasos y me mira a los ojos.
No sé si nota mi terror, mi angustia, mi dolor, pero hace una mueca al verme. Se acerca con pasos lentos, y cuando está frente a mí, una sonrisa se dibuja en su rostro cansado.
Me siento mal por él, lleva ojeras, y los ojos tanto rojos como cansados por haber dormido mal a causa mía.
—¿Y si no reaccionan como tú crees? —le pregunto con mis ojos puestos en el suelo.
Aiden coloca su mano sobre mi barbilla y hace que lo mire. En sus ojos encuentro todo lo que a mí me falta; fe, esperanza, y cariño.
—Sé que lo harán. Y en el caso de que no lo hagan, pelearé para que eso suceda.
—¿Y poner en riesgo tu trabajo? No Aiden, este problema es mío.
—Pero no estás sola.
Suspiro, y ladeo con la cabeza.
—Prometeme que si no reaccionan como esperas, no harás nada al respecto.
—Mackenzie...
—Prometelo.
Ahora es él quien suspira, y noto su resignación. Sabe muy bien, o sospecha que no voy a aceptar otro tipo de respuesta.
—Lo prometo —responde mirándome a los ojos. Es todo lo que necesito para creer en sus palabras, y no sentir que lo dice sólo para dejarme conforme.
Junto fuerzas, aunque no sé bien de dónde, me armo de valor y camino todos los pasos necesarios hasta cruzar la puerta.
Navidad se acerca, y por lo tanto, el hotel se encuentra adornado en su representación. Incluso hasta hay más turistas de lo normal. Creo que se viene un mes bastante movido, y si no me echan hoy, al menos tendré la mente un poco ocupada. Yo creo.
Michelle está parada a pocos pasos de la recepción, aún no se percata de mi presencia, está muy concentrada en los papeles que tiene en sus manos.
—Debo empezar con los viajes —me habla Aiden, pero no quito mis ojos de Michelle. Mi terror se hace más presente, y se hace notar en el temblor que hay en mis manos.
En mi mente se hace presente la idea de beber el whisky que compré hace poco, ese que aún sigo con ganas de probar.
Cierro los ojos y respiro profundo una y otra vez para intentar quitar esa idea de mí. Pero es imposible, no lo consigo.
¿Qué hago aquí?
Aiden tenía razón, tuve que haberme quedado. Tal vez en estos momentos estaría degustando ese maldito y costoso whisky.
—Mackenzie —cuando abro los ojos, Aiden está frente a mí, con sus manos como garras en cada brazo— ¿Estás bien?
—Sí.
—¿Segura? Estás sudando y temblando.
—Oh... —no había sentido el sudor, pero si mi temblor— Tranquilo, sólo me asusta la idea de enfrentar a todos.
A fin de cuentas, no es del todo una mentira.
—¿Quieres que me quede?
—No, tienes que hacer viajes.
—Puedo pedir que me reemplacen.
Niego con la cabeza y suspira. Y es recién ahí cuando deja de agarrarme.
—Ayer no has trabajado a causa mía, y no será bueno para ti no tomar tu turno hoy.
—Sólo serán dos o tres viajes por cubrir.
—No, Aiden —vuelve a suspirar— Es un mes con muchos turistas, tus compañeros te necesitan.
—Tú también.
Lo dice de manera triste, y hasta preocupada. Le aterra dejarme sola, así como a mi me aterra enfrentarme a todos. Pero es lo que tenemos que hacer.
—¡Aiden! —lo llama una de las recepcionistas, quien al verme finge una sonrisa amable, pero en sus ojos noto su desconcierto— ¿Podrías llevar a esta familia a los suburbios?
Señala a un matrimonio acompañado por tres niños que pelean por una bolsa de caramelos.
—Claro, por supuesto —Aiden sonríe, y cuando me mira, no veo su sonrisa sino más su preocupación— ¿Me mantienes al tanto? —asiento— De acuerdo —vuelve a sonreírle a la familia— Por aquí, por favor.
El matrimonio y dos de sus niños siguen a Aiden, mientras que el más pequeño de todos me mira con sus enormes ojos chocolate. Me sonríe, y me entrega un caramelo.
—¡Vamonos, Luke! —lo llama su madre, y el niño me saluda con la mano. Le devuelvo el saludo, y la sonrisa.
Cuando Luke se va, mis ojos vuelven a Michelle. Sigue en el mismo lugar, pero esta vez no le está prestando atención a sus papeles, sino que me está mirando.
Me hace señas de que la siga, y con el corazón a punto de salirse de mi pecho, lo hago.
Michelle entra en su oficina, y yo no tardo en hacerlo. Se sienta en su silla negra, y me invita a que me siente frente a ella.
El tic-tac del reloj me hace sudar, y mi pulso se acelera aún más ante el incómodo silencio. Michelle me estudia con su mirada, pero no lo hace con enojo o rechazo, sino que más bien me transmite una mirada amiga. Y eso, a decir verdad, me reconforta más que demasiado.
—Entonces, la botella de agua... —dice, esperando a que le diga que era mía y así despejar o reafirmar todas sus dudas.
—Era mía —susurro por lo bajo, presa de mi vergüenza.
Michelle vuelve a quedarse en silencio, sin apartar sus ojos de mí, pensando en lo próximo por decir.
—Mack, no vamos a tomar ninguna medida drástica.
—Pues deberían.
—No, no deberíamos. Lo que sí deberíamos hacer, y de hecho es lo que va a pasar, es ofrecerte ayuda.
No le respondo. Si abro la boca sería para reírme sarcásticamente o para decir algo negativo.
—Mira, Mack, hablaré en nombre de todos los jefes —se acomoda en su asiento, pone sus codos sobre el ordenado escritorio, y acomoda sus manos como si estuviera a punto de orar— Lo cierto es que para seguir trabajando en el hotel, debes participar en un grupo AA. Para saber que lo estás haciendo, te pediremos una firma diaria del organizador del grupo —suspira y baja sus manos— Queremos y vamos a ayudarte, pero también debes comprometerte con nosotros. Si no puedes, no quieres, o no aceptas nuestra ayuda... pues eres libre de firmar la renuncia. Pero nosotros no te echaremos. La verdad es que nos gustas mucho, y nos sentimos conformes con tu trabajo.
La condición para seguir trabajando es participar en un grupo de alcohólicos anónimos. Una parte de mi no quiere hacerlo, se niega a sentarse alrededor de gente desconocida.
Pero la otra parte sabe que necesito el trabajo, que no puedo darme el lujo de renunciar.
Sólo para no perder el trabajo participaré de ese estúpido grupo.
—De acuerdo, lo haré —Michelle sonríe, tal vez esperaba otra respuesta de mi parte.
Y en cuanto le doy mi respuesta positiva, me entrega un folleto de un lugar para ir. Pero mientras me habla del grupo AA, mi mente me lleva al lugar que vi hace poco, donde conocí a Maureene.
—Amm, ¿Michelle?
—Dime, Mack.
—Conozco otro lugar al que me gustaría ir.
Asiente y guarda su folleto blanco.
—¿Dónde queda ese lugar?
—A unos diez minutos de aqu. Si quieres mañana me acerco para buscar algún folleto para que conozcan.
—Eso está bien. Y ya que estás, algún número del organizador, para que tengamos un contacto directo.
—Bien.
Michelle vuelve a sonreír, y creo que esperaba a que yo también lo hiciera, ya que al ver mi rostro, su sonrisa se borró por completo.
—¿Te sientes cómoda con esto, Mack?
Me encojo de hombros.
—Si hay que hacerlo, hay que hacerlo —quiere decir algo más, pero no me veo capaz de escuchar nada más acerca del tema, así que la interrumpo —¿Puedo empezar mi turno? —cierra la boca y asiente— Por cierto, muchas gracias. A todos.
Sonríe y vuelve a asentir.
—Estamos contigo. Todos.
No sonrío, ni digo nada. Sólo me pongo de pie y salgo de la oficina.
Tal vez tuve que haber actuado de una manera más agradecida, pues supongo que de estar en otro trabajo, ya me hubieran despedido.
Pero lo cierto es que, pese a que la conversación fue buena y tranquila, me siento un poco ahogada.
De repente todos me quieren ayudar, desde Aiden hasta los jefes. Oh claro, y no olvidemos de Jeremy, aún no he hablado con él, pero será otra mano amiga.
Sus actos son buenos, pues hablan muy bien de ellos como personas, claro está. Pero no sé si estoy del todo lista como para tener muchos ojos sobre mí.
La verdad es que no creo que por mucho tiempo soporte tanta atención, o que estén muy encima mío. Y es eso lo que me ahoga, es eso lo que me dice que firme la renuncia y mandar al diablo a todo y a todos.
Mi mente está hecha un lío, hay demasiado ruido. O más bien yo soy un ruido molesto. En estos momentos sé que necesito enfocarme en otra cosa, necesito estar ocupada. Así que es tiempo de empezar mi turno.
¿Qué sucederá una vez que el mismo termine?
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