12.El pequeño libro de instrucciones
A pesar de que lo mucho que lo había intentado, por supuesto, Eva llegó diez minutos tarde. Habían quedado en el piso vacío de Ariel. Aún no había decidido a quién alquilarlo. Aunque sí que había vuelto a repintarlo de blanco. Lo que daba al lugar otro tono, otra luz. Entró con su llave, recordando que debía devolverla a su propietaria. Ese ya no era su hogar. Ella tenía un precioso piso con el amor de su vida. Su cuerpo se revolucionó al pensar en él. En el pasillo ya escuchó las voces de sus amigas. Ariel y Helena sonaban entre furiosas y alegres. Raro era. Eva esperó que no fuera con ella y que aceptaran su retraso gracias a los donuts que había comprado. Entró en el salón, donde ambas estaban sentadas junto a la tercera persona, que había enviado el lapidario y funesto mensaje.
—Siento llegar tarde, chicas. Pero, como compensación, os he traído donuts —ofreció en señal de paz.
—Dios mío, gracias —dijo Ariel, levantándose del suelo a por uno. Lo mordió con ganas y con la boca llena, indicó—, con azúcar todo va mejor.
—No sé yo —dijo el motivo de su madrugón. Eva dejó los dos donuts en el suelo y abrazó a quien acababa de decir esa frase tan negativa. Debía estar muy sombría para no creer que el azúcar podía arreglarlo. Nuria parecía cansada y muy triste. Ella la notó muy delgada, a pesar de no hacer tanto tiempo que se veían.
—¿Qué ha pasado? —murmuró tras sentarse. Nuria rompió a llorar. Helena fue quien tomó el mando. Seria, fiera y divertida. Esa extraña combinación que era ella.
—Nuria, esas cosas pasan —Eva miró de una a otras sin saber de qué hablaban. El mensaje de Nuria de la noche anterior solamente decía que había tenido que volver y que necesitaba verlas. Que tenía muy malas noticias. Helena pareció percatarse de la confusión de Eva, por lo que aclaró—: Ha perdido su trabajo.
—Bueno, no serás ni la primera ni la última —respondió Eva, mucho más tranquila. Era un drama, pero no uno grande. Sonrió, cogiendo un grasiento donut con alegría—. Si contará cuántos trabajos he perdido, seguramente, rellenaría más de dos hojas.
—No es eso —les replicó Nuria enfadada, cogiendo un donut con rabia. Eva sonrió—. He perdido mi trabajo por estúpida. Y encima estoy sin blanca. Estoy hundida sin remedio —Ariel la miró con aprensión cuando se echó a llorar—. Fui una tonta de remate al enamorarme de esa sabandija.
—¿De quién? —preguntó Eva, al ver que sus dos amigas asentían convencidas.
—De Milena Rice, jefa de enfermería del prestigioso hospital donde trabajaba. Cuarentona, descarada y divertida. Me pareció tentador y perfecto, hasta que, por supuesto, me enteré de que estaba casada —Eva miró a su amiga alucinada. No esperaba para nada que le saliera con esas. Aunque, sonriente, indicó:
—Ese era su problema, no el tuyo —dijo Eva descarada. Motivo por el que se ganó un codazo de Ariel.
—Sí que era el mío. Sobre todo cuando tu novia está casada con el director del hospital para el que trabajas —Eva agrandó los ojos, aunque no pudo evitar reírse. Ganándose un coscorrón de Helena.
—¿Qué? —les replicó molesta—. Ya sé que no es divertido, pero es que parece un culebrón. Como los de «Anatomía de Grey».
—Pues sí, pero de los malos. He vivido un infierno, chicas —Nuria metió la cabeza entre las manos y Eva se sintió un poco mal por ella. Estaba claro que no lo había pasado nada bien con esa situación—. Milena era egoísta y no quería que lo nuestro se acabara. Pero, tampoco dejarlo con su marido. Este último año lo he pasado fatal y al final... al final no pude más. Se lo conté todo al director pensando que agradecería mi sinceridad. Pero, me ha echado. Intenté encontrar otro trabajo por Londres. No quería contarle a mis padres cómo la había pifiado. Al final... acabé con mis ahorros. Además, Milena... bueno, ya ha puesto los ojos sobre otra. Madre mía.... ¡Qué tonta he sido! —su amiga se echó a llorar.
—Eso te pasa por ir con mujeres. Somos todas unas arpías malvadas —soltó la burra de Helena, aunque consiguió hacerla reír. Nuria la miró entre la tristeza y la alegría. En parte, su amiga tenía razón—. Vamos, no pasa nada. Todas hemos metido la pata alguna vez. Y seguramente volvamos a hacerlo.
—¿Tú crees? —dijo Nuria avergonzada.
—Yo tengo un récord de cagadas ya a mis espaldas, que espero no repetir —replicó Eva divertida. Cogió otro donut y señaló—: En fin, ¿estás sin blanca, sin curro y sin piso?
—Así es. Aunque he llamado al hospital donde estaba trabajando antes de irme. Están deseosos de que vuelva. El puesto es mío —dijo algo más animada. Eva puso los ojos en blanco, ganándose que le sacase la lengua divertida.
—Por el piso no te preocupes. Puedes quedarte aquí —replicó Ariel ilusionada—. Buscaba a quien podía alquilarlo, pero no veo a nadie mejor que tú. Me gusta pensar que está ocupado por mis amigos. Que aquí serán tan felices como lo fui yo.
—Ves, ya tienes curro y piso. No era para tanto. Solo te falta la pasta —le dijo Eva divertida. Nuria se echó a reír.
Tras un rato hablando, se la veía mucho más animada y resuelta. El llevar tanto tiempo lejos de casa, viviendo una situación tan estresante, debía haber sido duro para ella. Eva no se podía imaginar dejando su hogar y marchándose lejos. Ni siquiera cuando las cosas se pusieron peor para ella. Su amiga había sido muy valiente. Por su lado, ellas la pusieron al día de sus vidas. Ariel habló de su niña, de su trabajo, y de Jules. Como siempre, Eva se dio cuenta de que le brillaban los ojos de una manera muy especial. Se preguntaba si a ella le pasaría lo mismo cuando hablaba de Tonik. Helena habló de sus clases, de sus alumnas, de Owen. Y cuando Eva habló sobre su nuevo piso, Nuria le miró divertida.
—Los rumores son ciertos, te has enamorado de Tonik. Tanto emparejarlo conmigo —Eva se rió sin poderlo evitar y alzó las manos en gesto culpable.
—La verdad es que... bueno, sin entrar en muchos detalles, ya que están sus hermanas presentes, Tonik es un ardiente pretendiente —ambas le dieron un manotazo y ella calló divertida—. Es un hombre maravilloso y puedo decir... que estoy enamorada hasta las trancas.
—Vaya, vaya, la fría Eva se ha descongelado —replicó Nuria divertida. Todas se rieron a su costa, pero ella lo disfrutó. Era realmente un gusto saber que tenía alguien como él a su lado. Pasaron la mañana entre cotilleos, critíqueos y risas. Al final, decidieron irse a comer juntas.
Tonik vio el resumido mensaje de Eva y sonrió como un bobo. Se la imaginó sonriente, divertida y pícara como era cuando estaba con sus amigas. Como a él siempre le gustaba verla. Esa Eva era la primera que el había gustado, la que le había tocado el corazón. Aunque, su Eva. Esa que era con él. Fuera tremendamente más seductora y le hubiera enamorado hasta las trancadas. Fue a buscar a Iván, que estaba realizando las actividades de verano del colegio, donde salió algo mustio. Su hijo parecía decaído de camino a casa y cuando llegaron, comió con apatía. Tonik le miró preocupado.
—¿Ocurre algo? —Iván negó y se apartó para irse a su cuarto. Sin embargo, Tonik vio cómo su hijo dudaba en las escaleras.
—Papi, ¿tú crees que yo soy raro? —le preguntó muy serio.
—No, claro que no —Iván asintió e hizo ademán de subir, Tonik le detuvo—. ¿Lo dices por algo en concreto?
—Una niña de las actividades dice que soy raro. Como me gustan los dinosaurios, quiero ser actor como el tito Owen y no tengo mamá —los ojos de su hijo enrojecieron. Tonik sintió tal furia interna hacia esa niña desconocida, que no supo qué responder. Se quedó clavado y carraspeó para volver a activarse. Tenía que decir algo.
—Seguramente esa niña no te conoce —musitó. Su hijo le miró como si fuera bobo.
—Bueno, papi, yo no tengo muchos amigos, la verdad. Supongo que sí que soy raro —Iván se encogió de hombros y se fue al piso de arriba.
Tonik no sabía qué hacer, al respecto. Se sentía perdido. ¿Cómo se consolaba algo así? Sin pensarlo, llamó a la tutora de las actividades. Casualmente, era la misma tutora del curso de Iván. La profesora, normalmente siempre le hablaba de lo buen estudiante que era Iván y que se llevaba bien con todos. Ese día no fue diferente, pero Tonik quería saber algo más. Algo que la profesora no le supo decir. Colgó ofuscado. Subió a buscar a su hijo.
—¿Te apetece hacer algo? —Iván negó, mientras acariciaba a Orión. Nebula dormía tranquila—: ¿Quieres jugar o ver una película? —Iván volvió a negar. Tonik se agachó a su lado—. Iván, no eres raro, ni tienes nada de malo. Es algo guay que te gusten los dinosaurios, y también es algo bueno tener vocación de actor.
—¿Y sobre lo de mamá? Inés no para de reírse de mí diciendo que mi mamá se ha ido porque no quiere tenerme cerca. ¿Es eso verdad? ¿Se fue mamá porque no quería estar conmigo? —Iván lloraba y Tonik no sabía qué responderle que pudiera aligerar esa pena. No podía explicarle o hacerle entender los motivos de su madre. Crispó los puños agobiado.
—Claro que no —su hijo resopló enfadado—. Te digo la verdad. Sabes que yo nunca te miento, Iván. Tu madre se fue porque...
—Porque solo le importa su nuevo bebé. Yo nunca le he importado, papi, nunca. Para mamá no soy nada. Se fue cuando era un bebé y nunca me ha querido. Ni le he importado —Iván estaba muy enfadado. Tonik se daba cuenta de que él ya no era un niño. Su hijo empezaba a darse cuenta de cosas que él hubiera querido que nunca supiera—. No creas que ahora no sé qué te has buscado otra mami para mí, por eso. POrque sabías que mi mamá se iba. Pero Eva no es mi mami y ella no me quiere. No me quiere de verdad. Así que vete. Vete de mi cuarto. Déjame solo, papá. Me mientes todo el rato al decirme que ella me quiere. Que Eva me quiere también. Todos me mentís, porque creéis que soy un niño tonto.
Iván le cerró de un portazo y Tonik no supo qué hacer. Tenía ganas de llorar. De golpear algo. Furioso, bajó y cogió el teléfono dispuesto a llamar a Lucía. Tenía ganas de gritarle todo lo que Iván le había revelado. Sin embargo, no pudo. ¿De qué valía enfrentarla con algo así? Ella había dejado muy claro sus sentimientos por Iván. Pero él creía... creía que lo estaba haciendo bien. Creía que... podría darle una vida feliz. Sin sombras. Y su hijo llevaba unas semanas sufriendo y él no había sabido verlo. Él... no había entendido sus silencios. Se sentó en la mesa e hizo algo que nunca hubiera esperado hacer. Que jamás se hubiera imaginado hacer, pero que ahora era lo más lógico y sensato. Llamó a la única persona que era su salvavidas.
Eva se despidió apresurada de sus amigas. Tenía que regresar. Tonik la había llamado muy afectado por lo sucedido. Oírle la voz cortada y preocupada, le había roto el corazón. Pero aún más pensar en lo que Iván estaba sintiendo esas semanas. Lo que seguramente había estado callando esos días. Con esos sentimientos complicados y difíciles de entender para él. Eso era parte de crecer. Y era horrible. Corrió de regreso a casa, cuando antes de llegar se le ocurrió una idea. Era una terrible idea, pero sonriente avanzó. Las peores ideas, siempre, solían ser las mejores.
Una hora después aparcó y entró en su hogar. Tonik se había pasado la tarde fingiendo que trabajaba, aunque ella sabía que estaba dando vueltas por casa preocupado. Se dieron un fuerte abrazo. Él parecía necesitarlo. La miró con la mirada triste, que ella quiso borrar para siempre de su rostro. Aunque sabía que era imposible. Eso también era parte de vivir.
—¿Sigue arriba? —Tonik asintió.
—Bajo a merendar. Me pidió disculpas por gritarme, y por decir esas cosas. Pero no ha querido decirme nada más —Eva asintió. Tonik la apretó contra él con fuerza—. No sé qué voy a hacer. Me siento tan... enfadado, triste. No sé cuál es la respuesta correcta.
—No hay nada que hacer, Tonik. Iván debe entender sus sentimientos y saber que nos tiene ahí para él. Que nunca le mentiremos y le cuidaremos —señaló Eva. Sonriente le acarició el rostro—. Déjame hablar con él, anda. Quédate aquí.
Eva subió hasta el cuarto y llamó con los nudillos. Iván no dijo nada, pero tampoco que no pudiera pasar. Solo alzó la mirada cuando ella entró. Se sentó con él en el suelo, donde parecía que había estado jugando con Orión y con Nebula.
—¿Vienes por lo que le he dicho a papi? —Eva asintió. Ella no tenía intención de engañarle. Jamás la había tenido. Sabía que Iván era capaz de soportar la verdad. Tonik le había enseñado muy bien—. Estaba enfadado, pero es verdad, mamá no me quiere. Se ha ido sin más. Ni me echa de menos.
—¿Y eso qué? —le dijo Eva. Iván la miró muy atentamente. Al darse cuenta de que ella no le soltaba las frases que todos le decían—. Ella se lo pierde, ¿no crees? —Iván se encogió de hombros triste—. Eres el mejor hijo que se podría tener.
—Eso lo dices ahora, porque no tienes uno tuyo. Cuando estés embarazada, como mamá, tampoco me querrás. Tampoco te importará dejarme atrás —Eva le miró y se le rompió un poco el corazón. Ese sentimiento era terrible. Le recordó a tantas cosas de su infancia, que se le hizo un nudo en la garganta. Pero, ella quería usar esa experiencia y sentimientos para ayudarle. Algo agobiada, le preguntó:
—¿Entonces, quieres que te prometa que nunca tendré otro hijo que no seas tú? —Iván alzó la mirada sorprendido. Vio algo parecido a la preocupación pasar por sus ojos.
—No, yo no quiero eso. Yo quiero tener hermanos, ya lo sabes —le dijo convencido—. Como papi. Como tú. Al menos, entonces así me querrá y tendré amigos. Nunca estaré solo.
—Tú no estás solo —dijo Eva. Iván negó y se secó las lágrimas con fuerza—. Pero, entiendo que a veces uno puede sentirse así. Y es normal, no es nada malo. Yo también me sentía sola, hasta que os tuve a tu papi y a ti.
—Inés dice que estoy solo porque soy raro. Porque no soy como los demás. Que me gustan los dinosaurios y eso me hace aburrido. Que por eso, mamá se ha ido, para que mi hermano no sea un aburrido como yo —Eva apretó los puños con rabia. Odiaba a esa tal Inés.
—¿Y quién quiere ser como los demás? Eso sí que es aburrido —le replicó Eva divertida, Iván soltó a Orión y la miró fijamente atento a sus palabras—. Yo siempre soy rara, ¿verdad? —Iván asintió y Eva hizo una mueca— ¿Y crees que eso es malo? —Iván se rió cuando ella le hizo cosquillas—. No hay nada en ser raro. Pero, si te sientes solo, Iván, dímelo. Porque no estás solo. Pase lo que pasa, siempre me tendrás a mí. Porque yo he sido elegida para ser tu mami, y es el honor más grande de mi vida. Pero, también quiero ser tu amiga.
—Pero tú no eres mi mamá de verdad. Si algún día... si quieres irte, pues te olvidarás de mí. Yo no soy tu hijo —dijo Iván con lágrimas en los ojos. Eva le miró muy seria. Le tomó su mano y se levantó la camiseta. Bajo la costilla, en ese lugar donde dolía tanto, Eva se había dibujado la huella de un dinosaurio. Concretamente, la misma de la camiseta que había comprado tiempo atrás en la exposición que visitaron. Que él había señalado para ella. Iván la reconoció. Bajo la huella, había escrito Iván y una fecha.
—Puede que no sea tu madre biológica, Iván. Pero tú me elegiste como mami y como compañera de tu papi. Eso es mucho mejor que ser simplemente madre. Nos unen lazos de elección. Y aunque no te lo creas, te demostraré que siempre seré tu mami, Iván. Estás aquí. Muy cerca de mí siempre —Iván le tocó la huella y sonrió. Sonrió verdaderamente feliz, como ella se dio cuenta de que hacía días que no le veía. Lo abrazó contra su cuerpo. Con fuerza y seguridad. Tanto por lo que sentía por él, como lo que él sentía por ella. Deseosa de borrarle esos miedos de su mente.
Tonik debería haberse quedado en el piso de abajo, fingiendo que trabajaba. Pero les había seguido, supuso que era la vena cotilla de los Carjéz. O la preocupación por su hijo. Si alguien preguntaba, diría lo segundo. No veía sus rostros, ni tampoco vio el tatuaje. Pero lloró como un imbécil de felicidad al escuchar las palabras que se decían. Sabía que ese era su momento y no quería romperlo. Se levantó al oír pasos y bajó apresurado, pero como sabía que no iba a llegar, giró e hizo como que subía despistado. Se desperezó justo cuando salían del cuarto.
—Justo iba a buscaros. Ya he acabado por hoy. Pensaban en si os apetecía...
—Queremos pizza, papi —dijo Iván abrazándole con fuerza—. Y mami y yo te vamos a hacer un pastel de chocolate.
—Esa es la mejor cura cuando uno está triste —Tonik sonrió con verdadera alegría. Se acercó a Eva y le dio un fuerte beso, que hizo que Iván les abrazara a ambos. Eran una familia. Una verdadera familia. Y eso nadie jamás podría cambiarlo.
Jesús y Alejandro sonreían divertidos, observando cómo sus gatos corrían de un lado para otro del salón. David estaba arriba confeccionando. Por eso les había dejado a Versace que saltaba encima de sus hermanos con tremenda ferocidad.
—Esa gata es un bicho malo —replicó Alejandro, cogiéndola con facilidad. Sus enormes manos hacían que la gatita pareciera tremendamente pequeña.
—¿Tú crees? —dijo Jesús divertido. Separando a Varian y Veggeta. La triple V, les había llamado el veterinario. Sonriente miró a su perfecto novio e indicó—: ¿No tienes clase hoy? —Alejandro asintió.
—Si, volveré a las diez. ¿Quieres que traiga algo de cena? —Jesús negó. Iba a darse el placer de cocinar algo para su novio. Alejandro se fue dándole un beso, pero justo antes de irse, se giró sonriente—. He pensado que me gustaría comer con mis padres el domingo. Me gustaría presentarte a mi familia —Jesús se tensó nervioso. Sin embargo, asintió ilusionado. Cada pequeño paso en su relación le hacía feliz. Lo suyo funcionaba. Eran el uno para el otro.
Alejandro se fue y él se quedó con su jauría de gatos hambrienta y peleona. Tras darles algo de comer, por eso, logró que se durmieran. Se duchó, se puso ropa cómoda y se dispuso a bajar para cocinar. Pero, se sorprendió al encontrarse a Alejandro y David en la cocina. Su novio cocinaba divertido, mientras David hablaba de la colección que estaba diseñando para la marca de Z-Lech. Entró y se quedó observándoles. Era realmente precioso verles así. Ver cómo encajaba todo tan bien y tan natural. Ambos se rieron de él y de lo mucho que los gatos le tomaban el pelo. Del tiempo que le hacían perder. Jesús no dijo nada, simplemente se dedicó a encajar con diversión las pullas de, lo que podía decirse, su familia. La construida por él.
El viernes y el sábado se pasaron volando. Quizá fueran los nervios al conocer a la familia de Alejandro, lo que había hecho que el tiempo pasara tan rápido. Sin embargo, tenía todo el derecho. Él conocía a toda su familia. Así que cuando el domingo dio la hora de comer y llevaron a David a casa de Ariel y Jules, ya que comía con ellos para ultimar cosas de la marca, Jesús tenía el estómago hecho una bola. Hacía mucho tiempo que no pasaba por ese tipo de situaciones y se sentía... extrañamente oxidado. Quería ser encantador y quería que todo saliera perfecto, cosa que seguramente no pasaría. Estaba acostumbrándose a que las cosas no siempre podían ser perfectas, y eso estaba bien. Alejandro aparcó en una estrecha calle repleta de casas pequeñas y algo envejecidas. Se giró muy serio.
—Verás, no será fácil. Mis padres no llevaban muy bien... digamos que esta situación... pero lo intentan. No seas demasiado cariñoso y efusivo —señaló. Jesús se sintió agobiado por la situación. Doblemente comprometida por su extraña relación—. Y, no les tengas en cuenta las pullas. Ya sabes cómo son las personas algo más mayores. Con la mente algo cerrada. Pero irá bien y... bueno, va que no te quiero poner nervioso. Valor y al toro —Alejandro salió sonriente. Jesús bajó nervioso y agobiado. Si su novio quería relajarle, había tenido el efecto contrario. Se sentía tenso y torpe.
Alejandro entró en la bulliciosa casa. Dos mujeres hablaban a gritos en la cocina, mientras un señor mayor intentaba escuchar la televisión en el salón. Demasiado alta, se dio cuenta Jesús. Emilio y otro hombre cargaban bandejas de comida que estaban sacando a un pequeño patio trasero, donde cuatro niños corrían y jugaban al balón. Donde otra mujer, que colocaba la comida en la mesa, les gritaba que romperían algo. Jesús se sintió tan aturullado, que saludó sin darse cuenta de a quién lo hacía.
—Jesús, te presento a mi madre, Dulce María, también apellidada gritona número uno —la mujer le dio un coscorrón a Alejandro y dos besos a Jesús. Alejandro señaló a la otra mujer—. Esta es mi tía, Roberta, gritona número dos —Jesús miró a la afable mujer que le saludaba, cuando hacía diez segundos se estaba gritando como una descosida con la otra.
Cohibido pasó al salón, donde Alejandro le presentó a su padre, Ernesto. Fuera, les indicó que estaban Emilio y su hermana Paloma, con su marido Enrique. El matrimonio tenía cuatro hijos: Juan, Cristian, Marta y Álex. Jesús se sentía aturullado de tanta gente y tanto sonido. Por lo que se quedó callado y algo serio. Se sentaron todos a comer, aunque tuvieron que esperar hasta que entrara renegando Ernesto. Que se sentó frente a ambos con mirada suspicaz.
—¿Y de qué trabajas, muchacho? —le preguntó Dulce María, sirviéndole una ingente cantidad de comida que Jesús miró entre sorprendido y agobiado. Ojalá estuviera ahí Jules para ayudarle. Dios, Jules encajaría mil veces mejor que él ahí.
—Soy empresario —dijo cortado. Ernesto rebufó.
—Eso es lo que dicen todos los que no trabajan —replicó muy serio—. En mi época, las personas tenían un oficio. No como ahora... Ahora todos son algo, pero no son nada —Dulce María le dio con la cuchara en la cabeza—. Au, ¿qué he dicho?
—El mundo ha cambiado ya, vejestorio —le dijo muy seria—. Alejandro dice que tienes muchos negocios, pero lo que más te gusta es diseñar edificios. Eres arquitecto, ¿no? Se dice así, ¿verdad? —dijo la mujer con mirada dulce hacia su hijo. Alejandro asintió.
—Sí —Jesús se relajó con la voz de la amable señora. Le gustaba la mirada que dedicaba a Alejandro, esa mirada que hacía que se le encogiera el corazón—. Por desgracia no he podido dedicarme solo a ello. Pero soy arquitecto y eso me hace muy feliz —sonrió con alegría y Dulce María le miró con ternura.
—Anda, come hijo, que estás muy delgado —Jesús probó esa comida. Los ojos le brillaron de placer. Entendió lo que Jules siempre le decía. Esa comida era hogar. Un hogar de verdad. Alejandro le dio un tierno beso en la mejilla.
Jesús pronto se dio cuenta de que Alejandro le había mentido. Sus padres no tenían ningún problema con la relación de su hijo. Es más, se les veía felices de verle feliz. Tía Roberta y Dulce María competían por bien quién cocinaba mejor, cosa que era difícil de decidir. Ernesto era un hombre huraño, solo eso. Algo chapado a la antigua, pero le gustaba hablar con él. Jesús pasó un día maravilloso con la familia de Alejandro y cuando salieron, sonrió cuando vio que Dulce María les había preparado unos tuppers.
—No hacía falta —señaló algo nervioso. La mujer le miró con dulzura.
—Sé que tienes un hijo y me haría ilusión saber que está bien alimentado. Mi hijo cocina fatal —Alejandro resopló y se apoyó en el umbral de la cocina. Jesús le miró divertido—. Pero, me alegra que haya encontrado alguien que le soporte y le cuide tanto como tú. Anda, marchaos antes de que se haga de noche —ambos se despidieron con cariño de la dulce mujer. Jesús se esperó hasta estar bien lejos de la casa, para decirle a Alejandro:
—¿Con qué tus padres no lo llevaban muy bien? —Alejandro se rio con ganas.
—Tendrías que haberte visto la cara de miedo. Ha sido muy divertido —le dijo sonriente—. No es justo que siempre lo tengas fácil, ¿no crees? —Jesús resopló. Se sentía demasiado alegre como para decir nada más. Solamente, besó a Alejandro con ganas e ilusión.
El fin de semana había pasado en un suspiro. Eva indicó a Tonik que el lunes acompañaría a Iván a las actividades que hacía en la escuela. Así fue. Cuando llegó a la puerta, se alegró de haber sido puntual por una vez. Aún le costaban un poco esas cosas, pero iba mejorando. Ella preguntó a Iván:
—¿Quién es Inés? —Iván señaló a una pequeña niña rolliza de ojos vivos y pelo pajizo. Su madre era tan parecida que daba algo de miedo. Ambas se mantenían juntas y algo aparte—. Vale, voy a verla.
—¿No irás a matarla, verdad? —le preguntó Iván. La mirada de miedo la hizo reír. Eva se agachó y le revolvió el pelo.
—Por supuesto que no. De momento —añadió haciéndole reír. Iván se fue corriendo a jugar con unos niños de otro curso, pero que intercambiaban tazos con él. Eva se acercó a la mujer y la saludó—. Hola, soy Eva, la madre de Iván.
—Creía que su madre se había ido —dijo la mujer nerviosa—. Disculpa. Soy una maleducada y chismosa. Soy Sara, la mamá de Inés —Eva se agachó y sonrió a Inés, que la miraba fijamente.
—Oye, eres muy guapa —la niña enrojeció y se escondió tras su madre—. Solo venía a hablar con su hija un momento, si me lo permite. ¿Inés, puedes prestarme atención un momento? —la niña la miró avergonzada, consciente de lo que Eva iba a decirle seguramente—. Iván vino algo triste el otro día porque dice que tú no paras de decirle que su mamá le ha abandonado. En parte puede parecer eso, pero la mamá de Iván le quiere mucho. Y también yo. Como tu mami te quiere a ti. Y aunque sé que también te parece raro, porque le gustan los dinosaurios, también le gustan muchas cosas y...
—Inés, ¿por qué le has dicho cosas tan feas a Iván? —le preguntó su madre molesta, cogiendo a la niña del brazo para que no pudiera escapar. Inés sollozó y Eva las miró preocupada.
—No le diga eso... son cosas de niños y... —empezó. Inés gritó:
—Porque papá también nos ha abandonado a nosotros, mamá. Creía que Iván se sentía como yo y me daba rabia que no y... —Inés sollozaba y la mujer se movió incómoda, mirando alrededor. Eva las miró compungida. No esperaba para nada eso. Justo en ese momento se acercó Iván, que miró a Inés. Parecía que les había escuchado todo, como todo el mundo, a decir verdad—: ¿Qué quieres? ¿Te vas a reír de mí como los de mi clase?
—No —le dijo Iván muy serio—. Te he conseguido el tazo de la Hello Kitty. Te oí decir que te gustaba. A mí no me gusta mucho, porque es aburrido. Supongo que cómo te pasa a ti con los dinosaurios. Pero sabes... es guay ser diferente.
Eva miró a su pequeño con orgullo y alegría. Ambos entraron juntos a las actividades hablando de sus intereses para nada parecidos. Eva, tras ver a la mujer tan afectada, decidió invitarla a un café. Sara era una mujer recién separada que hacía malabares para que todo saliera bien. Eva conectó con ella al instante y ambas se llevaron bien. Instauraron la tradición de tomarse cada día un café después de que los niños entraran a las actividades. Y así, su vida continuo. En esa extraña nube que iba a la deriva, a veces entre el sol, otra entre otras nubes, y algunos días a través de la lluvia. Pero, siempre adelante.
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