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Me sentí muy mal cuando escuché la confesión de Honey. No porque me importara que hubiese sido ella quien me tendió la trampa, tampoco porque pensase que ella me debía algún tipo de lealtad de amigos, yo no creía en esas cosas. En realidad, fue porque no me podría haber importado menos este hecho.
Esperé tres segundos enteros para que mi corazón doliera por el golpe. De alguna extraña manera quería sentir el dolor, gritar de tristeza, sufrir por la decepción.
Yo quería sentir algo.
Sin embargo, estaba frío, era cómo estar viendo un show en la televisión, tan lejano cómo ajeno. Era lamentable.
—¿Estás bien? —una de las chicas que estaba a mi lado sostuvo mi hombro y me miró cómo si fuera a desmoronarme en cualquier momento, pero no era así. Estaba tan frío e inamovible como una estatua.
—Estoy bien —respondí, para después disculparme y levantarme se mi sitio.
Sin caminar demasiado rápido salí del lugar. Afuera estaba corriendo el viento, pensé que si estaba sólo podría llorar, pero no había lágrimas para mí.
Honey no me importaba y esa fue la peor parte de la noche.
Hasta ese momento pensé que tenía una razón válida para hacer todo lo que había hecho. Me sentía respaldado por un supuesto amor, que al final resulta que no sentía. Quizás estaba tan desesperado por crear lazos que los inventé dentro se mi cabeza, pero estando fuera, en medio de la calle, con los sonidos de los autobuses llenando el silencio y el viento enfriando mi rostro, me di cuenta de que no había nada que pudiera hacer para cubrir mi verdadera naturaleza.
Estaba sintiéndome miserable porque no conseguía encajar la culpa dentro de mí. Estaba desesperado, porque me negaba a creer que quizás sólo era una mierda de persona.
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