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ALEC

Cuando llevó a Max a la habitación se quedo un rato dándole su compañía, amaba cada cosa de esa pequeña criatura, su hermosa piel azulina, sus pequeños cuernitos, sus ojos amarillos verdosos al igual que Magnus, su pequeñito cuerpito y la magia que emanaba de él. Estaban en la cama, el pequeño intentaba morder unos de sus pies con sus encías, su cuerpo se encorvaba para hacer el intento y eso le parecía gracioso al ojiazul.

Aprovechó para pensar en todo lo ocurrido en estos pocos tiempos, el luto había durado horas, muy poco para la personas normales pero para los Nephilim que siempre vivían en guerras y muertes era muy común, las muertes estaría presente pero era mejor comenzar a seguir con sus vida, las muertes habían sido trágicas pero con ellas habían traído dos adorables criaturas que harían feliz a cada integrante del instituto y merecían ser felices, todos merecían ser felices, y mientras que el estuviera vivo haría que eso se cumpliera, nada le faltaría a su familia. Un biberón sorprendió a Alec que apareció de la nada y fue a parar a la boquita del niño.

— No, no y no— lo retó Alec— nada de magia, nada de seguir los pasos de tu padre, porque tu no hablas y no sé de dónde sacas eso para pagarlo.

El bebé hizo un sonido de risa.

— Pequeño diablillo— añadió Alec— es hora de dormir.

Se paró y comenzó a mecer al niño que estaba acomodándose en su pecho.

— Voy a tener que traer una cuna, comprar una cuna— dijo Alec susurrando para él.

Cuando una cuna cayó de la nada al lado de la cama.

— ¡Max! Eres aún un bebé, deja de usar tu magia—chilló Alec.

Volvió a su movimiento de mecer y aprovechó el momento para cantarle algo, la canción que su madre le había cantado cuando era pequeño, uno de los pocos recuerdos que tiene de muestra de amor de su madre.

À la Claire Fontaine, m' en allanar promener...— comenzó a entonar.

No pudo evitar que los ojos comiencen a llenarse de lágrimas, su madre no había sido una buena madre, pero lo era a su manera y nada podía con el dolor de haberla perdido.

—... J'al trouve l'eau si Belle que jem' y sus baigné.

Pero había podido vengar su muerte, había podido que ella descansara en paz al saber que su asesino ya no estaba con vida.

Chante, Rossignol, chante, toi qui as le coeur...

Había salvado la vida de Max y sabía que su madre estaba agradecido con el por haberlo salvado, por haber salvado a su hermano menor.

—...Tu as le coeur á rire... Moi je lai à pleurer.

Pero hubiese esperado que estuviera en su boda, que pudiera presenciar algo tan bueno como aquello.

— Il y a longtemps que ir t'aime, jamais je net' oublierai.

No evitó largar una pequeña lágrima, pero al mirar hacia abajo observo como el pequeño ya estaba durmiendo, con una pequeña sonrisa caminó hasta la cuna y puso al pequeño Max allí con cuidado, acurrucado en una sábana.

— Descansa pequeño.

Saco la estela y dibujó una runa de protección en una de las maderas, por si acaso, y comenzó a caminar fuera de la habitación dejando la puerta abierta para escuchar, caminó hacia la habitación de Max y vio que estaba durmiendo abrazado a Izzy, Alec entró y colocó una manta arriba de ellos para después besar la frente de los dos, nunca le dejaría que les faltara algo. Ahora faltaba ayudar a las únicas dos personas que quedaban, salió de la habitación apagando la luz a su salida y comenzó a dirigirse a la sala.

— ¿Qué es la viruela demoníaca?— escuchó Clarissa.

Cada vez que se acercaba podía escuchar con más claridad lo que hablaban.

— ¡Por el ángel Clarissa! La viruela demoníaca es muy importante— contestó Jace— ¿Cómo es que aún no lo sabes?

Alec se arrimó al umbral de la habitación que estaba quedando limpia, Jace estaba con un trapeador mientras que Clarissa parecía lavar los platos.

— Bueno, no lo he escuchado nunca— dijo Clary.

— Es hora de que vayan a dormir— interrumpió Alec.

Pareció que asusto a los dos por qué Jace tiró el trapeador y un sonido de un plato rompiéndose se escuchó por parte de Clary al igual que un grito por lo mismo.

— Alec explícale a Clarissa sobre la viruela demoníaca— ordenó Jace.

Viendo como su Parabatai caminaba hasta el, Alec solo sonrió porque eran ridiculeces que su hermano tenía desde hace muchos años.

— Sabes que los únicos que creen en la viruela demoníaca son tus antepasados— contestó Alec.

— También nosotros dos— dijo Jace.

Poniendo su brazo sobre su hombro para darle un abrazo con algo de fuerza.

— Claro, también como los patos son una clase demoníaca— volvió a decir Alec.

Sintió un beso en su mejilla por parte de su Parabatai.

— Por eso eres mi hermano— dijo Jace feliz.

Y lo mejor de todo es que ahora Alec también sentía eso, eran hermanos y nada más, ya no existía ningún tipo de sentimiento más allá de ese, el sentimiento romántico ya no existía.

— Claro, vayan a dormir, terminaré yo aquí— comentó Alec— mañana es un día importante para el instituto y tienen que estar despiertos.

— Sí—dijeron al unísono Clary y Jace.

Comenzando a salir del lugar volviendo a discutir sobre el tema de viruela demoníaca, Alec comenzó a caminar hacia donde el plato había caído y se había roto para comenzar a levantarlo tratando de prevenir no lastimarse, pensó en Jonathan y lo que hubiese pasado si le hubieran prestado un poco más atención, él no hubiera hecho todo lo que había hecho, los adultos seguirían vivos, los niños tendrían a sus padres y las cosas habrían sido distintas, pero tenían a Max y se estaba por casar, no podía quejarse de lo que habían venido después de algo tan duro.

Todo iba a ser distinto y había que adaptarse a ello, no iba a deprimirse, no cuando todos dependían de él. Una luz lo hizo reaccionar mirando hacia atrás viendo como comenzaba a armarse un portal, Alec se paró y dejó los pedazos de plato en la mesada para caminar hasta el portal esperando a su esposo, cuando lo vio pasar comenzó a sonreír, eso es lo que causaba Magnus en el, alegría, esperanza y tranquilidad, cuando el portal desapareció el ojiazul se acercó y lo abrazo.

— Podría vivir con todo estos abrazos a cada hora— dijo Magnus.

Ale lo soltó.

— Creí que tendría que esperar más— dijo Alec— ve a descansar, termino acá y voy contigo.

Vio a Magnus chequear los dedos y la sala ya no tenía nada fuera de lugar, hasta el plato roto había desaparecido.

— Vamos a descansar— dijo Magnus— pero...

Alec lo miró confundido, cuando vio que comenzó a sacar algo de su bolsillo su mundo se congeló, su respiración se dificulta y su corazón comenzó a latir con fuerza.

— M-Magnus—tartamudeo Alec.

— Sh, déjame proseguir—dijo Magnus arrodillándose.

— Esto tenía que hacerlo yo— se quejó Alec.

— Shh.

Vio como Magnus arrodillado a sus pies habría la caja mostrando un hermoso anillo con un diseño del mismo color de sus ojos.

— Alexander Gideon Lightwood, estoy acá arrodillado a tus pies, como la hermosa criatura que eres, me cautivante desde el primer día que te vi, en aquel restaurante. Haces que mis días sean mejores, que mi corazón se aceleré con cada minúscula cosas que haces, no puedo sacarte de mi cabeza y cada palabra que sale de mi boca solo es para hablar de lo loco que me tienes por ti— dijo Magnus— me diste una familia, una numerosa, me hiciste creer que a pesar de tener muchos siglos de vida el amor puede llegarme, tú, Alexander eres mi persona indicada, mi media mitad, el amor verdadero y estoy aquí para que seas mi esposo, ahora, en el futuro y todos los años que tengan que pasar hasta que alguien venza mi inmortalidad, así que ¿Quieres ser mi esposo?

Alec ya no sabía cómo respirar, con dificultad logró asentir sintiendo como sus labios temblaban a tal emoción, vio como Magnus sacaba el anillo y lo ponía en su lugar, en uno de sus dedos.

— Se que los Nephilim tienen otras costumbres— volvió a decir Magnus— esto es algo más mundano.

— Me gusta, me gusta— dijo Alec emocionado—tus palabras, todo, me gusta todo.

Sintió como Magnus se le acercaba.

— Hubiera querido que Raphael estuviera acá así le presumo mi propuesta por su cara—dijo Magnus riendo.

Alec no pudo evitar reír también y atraerlo hasta él para besarlo, está noche era la mejor de todas, nunca se la olvidaría, cuándo se separaron, Alec aprovechó para decirle la única palabra que demostraba todo su amor.

— Te aprecio— dijo Alec.

— Te amo— contestó Magnus.

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