12. Veinte poemas de amor
Tonik se pasó la mañana cocinando, puesto que se habían comido el día anterior la tarda. No pareció molestarle que Eva e Iván se pasarán el rato jugando. Es más, no paraban de molestarle. Era tan divertido. Él mostraba una sonrisa tan radiante que Eva no pudo evitar contagiarse. Los tres se arreglaron algo tarde. Eva ya sabía antes de salir que llegarían bastante tarde a la comida con su familia. Y, como siempre, eso no le importaba. Se puso unos leggings negros, y sostuvo el jersey de Iván entre sus manos, con una mirada escéptica. Tonik se apoyó en el umbral. Por tradición, con sus hermanas, se había puesto uno de sus jerséis navideños. A ella le hizo gracia que fuera amarillo, para ir a conjunto, supuso. Aunque no era tan chillón como el suyo. Más bien el suyo era de color mostaza. Tenía un reno en medio con una gran nariz roja. Era hortera, pero no era feo. Los había visto peores.
—Recuerda que se lo has prometido —Eva asintió. El resto de su ropa era negra. No obstante, ella cumplía sus promesas. E Iván le había insistido aquella. Se pasó el jersey por los hombros y se miró en el espejo. Era un jersey terriblemente feo, pero le encantaba. Sonrió como boba. Hacía años que no se veía de otro color y era cierto que le quedaba bien.
—Sabes una cosa... Nico adoraba el color amarillo —dijo sin poder evitarlo. Sus ojos se humedecieron y parpadeó incómoda, aunque continuó diciendo—. Decía que era el color del sol, de las cosas buenas. Espero que esté donde esté lo entienda. Entienda que debo incumplir un día nuestra promesa y...
—Eva, no creo que Nico... —empezó Tonik, pero ella se giró para encontrarse con su mirada. Sin embargo, él estaba apoyado lejos de ella, el umbral de la puerta—, se enfadará porque dejarás atrás tu promesa. Has crecido y cambiado, seguirás queriéndole aunque...
—Yo cumplo mis promesas, hasta el final —señaló. Se acercó a Tonik que la abrazó nervioso—, pero, pensaré en lo que has dicho. Quizá sea momento... de encontrar excepciones.
Tonik la besó. Poco después vieron como salía Iván con la sudadera de dinosaurio puesta. Se había cerrado la capucha y les hizo un pase de modelos estilo jurásico. Era tan divertido. Los tres rieron hasta que les lloraron los ojos. Luego, cargados con los regalos para su familia, se fueron en el coche de Tonik. Él quería conducir. Eva se sentó detrás con Iván para seguir jugando. Para seguir charlando de sus cosas. Cuando llegaron a la casa de Jesús, a ella le dio un vuelco el corazón. No sabía por qué, pero se encontraba muy nerviosa. Supuso que porque era el primer año que no iba a celebrar la Navidad con su familia. Con todas las implicaciones que eso llevaba. Con esa única promesa rota de no seguir al lado de su madre, de no llevar el negro. Como si ella quisiera ya no ser ella misma. Con esa sensación de defraudar a su madre. De estar cometiendo un error. Tonik le apretó la mano con fuerza cuando bajaron. Parecía que se diera cuenta de su estado nervioso. Ambos habían acordado no decir aún nada sobre su situación «romántica» por así decirlo. Ellos aún no se habían dicho que eran pareja o que se querían como tal. Quizá tampoco lo necesitaban, pero formalizarlo era algo que no... no estaban listos. Aunque no querían guardar secretos, pero no era el momento de decirlo ante los demás. Iván les había prometido en el coche no decir nada. Pero, en cuanto se encontró con su familia en el vestíbulo, señaló feliz a Eva y espetó sin pensar:
—Tita Helena, este verano, los papis y yo nos vamos a un viaje de exploración a la isla que hablamos —Helena alzó la mirada como un rayo hacia su hermano. Eva se quiso esconder tras él, como si fuera una niña pequeña pilla haciendo una travesura—. Y, además, la tita y yo tenemos mascotas. Por eso hoy no nos podemos quedar hasta muy tarde. No quiero que me echen de menos —Ariel les miró sorprendida y alegre. Todos se habían dado cuenta del énfasis descarado de Iván en la palabra «tita», como para remarcar que no se había equivocado esa vez. Dios... era terrible mintiendo. Eva quería que la tragará la tierra.
—Vaya... eso son muchos regalos, mi Alan Grant —dijo Helena sonriente. Era una sonrisa extraña, puesto que no se la dedicaba a él. Si no a Tonik con acritud—. Eso es porque te has portado muy bien.
—Sí, claro. Además, mirad qué guapa esta mami —dijo señalando a Eva. Olvidándose por completo de todo con la emoción de ser el centro de atención. Vale, ella definitivamente quería morirse—. Le he regalado este jersey tan bonito para que vaya a juego con la familia —señalando a Ariel, Jules y Helena vestidos con sus propios jerséis ridículos de Navidad—. Del color de la alegría.
—Eva estás muy guapa. Te queda muy bien el amarillo —dijo Jules sacándoles del apuro y el silencio que siguió a Iván. Ella sonrió incómoda, incapaz de decir nada. Dios, sentía el cuerpo cortado con las miradas de sus amigas. Tonik fue, por suerte, quien cogió el mando de la situación. Su voz calmada y tranquila la sosegó por dentro.
—He traído tarta de manzana y croissants de chocolate caseros —todos le miraron con alegría, Eva suspiró. Helena seguía taladrándoles con la mirada—. También un poco del pollo relleno que hizo ayer Eva, estaba delicioso —ella le miró sorprendida de que hubiera recordado cogerlo. De que afirmará eso, sin ni siquiera haberlo probado—. Es una gran cocinera.
—¿Tu novia quieres decir? —le espetó Helena. Su tono era amargo. Ariel se removió incómoda, Jules se iba a llevar a los pequeños cuando Iván le apartó la mano mirando muy fijamente a su padre. Parecía preocupado y algo agobiado. Pero también, como si deseará escuchar la respuesta de su padre. Tonik le dio los dulces a Jesús, que se lo llevó todo a la cocina con ayuda de Alejandro. Eva suponía que también porque Jesús era un pésimo mentiroso y conocía su relación. No quería causarles más problemas. Ese gesto tierno de cuidado hacia Eva le hizo encoger el corazón.
—¿Qué ocurre Helena? —le preguntó su hermano. Eva percibió la tensión en los músculos de Tonik. De golpe, se sintió ridícula y absurda. ¿Qué estaba haciendo? Ella era insuficiente para ese hombre tan maravilloso. Dios, iba a romper una familia que no se merecía nada de lo que ella pudiera causarles. Con lo mucho que se querían, él parecía a punto de discutir con Helena por su culpa. Con su amiga. Sus mejores amigas.
—Yo... creo que... tengo que marcharme —musitó agobiada Eva. Las lágrimas le picaban en los ojos. ¿Se podía saber qué le pasaba? Se miró en el espejo. Vestida de amarillo, con el moño deshecho y... ¿Quién era ella para hacerles algo así a todas las personas que le importaban? Helena tenía razón en estar enfadada, ella solo sobraba y les haría daño. Ella...
—No —espetó Iván muy serio, parecía enfadado. Eva pareció recobrar un poco del sentido con su voz—. Tú te quedas, mami —todos miraron al pequeño con agobio. Sobre todo Helena, que nunca había visto a su sobrino enfadado con ella. Ni mirarla así, pensó Eva.
—Vamos a la sala un momento, cariño —dijo Ariel muy seria. Anna miraba a su primo con devoción. Como si fuera el ser más maravilloso del mundo. Algo que Eva también creía.
—No quiero. Ya no soy pequeño. Ya sé las cosas. Papi me ha dicho que no os dijera nada. Es culpa mía. Se me ha escapado, porque estoy contento —dijo. Las lágrimas subieron a sus ojos y Eva quiso secárselas. La estaba defendiendo y ella seguía sin saber qué decir ¿Qué se suponía que debía hacer?—. Estoy contento porque papi está contento. Ya no está solo. Ha encontrado a su Ellie Sattler —musitó muy serio. Haciendo referencia a esa película de culto que era para él su mundo. Helena le miró con aprensión—. Lo siento, papi, tú me pediste que...
—No pasa nada. Esas cosas pasan. No estoy enfadado cariño, porque has dicho la verdad —Tonik cuadró los hombros y la miró con confianza—. Eva, sé que esta no es la manera en que querías hacer las cosas —dijo divertido—. Sobre todo porque aunque seas una loca impulsiva, luego eres muy precavida con los sentimientos de las personas. Eres cuidadosa, tierna y familiar. Sé que quieres a mi familia tanto como a la tuya propia. Por eso, ayer fue muy especial para mí, que me presentarás como tu pareja ante tu hermana —Ariel abrió los ojos como platos en su dirección. Su amiga que la conocía mejor que nadie sabía lo que eso significaba para ella—. Y hoy, voy a hacerlo yo ante las mías. Eva y yo hemos decidido conocernos. Espero que no...
—Pues me importa —le espetó Helena molesta. Ariel la miró enfadada. Eva agradeció tanto esa mirada. Saber que Ariel, al menos, la seguía queriendo.
—Pues a mí no. Me hace muy feliz —dijo emocionada—, ¿verdad, mi nakama?
—Por supuesto. Creo que hacéis una pareja maravillosa —dijo Jules, trabajosamente debido a los tirones de la pequeña Anna hacia Jesús y Alejandro, que habían regresado de la cocina.
—Eso es porque todos lo sabíais menos yo —explotó Helena enfadada. Eva la miró sorprendida. ¿De qué hablaba?—. O sí, no me mires así. Urdí un plan maestro para destapar todo vuestro engaño, pero cuál es mi sorpresa. Ariel ya lo sabía, Porque se lo contaste —Tonik se removió incómodo, mirando a Eva con nerviosismo—. Y, claro, Jesús también, porque tú se lo contaste —dijo señalando a Eva, que se removió nerviosa. Además, de no haberle dicho nada Helena sobre su relación, seguramente ella tampoco estaba al tanto de la de Alejandro con Jesús. Madre mía—. Yo he sido la única tonta que os pilló como una boba en una librería y...
—Helena, yo tenía miedo de que... te enfadarás o...—empezó Eva. Ella la cortó con un mal gesto.
—Vamos, no me enfada que estéis juntos. Iván ya me ha hablado de ti sin decir tu nombre desde hace semanas —Eva miró a Iván que se metió dentro de su sudadera. El gesto hubiera sido tan cómico si no fuera por la situación. Tonik miró a su hermana pequeña con sorpresa—. Y si lo que dice es verdad, pues... me alegro por vosotros mucho. Aunque, deberías cortarte un poco con las duchas —musitó hacia su hermano molesto, que rebufó enrojeciendo—. Pero... chafarme la pillada delante de toda la familia. Eso no os lo perdonaré. Para una vez que podía molestar a Eva y hacerla enrojecer de vergüenza. Vas tú, el sincero, y te lo cargas.
—¿De eso iba todo? —preguntó aliviada. ¿De verdad su amiga no estaba enfadada? Madre mía. Es que... ¿Cómo podía tener tanta suerte? ¿Cómo podía estar rodeada de personas tan magnificas? Su garganta se cerró en un nudo.
—Pues claro —le dijo Helena divertida. Su mirada era diabólica—. Tenía ganas de torturarte y reírme de ti a tus espaldas. También de Tonik, sobre todo. Tenía un magnífico plan que implicaba a todo el aquelarre. Como todos hicisteis con Owen —Jules se rió, ganándose un codazo de Ariel, que la miraba algo molesta—. Pero... nada. Sois unos superaburridos con vuestra sinceridad. En fin, ¿vamos a comer, no? —Eva les miró agobiada. No sabía que sentía. Eran demasiadas cosas las que le abrumaban y no sabía ordenarlas. Alivio, felicidad, alegría, cariño, tristeza, diversión. Todas eran buenas. Pero había algo oscuro agitándose dentro: inseguridad, tristeza, odio hacia sí misma, culpabilidad.
—Necesito un momento —corrió hacia el lavabo más próximo y se encerró. Estaba hiperventilando. Supuso que el resto habrían entrado en el comedor para empezar con la comida de Navidad. Se sentía agobiada. Sentía ansiedad. Un sentimiento de culpabilidad e inseguridad le hizo sentarse en el váter. De golpe, vio que le entraba una llamada. Era su madre. Lo descolgó, estaba nerviosa y un poco perdida.
—Feliz Navidad —señaló su madre. Su tono era alegre, aunque mal disimulado. Era una falsedad. Como siempre.
—Feliz Navidad, mamá —musitó algo nerviosa. Sin poder evitar preguntar, espetó—: ¿Qué quieres?
—¿No puede llamarte tu madre para felicitarte las fiestas? Sobre todo este año, que te has negado a venir a casa, a comer con nosotros. Tu familia —Eva negó agobiada. Lo que menos le apetecía era el chantaje emocional de su madre en ese momento. Hacerla sentir culpable y desagradecida—. Pero, claro, desde que tienes novio estás cambiada.
—¿De qué hablas? Yo no tengo novio —dijo, aunque se arrepentía de negarlo. Tonik era un hombre maravilloso, no se merecía que ella dijera que no era nadie. Él que hacía escasos instantes se había abierto a su familia sin reparo para decir cuánto la quería. No, él no se merecía ese desprecio. No se merecía lo que ella había hecho. Ella no se merecía que él la quisiera. Él era demasiado bueno para ella. Ella que no era nada.
—Oh, verás, tu madre, que es la última que se entera de todo se ha cruzado esta mañana con Almudena. Me ha contado que ayer conoció a tu novio. Que se os ve muy felices —dijo. Su madre usaba el tono hiriente que siempre había reservado para ella y Nico—. Almudena me ha dicho que ese es hombre mayor que vive contigo. Ese viejo que conocimos el día que te visité con Lorena. Qué bajo has caído... Supongo que después de estar con tantos, te quedabas sin opciones —Eva sintió la rabia subirle por la garganta. Su madre solo la había llamado para estropearle el día.
—Mamá, es mi vida. No entiendo que te importa a ti —musitó. Estaba cansada de fingir. Solo quería colgarle y largarse. Sin embargo, parte de ella estaba deseosa de seguir ahí. De discutir.
—Eres mi hija. Claro que me importa —le gritó su madre a través del teléfono. Eva tenía ganas de estamparlo contra el baño. De acabar con esa voz que le exigía, le chantajeaba, le hacía culparse de todo y sentirse insuficiente. Que la hacía sentir una niña de ocho buscando su cariño y atención—. Este año ya me has despreciado sin venir a comer, ni contarme nada de tu vida. ¿Crees que me le merezco? Ya perdí un hijo, Eva. Y estoy perdiendo a la otra. Tengo que enterarme de tu vida, de segundas voces, como una desconocida.
—Eres una desconocida para mí — le gritó Eva de vuelta. Se sentía sobrepasada. Se sentía hundida. Ella estaba rota, de tantas formas. Se miró al espejo con el jersey amarillo y musitó—: ¿Qué quieres de mí?
—Así es como me tratas, siempre. Como una sobra en tu vida —Eva quería gritarle que así la había hecho sentir ella toda su infancia, pero se contuvo. No valía de nada espetarle esas cuatro verdades que no eran nada para su madre. Ella había vivido siempre ajena a lo que les ocurría. Sin querer verlo. Sin embargo, gruesas lágrimas de rabia subieron por sus ojos y se derramaron por sus mejillas—. Supongo que no soy nada para ti. Ni yo, ni tu familia. Esa a la que has dado a la espalda. Seguro que hoy estás ahí disfrutando con su familia, vestida de vivos colores. Sonriente y feliz. No como siempre que vienes a casa. Vestida de negro para recordarme la perdida de mi Nico. Mi luz, mi alegría. Mi alma. Este año lo tenía claro, estabas preparada para que te lo diera. Para que te diera lo que nos dejó nuestro Nico —Eva tuvo suficiente. Tiró el móvil contra el suelo. Salió del baño quitándose el jersey que hizo una bola y lo guardó en el bolso. Se quedó con el fino jersey negro. Le costaba respirar.
Como un relámpago se sintió tonta y absurda. Su madre tenía razón. Ahí estaba ella, intentando ser feliz cuando su hermano... cuando su hermano se pudría en vida por su culpa. Si ella hubiera estado allí. Si no se hubiera a ese fin de semana, él nunca hubiera saltado. Ella le hubiera hecho cambiar. Ella le hubiera cuidado. Pero le dejó solo. Le dejó solo con esa madre que nunca se daba cuenta de cómo estaban sus hijos. Ella había sido incapaz de cuidarle. Incapaz de salvarle. Salió antes de que ellos se dieran cuenta. Se odió a sí misma por hacerlo. Por ser tan cobarde. Se odiaba tan profundamente, que aunque redactó una estúpida nota para Iván y Tonik, supo que no era suficiente. Que nunca sería suficiente para explicarse. Arrancó el coche de Tonik y salió escopeteada. Ella, que no se permitía nunca sentirse así, desde que estaba con Tonik, no dejaba de llorar. Era como si algo que tenía muy hondo enterrado se hubiera abierto. Lloraba desconsolada. Como si necesitará abrirse del todo. Curar esas heridas que había dejado sangrar, creyendo que si las ignoraba sanarían solas. Condujo sin dirección, hasta tomar una decisión.
Tonik se extrañó al ver que tardaba en regresar del baño. Sentía una extraña aprensión en el pecho. La mirada de ella cuando se fue era diferente. Se la veía agobiada y asustada. Decidido fue a buscarla. Encontró el baño abierto. Eva había dejado el jersey, una nota y su móvil. Él lo cogió, al ver la pantalla rota se le encogió el corazón. ¿Qué había pasado? No leyó la nota, no antes de buscar en su teléfono. Vio la última llamada. «Leticia». Pulsó el botón de llamar, esperando encontrar alguna respuesta. La voz no tardó en responder:
—¿Qué? ¿Te arrepientes de haber colgado a tu madre? —le gritaron en el interfono—: ¿Te arrepientes de vivir tu vida tan alegremente? ¿Olvidándote de tu madre y tu hermano? ¿Es que ya no quieres a Nico? ¿No le echas de menos?
Tonik colgó. No necesitaba nada más. Él también sintió ganas de tirar el móvil contra el suelo. Cogió el jersey y la sostuvo contra su pecho. Estaba tan feliz cuando se lo puso. Leyó las cuatro líneas mal redactas. Ella le pedía que la dejará sola y disfrutará de la fiesta. Le decía que les dijera a los demás que estaba enferma. Vomitando. Que se había tenido que marchar. No estaba dispuesto. Tonik se había cansado de verla sufrir. Buscó a Ariel. Tenía claro lo que quería hacer. Lo que iba a hacer.
—Te quedarás con Iván esta noche. De momento, no quiero que sepa nada —Helena entró en ese momento en la cocina. Tonik no estaba muy seguro respecto a ella, pero era su hermana. Sabía que también quería a Eva. Haciendo acopio de valor les contó lo que creía que había pasado. Helena se cogió el pecho.
—Jo, y yo he sido tan insensible esta mañana con ella y... —Tonik negó.
—No pasa nada. Todos vimos que era en broma —dijo algo más relajado al tenerlas cerca. Sus hermanas, su pilar, su mundo—. Necesito vuestra ayuda. Ves a buscarla, Helena. Ella querrá hablar contigo. ¿No te importa quedarte con él, verdad Ariel? —ella negó, aunque le miró preocupada.
—¿Tú donde vas? —dijo en tono precavido.
—A ajustar cuentas —dijo muy serio. Ambas hermanas se miraron preocupadas. Supuso que nunca le habían visto así. Pero, él nunca dejaba que nadie dañará a quién quería.
Eva se sentó en la fría piedra. Días así no había nadie. La gente no quería recordar de esa manera. Sin embargo, sabía que es cuando más se recordaba a los que no estaban. Como si sus invisibles presencias llenaron los huecos invisibles que habían dejado en sus hogares. Se estremeció. Solo llevaba la fina camiseta y la chaqueta por encima. Nada más. Lloraba aún. Lágrimas finas, que caían por su rostro, silenciosas. Se sentó frente a su hermano. Como siempre miró esas tres letras arrancadas. Tenía solo dieciocho años cuando las arrancó. Se había destrozado las uñas y llegó sangrando a casa. Su madre no se dio ni cuenta de como ella las tiraba al cubo de la basura. Esperando que las viera. Que reconociera lo que Eva no podía gritarle. Sin embargo, Leticia estaba mirando una película con su marido y Lorena. No se dio cuenta. Nunca. Y Eva había vivido con ese rencor dentro, formando parte de ella. Rencor, tristeza, culpa, vacío. Eso había sido siempre. Pero ahora... había cosas que cambiaban. Nico había sido su mundo. Y ahora... estaba cambiando. Tenía tanto miedo. Miedo de verdad, como el que nunca había tenido. En sus doce años separados no se había planteado como sería rehacer su vida. Como sería ser feliz sin él. Se había acostumbrado a vivir en un estado plano, de alegrías pasajeras. Pero, sobre todo, soledad. Sin embargo, ahora... ahora había alguien que también era su mundo. Que ocupaba, si bien no el espacio de Nico, otro diferente. Pero... igual de importante. Igual de necesario. Eva sabía que, desde ese día, en el parque de atracciones se había sentido triste sin razón. Al menos eso pensaba. Ahora empezaba a entender por qué. Se estaba despidiendo. Su madre tenía razón. Quería empezar a ser feliz. Se despedía de la Eva que había sido con y tras Nico. Se sentía culpable por estar encontrando la felicidad. Era una emoción muy complicada y abrumadora. Algo que no te explicaban en ningún lugar y a lo que debía hacer frente sola.
—¿Cómo estás, Nico? —se esforzó en decir. Su voz sonaba ronca por los sollozos contenidos—. Espero que allí donde estés, hoy también sea un día alegre. Espero que haya gente para ti, y estés disfrutando de una rica comida. Me gustaría tanto estar contigo, Nico. Me gustaría volver a tener siete años y que jugáramos toda la tarde a juegos de mesa. Esos en los que siempre te ganaba. Poder verte una sola vez, poder hablar contigo una vez más. Contarte lo que siento ahora mismo y que me ayudarás a entenderlo. Siempre tenías respuestas para mis preguntas. Ahora tengo la filosofía, pero no es lo mismo. Ella me hace dudar. Me hace plantearme más cuestiones. Creo que... Nico, tengo miedo. Tengo miedo de vivir. He vivido tanto tiempo sin hacerlo realmente. Con un trabajo que no me llenaba, rodeada de gente que no me aportaba nada. Buscando relaciones poco serias y profundas. Siempre riéndome de todo y de todos. Y ahora, desde que empecé a escribir. Es como si una parte de mí hubiera sanado. Hubiera encontrado forma de pasar adelante. De priorizarme. De darme un lugar. Y encontré... encontré a alguien que me hace feliz. Que me hace... ser yo misma sin miedo a ser frágil o no ser suficiente. A alguien que sí me equivoco no le importa. Me ayuda a enmendar mi error —Eva se secó las lágrimas—. Le amo, con todo mi corazón, Nico. Y yo quiero... quería que decírtelo a ti antes que a nadie. Y también quiero que él lo sepa.
—¿Y por qué no se lo dices? —Eva dio un respingo. No sabía como Helena podía ser tan silenciosa a pesar de ir en tacones de quince centímetros por lo menos. Su amiga la abrazó en silencio. Un abrazo que sanó cosas que no entendía.
Tonik había encontrado fácil la dirección dada por Ariel. Era una suerte que su hermana tuviera ese don. Una memoria eidética que le hacía recordar estos pequeños detalles, como carteles de direcciones. Ariel recordaba donde vivía Leticia. Eso era suficiente. Respiró profundamente para calmarse. Hacía tiempo que no sentía tal enfado. Ni siquiera recordaba cuando había sido la última vez. La casa adosada le dio una sensación de asco en la boca del estómago. Era de esos lugares para la gente que quiere y no puede. Que aparenta una vida que no puede llevar. Que vive de apariencia y falsedad. Suspiró. Lo ocurrido ese día, había sido la gota que colmaba el vaso. Estaba dispuesto a que Eva dejará de sufrir. Aunque ella no se lo hubiera permitido. Él no iba a dejar que eso ocurriera. Era tan feliz ese día, y se lo habían arrebatado. Tonik sabía que su madre la chantajeaba emocionalmente, no solo por dinero, sino por algo más. Y no iba a permitir que eso siguiera así. No como un justiciero divino, o un novio autoprotector. Si no porque Eva no se lo merecía. Ella no merecía vivir con eso dañándola por dentro. Llamó al timbre, por mala suerte le abrió Lorena, que se apoyó seductoramente en la puerta. Supuso que para otros hombres, ella debía ser todo lo que querían. No para él.
—Vaya, te has cansado de la enana y buscas una compañía más refinada —dijo con algo de sorpresa en sus ojos, pero también diversión—. Mamá dirá que eres un viejo, pero creo que eres todo un bombón.
—Vengo a hablar con Leticia, tu madre. Puedes decirle que salga —Lorena se relamió los labios y le miró de arriba abajo. Una mirada que no le gustó nada. Que no deparaba nada bueno.
—Por supuesto —Lorena entró moviendo las caderas y su alta coleta—. Mamá, tienes visita. Hay un familiar en la puerta.
—¿Un familiar? —el tono de agradable sorpresa se congeló en su rostro al ver a Tonik. Bien, pensó él. Que se sintiera un poco incómoda. Lorena no se marchó como él esperaba y quería, se quedó en el pasillo mirando con deleite la escena. Era su casa, él no iba a decir nada sobre eso—: ¿Qué quiere? Viene a burlarse de mi vacía familia por su culpa.
—Vengo a avisarle de que no permitiré que siga haciendo daño a Eva —dijo. Eso era todo lo que le importaba.
—¿Insinúa que daño a mi hija? —fuera empezó a llover. Tonik maldijo el estar mojándose y muriéndose de frío. Pero no iba a pedirle que le dejará entrar—. Es usted un...
—Sé lo que le ha dicho —dijo tirándose un farol, aunque no creía estar equivocado en sus suposiciones—. No sé qué ocurrió entre ustedes en el pasado, para que una madre, quiera la infelicidad de su hija. Y, no me interrumpa, por favor —les espetó enfadado, al ver el rostro enrojecido de ira de Leticia—. No me importa lo que sea que su hija le hiciera en el pasado. Ni si le abandonó o lo que sea que crea que paso. Eva es una mujer extraordinaria que si se hubiera molestado en conocer, creo que adoraría. Y no quiero que... su familia le haga mal.
—Mire, es usted muy amable por preocuparse por nuestra familia. Pero, creo que una madre y una hija, deben resolver sus propios asuntos. Sin terceras personas que se metan en sus vidas sin petición. Eva ha sido siempre muy suya y estoy segura de que así seguirá siendo. Ella tampoco me conoce a mí, ni se preocupa por la mujer que yo soy. Una madre que perdió a su hijo por un suicido —dijo llorando. Tonik no se tragó esas lágrimas. Quizá sentía dolor, pero era demasiado sordo. Demasiado ajeno. Él no podía pensar en perder a Iván sin caerse de rodillas, y esa parte no pudo evitar empatizar con ella. Por eso no dijo nada—: ¿Sabe lo que es eso? Verle morir día a día en esa horrible depresión. Sé que hubo cosas que no hice bien, cuando eran pequeños. Que ellos se apoyaron el uno el otro. Pero nadie te enseña a ser padre y a la vez persona. Y cuando ocurrió el accidente, ella... ella lo quería todo para ella. No me dejaban ayudarles. Fue por eso que hablé con Nico. Tenía que entender que su hermana... que su hermana no quería estudiar. Que debían separarse un poco. Yo no sabía que él tomaría esa decisión —le gritó. Tonik se removió incómodo. Su cuerpo se sintió extraño. Intuía lo que había ocurrido tras esa conversación. Eso era horrible. Leticia le miró fijamente con los ojos anegados en lágrimas—. Si no se hubieran querido tanto, nada de eso habría pasado. Si él hubiera sido un niño normal. No un desviado tan sentimental. Nico era todo emoción y Eva la razón. Me daba miedo su relación. Fue culpa mía. Yo tendría que haberles separado, pero se querían tanto. Tenían un mundo propio donde yo no entraba y me estaba bien, o eso creía. Dios... todo sería tan distinto —le escupió—. Cuando murió, supe que había perdido un hijo, pero parte de mí creía que recuperaría a mi hija. Que ella se apoyaría en mí para entender lo que nos había pasado. Pero, ¿sabe qué hizo? Se largó. Se largó tan solo tres días después. Ya no quiso saber más de mí.
—Leticia, yo... —dijo nervioso. Sin saber qué decir. Sin saber qué se podía decir ante una verdad así.
—Quizá Eva le parezca extraordinaria, pero es mala. Fue mala con su madre. Yo también perdí un hijo, perdí a todo lo que él era. Ella se fue sin escucharme, sin ayudarme a entender mi culpabilidad. Por eso yo nunca le di la carta de Nico —dijo mostrándole un sobre envejecido y cerrado, que parecía guardar en la entrada de su hogar. Una carta con el nombre de «Eva»—. No la leí, soy una persona con honor. Pero no se la di. Ella sabe que la tengo. Es la única forma de que mi hija siga siendo mía. Siga viniendo a verme de vez en cuando, nos presté dinero cuando lo necesitamos, siga recordando que yo existo. Aunque solo sea por esto.
—Su hija debería querer venir a verla por cariño o amor. Esto es chantaje. Deme ese sobre, ahora mismo —rugió furioso. Leticia le miró asustada—. Deme lo que es de Eva y me iré. Le prometo que haré que su hija entienda su punto de vista, pero no la chantajeé más. Ella merece ser feliz. Merece leer lo que su hermano le dejó.
—Dale el sobre, mamá —dijo Lorena. Miraba sorprendida a su madrastra, como si recién descubriera lo retorcida que podía llegar a ser. Sus ojos expresaban dolor y tristeza. Tonik tuvo que reconocer que la vio diferente, como si hubiera dejado de jugar e interpretar un papel—. Es suyo. Dáselo.
Leticia le tendió el sobre. Su mano temblaba. No dijo nada más. Le observó con una muda expresión de horror. Tonik se sintió extraño cuando regresó al coche y dejó a la mujer llorando en la puerta. La lluvia le había calado hasta los huesos, pero retirándose el pelo para atrás que le había caído sobre los ojos, condujo el coche prestado de Jesús hasta su hogar.
Eva escuchó el sonido de la puerta abrirse. Hacía media ora que había llegado del cementerio. Pensaba que Tonik estaría en casa, pero supuso que debía seguir en casa de Ariel y Jules. Disfrutando de una buena comida. Ella no se lo tiraría en cara. Él merecía disfrutar con los suyos. Helena se había ido directa, dispuesta a quedarse con Iván, le aseguró. Tenía claro que quería darle el mejor final de Navidad. Eva había dejado de llorar. Aunque seguía contemplando el marco de fotos regalo de Tonik. Abrió los ojos al verlo aparecer empapado. Parecía cansado y se levantó preocupada.
—¿Qué pasa cariño? —le preguntó. Él no le dio tiempo a nada más. La besó con fuerza. De una manera tan dulce y especial que ella se estremeció.
—No pasa nada. Ten, mira. Esto es para ti —dijo muy serio, tendiéndole un sobre. Eva la reconoció y le miró muy seria.
—¿Qué has hecho? —susurró.
—Nada. He ido a pedirla amablemente —sonrió con suficiencia y ella le miró preocupada. Pero, él parecía tan calmado y seguro, que dejó las preocupaciones a un lado. Daba igual como la hubiera conseguido. Ella confiaba en él y su manera de hacer las cosas. ¿Cómo se había enterado? Tampoco le importaba. Su madre la había chantajeado durante años. Las palabras que su hermano le había escrito en su decimoctavo cumpleaños. Siempre le decía que no era el momento. Quizá Tonik la había convencido para que entendiera que sí lo era. Que Eva necesitaba sentir a su hermano cerca. Más que nunca—. Te dejo a solas para que lo leas —dijo yendo a cambiarse. El corazón de ella latía muy fuerte. Sin embargo, no abrió la carta. No lo hizo. Quería que Tonik estuviera allí. Necesitaba que estuviera. Cuando regresó, ella le miró muy seria. Él la entendió sin necesidad de decir nada. Eva esperó aún varios minutos. Sosteniéndola entre sus manos. Pensando en su hermano, cuando la escribió pensando en su cumpleaños. Finalmente, la abrió. Tantos años de espera. Estaba preparada.
Eva hizo una pausa, para respirar profundamente. Esas palabras le traían a Nico a su mente. Le recordaba como si estuviera ahí mismo. Leyéndolas para ella. Estaba claro que esta hubiera sido su intención desde el principio. Siguió leyendo:
Eva miró a Tonik. Vio que él también leía la carta y no le importaba. Él había logrado recuperarla. Traerle ese regalo del pasado.
Eva lloraba. Pero no de tristeza, no. Ni de culpa. Tampoco. No, no lloraba de esas emociones negativas que le perseguían. Había corrido más rápido. Tonik le había traído un sueño imposible en esos años. Volver a sentir a su hermano, como si estuviera ahí delante, hablándole. Con el corazón roto, aferró esas palabras y las apretó contra su pecho. Su Nico. Nunca le había dado la carta, porque ella se marchó al viaje. Seguramente, pensaba dársela a la vuelta con su regalo. Algo que su madre le prohibió. No era una carta de despedida. Ella lo sabía. Era una carta que hablaba de ellos. De lo que sentían el uno por el otro. Tonik también había leído la carta y las lágrimas contenidas le hacían relucir los ojos.
—Sabes, a veces se llora de felicidad —dijo Eva muy seria, intentando que él viera que iba totalmente en serio con lo que iba a decir —. Y yo estoy acostumbrada a que sea de tristeza, pero parece que eso está cambiando —Tonik la miró. Había tantas emociones en esa mirada. Ternura, cariño, anhelo, deseo, amor. Eva sonrió—. Me has traído un regalo imposible, de verdad. Estar con Nico y contigo a la vez. Te amo, cariño. Te amo mucho y de verdad. Como nunca creía que amaría a nadie.
—Te amo, mi amada enana, mi loca consciente. Y por ti, aunque sea un conformista sin remedio, haré de lo imposible, algo posible. Y sé que no es mi cita, lo he dicho como dice mi querida Ariel —Eva le besó y él señaló con una pícara mirada—: ¿Sabes cómo se les llama a 2 zombis que hablan distintas lenguas? —Eva negó—: Zombilingües —ambos rieron sin poder parar en esa noche tan especial. Donde lo imposible se había hecho realidad.
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