CAPITULO 26
Mijaíl
—¡Buenas tardes, Mijaíl! —Víctor se acerca a saludarme tendiendo su mano para estrecharla con la mía. Víctor es el psicólogo que me presentó Ari. Es un hombre de unos cuarenta años más o menos, alto y bastante delgado. Pero tiene algo en particular que cada vez que lo veo me saca una sonrisa y la verdad es que pongo de todas mis fuerzas para no reír. Lleva los zapatos, la pajarita y las gafas, pequeñas y redondas, del mismo color fosforescente, en su cara se ven demasiado extrañas y un poco peculiares.
—Buenas tardes. —Se sienta frente a mí y coloca un pie por encima del otro, acomodándose mejor.
—A ver, esta es tu tercera sesión. ¿Hay algún cambio?
—¿La verdad? —pregunto, obviamente para darme tiempo a pensar lo que diré, él mueve la cabeza aceptando mi tiempo en silencio—. Bueno, ya no despierto tanto por las noches, pero sigo teniendo pesadillas.
—¿Pero siguen siendo con el mismo contenido? —A la vez que me habla anota en su libreta.
—Sigue todo igual con un detalle que ya no existe. —Mientras más hablo sobre ellas, menos me cuesta pensar en lo sucedido.
—¿Y eso sería?... —Me mira intensamente, esperando ver en mi algo que no tengo la menor idea de lo que puede ser.
—Ya no me grita que soy un asesino.
—Eso creo que es un gran avance, Mijaíl. —En su voz puedo escuchar algo como admiración—. Y entonces dime, ¿cómo te sientes sabiendo que en dos días volverás a enfrentarte a Elpida, para pedirle que sea ella quién se responsabilice con tu rehabilitación?
—Acojonado —admito—. Reconozco que estoy muerto de miedo; pero también sé que sin ella no podré dar este paso.
—¿Crees que será fácil?
—Para nada. —Sonrío—. La conozco y sé que mi error lo pagaré bastante caro.
—¿Vale la pena arrastrarse tanto? —Levanta su ceja e intenta disimular una sonrisa.
—Vale la pena hasta sangrar, Víctor.
—Entiendo. —Vuelve a anotar en su libreta—. Entonces nuestra próxima cita queda para la semana que viene. ¿Después de la reunión con ella? —pregunta más para él que para mí.
—¿Es necesario?
—Mira, no lo sería si ustedes ya se hubieran encontrado antes como dos personas adultas y no tuvieran nada qué aclarar. —Me mira y trata de esconder su sonrisa. No me agrada para nada que alguien me conozca así y pueda opinar sobre cómo actúo—. Pero como eso no sucedió, necesitarás esa cita. Así que nos vemos el lunes por la tarde.
—Está bien. —Me despido resignado, pero yo también creo que es lo mejor.
El fin de semana no puede pasar más lento, claro que a diferencia de los anteriores, este está lleno de gente entrando y saliendo de mi casa. Casi todos vienen a ver cómo sigo. Mi cuñado con mi hermanita que está a punto de dar a luz, Ari con Gaby y el pequeño Hans, mi familia y mis amigos han estado enojados conmigo y es difícil que me perdonaran, creo que Hans fue el más difícil de convencer y hacerle entender mi punto de vista, que a pesar que fue un maldito error, en ese momento creí que era lo mejor, los niños son tan puros que no aceptan que alguien desaparezca de sus vidas y vuelva a aparecer como si nada. Mi hermano no ha podido venir pero si hablamos por Skype.
Mi madre por fin se ve tranquila, cada día le pido perdón, a pesar que dice que no importa, que ella está feliz de que por fin he sentado cabeza, pero sé que fui un desgraciado y por mi culpa no pudo disfrutar al máximo el embarazo de mi hermanita.
—Pequeña, ¿tú no deberías descansar? —Estoy preocupado, el verla con esa panza y sabiendo que está en su días me asusta.
—Estoy bien, hermanito, no te preocupe. —me tranquiliza con una sonrisa que llega hasta sus hermosos ojos que se ven bastante cansados—. Pero mejor nos marchamos que mañana para ti es un gran día. —Todos con excepción de Elpida, saben lo que haré y están felices, saben que no será nada fácil, pero tengo todo su apoyo.
—Y tú debes descansar. —Se levanta de su asiento con la ayuda de su novio, llega hasta mí y besa mi mejilla.
—Estoy feliz por ti, hermano. —Sonríe—. Por fin has madurado. —Todos en la habitación ríen y me doy cuenta de cuanta falta me había hecho todo esto, estos momentos con las personas que quiero y me quieren.
He llegado media hora antes de lo debido, pero no hay nada que me detenga en mi casa, deseo encontrarme cerca de ella. Ari me viene a buscar antes, desayunamos juntos y al ver que los nervios me ganan decide traerme antes, dejandome pasar a la oficina de Elpida.
No sé cómo mierda le hice, mejor dicho, nos hice esto. La aparté de mi vida, siendo ella la mía entera. Su oficina me hace sentir bien, tranquilo. Aprecio mí alrededor y es tan ella, cada rincón grita su nombre. Encima de su escritorio tiene una foto donde salen sus padres, Sofi, su hermano y ella. En otra sale ella con Ari haciendo sus gestos graciosos y una más con mi hermana. En la pared están colgados sus diplomas y también hay dos fotos más grandes, me acerco un poco más para verlas mejor y en una sale el atardecer en Santorini y la otra también es tomada del mismo viaje, pero en ella estamos todos. Los recuerdos llegan de inmediato a mi mente inundándome de felicidad, esos días habían sido de los más felices en mi vida.
—Buenos días. —Escucho su voz y regreso de inmediato al presente. Como lo supe, no fue fácil. Al principio se niega e intenta pasarme a otro profesional, pero no se lo permito. Le abro mi alma y parece que es lo que la conmueve y al fin acepta. Se acerca a mí para limpiar las lágrimas que corren sin darme cuenta. Por fin pude sentir su caricia y ver en sus ojos el perdón. Es el principio, difícil, pero sé que junto a ella lo lograré. Nuestro momento es interrumpido por nuestros teléfonos que suenan a la vez. Ella corre y coge el suyo y yo hago lo mismo con el mío.
—¿Madre?
—Hijo... —Escucho sollozos y me pongo en alerta.
—¿Qué sucede, mamá?
—Hijo, llegó la hora. —Suspira— Estamos en el hospital, tú hermana ha roto aguas.
—¡Voy para allá! —Corto la llamada y miro a Elpida que hace lo mismo—. Por fin conoceremos a nuestra sobrina —le digo y sonrío feliz.
Al salir de su oficina, Ari ya nos está esperando para llevarnos al hospital. El trayecto es rápido y en silencio. Ari sólo me mira y sonríe sin decir nada.
Al llegar, Elpida se abraza a su hermano dándole fuerzas y nos quedamos todos afuera esperando. Llaman a Strato para que acompañe a su mujer. La espera me está matando. Elpida no ha vuelto a acercarse a mí y a pesar de que hay veces que la encuentro mirándome ya no existe el desprecio que se apreciaba hasta hace poco en sus ojos.
—¡Familia! —nos llama Strato desde la puerta por la cual había entrado—. Quiero presentarles a una personita. —Y detrás de él sale una enfermera con una pequeña cuña. Todos nos acercamos a ella pero yo estoy en posición privilegiada, quedo justo frente a ella.
—¡Bienvenida, Zoi! —susurro para que sólo ella me escuche y le acaricio su manito. Me aparto para darles el espacio a los demás y seco rápidamente una lágrima que corre por mi mejilla. Creo que me estoy poniendo demasiado sentimental.
Llevamos, algo más de diez meses con nuestra terapia, los ejercicios se hacen cada vez más intensos, pero están dando sus frutos, eso me anima a seguir y sobre todo ahora, ya queda menos de un mes para la boda de mi hermana y el bautizo de mi pequeña perla, esa bebe que nos ha robado el corazón. Zoi, es tal cual la soñé, su piel blanquita como la de una perla, delicada, su pelito tan rubio que parece que no existe y esos ojos, esos ojos, que desde ya nos tienen hipnotizados. Son del mismo color que los de su mami y los míos, de un azul casi celeste cuando sonríe. Estoy seguro que cuando crezca y sea toda una mujer nos traerá bastantes dolores de cabeza.
Sonrío al recordar como Hans cuida de ella y la protege, cuando están juntos, ella no quiere a nadie más cerca, y él, a pesar de ser casi diez años mayor que Zoi siempre está a su lado ¡Joder, diez años! No... no puede ser, sin darme cuenta niego con la cabeza y coloco mis manos en ella.
—¿Mijaíl, qué sucede?, ¿está todo bien? —pregunta Elpida al ver mi reacción—. Mijaíl, háblame, ¿te sientes mal? —Esta vez reacciono al escuchar la preocupación en su voz.
—Sí, tranquila —respondo—, sólo que pensé en algo y ¡joder! Que no puede ser. —Mi cara debe ser un poema porque ella ríe esperando a que le diga más, pero esto es algo que no puedo decirlo en voz alta.
—No tengo todo el día. —Me mira molesta—. ¿Me dirás en qué pensabas?
—Es que... No, no es nada. Déjalo.
—¡Ay por Dios, no seas niño! —Ríe y pierdo toda la razón. Amo a esta mujer, pero he aceptado no presionarla, sé que todo llegará en su momento. Aunque hay veces que me han dado ganas de golpear a su compañero. Sobre todo, esa primera vez que llegó y la tomó por la cintura y le plantó un beso muy cerca de sus labios. Si sólo hubiera podido levantarme en ese momento, él ahora estaría bajo tierra. Y ella no hizo nada para alejarlo simplemente reía. Eso era lo peor de todo yo no tenía ningún derecho en decir nada y ella lo disfrutaba, lo podía ver.
—¡Está bien! —digo resignado como siempre a perder—. Pensaba en mi perlita y en Hans. —Elpida me mira por unos segundos y luego se larga a reír, agarrando su panza—. ¿Me puedes decir qué encuentras tan gracioso? —pregunto molesto.
—Te has dado cuenta que tienen más o menos la misma diferencia de edad que nuestros hermanos y nosotros —dice naturalmente y eso me sorprende. Es la primera vez en meses que habla de «Nosotros».
—No es gracioso —admito, pero no puedo dejar de ver su rostro tan bello al sonreír.
—Lo es... —Se acerca a mí, colocando sus manos en los apoyabrazos de mi silla y su rostro queda muy cerca del mio—. Son niños. —Sonríe—Zoi es una bebé, aún. No puedes pensar en esas cosas ahora; pero si en un futuro, llega a suceder algo así, mi hermano y tú tendrán que aceptarlo. —Gruño y ella hace su sonrisa más grande. Nos quedamos mirando intensamente y estoy tentado a tomarla por la nuca, atraerla y besarla como llevo deseando por tanto tiempo. Su sonrisa desaparece y muerde su labio. Mi respiración se hace más pesada, excitante, ella comienza acercar sus labios a los míos y ahí donde estoy esperando por lo que sueño cada noche, hace casi dos años, cierro los ojos, ansioso por el toque de aquellos labios gruesos que me traen loco por años.
El momento es interrumpido por mi móvil que suena intensamente, la siento más que veo alejarse de mí. Voy a matar al hijo de puta que interrumpió un momento perfecto.
—¡Diga...! —respondo sin siquiera ver quién llama y de muy mala gana.
—¿Señor Mijaíl Angelo Renieri? —pregunta una voz masculina que no reconozco.
—El mismo. —recuerdo mis modales y hablo mucho mejor—. ¿Quién habla?
—Señor Renieri, le habla el detective Salazar. —Esto puede sólo significar una cosa. Me tenso y busco a Elpida que al ver que me he puesto nervioso se acerca a mí.
—¿En qué puedo ayudarlo?
—Señor, Necesitamos que venga a nuestras oficinas. Tenemos detenido a Roberto Suarez y tiene que reconocerlo como el autor de su accidente.
—Comprendo. —Después de tanto tiempo, enfrentarme a él, me parece extraño—. ¿Cuándo debo ir?
—Si puede, hoy mismo, sería lo ideal. —Estoy de acuerdo. Es lo mejor, debo terminar este capítulo de mi vida, cerrarlo para poder vivir como corresponde.
—Estaré ahí. —Miro mi reloj—. En una hora aproximadamente.
—Lo estaremos esperando. —Me da los detalles de dónde debo ir y cortamos la llamada.
Lo veré después de esa maldita noche. No sé ni qué pensar ni tampoco cómo sentirme.
—¿Mijaíl... me escuchas? ¿Quién era? —El toque de su mano en mi mejilla me trae de vuelta a la realidad.
—Han detenido a Roberto, debo ir a la comisaría y hacer la denuncia para que por fin se realice su juicio. —Elpida retiene su respiración al escucharme—. Tengo que irme —declaro sin más y ella reacciona de inmediato.
—Voy contigo. —Toma su bolso y los dos juntos salimos del centro.
Afuera nos espera Iván, el sobrino de mi nana, hace un tiempo se ha quedado sin trabajo y ahora es mi chofer. Fue una de las mejores decisiones que he tomado últimamente, él se convirtió rápidamente en un muy buen amigo.
El trayecto lo hacemos en silencio, uno cómodo. En este momento, a pesar de lo nervioso que me siento, la tengo a ella a mi lado. Su mano toma la mía y entrelaza nuestros dedos, dándome toda la fuerza que necesito.
Al llegar, los detectives Rojas y Salazar, ya nos están esperando. Son los mismos que han estado al cargo de mi caso desde el principio.
—Gracias por venir. —Nos saludan tendiendo sus manos en un apretón.
—Acompáñenos. —Nos llevan a una oficina no muy grande. Una de sus paredes está cubierta por un espejo negro—. Les explico —dice mirándonos a los dos—. Ellos no pueden vernos, pero ustedes sí a ellos. Hay cinco hombres, así son las normas, y entre ellos esta él. —Intento tragar el nudo que tengo instalado en mi garganta. Elpida coloca sus manos en mis hombros y aprieta lo justo y necesario para darme todo el valor que necesito para hacer esto—. ¿Listo? —pregunta el hombre de piel clara que se encuentra al lado derecho del espejo. Asiento, él toca un botón y a la vista aparecen cinco hombres de la misma estatura. Escaneo uno a uno y mi mirada se detiene en el número tres. Acerco mi silla más al vidrio, a pesar de que su aspecto es de un vagabundo. Tiene la ropa completamente sucia, su pantalón desgarrado, como si hubiera sido atacado por animales salvajes. En su cara no se aprecia el color de su piel por la barba mugrienta que cubre la mitad de ella, lo demás lleno de moretones y al parecer sangre seca. ¡Joder! No ha quedado nada del hombre que una vez conocí. Lo único que puedo sentir por él es lástima. No puedo evitarlo y todos los recuerdos de esa maldita noche llegan a mi cabeza, recuerdos que a pesar de que aún duelen y todavía vivo con algunas secuelas son más llevaderos.
—El número tres. —afirmo con certeza y veo como los dos hombres asienten entre ellos. Escucho a Elpida cómo ahoga un sollozo tapando con las manos su boca.
Los detectives salen, no sin antes volver el espejo a su estado normal y nos dejan solos. Ella se aleja de mí a una esquina para que no vea lo que todo esto la afecta. Sin desesperarme, a pesar de que quisiera correr a su lado, tomo mis piernas y las acomodo en el suelo. Ya lo hemos hecho en nuestras sesiones y sé que puedo ponerme de pie sin ayuda, pero no estoy seguro sí lograré caminar hasta donde se encuentra Elpida. Con calma me coloco de pie y por fin después de casi dos años me separo de la que ha sido una maldita prisión. Doy un paso lentamente y queda detrás de mí, no tengo dónde sostenerme... doy otro paso y siento que me voy a caer, sostengo la respiración... otro más, se me dobla un poco la rodilla pero logro mantenerme en pie y no derrumbarme. No se ha dado cuenta de lo que estoy haciendo, cada vez que me acerco más, sus sollozos se hacen más fuertes. Espero que no se dé la vuelta hasta que yo llegue a su lado, no sé si podré lograrlo si ella me mira. Un paso más y estoy atrás de ella, toco delicadamente su hombro para no asustarla, pero de todas maneras no lo logro y da un pequeño salto en su lugar. Al girarse y verme frente a ella, ahoga un grito en sus manos y ahora sus ojos que ya estaban rojos por el llanto, se iluminan, brillan al verme y ver dónde ha quedado la silla.
Sigue llorando pero sonríe a la vez, y sin pensármelo la atraigo a mí, hundiendo mi rostro en su cuello, cerca de donde tiene tatuado mi nombre. La aferro a mí con una mano en su espalda y la otra donde esta cambia de nombre. Ella enreda sus manos en mi pelo y descansa su cabeza en mi hombro.
No sé por cuanto tiempo nos encontramos así, hasta que mis piernas comienzan a temblar; no sé si soportaré por mucho tiempo encontrarme aquí parado. Elpida se aparta de mí, haciéndome sentir de inmediato su ausencia. Trae rápidamente mi silla y me ayuda a sentarme. Atrae una silla hasta dejarla justo frente a mí y toma asiento en ella. Intenta limpiar su rostro de las lágrimas que ha dejado correr; pero soy yo quién aparto sus manos y limpio la humedad de sus mejillas.
—Perdóname... —suplico en un susurro—, perdóname por ser un completo imbécil y alejarme de ti. —Sus ojos se unen a los míos y nuestra mirada vuelve a ser una.
—No es fácil —admite—. No sé si puedo volver a confiar en ti.
—Lo sé, mi amor; pero te juro que haré lo que sea para que vuelvas a creer en mí —aseguro—. Te prometo que no volverá a suceder, desde hoy seré egoísta, te necesito conmigo. Te amo más que nada en este mundo. —Lentamente, nuestros rostros comienzan a atraerse como si fueran dos imanes y el uno no puede vivir sin el otro. Nuestros labios casi se tocan, cuando abren la puerta y nos separamos de golpe.
—Bueno, señor Renieri... —dice el detective Salazar sin siquiera mirarnos, está perdido en unos papeles que está leyendo—. Usted ha estado en lo correcto y el número tres es Roberto Suarez. —Asiento sin decir una sola palabra. Quiero marcharme de aquí con mi mujer y terminar lo que dejamos a medias.
—¿Entonces terminamos? —pregunto impaciente y veo de reojo cómo Elpida intenta no reír al ver que mi paciencia ya se ha terminado.
—Por ahora, sí —afirma—, pero tendrá que presentarse ante la corte en las fechas que se les darán, usted y el señor... —Vuelve a buscar entre los documentos que tiene en sus manos—... y el señor Samona tendrán que declarar una vez más, todo lo que sucedió esa noche. —Tiende su mano para despedirnos, su agarre es firme, y dice—: Espero que todo esto quede sólo en una mala pesadilla.
—Espero que así sea. —Miro únicamente a la mujer de mi vida quien tampoco ha apartado sus ojos de mí.
Por fin estamos afuera de esa oficina que me produce una tormenta de emociones. No sé cómo explicar todos los sentimientos vividos en tan pocas horas. De nervioso por lo que sucede, a enfadado por no tener la maldita idea del porqué. Me vuelvo a sentir débil como el día del accidente pero a la vez fuerte como un toro para ponerme de pie y caminar hasta mi mujer. En vez de odiarlo, ese hombre, me hace sentir lástima y compadecerlo por su estado.
Estamos afuera de las oficinas esperando por Iván.
—Vamos a mi casa. —Me sorprende Elpida. No pregunta, ni tampoco me lo pide sino que para ella es un simple hecho—. Tenemos que hablar.
—Está bien —acepto. ¿Quién soy yo para darle la contraria?
Una vez en el tráfico, Elpida da las indicaciones para llegar hasta donde vive. Mi amigo me mira por unos segundos a través del espejo, esperando una respuesta de mi parte y yo lo único que puedo hacer es sonreír, él asiente y antes de volver su mirada a la carretera logro ver cómo sus ojos sonríen y sé que se alegra por mí, el conoce cuanto sufría al estar cerca de ella y a la vez tan lejos.
Entrelazo nuestros dedos, es la sensación de que por fin estoy en mi hogar. Sonríe, pero no me mira, va pensativa y con la mirada perdida en el paisaje. Acaricio su piel con mi pulgar, dando pequeños círculos en el dorso de su mano. El viaje continúa hasta que llegamos a un complejo residencial. Elpida le indica en cual estacionamiento ingresar y una vez ahí me ayudan a descender del coche; espero pronto no tener que depender siempre de su ayuda.
—Gracias, Iván. —La mujer que me tiene locamente enamorado le tiende la mano para despedirse—. Ya puedes irte a descansar. No creo que Mijaíl te necesite más por hoy. —Su sonrisa traviesa hace que mi corazón se acelere. Parezco un puto adolescente.
El hombre que tengo frente a mi asiente y me mira con una pizca de burla, «Sí, amigo, ella es la que manda».
—Te llamaré por la mañana para decirte dónde nos encontraremos. —Me hundo en mis hombros. Se ve aliviado. Sé que se alegra por mí y sabe que este momento lo he esperado demasiado tiempo.
Elpida me ayuda a ingresar en el elevador y marca el quinto piso, donde se abren sus puertas y da paso de inmediato a su departamento. Todo es tan... ella, como en su oficina, a excepción de sus diplomas, por donde miras hay cuadros de todos los tamaños con fotos de todos, sin que falte nadie. Puedo ver una en la que sale Hans con mi pequeña perlita sosteniéndola en sus brazos, a pesar de que son sólo unos niños, ellos tienen una conexión especial.
—Voy a preparar un chocolate caliente, ¿quieres? —pregunta mientras la veo que va hasta la cocina que está unida a un comedor y salón.
—Sí, por favor. —Esto me recuerda nuestras tardes, donde no teníamos nada que hacer y simplemente nos sentábamos frente a la chimenea, con un tazón de ese líquido caliente que muchas veces prefería a cualquier otra cosa, sí, en eso era un niño. Nos tapábamos con una manta y conversábamos de todo y nada a la vez. Esos eran los momentos que amaba después de un día agotador, el chocolate caliente y mi mujer hacían la mejor combinación.
El olor a chocolate que llega a mi nariz me saca de mis recuerdos. Acepto el tazón y se lo agradezco. Ella se sienta en un sillón orejero para una persona, con espalda alta y de un color morado. No tengo idea cómo combina algo de ese color en un lugar como este. Elpida donde puede mete algo de su color preferido.
Nos quedamos por bastante tiempo en silencio, disfrutando de nuestra bebida.
—Has dado un gran avance hoy —dice, pero en ningún momento me mira. Se dedica a ver solo el líquido que se mueve dentro de su tazón.
—¡Y todo ha sido gracias a ti! —Yo no dejo de mirarla; pero ella no lo hace ni por un segundo.
—No es verdad... —rebate—. Si tú no lo hubieras decidido, te aseguro que no habría resultado.
—Pero tú fuiste la causante de que yo tomara esa decisión —replico—. ¿Aún no entiendes que he vuelto a la vida por y para ti? —Me acerco con la silla a una pequeña mesita que tengo a mi lado y dejo mi tazón.
—¡Es que tú no lo entiendes...! —Esta vez me mira con algo más que inseguridad—. ¡Ya no sé si puedo creer en ti, Mijaíl! —Limpia una lágrima que corre por su mejilla—. No es posible que cada vez que veas una dificultad te alejes. —Se levanta y deja su bebida junto a la mía pero no se acerca a mí, sino que se va frente a su ventanal y me da la espalda—. La primera vez... cuando te marchaste de Grecia —aclara—, lo acepté... no sabía que tu tenías sentimientos hacia mí y yo no tenía ningún derecho en decir algo. —La dejo que saque y diga todo lo que tiene en su interior. No debe quedar nada entre los dos, para poder comenzar desde cero—. Esta vez desapareciste mientras más nos necesitábamos. —Se da la vuelta para mirarme y lo único que puedo ver es enfado—. Porque yo... —dice señalando su pecho—, yo también te necesitaba a mi lado —declara y un sollozo se escapa de su boca—. Pero me abandonaste... me rompiste el corazón al demostrarme por una vez más, que no eras capaz de luchar por nosotros. —Tiene toda la razón. Fui un maldito cobarde— ¿Qué hubiera pasado si yo estuviera en tu lugar? —pregunta y yo lo único que puedo hacer es mirarla. El nudo en mi garganta no me deja hablar—. ¡Responde por Dios...! ¿Qué sucedería si «YO» estuviera en tú lugar? ¿Me habrías abandonado?
—¡Claro que no...! —pespondo enfadado— ¡¿Cómo puedes siquiera pensarlo?!
—¡Por qué lo hiciste, Mijaíl! Me dejaste y me sentí una miserable. Sin la capacidad de hacer algo por el hombre al que amo más que mi vida, el cual es mi héroe. Mijaíl, tú... —Me señala con su dedo—, eres mi esperanza y mi salvación y al marcharte, te llevaste todo eso. —Sus lágrimas corren sin parar por su rostro y su voz sale entrecortada. Le produje demasiado daño. Al pensar que hacía lo mejor, nos mandé a los dos a vivir en un maldito infierno.
Me vuelve a dar la espalda, la escucho llorar, su desesperación y dolor se plasma en ese llanto. Cuando murió Sofi, no lloró, estaba en shock. Al verla y saber que es por mi jodida culpa, me clavaría agujas debajo de las uñas si ello aliviase su dolor. Quiero ser yo el que sufra, daría lo que tengo para que ella no se viese así de jodida.
Como hice horas antes, lentamente aparto mis piernas de la penada y piso el suelo, me coloco de pie, pero esta vez no alcanzo a dar tres pasos, caigo de rodillas y al intentar sujetarme con torpeza de la mesita que tengo a mi lado tiro todo lo que se encuentra encima de ella. El ruido la alerta, se da la vuelta y al verme en el suelo, corre hacia mí, quedando en la misma posición que yo, uno frente al otro.
—Hoy, has agotado todas tus fuerzas, es por eso que tus piernas no te sostienen —me regaña—. No seas tan imprudente.
Sujeto su cara y la hago callar, le limpio las lágrimas y sin pensarlo, la beso, es un simple roce, pero para mí es el puto paraíso. Siento sus labios tan suaves. Me aparto de ella, porque sé que aún no es hora de hacerlo más profundo y al mirarla, veo como lleva sus dedos hasta su boca. Acariciando suavemente sus labios, sintiéndome como yo la siento en los míos.
—Todo lo que has dicho es verdad —reconozco—, no sé cómo hacer que vuelvas a creer en mí; pero te suplico... te lo ruego... No demos todo por perdido por favor. Dime que aún me puedes perdonar y yo te demostraré cada día por el resto de ellos, que eres la persona que más amo en mi vida. El vivir sin ti, es como estar en el mismo infierno. Eres el agua que debo beber para no morir deshidratado. Eres la luz en mis noches y el sol que alumbra mis días. —Una sonrisa débil aparece en sus labios.
—¿Cómo puedes decirme estas cosas y luego abandonarme? —pregunta dándome donde más me duele, mi corazón.
—Estos meses, hemos vivido momentos especiales siendo simplemente amigos. Conocí una parte de ti que antes no tuve la oportunidad de conocer. —El ser sólo amigos me hizo conocerla de una manera diferente y me enamoré más de ella si eso es posible—. Reconozco que te mereces a alguien... —El toque de sus labios, no me deja seguir con lo que quiero decir. Su lengua acaricia lentamente los míos pidiendo permiso para tener paso libre a mi boca.
—No digas estupideces. —Interrumpe nuestro beso—, lo llevabas tan bien. —se burla y reímos juntos. La atraigo a mí, colocando mis manos donde su espalda cambia de nombre. Nuestro beso se hace más profundo y nuestras lenguas se reconocen al segundo en que se tocan. Su sabor, ahora con gusto a chocolate, me hace desearla ahora, en este momento.
Pero mi posición me hace recordar que no estoy del todo bien y el dolor se hace más intenso y sin querer me quejo.
Elpida se separa de mí, rápidamente, dándose cuenta de la situación. Me ayuda a sentarme de nuevo en el sillón y ella se sienta a mi lado.
—¿Te duele? —pregunta preocupada.
—No, tranquila. Es sólo una molestia —aseguro.
—¡No más mentiras! —me regaña.
—¡Está bien, está bien...! —Levanto mis manos para que se detenga—. Antes, ahí. —Señalo donde nos encontrábamos antes—. Sí, me dolía, pero ahora no. Es sólo una molestia.
Decreta que me recueste, siempre con ella a mi lado ayudándome. Una vez que ya me tiene como quiere, comienza a darme un masaje relajante, ayudando a que la molestia desaparezca; pero hace que toda la sangre se acumule en un sólo lugar y produciéndome una inmensa incomodidad.
—Detente por favor —suplico, porque ahora no es momento para estar con un dolor de pelotas, aunque me lo merezca.
—¿Por qué?, ¿qué sucede? —pregunta preocupada.
—Nada. Sólo que ya me encuentro mucho mejor.
—Mijaíl, no me mientas... —me regaña nuevamente y coloca sus manos en la caderas, sabiendo que estoy mintiendo.
—¡Joder, Elpida!, ¿qué quieres que te diga? ¿Que tus manos me están produciendo dolor en otro lugar que tú, en este momento no podrás atender? —Escondo mi rostro en un almohadón y gruño frustrado. Escucho a lo lejos cómo ríe—. ¿Te estás divirtiendo? —pregunto de buen humor.
—Bastante —responde mientras sigue riendo—, te lo tienes bien merecido.
Sin decir una sola palabra, desaparece por una puerta y no tarda en volver con las cosas necesarias para prepararme una cama en uno de los sillones. Me ayuda a ponerme de pie, sujetándome al costado de éste, mientras ella se dedica a su labor. Una vez ya listo, me ayuda a sentarme y se arrodilla delante de mí, para sacarme las zapatillas y calcetines que llevo. Los deja a un lado y después se deshace de mi pantalón de gimnasia, dejándome sólo en bóxer y su mirada, sin ningún disimulo, se dirige hasta donde se acumuló toda mi sangre. Pasa su lengua por su labio inferior. ¡Mierda! Sabe lo que me hace. Mi miembro despierta aún más haciéndose bastante visible y ella jadea al verlo. Hasta que se vuelve a parar de golpe.
—¡A dormir! —Esta es su venganza y no tengo ningún derecho de quejarme. Lo tengo muy bien merecido. «¡Bravo, imbécil! ¡Ahora a sufrir!»
La habitación queda a oscuras. Sólo ha dejado una pequeña luz que ilumina desde su cocina. Me encuentro solo mirando el techo, veo cómo las luces que llegan desde afuera bailan entre ellas en él. Elpida ya debe estar soñando con sus angelitos que estoy seguro disfrutan de su venganza. Una sonrisa aparece en mis labios al recordar lo traviesa que se veía y cuanto lo disfrutó al verme de tal manera. En el momento que por fin Morfeo comienza a visitarme, mi cama se mueve y el olor de la mujer que en este minuto me tiene con una erección difícil de bajar, llega a mí.
—¿Vienes a continuar con tu venganza? —pregunto sin abrir mis ojos y la escucho como vuelve a reír.
—Puede ser —admite—, pero también me estoy torturando yo.
Una vez más, me vuelve a besar como antes. Soy tan débil que me es imposible negarme y cuando ya está satisfecha se aleja. Nuestras respiraciones agitadas, sus pechos suben y bajan muy cerca de mi cara, sus piernas se entrelazan con las mías y puedo sentir más que ver lo que lleva puesto, un short corto, muy muy corto para ser más específicos y una camiseta de tirantes que apenas cubre sus perfectas gemelas.
—¡Joder, Elpida... No puedo! —me quejo.
—Pues lo siento, tendrás que poder, porque mi amiguita del mes está aquí y no piensa irse. —Se hunde en sus hombros y su sonrisa se hace más brillante, si es que eso es posible.
La atraigo más a mí, haciendo que ni un alfiler quepa entre nosotros, hundo mi rostro en su cuello, llenándome de su esencia por completo.
—Te amo —le susurro. No quiero que tenga ninguna duda de eso—. Perdóname, estaba perdido; pero por fin encontré mi camino de vuelta y ya estoy aquí, y primero muerto que apartarme de ti.
—Yo también te amo. Te juro que la próxima vez no me volverás a ver —declara muy seria—. Pero no me vuelvas a pedir perdón, no podremos rehacer nuestra vida juntos, si te disculpas a cada dos por tres. Dediquémonos a ser felices y vivir la felicidad junto a nuestra familia. —Nos volvemos a besar, sellando nuestra promesa. Así nos dormimos, abrazados siendo uno, en cuerpo y alma.
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