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10.Bajo la misma estrella

Era el día. El temido día que había marcado el calendario. El horroroso día que llevaba temiendo desde que tomó la decisión. Eso tenía que recordárselo continuamente. Estaba en ese lío por él mismo y por nadie más. Tonik se removió entre las sabanas y apretó a Eva contra sí mismo. Olisqueando ese odioso champú de vainilla que se empecinaba en usar. Aunque debía reconocerlo, empezaba a gustarle. Sonrió como un bobo y le empezó a acariciar para despertarla. Si él sufría de insomnio por lo que se le venía, lo justo es que ella también. Eva se quejó en sueños. Y él, continuó chinchándola. Pero, al final, Tonik desistió. Era una marmota imposible de despertar. Giró sobre sí mismo y observó el sol salir por la ventana. Odiaba las mudanzas. Las odiaba profundamente y siempre encontraba alguna buena excusa para evitarlas. Pero esta... esta era suya. No tenía más remedio. Además, todos iban a ayudarles. Eva e Iván estaban terriblemente emocionados. No podía fallarles. Seguramente acabará siendo divertido. Se levantó mecánicamente y fue a la cocina. Empezarían con un buen desayuno. El patrón de las tortitas llevaba demasiado tiempo sin pasar por casa.

Cocinó en el agradable silencio de la mañana y acabó justo cuando Iván abría su puerta. Sonriente observó a su hijo. Se dio cuenta de que el pijama se le había quedado algo pequeño. Iván crecía a marchas forzadas. Se sentó a la mesa, dispuesto a devorar las tortitas. Con esa mirada de goloso, parecida a la de su tía Ariel, cuando era pequeña. Tonik le detuvo.

—Tenemos que esperar. No estamos todos —dijo. Ahora ya no estaban ellos dos solos y a ambos se les pintó de ilusión la mirada. Iván sonrió y le preguntó:

—¿Puedo levantarla? —Tonik asintió. Su hijo sonrió perverso y divertido, y se levantó con ganas. Pero, antes de irse, miró a su padre muy serio—. Papi, hay algo que nunca te he dicho... —Tonik se tensó y miró a su hijo con atención, esperando—. Gracias por cuidarme. Sé que siempre intentas hacer lo mejor para mí. Me daba pena que se marchara, mamá, pero solo eso. Pero, yo... no sabría vivir sin ti —Tonik sintió que se le cerraba un nudo en la garganta y le picaban los ojos—. Y también... me hace mucha ilusión tener nuestra casa con mami. La quiero mucho porque sé que ella te hace feliz. Y te mereces ser feliz —Tonik abrazó a su hijo, que le apretó, para luego apartarle riendo—. No seas pegajoso.

Iván crecía. Demasiado rápido. Le daba miedo. Pero... no podía ser de otra manera. Emocionado y con lágrimas en los ojos, les escuchó levantarse, correr, hacerse cosquillas, jugar en el caótico y casi vacío salón. Tonik sirvió de mientras las tortitas, sabiendo que en cuanto llegaran se sentarían a devorar. Y así fue. Ambos hablaban animados del día que, de momento, había empezado siendo de los mejores de su vida. Tenía que reconocerlo. 

Tras el desayuno, se vistieron y se pusieron a recoger las últimas cosas. Antes de que acabaran, los de la mudanza llegaron. Dispuestos a cargar todo y más. También llegaron Jules y Owen, a los que miró con agradecimiento infinito. Jesús y Alejandro les esperarían en el piso. Aunque, Jesús poco pudiera hacer con la mano dañada. Pero, por supuesto, no se lo había querido perder. Muchos de los muebles se quedaban en el piso. Excepto el sofá negro y la cama. Esa cama que tanto le gustaba. No podía desprenderse de ella. Se cruzó de brazos, observando cómo trabajaban los de la mudanza. Se sorprendió, cuando vio que Almudena también había venido con Vanessa. Las saludó en medio del salón donde los operarios ya desmontaban el sofá. Owen y Eva, se llevaban algunas cajas. Vanessa y Jules se habían quedado charlando animados en el pasillo.

—Madre mía... qué día os espera —dijo a modo de saludo. Tonik tuvo ganas de llorar, al darse cuenta de que, probablemente, ella tenía razón—. Odio las mudanzas. Siempre intentó evitarlas.

—Yo soy igual —reconoció Tonik—. Y este año dos. La primera a la fuerza y ahora... bueno, esta no me puedo quejar, ha sido por elección —Almudena le sonrió con emoción—. ¿Qué haces aquí? Somos ya muchas manos...

—La verdad es que le he pedido a Eva quedarme con Iván —Tonik la miró sorprendido por su ofrecimiento —. Sé que será un día complicado y tenerle por aquí, con los nervios, será una doble locura. Con Vanessa hemos pensado en llevarle al teatro. Me ha dicho Eva que le gusta la actuación y el teatro.

—Sí, pero... me sabe mal que tengas que...—empezó. Ella le cortó con un gesto.

—Tonik, somos familia. Será un placer —le dijo sonriente. Almudena miró a Eva con atención. Ella iba de negro, como casi siempre, y llevaba el pelo recogido. A Tonik le parecía la mujer más hermosa del mundo con ese moño que se deshacía y esa sonrisa tan especial—. ¿Sabes?... Mi hermana ha cambiado mucho desde que está contigo. No solo a nivel emocional, sino también consigo misma. Es más segura y confiada. Es como si hubiera encontrado su lugar en el mundo. Como si ya no le diera miedo mostrarse cómo es. Cuando la conocí, antes de que pasara todo, Eva era una niña resplandeciente. Siempre al lado de Nico, que era un sol —él vio cómo las lágrimas empañaban sus ojos—. Yo siempre quise tener hermanos. Con ellos parecía tenerlos. Y... cuando perdimos a Nico, temí perderla también a ella. Durante unos años fue así, pero... volvió. Nos quería y cuidaba de nosotras. No sabes cuánto nos ha ayudado. Sobre todo a mí desde mi separación. Pero, aunque estaba ahí, siempre parecía no estarlo del todo.Ahora es como si hubiera vuelto —Almudena le miró sonriente—. Perdona, vaya chapa te estoy dando. Pero solo quería decirte que me alegra que seáis felices. Que somos familia —Tonik le puso una mano en el hombro con cariño. 

—Por supuesto que lo somos, Almudena. Soy muy feliz de que así sea. No creo la suerte que va a tener Iván de tener una nueva tía tan cariñosa. Además, de una excelente repostera —Almudena se sonrojó. Eva se les acercó divertida.

—¿De qué habláis, almas gemelas, detesta mudanzas? —ambos se rieron con complicidad.

—Le estaba contando que están dos borrachos y uno le dice al otro: «no sigas bebiendo, que te estás poniendo borroso» —Eva se echó a reír con ganas.

—Eres bobo —le dijo y él la abrazó con ternura. Con todo el jaleo que había, dieron el pistoletazo de salida a la operación mudanza. 

Eva se alegró de que Almudena se llevara a Iván. No porque no quisiera estar con el pequeño, sino porque no podían estar a penas por él. Tenían mucho trabajo que hacer. No tanto en llevar cosas, gracias a que llevaban varias semanas llevando cajas. Si no, porque cuando tuvieran ya los muebles de su piso, porque los de Tonik ya estaban, les quedaría lo peor. Limpiar. Tonik odiaba las mudanzas. Ella no sabía que parte de ellas, aunque apostaría que por la limpieza. Aunque él parecía estar de buen ánimo. Eva sonrió cuando cargó otra caja al coche de Owen. Este le hizo un gesto teatral de secarse el sudor. Realmente, el día era agobiantemente caluroso. 

—Si te quitas la camiseta, voy a cumplir la fantasía de muchas mujeres. Millones, diría yo. La fantasía de ver al gran Owen Larraga sin camiseta y sudado —Owen arqueó una ceja. Ella debía decir que ese tío era impresionantemente guapo. No sabía cómo su amiga Helena no se sentía cohibida. Supuso que porque era tan impresionantemente hermosa como él.

—Por ti hago lo que sea —dijo meloso. Ella le dio un coscorrón.

—Nunca has sido mi tipo —Owen se echó a reír y ambos siguieron cargando cajas. Tonik bajó con los operarios y lo último que le quedaba a él mover. Su ordenador. Que casi tenía entidad propia. Otro ser más en su hogar.

—Vamos a cargar mi equipo en el coche de Jules —ella asintió—. Luego, ya iremos para el piso. Quedan solo dos cajas grandes y la bolsa.

—Vale —dijo Eva con seguridad—. Adelantaos con el coche, vamos a cargar lo que queda. Nos vemos en un rato —Eva subió con Owen y cogieron las últimas cajas. El piso se veía extraño, tan vacío. Cogió la bolsa —. Ves bajando, Owen. Ahora mismo voy —Owen la miró entendiéndola. Ella necesitaba un momento a solas. 

Eva observó el piso de madera pulida y paredes grises. Su refugio. Había dejado muchos pisos atrás. Había cambiado varias veces a lo largo de su vida. Pero ese había sido especial. De alguna forma, ese había sido un hogar. No un piso cualquiera. Había sido... feliz. Escribiendo su primer libro, cenando con sus amigas, sola leyendo al sol. Sobre todo al lado de Tonik. Una lágrima escapó por su ojo al recordar esas primeras cenas, cuando empezaron a ver series y a tontear. Las comidas en la terraza, esa primera navidad con Iván, las carreras y juegos con Orión y Nebula. Se sobresaltó cuando unos fuertes brazos le pasaron por detrás.

—He sido muy feliz aquí —le dijo Tonik en la oreja. Ella sonrió.

—Aún lo seremos más en nuestro hogar —musitó ella con la voz cargada de emoción—. Vamos, tenemos una vida que empezar.

—Juntos —dijo Tonik besándola con intensidad. Ambos se despidieron de ese primer hogar repleto de recuerdos tan dulces. 

Jules conducía finalmente solo. Tonik le había pedido ir con Owen y le dejó delante el portal. Él ya sabía dónde tenía que ir, así que se puso jazz suave y pilló el atasco. Sonrió cuando vio la llamada entrante y descolgó el manos libres.

—Buenos días, caracol —dijo. Su mujer bostezó. Se la imaginaba soñolienta en su cocina, y tuvo tantas ganas de besarla que apretó el volante.

—Buenos días, mi nakama. ¿Va todo según lo planeado? —Jules sonrió con diversión. Ariel era como Jesús, todo planes y horarios.

—Vamos retrasados, jefa, pero en veinte minutos estaré en el piso descargando. Tonik y Eva van con Owen —indicó con precisión—. Yo no tengo llaves, así que iré a comprarme snacks. Esta gente no come.

—No come como tú, bestia —Jules se rio divertido. Se imaginó el rostro de Ariel arrugado de picardía—. A la hora de comer estaré allí. Helena vendrá a quedarse con Anna. Es como mi hermano, que huye de las mudanzas. Por cierto, tu hija me ha mandado a comer uvas.

—¿Cómo? ¿Qué dices? —dijo fingiendo escándalo. Jules tenía que reconocer que Anna era tremenda. Su hija era un diablo. Lista como el hambre, y pilla como la que más. Había sacado lo peor de ambos y lo había convertido en su mejor virtud. 

—Estaba haciendo algo en la cocina. Algo malo, seguro. Algo que tú harías —dijo Ariel. Jules resopló. Siempre le achacaban lo peor de Anna a él. Seguramente tenía razón, pero...—. Me ha mandado a comer uvas. Luego, he visto lo que estaba haciendo. Ha mezclado zumo de naranja, ketchup y grosellas. Ahora está con dolor de tripa y no tardará en... —Jules oyó el estruendo—, vomitar. En fin, tengo que colgarte.

—Ya hablaré con ella sobre lo de comer uvas. Y sobre los experimentos culinarios... —Ariel colgó.

Anna era una niña con mucha personalidad. Y lo que más le gustaba era mezclar cosas que pudiera conseguir en la despensa. Jules sabía que tenía que poner una cerradura, pero se le olvidaba. Al principio se sobrepreocupaba cada vez que la niña enfermaba o le pasaba algo. Pero... había aprendido gracias a Ariel, que debía dejarla hacer. Y con el tema comida viviría eternamente ansioso. Suspiró para calmarse. Anna era tremenda, pero le tenía robado el corazón. Se rio como un bobo al pensar en la situación de su casa y a su pequeño bebé de casi tres años mandar a su madre a comer uvas.

Cuando llegaron, Jules estaba aparcado frente al portal. También acababan de llegar los operarios. Todos estaban comiendo algo que, seguramente, su cuñado había comprado. Tonik no sabía cómo, pero Jules siempre tenía comida encima. Le molestó tener que aguarles la fiesta, pero tenía ganas de acabar. Quería que lo malo pasara. Que descargarán los cuatro muebles y ellos se pusieran a colocar. Todos empezaron a descargar. Tonik con más fastidio que el resto, pero animado al ver tan ilusionado a Eva. Su desastroso moño ya iba por los suelos, pero parecía tan contenta que no podía decirle nada. Él también estaba muy ilusionado, debía reconocerlo. A la media hora, aparecieron Jesús y Alejandro. Los dos ayudaron en lo que podían. A Tonik le alegraba verles juntos. Le alegraba saber que estaban felices juntos.

Cuando ya tuvieron todo descargado y ubicado en las diferentes habitaciones, era casi la hora de comer. Suerte que habían desayunado fuerte. Tonik aprovechó para llamar a Almudena, que le aseguró que Iván estaba divirtiéndose como nunca. Habló con su hijo que estaba encantado de estar con su tía y su prima, aseguró. Colgó animado. Le gustaba que Iván hubiera reconocido esa parte de la familia como suya propia. Su alegría creció, cuando Eva y Jules, decidieron ir a comer donde siempre. Le apetecía ver a Roberto y charlar un rato. Cuando llegaron, los propietarios se alegraron de ver a Owen y Jules. Siempre les daba un poco más de trabajo y fama cuando ellos se presentaban. Se sentó en la mesa de siempre y esperaron la comida.

—No había venido nunca —dijo Alejandro admirando el pequeño restaurante familiar.

—Te encantará —le dijo Jules. Tonik sonrió por la alegría con la que Jules adoraba ese sitio—. La comida de este sitio es increíble. Ariel y yo venimos al menos cada dos meses. No es para nada como la comida pija a la que te tendrá acostumbrado mi hermano.

—Oye, la comida pija tiene sus cosas buenas —indicó Jesús. Jules le miró arqueando las cejas, pero parecía sin ganas de discutir. 

—A cada cual le puede gustar lo que sea —dijo Owen apaciguador—. Yo prefiero la cocina tradicional. Pero, también es una experiencia, ese tipo de restaurantes.

—La comida de esos restaurantes está bien si quieres vivir una experiencia diferente —dijo Alejandro con seguridad, poniendo los codos sobre la mesa—. Si quieres que la comida te diga cosas. Aunque, la verdad es que a mí me gustan estos sitios. Comida de verdad. Casera y que llena el alma.

—Di que sí —dijo Jules, animado porque prefiriera lo que a él le gustaba. Eva se echó a reír. Owen salió para charlar con Helena. Ariel entró apresurada en el mismo momento. Dio un beso a su marido con cariño. Jules la miraba con adoración. Eso es lo que más le gustaba de su cuñado. Daba igual quién fuera que estuviera en la sala, cuando Ariel entraba, para él no había nadie más— ¿Cómo has dejado a nuestra pequeña chef?

—Experimentando. Ya se ha curado del susto —Ariel les contó lo sucedido esa mañana con los experimentos culinarios de su hija—. Hay que poner de una vez por todas la cerradura. Si atraca la despensa cada vez que nos distraemos, algún día se hará daño.

—Solo tenemos comida —dijo Jules, aunque Tonik vio como se lo apuntaba en su agenda—. Le gusta cocinar. Cocina creativa. La que le gusta a Jesús. Por desgracia, eso lo ha sacado de su tío —Jesús rebufó.

—Pues que limpié él la vomitera —dijo Ariel molesta. Luego se echó a reír al pensar en su hija. Tonik sonrió con ternura. Adoraba ver a Ariel en su papel de madre—. Es que es tremenda...

  —Tengo ganas de verla —dijo Alejandro. Sonrió de una manera rara, pensó Tonik. Le iluminaba la cara de una forma muy diferente—. No he tenido la suerte de tener hijos —reconoció más serio, todos le miraron con atención—. Es una parte de mi vida que me entristece.

—Nunca es tarde para... —empezó Eva, para luego repensarlo y decir—, adoptar —Tonik le apretó el muslo por su desliz. Ella le sonrió con picardía.

—La verdad es que nunca me lo había planteado —dijo Jesús, seguro y confiado, mirando con ternura a Alejandro que le sonrió con cariño—. Ser padre otra vez. Pero... bueno, ahora ya tengo experiencia. Y con Anna estoy sacándome un máster. Ha sacado lo peor de Jules. De Ariel no hay nada malo.

La comida giró en torno a la familia, los hijos y las travesuras. También hablaron de las travesuras que hacían de pequeños. Tonik se quejó de Ariel y Helena. De las cosas que eran capaces de maquinar ambas. Ganándose el respeto de Jules que agradeció esa intervención. Sobre todo porque, según él, Ariel no paraba de culparle de las travesuras de Anna.

Tras la animada comida, todos regresaron al piso. Se repartieron las habitaciones para colocar y ordenar. Al ser tantas manos, pronto se dieron cuenta de que lo tenían todo hecho. Tonik agradeció su suerte y el apoyo de su gran familia. A las siete de la tarde, Eva dio por finalizada la operación y les pidió que le dejaran fregar. Era lo único que faltaba, aunque aún quedaban algunas cajas. Pero, poco a poco. Owen se despidió y se marchó para ir a recoger a Helena. Jules y Ariel se fueron también, para recoger a Anna e irse a casa. Tenían que hablar sobre una expresión muy fea que había usado esa mañana. Solo Jesús y Alejandro se quedaron. Los cuatro se tomaron una cerveza antes de acabar.

—Bueno, esto ya lo tenemos. Me alegra mucho pensar que he contribuido en el diseño de este hogar —dijo Jesús chocando su cerveza con Tonik y admirando el lugar—. Aunque no en la mudanza. Espero estar ya recuperado para la nuestra.

—¿Os vais a vivir juntos? —preguntó, bebió de la cerveza para disimular el temblor. Tonik no quería otra mudanza. No podía ser. No tan pronto. 

—Sí, esa es la idea. Estoy llevando poco a poco mis cosas. Pero... no creo que me lleve nada del piso. Mis cosas no quedan bien con...

—¿Qué dices? Quiero tus cosas en casa y si no te gustan, compramos otras —le dijo Jesús abrazando a Alejandro, él apoyó la cabeza en su hombro con delicadeza—. Lo hemos programado para de aquí tres semanas. ¿Vendréis a ayudar, verdad?

—Claro que sí. Cuenta conmigo. Tonik con el problema de la espalda... bueno, tras esta será mejor que descanse —dijo Eva sonriente. Era una trola, pero parecía contarla tan tranquila que se lo tragaron. Tonik asintió, evitando decir nada más y escondiendo la mirada. Se fueron poco rato después, para dejarles acabar y tener su propia intimidad. Tonik la besó con fuerza.

—Gracias por ser la mejor mujer del mundo —dijo con cariño cuando estuvieron solos. Eva sonrió.

—Gracias a ti por ser tan malo en las mudanzas que nadie te quiera cerca. Nos lo pones fácil —dijo divertida. Tras estar un rato dándose mimos, se fue a comprar. Eva aprovecharía para fregar y esperaría que llegara Iván. 

Eva fregó emocionada por primera vez su nuevo hogar. El lugar había quedado precioso. Era un hogar hermoso, como el que nunca hubiera imaginado tener. Aunque tuviera todas las cosas que ella siempre había soñado. Jesús había hecho un trabajo fantástico. Había dejado el suelo de mosaico original. Aunque era antiguo, lo vintage, volvía a llevarse. Las paredes las habían pintado en un suave color crema, que con la luz del sol se veía precioso. El recibidor era amplio y abría al corredor. Las antiguas habitaciones de Iván y el despacho, se habían convertido en un solo despacho amplio. Los muebles, de color oscuro, con las dos meses amplias, daban al lugar un aspecto elegante. Cada mesa tenía su propia ventana. Había libros por toda la pared. En el lado izquierdo del corredor estaba la cocina. Jesús no había incluido mucho de la cocina en la reforma, excepto por el cuarto de la lavadora como ampliación. El corredor llegaba al salón. La madera de los muebles era clara y combinaba muy bien con la sensación de ser un espacio natural. El piso, al ser esquinero, tenía ventanas que daban a la calle. Estas ventanas tenían sus maceteros repletos de flores. Aunque dentro también había muchas plantas. Gusto de Tonik. El sofá que habían elegido para combinar con los muebles era de color claro y los cojines, en amarillo y verde, destacaban. Los colores favoritos de Tonik e Iván. El sofá quedaba bajo las ventanas. Frente a él estaba el mueble de la televisión. No era el más grande del mercado, pero para ellos estaba bien. Al lado contrario de este mueble, habían ubicado la mesa del comedor. Habían conservado la de Ariel. De madera blanca y clara. Combinaba perfectamente con el resto de muebles. Y frente a la mesa, en la esquina contraria al ventanal, estaba la escalera de caracol que ascendía a la planta superior. 

Eva la siguió emocionada tras dejar la parte de abajo perfectamente limpia. Arriba estaban los dormitorios. Eva fregó el de Iván, que tenía su propia salida al balcón. El suelo de la planta de arriba era nuevo, parqué de color claro, que combinaba bien con los muebles que Tonik había comprado para renovar los suyos. A la habitación de Iván habían incorporado un escritorio bajo la ventana, donde un pequeño ordenador nuevo resplandecía. La cama repleta de peluches, con Petro ocupando el resto, la hizo sonreír. El resto de la pared era armario y, frente a la cama, habían colocado pósteres y juguetes de Iván. Aún le interesaban. Aunque ella sabía que, tarde o temprano, le dejarían de gustar. Temía el día en que eso pasará. La habitación conectaba con un baño para él. Que conectaba con la otra habitación. Que ahora mismo solo contenía las pertenencias de sus mascotas. Orión y Nebula que parecían pletóricos de estar en su nuevo hogar. Con mucho más espacio y habitación propia. Al otro lado del pasillo, habían dejado una habitación algo más polivalente. Ahora mismo, habían puesto la televisión de Eva, y el sofá chéster. Casi parecía una especie de segundo salón más privado. Ya verían. Quizá pudiera ser un cuarto de juegos o... una minibiblioteca. Habían dejado muchos de sus libros por allí, pero les faltaría una estantería. De momento, les gustaba así. Finalmente, estaba el dormitorio. Como el salón, el ventanal era en forma de esquina, repleto de flores. La cama quedaba frente a él. Todos los muebles del dormitorio eran los suyos. Las taquillas, el cabezal de hierro forjado, los baúles repletos de pegatinas, y el grueso armario de madera oscura. El lugar era muy suyo, aunque le gustó ver pegatinas que había puesto Tonik. Algunas figuras frikis de las que le gustaban: la espada láser colgada de un gancho, las figuras de Star Wars, las varitas de Harry Potter, las bolas de Dragon Ball. Tenían su propio baño, con un lujo que jamás había considerado, pero Jesús sí. Su propia bañera. Además, el dormitorio daba también a la terraza. Eva salió mientras el sol se ponía. Vio llegar a Tonik cargado con bolsas. Sonreía feliz, ajeno a ella. Le dio un vuelco el corazón. 

¿Cuántas veces le había observado así? Cuando estaba distraído y sonriente. Con esa calma que le envolvía. Muchas. Muchísimas. Le había conocido con tan solo dieciocho años. Le había parecido un tío extraño, aunque le había parecido guapo. Un miniadulto, tan pendiente de Ariel y Helena. Tan atento a su novia. Le había visto durante tantos años, que nunca se había fijado realmente en él. Aunque siempre... supuso que debía reconocerse, le había gustado un poco. Le había parecido atractivo. Sandra se reía cuando lo decía, y ella no sabía por qué. Tonik era hermoso, por dentro y por fuera. Y lo más importante, es que ella era aún mejor cuando estaba con él. Nunca se había fijado en él hasta que le tapó la boca en aquel parque de atracciones. Y ella sintió que valía la pena no dejar nunca de hablar, para que él volviera a hacerlo. Y desde entonces, para ella no había habido nadie más. Suspiró. Madre mía... qué cursi se había vuelto. 

Justo con la llegada de Tonik, llegaron también Almudena y Vanessa, que se quedaron alucinadas con lo que habían hecho. El lugar era acogedor y muy suyo, les dijeron. Se quedaron a cenar con ellos, aunque pidieron unas pizzas. Momento que aprovecharon para ducharse por turnos. Iván se mostró entusiasmado al usar por primera vez su propio baño. Cuando llegó la comida, salían ambos del baño. Iván estaba pletórico. Cenaron hablando de la mudanza, pero también del teatro que habían ido a ver. De las cosas que Iván y Vanessa podrían llegar a hacer. Eva estaba agotada, pero se sentía extrañamente despierta. A las diez su hermana se marchó y Tonik subió a acostar a Iván. Era la primera vez que iban a dormir en ese hogar. Su hogar, pero ahora también el de ella. Le miró emocionada cuando él bajó a buscarla. Tonik se acercó lentamente. Ella observó cómo sus delicadas manos le apretaban el rostro.

—Bienvenida a tu hogar. Nuestro hogar, enana. Me encanta estar aquí. 

—Es precioso. Me encanta —él la besó. Fue un beso lento, largo y profundo. Un beso que hablaba de muchas cosas. Ella le miró y vio que él estaba emocionado. Le cogió el rostro entre sus manos—: ¿Estás bien, cariño?

—Estoy bien. Es solo que... este fue el hogar de mis padres. Comprado con su esfuerzo y perseverancia, pero también con amor. Ellos se amaron de una forma única en el mundo. Pensé que nunca podría llegar a experimentarlo. Que estaba vetado para mí o que, quizá, ya no existiera algo así. Nunca pensé que... llegará a vivir algo como lo que tenemos —dijo, acariciando las manos de Eva—. Nunca llegué a creer que esa adolescente vestida de negro, a la que todos tenían por una gótica loca, me robará el corazón. Me dejará sin aliento cada vez que la veo. La amará tan fuerte y profundo como ellos se amaban. Un amor que hace que no solo quieras a la otra persona, sino que también quieras partes de ti mismo, que pensabas que no lograrías amar.

—Eso que has dicho —dijo Eva apoyando su cabeza contra el pecho de Tonik—, es muy hermoso y muy cierto. Tú has hecho que vuelva a quererme. Que sea mejor. Te amo tanto —ambos se mecieron un rato más entre besos y abrazos. Tonik carraspeó para llamar su atención: 

—Queda algo por colocar, espera un momento —dijo muy serio.

—Sí, ¿qué? —dijo mirando alrededor confundida.

—Las cosas de Nico —Eva reaccionó sin poder evitarlo. Sus ojos se llenaron de lágrimas y asintió. Lo había dejado en una caja sin ganas de comentar con Owen y Alejandro sobre ello. Fue a por la cajita, las fotografías, el marco de Tonik y la carta. Era su altar. Lo colocó en la vitrina del salón como en su antiguo hogar—. Bienvenido a tu nuevo hogar, Nico.

—No sabes cuánto te gustaría si estuvieras aquí. Es amarillo —dijo Eva sonriente, aunque lágrimas le corrían por el rostro. Incontenibles. De felicidad y tristeza juntas—. Te echo de menos, hermano. Pero sé que estás aquí. Sé que seremos felices aquí. Ya nunca más voy a estar sola. 

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