El cutis perfecto, cabello rubio, natural, con esa sedosidad y tono que las demás chicas sólo conseguían pasando horas en las estéticas. Los ojos azules, brillantes y la sonrisa cándida: esa era Honey.

Sin embargo, la chica que vi ese día era diferente, estaba sentada en la mesa de su casa y cuando se levantó, se tambaleaba al caminar. Al abrirme la puerta se fue de lado, cayendo contra la pared, estaba muy borracha.

Casi no la reconozco cuando la vi, tenía el pelo enmarañado, estaba pálida y me vómito en los pies. Sus padres no estaban en casa, había salido quien sabe dónde, ignorando el lamentable estado de su hija.

Pasé varias horas tratando de recomponerla, le lavé el rostro, la metí en la cama, pero ella se negaba a dormir, deliraba quien sabe que cosas sobre su vida en la ciudad, cuando se fuera lejos de casa. No tenía idea de que mi perfecta Honey pudiera transformarse en aquel auténtico desastre (aunque en secreto imaginaba que algún día pasaría), me dieron ganas de reírme nada más verla, era de no creer, incluso tuve que tomarle una fotografía para recordar el momento.

Ella posó, haciendo una seña obscena con los dedos. Luego comencé a grabar.