
16
Yo tengo a mi demonio personal. Tiene los ojos verdes y el rostro tan impoluto como el de una estatua de mármol pulido. Cumple con todos los requisitos para ser un perfecto y servicial caballero caucásico. Es y será siempre, un ganador, el tipo de persona contra la que alguien como yo, no tiene una sola oportunidad.
Es un demonio con apariencia de ángel, alguien a quien no quieres tener de enemigo, una persona que me gustaría poder ignorar y seguir con mi vida de manera tranquila, pero el caso aquí, es que no es posible pasarlo por alto.
No es que no lo haya intentado, al principio, escapaba con la cola entre las patas ante su presencia. Alguien como yo, no podía compararse con alguien como él. Haciendo a un lado cosas como la posición social, la reputación y precedentes, él seguía siendo un brillante alumno, destacado por su carisma e inteligencia. Son características que ninguna persona tan maliciosa debería tener.
Sin embargo, me atreví a meterme en su camino por ella. Porque la quiero y no me arrepiento de hacerlo. Me detesta por meterme en su territorio. Porque sin querer, terminé mirando a la única persona que se supone, no debía haber mirado; Honey.
Y claro, para los que no lo sepan, Honey es el tesoro del demonio. Extender una mano hacia ella podría compararse con tratar de quitarle un juguete a un pitbull de pelea, puedes intentarlo, pero sin duda, el perro te va morder y una vez que te muerda, no va a soltarte.
Sin embargo hay algo que no tuvo en cuenta y es que Honey no es un juguete y yo he perdido tanto en mi vida, que arrancarme la mano, no me supone dolor alguno.
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